Marta trabaja en un rincón oscuro de la oficina, porque no quiere ser vista. Pero el Presidente Joel del Castillo decide sacarla a la luz, como su mujer.
El es un playboy y ella un ratón de biblioteca. Ninguno de los dos cree en el amor, pero por cuestiones prácticas el necesita esposa y ella... ella no necesita nada de él, ¡pero no consigue quitárselo de encima!
Y así, entre tiras y aflojas, se pasan la vida. Es de suponer que es la clásica historia en la que terminarán juntos pero... ¿y si no?
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Primer encuentro
Título: YO NO SOY LA MUJER DEL PRESIDENTE
Autora: Coke del Castillo
Obra original. Reservados todos los derechos de autor. Prohibida la redifusión, modificación o apropiación indebida.
Capítulo 1
Marta se dirige corriendo con todas sus ganas hacia el edificio más alto de la avenida Grandes. Sabe que llega muy tarde y sabe que la odiosa líder del equipo va a aprovechar la ocasión, ya que normalmente ella no da problemas y es difícil reprenderla. Marta no sabe por qué desde el primer momento en que se encontraron la mujer sintió animadversión por ella, sin conocerse siquiera.
Marta no era guapa. Tampoco se arreglaba ni maquillaba, como hacia la mayoría de empleadas, porque ella solo iba allí a trabajar a cambio de un sueldo y nada más. Ni siquiera estaba de cara al público pues su especialidad era el control de archivos. Era la encargada de que cada cosa estuviera en su lugar y cualquier expediente fuera localizable de forma rápida. En una empresa del tamaño de La Gorgona, el número de documentación que se manejaba era de cientos de papeles al día y muchos miles al año. Nunca se sabía cuando era requerido algún contrato o la información guardada de un cliente.
Para ella, un ratón de biblioteca, tímida y discreta, que odiaba llamar la atención o ser demasiado visible, era el empleo perfecto. Salvo por esa piedra en el zapato que era su superior. Siempre andaba espiándola y buscado el error más mínimo para atacarla.
Tropezó con el escalón de la entrada e iba directa al suelo cuando unos brazos enormes y fuertes la sujetaron casi por el aire. Un hombre la tenía apretada contra su cuerpo mientras ella había cerrado los ojos, temerosa y esperando el golpe.
Cuando abrió los ojos, desde arriba la contemplaba una mirada curiosa y sexy. Los ojos más bonitos que había visto en su vida, la miraban, mientras el hombre que la tenía en sus brazos aún, le sonreía. Intentó ir hacia atrás, pero no pudo porque él la abrazaba y parecía cómodo teniéndola así.
—Casi te caes. Ten más cuidado. ¿Cómo te llamas, linda?
—Ma... Marta —tartamudeó.
—Marta. ¿A donde vas?. —pronunció su nombre con su perfecta boca y ella se estremeció por dentro.
—Al trabajo. A mi puesto.
Ella contestaba a todo sin cuestionarlo y como si tuviera todo el tiempo del mundo para estar allí de charla. Cuando se dio cuenta de esto, hizo un poco de fuerzas para separarse y le dijo:
—Tengo que irme, señor. Perdone.
Y sin dar opción a la respuesta, salió corriendo hacia el ascensor. No podía permitirse llegar más tarde o peor aún, que alguien la viera parada en el vestíbulo de cháchara con un hombre. La supervisora le gritaría como una posesa y la acusaría de estar coqueteando en vez de cumplir con sus obligaciones. No quería darle armas para el despido aún, porque necesitaba el trabajo.
De todos modos, giró la cabeza hacia atrás para ver por última vez a aquel adonis. Rara vez veía a alguien así y esos ojos eran muy especiales. Él también la estaba mirando y ella con susto se metió de una en el ascensor, tocando el botón de la planta más baja. Esperaba que el hombre no la siguiera.
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El hombre del vestíbulo se la quedó mirando hasta que desapareció en el hueco del ascensor. Sonreía de oreja a oreja, mientras pensaba que había encontrado un hermoso conejito allí mismo, al alcance de su mano. Miró a Leonardo que lo seguía siempre, dos pasos por detrás, y le hizo señas.
—Quiero saber quien es y en que departamento trabaja.
—Sí, jefe. ¿Quieres el expediente completo? —se burló un poco el otro.
—Y más. Llama al detective y que la siga.
Ahora sí, su amigo y asistente, lo miró con sorpresa.
–¿Para tanto es?.
—¡Uf!. No lo sabes bien. La toqué por todos lados y tiene más curvas que el circuito de Le Mans. Es tan inocentona que ni cuenta se dio del manoseo que le metí —se rió. —Es muy dulce y huele rico. Ahora mismo me apetece comerme algo así. Estoy cansado de las víboras de silicona de siempre.
—Ahora entiendo. Sí, se ve dulce, pero no es muy guapa.
—No es llamativa, pero tiene algo esa mujer. En fin, tú dame lo que te pedí y ya veremos hasta donde llego con ella.
