Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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Darian
Salimos de la escuela cuando la campana suena. Las risas de los estudiantes aún resuenan en los pasillos mientras Javier y yo cruzamos el patio. Me encanta este momento del día, cuando el sol ya no quema pero todavía ilumina, y todo parece estar en calma. Miro a Javier, como siempre concentrado, con su mochila colgando de un hombro, las gafas ligeramente desacomodadas, pero su paso firme y decidido.
—Hoy estuvo pesado, ¿no? —le digo, intentando romper el silencio.
—Sí, pero ya estamos cerca de terminar —me responde con una sonrisa tranquila.
No puedo evitar sonreírle de vuelta. Es lo que más me gusta de él, esa serenidad que siempre lleva consigo, como si nada pudiera alterarlo. Justo cuando estamos por cruzar la puerta principal, veo a lo lejos una figura que reconozco de inmediato: el papá de Javier. Está parado junto a su coche, con las manos en los bolsillos y una expresión más seria de lo normal. Algo me dice que no es una simple visita.
—Papá, ¿qué haces aquí? —pregunta Javier, algo sorprendido.
El señor Jones se pasa una mano por el pelo y suspira, como si lo que fuera a decirle ya lo hubiera estado pensando todo el día.
—Tu hermano llegó. Lo tenemos que ir a buscar al aeropuerto.
El hermano de Javier. Nunca lo he conocido en persona, solo he escuchado historias de él, y ninguna muy positiva. Siempre me pareció curioso que mientras Javier es disciplinado y estudioso, su hermano mayor es todo lo contrario: fiestero, despreocupado. Mientras Javier creció aquí, con su padre, su hermano siempre vivió en otro país con su madre. No me queda claro si la distancia entre ellos es la razón por la que no se llevan bien, o si hay algo más profundo.
Javier guarda silencio por unos segundos, sus labios se tensan, y puedo ver el cambio en su postura. Lo noto incómodo, tenso, algo que rara vez sucede.
—¿Y qué hace aquí? —pregunta finalmente, sin ocultar su desagrado.
—Vino a quedarse un tiempo —responde su padre con calma, aunque sé que esa calma es frágil—. Vamos, no le hagamos esperar.
Subimos al coche. El silencio que nos acompaña es denso, casi tangible. Javier mira por la ventana, su mandíbula apretada. Intento imaginar qué estará pensando, pero no me atrevo a preguntar. Sé que el tema de su hermano es delicado. Lo único que me han dicho es que, desde siempre, los dos han sido como el agua y el aceite. Mientras Javier siempre ha sido el hijo modelo, el chico que sigue las reglas y se esfuerza por ser mejor, su hermano es… bueno, su hermano es todo lo contrario.
A mitad del camino, no puedo evitar romper el silencio.
—¿Cómo es él? —le pregunto a Javier, intentando sonar casual.
Él sigue mirando por la ventana, como si quisiera evitar mi mirada.
—Es… complicado. —Su respuesta es seca, sin ganas de entrar en detalles.
Complicado. Esa palabra parece abarcar todo lo que no se dice. Me pregunto cómo será conocer a alguien como él, alguien que según lo que he escuchado, entra a una habitación y todos lo notan, pero no siempre por las razones correctas. El tipo de persona que parece tener el mundo en la palma de la mano, pero que en el fondo es frío y distante, incapaz de formar lazos genuinos.
Finalmente, llegamos al aeropuerto. El bullicio de la gente va y viene. Nos detenemos frente a la terminal y ahí está él. Alto, alrededor de 1.78. Tiene el rostro de rasgos definidos, con una mandíbula marcada. Su piel puede ser de tono medio, ligeramente bronceada. Sus ojos de un verde claro al igual que su padre. Su cabello corto pero desordenado. con un porte que de inmediato impone. Se parece un poco a su padre, pero a la vez es completamente diferente. Sus ojos verdes me recorren de arriba abajo, con una sonrisa sarcástica asomándose en sus labios.
—Hola, hermanito. —Su voz es profunda, casi burlona—. ¿No me vas a dar un abrazo?
Javier baja del coche lentamente, y la tensión entre los dos es palpable. Algo me dice que este encuentro será el inicio de algo que va mucho más allá de un simple reencuentro familiar.
Javier se acerca a su hermano, pero mantiene una distancia prudente. El abrazo que su hermano mayor le ofrece parece más una burla que un gesto sincero. En lugar de responder, Javier solo asiente, con los labios tensos.
—Darian —dice Javier, con una frialdad que no puedo ignorar—. ¿Qué te trae por aquí?
Darian suelta una carcajada, una de esas risas que no tiene nada de genuino. Se pasa una mano por el pelo, perfectamente peinado, y lanza una mirada rápida al coche, notándome por primera vez.
