La ciudad despierta alarmada y aterrada con un horrendo triple crimen y Fiorella descubre, con espanto, que es una mujer lobo, pensándose, entonces en un ser cruel y sanguinario, lo que la sume en desesperación y pavor. Empieza, por ende, su agonía, imaginándose una alimaña maligna y quizás la única de su especie en el mundo. Fiorella es acosada por la policía y cazadores de lobos que intentan dar con ella, iniciándose toda de suerte de peripecias, con muchas dosis de acción y suspenso. Ella se enamora, perdidamente, de un humano, un periodista que tiene la misión de su canal de noticias en dar con la mujer lobo, sin imaginar que es la muchacha a quien ama, también, con locura y vehemencia. Fiorella ya había tenido anteriores decepciones con otros hombres, debido a que es una fiera y no puede controlar la furia que lleva adentro, provocándoles graves heridas. Con la aparición de otras mujeres lobo, Fiorella intentará salvar su vida caótica llena de peligros y no solo evadir a los cazadores sino evitar ser asesinada. Romance, acción, peligros, suspenso y mucha intriga se suceden en esta apasionante novela, "Mujer lobo" que acaparará la atención de los lectores. Una novela audaz, intrépida, muy real, donde se conjuga, amor, mucho romance, decepción, miedo, asesinatos, crímenes y mafias para que el lector se mantenga en vilo de principio a fin, sin perder detalle alguno.
NovelToon tiene autorización de Edgar Romero para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 1
Era una noche horrible, muy fría, oscura y tétrica como una postal que solo pintaba el miedo. Salí muy tarde de la universidad y estaba asustada, porque no había nadie en las calles y el viento rebotaba fuerte en los ventanales y remecía los árboles, produciendo una música horripilante y fantasmagórica que me martillaba sin compasión. El alumbrado público era muy pobre, además, amarillento y escuchaba voces aisladas, lejanas y risas que también me aterraban mucho. Ladraban los perros desvelados y emergían las siluetas de los gatos saltando por los techos, persiguiendo sus sombras.
El examen se había prolongado más de la cuenta porque estaba muy difícil. Fui apurada, incluso, por la mitad de la pista, para evitar los callejones oscuros, sin embargo la esquina se alargaba como un elástico que m espantaba y sumía en el pánico. Lo que antes recorría en apenas un minuto ahora me parecía estirarse una veintena. Las distancias se me hacían kilométricas e interminables.
Entonces escuché varios pasos detrás mío. Parpadeé angustiada, fui aún más apurada, casi corriendo, mi corazón se alborotó en el pecho y sentí rayos y truenos estallando dentro de mi cabeza. Me puse fría y un horrible escozor trepó mi espalda.
Ya no era uno sino dos hombres los que me seguían. Las lágrimas me ganaron y de repente tenía los ojos encharcados de llanto. Quería llorar. Corrí a toda prisa, pero un tercer hombre me cerró el paso justo en la esquina. Grité espantada.
-No te resistas, preciosa, dame todas tus cosas-, dijo uno de ellos. Yo tenía los ojos desorbitados, los pelos erizados, temblaba y tenía mucho miedo. Me aferré a mi cartera y a mi mochila donde tenía la laptop con las clases de la universidad.
-No me hagan daño-, supliqué tapándome la boca con las manos, presa del miedo.
Los hombres me rodearon. El silencio era una capa tupida que me asfixiaba y ahogaba. Solo escuchaba mi corazón tamborileando frenético en el busto, rebotando como una pelota. Mis piernas se resbalaban al suelo igual a la mantequilla y sudaba, sudaba mucho.
Uno de los tipos esos, el más grande y tosco, quiso arrancharme la mochila. -Trae acá-, me dijo, pero me resistí. El otro hombre, entonces, me zarandeó del brazo, lastimándome y después me jaló el pelo con mucha ira, haciéndome gritar aún más aterrada.
Fue en ese momento que de repente mis pupilas se inyectaron de una furia colosal, igual a una poderosa luz que emergió entre mis pupilas y que me hizo desorbitar aún más mis ojos, abriéndose paso entre mis párpados, tumbando las cejas y los párpados.
Mis manos empezaron a enderezarse, cubriéndose de un tupido pelaje y mis dientes se afilaron haciéndose largos, como dagas, brillando con las luces amarillentas y empobrecidas del del alumbrado público. Mi boca se fue ajando, torciéndose, haciéndose interminable, emergiendo delante de mis ojos, emitiendo un largo gruñido , saliendo de un hocico grande donde exhalaba el humo de mi inusitada furia, dando poderosos bufidos.
-¡¿Qué demonios sucede!?-, se espantó uno de los hombres, trastabilló, y cayó al suelo de bruces boquiabierto y terriblemente asustado.
Yo los miraba con ira, quería despedazarlos, sentía mis uñas convertidas en garras y exhalaba fuego y gruñía con mucho coraje, con mis colmillos afilados, ansiosos de destrozar a esos hombres a dentelladas.
-Es un monstruo-, dijo el más grande de ellos e intentó atacarme pero yo le salté encima y le hundí mis garras en la espalda. Lo miré enfurecida a la cara espantada del tipo y sin darle tiempo, siquiera a gritar, de un solo mordisco le arranché la nariz, provocándole una inusitada catarata de sangre. El fulano se desplomó al suelo aullando de dolor.
Luego ataqué al otro sujeto, el más delgado. Le mordí el cuello y con mis garras lo despellejé igual si fuera un muñeco de paja, arranchando sus tripas. El pobre hombre convulsionó en el suelo arqueándose angustiado, resistiéndose a morir.
El tercer ladrón quiso escapar, gritando aterrado, pero de un brinco le caí encima y le trituré el cuello de un mordisco, matándolo también en el acto.
Me desperté asustada. Mi rostro estaba duchado de sudor y mi corazón pataleaba en el pecho. Abaniqué mis ojos tratando de convencerme que estaba en mi cuarto, en mi cama, pero las luces de la mañana que se colaban por las persianas entreabiertas, me mareaban.
Traté de recordar lo que había pasado, pero solo tenía imágenes borrosas y confusas, de tres hombres rodeándome, queriendo robarme mi mochila. Por instinto miré mis manos. Mis uñas seguían intactas, pintaditas de violeta, como me gusta, y no tenían ningún rasguño. Me palpé mis mejillas y mi boca y todo estaba normal. Ufffff, soplé entonces mi angustia. Todo había ido una pesadilla tan real que aún repicaba en mi cabeza los alaridos de esos hombres sufriendo arcadas, desangrados a mitad de la pista.
Me duché tranquilamente, más aliviada y me cambié. Mientras secaba mi pelo, prendí el televisor. Un periodista hablaba de un horrendo triple crimen ocurrido en una avenida poca transitada, muy cerca de la universidad.
-Tres hombres murieron destrozados, igual si hubieran sido atacados por una jauría de perros rabiosos-, dijo el reportero estupefacto ante la sangre desperdigada en el asfalto.
-Eran delincuentes comunes, asaltantes de mujeres solas. A uno de ellos una de las fieras le arrancó la nariz antes de arrancharle de un mordisco el corazón-, detalló el hombre de prensa.
El secador se cayó de mis manos, igual que mi quijada, y quedé aturdida y pálida.
No había sido una pesadilla. Yo había matado a esos tres hombres.