En un mundo donde el dolor y la traición se entrelazan, Gabriel ha vivido toda su vida con un solo propósito: vengar la muerte de sus padres, asesinados por una poderosa familia que se mueve en las sombras. Con un corazón marcado por la pérdida, Gabriel traza un plan meticuloso para infiltrarse en su enemigo. Pero lo que no anticipa es la conexión inesperada que formará con Valeria, una joven valiente y llena de vida, que se convierte en su cómplice involuntaria. Mientras Gabriel utiliza a Valeria como un peón en su juego de venganza, ambos se ven atrapados en una red de secretos y mentiras. La línea entre el amor y el odio se difumina, y Gabriel debe enfrentarse a la pregunta más difícil de todas: ¿puede el amor nacer del deseo de venganza? En un desenlace lleno de giros inesperados, “La mentira” te llevará a través de un viaje emocional donde la redención podría ser la única salida.
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Capítulo XI Laberinto de confusión
Irene decidió ayudar a los muchachos en su nuevo comienzo; ellos eran muy tercos y no aceptaban lo que sentían el uno por el otro, así que planeó una salida para los tres. “Estuve pensando que podríamos ir al lado norte del castillo. ¿Ya conoces ese lugar, Valeria?”, preguntó Irene casualmente.
“No, nana, aún no he ido hasta allá, pero si quieres, te acompaño”, respondió Valeria con una sonrisa.
“¿Qué te parece la idea, Gabriel? ¿Puedes acompañarnos también?”, preguntó Irene, pero Gabriel sabía que no era una pregunta común; él sabía que era una orden de su nana.
“Está bien, nana. Las voy a acompañar. Ese lado del castillo tiene muchos laberintos y está muy alejado; se podrían perder”, explicó Gabriel mirando a Irene con advertencia.
Valeria estaba emocionada, ya que quería seguir explorando cada parte de ese lugar. “Busca algo abrigado para poder salir; está haciendo mucho frío y no quiero que te enfermes”.
Gabriel salió de la sala después de decir aquellas palabras; él tenía un conflicto interno, ya que su amor por Aurora luchaba contra lo que estaba empezando a sentir por Valeria. Tiempo después, los tres se reunieron en la sala; estaban listos para salir de excursión.
“Lo siento, hijos; no los podré acompañar. De repente me dio un fuerte dolor en las piernas y creo que solo seré una carga para ustedes”, las palabras de Irene resonaron en los oídos de Valeria, quien se entristeció ante la idea de no ir de paseo.
Gabriel vio la tristeza en los ojos de Valeria, pero no podía salir solo con ella; temía perder el control y dejarse llevar por sus deseos.
“No es necesario que cancelen sus planes; ustedes pueden ir solos”, insistió Irene tanto que finalmente Gabriel tuvo que aceptar ir con Valeria al dichoso paseo.
Irene sonrió ante su triunfo. Dejando a los recién casados solos, se fue a su habitación ante la mirada atónita de Gabriel, quien se dio cuenta del chantaje al cual había sido sometido.
“Salgamos antes de que se nos haga más tarde”, indicó Gabriel molesto.
“Si no quieres ir, no es necesario que vayamos. Realmente no quiero ser una carga para nadie”, respondió Valeria entristecida.
“Dije que iríamos y cuando doy mi palabra la cumplo”, dijo Gabriel malhumorado.
“No tienes que hablarme así; es más, ya no quiero ir”, Valeria también tenía su dignidad y estaba cansada de los cambios de humor de Gabriel.
“Dije que nos íbamos y nos vamos”, respondió Gabriel con autoritarismo.
Sin más que hacer, Valeria siguió a Gabriel al lado norte de las instalaciones del castillo; caminaron un tramo largo antes de llegar al lado norte. El aire frío les calaba los huesos, pero la emoción de explorar un lugar nuevo mantenía a Valeria alerta. Mientras caminaban, la tensión entre ellos era palpable, como si cada paso aumentara la carga de sus sentimientos no expresados.
Cuando finalmente llegaron al laberinto, Valeria no pudo evitar sonreír. “¡Mira qué bonito es! ¿Te imaginas perderse aquí?”, dijo, tratando de romper el hielo. Gabriel se cruzó de brazos, aún con el ceño fruncido.
“Perderse no es lo que tengo en mente”, respondió él, su tono más suave pero aún tenso. “Lo último que quiero es que te asustes o te lastimes”.
Valeria lo miró, sorprendida por su preocupación oculta. “No soy una niña pequeña, Gabriel. Puedo cuidar de mí misma”, dijo con firmeza, aunque su voz temblaba ligeramente.
Gabriel suspiró y finalmente decidió soltar un poco la tensión. “Lo sé. Solo… es difícil para mí a veces.” Se detuvo y miró a Valeria a los ojos. “No sé cómo manejar todo esto”.
“¿Todo esto? ¿Te refieres a nosotros?” Valeria sintió que su corazón latía más rápido.
“Sí”, admitió Gabriel, pasando una mano por su cabello desordenado. “Es complicado porque… porque hace mucho tiempo ame a alguien con todo mi corazón, pero también hay algo entre nosotros que no puedo ignorar.”
Valeria se sintió herida al escuchar el nombre de Aurora, pero decidió no dejar que eso la detuviera. “Quizás deberías hablarlo con ella”, sugirió Valeria mientras comenzaban a caminar por el laberinto.
“¿Y qué le diría? ¿Que estoy confundido? Eso no ayudaría a nadie”, respondió Gabriel con frustración.
“Tal vez empezarías a encontrar respuestas si fueras honesto contigo mismo y con ella”, insistió Valeria, ahora más decidida. “No puedes seguir arrastrando esto sin tomar una decisión”.
Gabriel se detuvo y se giró hacia ella. “¿Y tú? ¿Qué sientes realmente por mí?”
La pregunta lo tomó por sorpresa y Valeria sintió que se le aceleraba el pulso. “Siento que… me gustas, Gabriel. Pero entiendo que tu corazón está en otro lugar”, dijo con sinceridad.
Un silencio pesado cayó entre ellos mientras las palabras flotaban en el aire helado del laberinto. Finalmente, Gabriel dio un paso hacia ella, su mirada intensa y vulnerable. “No sé qué hacer con eso”.
Valeria sintió que todo su ser anhelaba acercarse más a él, pero el miedo al rechazo la mantenía en su lugar. “Solo sé que no podemos seguir ignorando lo que sentimos.”
En ese momento, el sonido del viento susurrando entre las ramas rompió la tensión y les recordó que estaban perdidos en un laberinto tanto físico como emocional. Con una chispa de determinación, Valeria propuso: “Primero exploremos este lugar; luego podemos hablar más sobre nosotros.”
Gabriel asintió lentamente, sintiéndose más ligero al compartir ese espacio con ella, aunque las preguntas aún flotaban en sus mentes como sombras.
Mientras avanzaban juntos por los giros del laberinto, un nuevo entendimiento comenzaba a surgir entre ellos; tal vez explorar el laberinto no era solo una aventura física, sino un viaje hacia sus propios corazones también.