—Bueno, hermano, ya sabes, mamá necesitaba un descanso de mí. Así que pensé en venir a hacerte la vida un poco más interesante. —Sus palabras están llenas de sarcasmo, pero sus ojos brillan de una manera que me incomoda. Finalmente, se dirige hacia mí—. ¿Y tú quién eres?
Antes de que pueda responder, Javier da un paso hacia adelante, como protegiéndome de la mirada inquisitiva de Darian.
—Ella es Alana —responde Javier, cortante—. Mi novia.
Darian levanta las cejas y sonríe, claramente disfrutando de la situación. Se inclina ligeramente hacia mí, como si quisiera analizarme mejor, y su mirada me hace sentir como si estuviera bajo un foco de interrogación.
—Ah, ya veo. —Su tono es juguetón, pero hay algo en su mirada que no me gusta—. ¿Sabes, Alana? Javier no me mencionó que tenía tan buen gusto.
Siento la mano de Javier apretar la mía con más fuerza, y agradezco el gesto. No sé si Darian lo hace a propósito, pero está claro que disfruta incomodándonos.
—Ya basta, Darian —dice Javier en voz baja, pero firme—. No hemos venido aquí para tus bromas. Vamos, sube al coche.
Darian se encoge de hombros, como si la tensión entre ellos no le afectara en lo más mínimo. Camina hacia el maletero con una despreocupación que contrasta completamente con el ambiente cargado. Mientras guarda sus maletas, me pregunto si él siempre ha sido así o si hay algo que lo hizo volverse tan cínico. Desde que lo mencionaron, imaginé que sería diferente a Javier, pero la realidad es mucho más extrema.
Subimos al coche de vuelta y el viaje hacia casa se hace aún más incómodo. Darian , sentado en el asiento delantero junto a su padre, no para de hacer comentarios casuales pero llenos de una especie de veneno disfrazado de humor.
—Papá no sabía que el pequeño Javier tenía novia. —Lo dice sin mirarme, pero siento su intención—. ¿Cómo te las arreglas para salir con alguien que prefiere los libros a las fiestas? Pregunto esta vez para su hermano.
—Darian ya basta.— Dijo su padre.
Javier no responde, sus nudillos están blancos de tanto apretar el volante. Trato de pensar en algo que decir para suavizar el ambiente, pero cualquier cosa que se me ocurra parece fuera de lugar. Hay una tensión entre los dos que va mucho más allá de una simple rivalidad fraterna. Darian parece disfrutar empeorar la paciencia de Javier, mientras que Javier hace todo lo posible por no darle el gusto de una reacción.
Finalmente, llegamos a la casa de Javier. El silencio que cae cuando apagamos el coche es denso, como si todos estuviéramos esperando el próximo movimiento. Darian sale primero, estirándose como si el viaje lo hubiera agotado.
—Gracias por pasarme a buscar papá—dice, con una media sonrisa—. Ha sido… interesante. Ya veremos qué más tiene este lugar para ofrecerme. —Su tono es ambiguo, pero sé que tiene intención de agitar aún más las cosas.
Javier y yo salimos del coche después de él. Mientras caminamos hacia la puerta, siento que la tensión sigue creciendo. Por un momento me pregunto si debería irme, dejar que ellos resuelvan sus cosas entre hermanos. Pero algo me dice que, de alguna manera, ya estoy envuelta en esta dinámica.
Darian se detiene antes de entrar a la casa y se gira hacia mí.
—Alana, fue un placer conocerte. —Su sonrisa tiene ese brillo pícaro, casi peligroso, que me recuerda a los chicos que no conoces lo suficiente como para confiar—. Estoy seguro de que nos veremos más seguido.
No sé cómo responderle, así que solo asiento brevemente. Antes de que pueda decir algo más, Javier se interpone entre nosotros, cerrando la puerta de entrada con más fuerza de la necesaria.
Dentro de la casa, el ambiente es igual de tenso. Mientras el papá de Javier intenta mantener una conversación cordial con Darian, siento que Javier se está conteniendo con cada fibra de su ser para no explotar.
—Voy a salir un momento —dice de repente, mirando a su padre pero sin dirigir la mirada a Darian.
Antes de que pueda detenerlo o preguntar a dónde va, Javier sale por la puerta trasera. Miro a Darian, que solo sonríe con una expresión que parece decir “misión cumplida”.
—Él siempre fue así de sensible —comenta, como si todo fuera un juego para él. Su tono despreocupado me molesta, pero no sé si debería responder.
Por un momento, no sé qué hacer. La distancia entre ellos, tan palpable, parece crecer con cada minuto que pasan juntos, y ahora estoy en medio de algo que apenas comienzo a entender.
El silencio se hace pesado después de que Javier sale. Me quedo en medio de la sala, sin saber bien qué hacer o decir. Darian se desploma en el sillón con una sonrisa de satisfacción. Todo en él parece calculado, desde la manera en que se acomoda hasta la expresión relajada en su rostro, como si acabara de ganar alguna especie de juego.
