novela de suspenso
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El desparecido
El reloj de la iglesia marcaba la medianoche cuando el último rayo de luz se apagó en el pequeño pueblo de San Andrés. La bruma se había asentado sobre las calles adoquinadas, envolviendo todo en un manto de misterio. A lo lejos, el ulular de un búho rompía el silencio, pero nadie estaba despierto para escucharlo. Nadie, excepto Samuel.Samuel era un hombre de unos cuarenta años, de semblante serio y mirada inquisitiva. Había llegado a San Andrés hacía apenas unos meses, buscando un refugio tranquilo después de haber dejado su carrera en la policía de la ciudad. El pueblo, con su tranquilidad bucólica, parecía el lugar perfecto para escapar de los fantasmas de su pasado. Sin embargo, aquella noche, algo lo mantenía en vilo. Una sensación incómoda, un presentimiento oscuro que no podía sacudirse.Se levantó de la cama y miró por la ventana. Las sombras de los árboles danzaban bajo la luz de la luna, creando formas siniestras. Decidió salir a caminar, esperando que el aire fresco despejara su mente. Al abrir la puerta, el frío de la noche le golpeó el rostro, pero no le importó. Caminó sin rumbo fijo, dejando que sus pensamientos vagaran.Pasó frente a la iglesia, una estructura antigua con una torre alta y gótica que parecía vigilar el pueblo. Se detuvo un momento para admirarla, pero algo llamó su atención: una figura encapuchada moviéndose rápidamente entre las sombras. Samuel frunció el ceño y decidió seguirla. La figura se dirigía hacia las afueras del pueblo, hacia el bosque que todos evitaban después del anochecer.Los árboles eran altos y densos, y el sendero se volvía cada vez más estrecho. Samuel mantenía una distancia prudente, observando cada movimiento de la figura. Finalmente, llegaron a un claro donde la figura se detuvo. Samuel se ocultó detrás de un árbol y observó cómo la figura encendía una linterna, revelando un rostro joven y nervioso. Era Tomás, el hijo del panadero, un muchacho de apenas dieciséis años.Samuel iba a salir de su escondite cuando escuchó otro sonido: pasos acercándose. Se agachó y vio a otra figura entrando en el claro. Era el alcalde del pueblo, Don Pedro. Los dos comenzaron a hablar en voz baja, y aunque Samuel no podía escuchar todo lo que decían, algunas palabras le llegaron claras: "entierro", "no debe saber" y "demasiado peligroso".De repente, un grito desgarrador resonó en el bosque, seguido de un silencio absoluto. Tomás y el alcalde se quedaron congelados por un momento antes de apagar la linterna y desaparecer entre los árboles. Samuel salió de su escondite y se dirigió hacia el origen del grito. Encontró a una mujer tendida en el suelo, inconsciente, con un corte profundo en el brazo. La reconoció inmediatamente: era Laura, la dueña de la tienda de antigüedades.La levantó con cuidado y la llevó de vuelta al pueblo. Al llegar a su casa, la recostó en el sofá y trató de limpiarle la herida. Laura abrió los ojos lentamente y lo miró con terror. "Ellos... ellos saben", murmuró antes de perder el conocimiento nuevamente.Samuel sabía que debía actuar rápido. Algo oscuro estaba sucediendo en San Andrés, algo que había permanecido oculto por mucho tiempo. Miró a Laura, su rostro pálido y sereno, y decidió que no descansaría hasta descubrir la verdad.A la mañana siguiente, el pueblo estaba en un estado de conmoción. Laura había desaparecido, y nadie sabía nada de ella. Samuel observaba desde su ventana cómo los habitantes murmuraban entre sí, lanzando miradas sospechosas a todos lados. Decidió que era el momento de empezar a hacer preguntas.Se dirigió a la panadería, donde Tomás estaba trabajando. El muchacho parecía nervioso, evitando el contacto visual. Samuel se acercó y, con voz calmada, le preguntó sobre la noche anterior. Tomás negó saber nada, pero Samuel notó el temblor en sus manos."Tomás, sé que viste algo anoche. Necesito que me lo digas. Laura está en peligro, y creo que tú puedes ayudarme a encontrarla", insistió Samuel.El muchacho finalmente levantó la mirada, con ojos llenos de miedo. "No puedo... si hablo, ellos me harán daño. Ya le hicieron daño a ella", susurró."