—Hecho.
El hombre que hablaba era Joel Del Castillo, presidente de la corporación La Gorgona. Un playboy exitoso, guapo, millonario y un sinvergüenza con las mujeres. Según él, la culpa no era suya porque era asediado constantemente por un sin fin de féminas que lo querían de amante, de marido o de lo que surja. Era imposible que él se resistiera siempre.
Cuando se iba con una mujer, siempre avisaba de que era solo sexo y nada más y la mayoría entendía, pero siempre había alguna que no lo creía y seguía insistiendo después de tener una noche con él.
A Joel no le interesaba el amor. Ni las relaciones y si por él fuera, ni siquiera se casaría, pero su familia no lo permitiría, así es que ya tenían una novia seleccionada para él, aunque de momento no se habían visto. A Joel le daba igual una que otra, y si debía casarse, que fuera del gusto de su madre, pues iba a pasar más tiempo con la suegra que con él. No pensaba cambiar de vida en absoluto solamente por una esposa de papel.
Ese fin de semana su madre le había convocado en la casa familiar para presentar a la familia y a la novia. Le dijo que fuera guapo y él se echó a reír diciéndole a su madre que si él tenía otra forma de ir. La mamá también rió.
—Hijo ya sé que eres guapísimo, pero te veo tan poco que se me olvida hasta tu cara.
—Mamá, el trabajo no me deja tiempo apenas y cuando salgo estoy tan cansado que solo quiero relajarme un poco y dormir. —Cuando hablaba con su mamá su tono se volvía aniñado de inmediato. Era un poder que solo tenía ella.
—Ya sé con lo de relajarte a lo que te refieres. Pero Joel cuando estés casado no debes...
—Mamá yo no quiero casarme, la que quiere eres tú y yo acepto obedientemente. Pero mi vida no va a cambiar en nada y eso te lo avisé desde siempre. Se lo puedes decir a tu novia elegida si quieres porque yo no voy a mentirle a nadie. —En este tema no iba a dar el brazo a torcer. Su cara se volvió de piedra, aunque su madre no podía verle. —Si aun así acepta esa vida, es su problema no el mío
—Joel, no seas tan duro. Esto es por tu bien.
—No, mamá, no te voy a explicar esto más. Es por tu paz y la de la familia, que sigue anclada en el siglo pasado, no por mí. —Suspiró cansado del tema. —Obligarme a esto, no es por mi bien en absoluto
—Joel...
—Así son las cosas, mami. No voy a mentirle a nadie
—Bueno. Primero cásate. El amor vendrá después
—Lo dudo... No discutamos más que tengo que seguir trabajando. Te veo el sábado. Te quiero, besos
—Besos, mi amor —se despidió la señora.
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Joel se acomodó en el asiento trasero de su limusina. Iba camino a una reunión importante y preferiría estar centrado en eso en vez de la cena de su madre. Había aceptado el compromiso con aquella mujer. A él no lo beneficiaba apenas y era más una cuestión de su familia que quería una alianza de prestigio con la familia de la futura novia, y que además vivían pensando en el que dirán. Según ellos, el hecho de seguir soltero a su edad daba mucho de que hablar y no era bueno para su reputación.
A él le daba exactamente igual casarse que no, puesto que sabía bien que el amor no era un tema importante en su perfecta vida. Ni lo contemplaba siquiera. Le gustaba vivir bien y ser libre. Sin dar explicaciones a nadie, sin necesitar a nadie y mucho menos, morir de amor por alguien. Eso sería el acabóse. Ya le pasó una vez y fue suficiente sufrimiento para cien vidas.
Así que si su madre tenía el capricho de vivir la gran boda de su hijo mayor, por él estaba bien. Pero de ahí a mentir fingiendo un matrimonio real y bien avenido... Eso no iba a pasar nunca. Dijera lo que dijera su familia. Lo había dejado claro y se lo diría también a la familia de la novia y a ella, antes de anunciar ningún compromiso. Lo menos que quería era verse después en un lío, escuchando los reclamos de una esposa tóxica y loca y sus allegados. Que quedara todo claro para cursarse en salud.
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Marta, salía después de cumplir con su jornada laboral. Tal como predijo, el trabajo estuvo desafiante, después de estar todo el día soportando el malhumor de la supervisora y sus constantes pullas. A pesar de su timidez, no era alguien que se dejara amedrentar sin límite. Y aunque de momento se había mantenido callada frente a las injustificadas afrentas de aquella señora, estaba a punto de explotar.
Había estado enviando currículums a otras empresas y en unos días tendría una entrevista. Si todo salía bien, se marcharía de aquí y dejaría atrás a esa malcriada. El trabajo le gustaba mucho y La Gorgona era una empresa con un stock de archivos enorme y además contaba con muchos medios tecnológicos de control. Era una gozada trabajar ahí. Pero ya no soportaba más. Suspiró cansada y se fue a esperar el autobús de regreso a casa. Mañana sería otro día y también saldría el sol.