—¿Siempre ha sido así contigo? —le pregunto sin poder contenerme. Mi voz suena más aguda de lo que esperaba, pero necesito entender lo que acabo de presenciar.
Darian entrecierra los ojos y me mira, sorprendido por mi pregunta directa. Por un segundo parece que va a ignorarme, pero entonces su sonrisa reaparece, lenta y maliciosa.
—Javier siempre ha sido… particular. Demasiado serio para su propio bien. Pero esa es su forma de ser. Cree que con ser el chico bueno va a tenerlo todo. — se inclina hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas—. Yo, por otro lado, prefiero disfrutar lo que la vida tiene para ofrecerme. Y parece que tú también sabes disfrutar. ¿O me equivoco?
Hay algo en su tono, en la manera en que sus ojos me escrutan, que me hace sentir incómoda, como si estuviera exponiendo más de mí de lo que realmente quiero. Decido mantenerme firme.
—Javier y yo estamos bien como somos —respondo, más para reafirmarme a mí misma que para convencerlo a él.
Darian sonríe de nuevo, pero esta vez hay algo más detrás de su expresión, una especie de comprensión oscura.
—Claro que lo están. —Se pone de pie y camina hacia la ventana, mirando hacia afuera—. Pero, dime una cosa, Alana. ¿Cuánto tiempo crees que alguien tan aburrido como mi hermano va a seguir entreteniéndote?
Las palabras caen como una piedra en mi estómago. Es evidente que está intentando sembrar dudas en mí, y aunque sé que sus intenciones no son buenas, no puedo evitar que sus palabras me afecten. Intento no mostrar mi incomodidad.
—Eso no es asunto tuyo —digo, mi voz más firme esta vez.
Darian se gira hacia mí, sus ojos brillando con diversión.
—Tienes razón —admite—. No es asunto mío… por ahora. Pero te advierto, Alana, las cosas pueden cambiar rápido cuando empiezas a conocer mejor a la gente.
Antes de que pueda responderle, la puerta trasera se abre y Javier regresa, su rostro aún tenso pero más calmado. Al verme de pie frente a su hermano, su mirada se oscurece, como si la sola idea de que Darian y yo estuviéramos hablando le molestara profundamente.
—¿Te molestó mi ausencia, Alana? —pregunta Javier suavemente, ignorando a Darian por completo.
—No, solo… —trato de sonar casual, pero las palabras de su hermano todavía resuenan en mi mente. Decido no mencionarlas, al menos no ahora. No quiero darle la satisfacción.
Darian, sin embargo, no puede dejarlo pasar. Se inclina contra la pared y lanza una mirada sarcástica a Javier.
—Estábamos teniendo una conversación encantadora, hermano. ¿Sabías que tu novia es más interesante de lo que parece?
Javier lo ignora, pero puedo ver cómo su mandíbula se tensa. Toma mi mano, esta vez con un gesto más suave, casi protector, y me guía hacia la puerta.
—Vámonos —dice, su voz baja pero firme.
Mientras salimos de la casa, puedo sentir la mirada de él sobre nosotros, como una sombra que amenaza con seguirnos. Pero no digo nada. La noche está cayendo, y el aire frío es un alivio para la tensión que se ha acumulado en el interior.
Javier camina en silencio junto a mí, y aunque no ha dicho nada desde que salimos, puedo sentir la tormenta dentro de él. Finalmente, me detengo y lo miro a los ojos.
—¿Qué pasa entre ustedes dos, Javier? —le pregunto, sabiendo que esta vez necesito una respuesta.
Él suspira, su mano aún en la mía, pero no me mira.
—Es complicado, Alana. El y yo… nunca fuimos cercanos. Ni cuando éramos niños. Siempre ha habido una especie de barrera entre nosotros. Y ahora, después de tanto tiempo, es peor.
—¿Por qué? —insisto, queriendo entender más.
Javier finalmente se detiene y me mira, su expresión sombría.
—Darian siempre ha sido el favorito de mi madre, y yo… yo me quedé aquí con mi padre. Creo que en el fondo siempre sentí que competía por algo que nunca iba a ganar. Él es el que se salía con la suya, el que podía hacer lo que quisiera. Y yo… siempre tenía que ser el responsable.
Su voz se quiebra un poco al final, y por un momento veo un destello de la vulnerabilidad que tanto se esfuerza por ocultar. Quiero abrazarlo, decirle que todo estará bien, pero algo me dice que esto va mucho más allá de un simple abrazo.
—No tienes que competir con él —le digo suavemente—. Yo estoy contigo, Javier. No con el.
Javier me mira por un momento, como si mis palabras fueran lo único que lo mantiene firme, y asiente.
—Lo sé. Y eso es lo único que importa.
Caminamos juntos en silencio, pero ahora la tensión entre nosotros ha cambiado. Sé que la presencia de Darian va a traer problemas, pero también sé que, pase lo que pase, estaré aquí para enfrentarlo junto a Javier.