¿Quiénes son 'ellos'?", preguntó Samuel, pero Tomás simplemente negó con la cabeza y salió corriendo de la tienda.Samuel sintió una mezcla de frustración y determinación. Sabía que estaba cerca de descubrir algo importante. Decidió visitar a Don Pedro, el alcalde, esperando obtener algunas respuestas.El despacho del alcalde estaba en el centro del pueblo, un edificio antiguo y majestuoso. Samuel entró sin previo aviso, sorprendiendo a Don Pedro que estaba revisando unos documentos. El alcalde lo miró con una sonrisa forzada."¿En qué puedo ayudarte, Samuel?", preguntó Don Pedro, pero sus ojos reflejaban una inquietud latente."Quiero saber sobre Laura y lo que está pasando en este pueblo", dijo Samuel sin rodeos. "Anoche escuché cosas que me preocupan. Creo que alguien está en peligro."Don Pedro mantuvo su sonrisa, pero su voz se tornó fría. "No sé de qué estás hablando, Samuel. Este es un pueblo tranquilo. Quizás solo estés imaginando cosas."Samuel se acercó al escritorio, sin dejarse intimidar. "Vi a Tomás contigo en el bosque. Sé que está pasando algo. Laura mencionó que 'ellos saben'. ¿A quién se refería?"La sonrisa de Don Pedro desapareció. "Es mejor que te mantengas al margen de esto, Samuel. No sabes en lo que te estás metiendo."Samuel salió del despacho, con más preguntas que respuestas. Decidió volver al bosque, al claro donde había encontrado a Laura. Quizás encontraría alguna pista que lo ayudara a desentrañar el misterio.Al llegar al claro, el lugar parecía aún más siniestro a la luz del día. Buscó alrededor, encontrando una cadena rota y algunas huellas en el suelo. Mientras seguía las huellas, encontró un pequeño medallón enterrado parcialmente en la tierra. Lo recogió y vio que tenía un símbolo extraño, algo que no había visto antes.Llevó el medallón a la tienda de antigüedades, esperando encontrar alguna información. La tienda estaba cerrada, pero Samuel forzó la puerta y entró. Buscó en los libros antiguos y finalmente encontró uno que describía el símbolo: pertenecía a una antigua orden secreta que había sido expulsada del pueblo hace siglos.La orden, según el libro, había sido acusada de prácticas oscuras y rituales prohibidos. La gente del pueblo los había desterrado, pero se rumoreaba que aún operaban en las sombras. Samuel sintió un escalofrío recorriendo su espalda. ¿Podría ser que la orden aún existiera y estuviera detrás de la desaparición de Laura?Decidió que debía encontrar a Laura antes de que fuera demasiado tarde. Con el medallón en mano, salió de la tienda y se dirigió hacia las montañas, donde según el libro, se encontraba la antigua sede de la orden. El camino era arduo y lleno de obstáculos, pero Samuel no se detendría.El sol comenzaba a ponerse cuando llegó a una cueva oculta entre los árboles. La entrada estaba cubierta de enredaderas y parecía no haber sido usada en años. Samuel respiró hondo y entró, guiado solo por la tenue luz de su linterna.El interior de la cueva era frío y húmedo, y el eco de sus pasos resonaba en las paredes. Caminó por lo que parecía una eternidad hasta que llegó a una gran cámara subterránea. En el centro, vio un altar y, sobre él, una figura encapuchada."¿Quién está ahí?", llamó Samuel, pero no recibió respuesta. Se acercó lentamente, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, la figura levantó la cabeza. Era Laura, pero sus ojos estaban vacíos, como si no lo reconociera.Antes de que pudiera reaccionar, sintió un golpe en la cabeza y todo se volvió negro.Cuando despertó, estaba atado a una silla en una habitación oscura. Frente a él, Don Pedro y otros miembros del pueblo lo observaban con expresiones severas."Sabía que eras demasiado curioso para tu propio bien", dijo Don Pedro. "Ahora sabes demasiado, y no podemos dejar que te vayas."Samuel luchó contra las cuerdas, pero era inútil. Miró a Laura, esperando ver algún signo de la mujer que conocía, pero ella seguía con la mirada vacía, como hipnotizada."¿Qué le han hecho?", preguntó Samuel, tratando de ganar tiempo. "¿Qué es esta orden?""Somos los guardianes del secreto del pueblo", respondió Don Pedro. "Hemos mantenido el equilibrio durante siglos, y no permitiremos que alguien como tú lo destruya."Samuel comprendió que estaba en una situación desesperada. Necesitaba encontrar una manera de escapar y salvar a Laura antes de que fuera demasiado tarde. Mientras planeaba su próximo movimiento,