Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
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#02
El temor, la desesperación y la tristeza en Anne fueron desplazados a un segundo plano por la necesidad en su cuerpo. La luz de la habitación era tenue, pero suficiente para descubrir la perfección de aquel hombre sobre la cama.
“Me drogaron…¿Por qué?” , fue lo último que pensó Anne de manera consciente, antes de que el efecto de la droga fuese completamente efectivo.
Ella dejó el bolso en el suelo, se quitó el abrigo y se acercó a la cama, sintiendo su piel arder.
—Necesito calmarme… Necesito — murmuró, sentándose junto al hombre que permanecía boca arriba.
Él solo llevaba puesto un pantalón oscuro y una camisa en el mismo tono y, al sentir el peso de Anne sobre la cama, apenas movió la cabeza. No estaba herido, pero tampoco parecía del todo consciente.
Anne se quitó las gafas que la hacían ver como una nerd y las depositó en la mesita de luz. Luego contempló el cuerpo musculoso de ese hombre que, en ese momento, le pareció lo más sexy que hubiese visto alguna vez: abdomen firme, manos enormes, un rostro apuesto de labios carnosos y ojos color dorado, los cuales la observaban sin entender del todo lo que estaba ocurriendo.
La joven, sin poder contenerse, pasó una mano temblorosa por su abdomen, desabotonando la camisa de manera tímida, pero ocultando un profundo ardor. Ella no pudo contener su deseo de tocarlo, acariciar su piel…
—¿Qué… haces? — balbuceó el hombre, cerrando los ojos; el tacto de la joven encendió su deseo, aunque no se sentía para nada cómodo —¿Quién… diablos e-eres?
Anne no respondió; solo liberó su cinturón y abrió la bragueta de su pantalón. Ella tocó sus partes, conociendo por primera vez lo que era un hombre. Si bien no se atrevió a desnudarlo, sus labios querían besar, lamer su ombligo, sembrar besos hasta llegar a su pecho ancho, a su cuello. Sin pensar, se levantó la falda, se acomodó a horcajadas sobre él y, luego de inclinarse un poco hasta llegar muy cerca de su boca, le suplicó en un susurro:
—Ayúdame… Es demasiado calor…
Las caderas sedientas de Anne se movieron lento sobre el miembro del hombre. Éste se sentía deliciosamente duro. Sin contenerse, ella lo besó y él no pudo resistirse.
Sus lenguas eran un infierno confuso y encantador. Las manos de él le levantaron más la falda y se aferraron a su trasero, metiendo los dedos entre sus bragas, mientras Anne no paraba de moverse, apretando su intimidad contra las dotes de ese hombre, enloqueciendo cada centímetro de su piel.
Anne estiró su cuerpo y se quitó la blusa, descubriendo su bonito sostén de color blanco. Entonces, se reclinó sobre el rostro de él.
—Tócame, por favor… mis pechos, se sienten tan sensibles. Besalos… No soporto este calor, te necesito…
Él no pudo negarse, pues el aroma de Anne, la suavidad de esos senos tan cerca de sus labios, era irresistible.
Los besó, los lamió sediento y apenas los mordió, haciendo que la joven se quejara con lujuria. Entonces, él tuvo el impulso de apretar aún más el cuerpo de Anne contra el suyo y hundirse en su cuello, subiendo y bajando las caderas con suavidad.
—¡OH! Sigue… — rogó ella, frotándose contra su miembro — ¡Ah!
Anne llegó a su clímax y dió un alarido de placer. El calor en su cuerpo comenzó a descender poco a poco, mientras caía rendida sobre los labios de aquel hombre que calmó su malestar.
Quiso besarlo y él respondió. Sin embargo, los besos del hombre se tornaron cada vez más suaves, al tiempo en que mermaba la fuerza en el agarre de sus manos. Al abrir los ojos y mirarlo, Anne se dió cuenta de que él se había quedado dormido.
Luego de permanecer un largo rato así, ella sobre él , la jóven se recuperó y fue consciente lo que había hecho…
—Dios…
Esta vez, su cuerpo sintió todo lo contrario a lo anterior; era como si le hubieran arrojado un baldazo de agua fría.
—... Soy… un asco — se castigó a sí misma, tapándose la boca, descubriendo que solo la cubría el sostén, tenía la falda levantada y sus piernas estaban abiertas sobre la pelvis de ese hombre. Pero lo que más la avergonzó fue sentir la humedad en sus bragas…
Rápidamente, Anne se quitó de encima del hombre, tratando de no despertarle. Recogió su blusa, su abrigo y se vistió. Se colocó los anteojos y se quedó de pie, congelada, mirando la cama y a su ocupante, quien parecía vivir un sueño muy profundo.
Apretó sus labios, reflexionando qué era lo que debía hacer ahora. No se le ocurrió gran cosa, por lo que buscó en su bolso papel y pluma y escribió una nota, la cual depositó en la mesa de luz:
“Gracias por su ayuda. Cómprese algo de comer para recuperar energías. Y no se preocupe: la habitación ya está paga.”
—Espero que esto sea suficiente — deseó Anne, buscando 50 dólares en su cartera — No me queda mucho efectivo pero… Algo es mejor que nada.
Entonces, dejó el billete y la nota junto a las llaves y, sin más preámbulo, abandonó la habitación.
Un rato después, la pobre Anne deambulaba por la ciudad, sin tener a donde ir. Su dinero estaba contado, no tenía para pagar otra habitación en ese mismo momento; debía reservar lo que le quedaba para comer y para buscar donde dormir en la noche siguiente. Por si fuera poco, sus tarjetas habían sido congeladas, cosa que descubrió cuando había querido pagar en un local de comida horas atrás, debiendo abonar en efectivo.
—Obviamente, fue ella…—se dijo Anne, pensando en su madrastra.
La brisa nocturna volvió a despeinarla, por lo que decidió, de una buena vez, atar su largo cabello negro en una práctica coleta.
Una sola idea rondaba la cabeza de Anne desde que salió de la habitación 203: alguien la había drogado.
¿En qué momento? No lo sabía. Había pasado bastante rato desde su escape.
—A menos que…
Anne pensó en su botella de agua; antes de escapar, la había dejado en la cocina. Ella acostumbraba a beber agua cuando iba por la calle…
Sin pensarlo dos veces, buscó la botella en su bolso y, cuando sus pasos la llevaron hasta un parque cercano, derramó el agua en la tierra.
Apesadumbrada, se sentó en un banco. Miró a su alrededor, tratando de relajarse; muchos árboles habían perdido sus hojas llegado el otoño y el sonido de los vehículos era esporádico en la madrugada. A pesar de todo, Anne pensó que las luces de la ciudad eran muy bonitas en esas horas.
—¿Por qué me harían algo así? — se lamentó, sin poder evitar derramar una lágrima— Esto fue demasiado.
Ella se quitó los anteojos y comenzó a llorar en silencio. Se sentía asquerosa por no haber podido controlar su cuerpo. Pero peor era saber que en su propia casa le tendieron una trampa, quién sabe el por qué.
—Lo único que le ruego al Cielo es no encontrarme a ese hombre de nuevo. Eso fue lo más vergonzoso que me pasó en la vida…
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...