MARÍA. La Magia Perdida.

MARÍA. La Magia Perdida.

PROLOGO

27 de Noviembre 1936.

Nuevo León, México

Las campanas de la capilla de uno de los pueblos más cercanos sonaron, dando a entender que era la hora en que todos deberían de no salir.

Eran ya las 12 con 2 minutos cuando la mayoría de las personas cerraban con candado sus casas para que nadie entrará en ellas. Su miedo no era el hecho de que algún ladrón entrará a sus hogares sino, que el miedo que aterrorizaba a grandes y chicos era aquella aterradora neblina acompañada de los pajarracos del diablo; o así las señoras mayores los llamaban.

Aquellas aves eran demasiado conocidas por el hecho de que eran uno de tantos sacrificios de las brujas de la montaña, mejores conocidas como las hijas del diablo. Por décadas ellas habían tomado poder de estos pueblos y no por su maldad sino; que la mayoría de ellas y ellos eran nombrados curanderos y ayudaban a la gente por solo un plato de comida y vestimenta, nunca fueron personas materialistas pues sabían muy bien que cuando su momento llegará todo lo que habían conseguido se desgastaria con el tiempo al igual que su piel.

El sonido de una carreta pasando a una velocidad lenta hacia que la noche se volviera más escalofriante de lo que ya era. Un hombre de tercera edad manejaba aquella carreta, las pisadas de los corceles negros eran las que acompañaban el sonido de las ruedas de madera ya desgastadas, aquel hombre usaba un sombrero de pico bajo logrando que gran parte del rostro de aquel hombre se ocultara en la oscuridad que provocaba aquel atuendo.

Una mujer en la parte trasera acompañada por un hombre delgado y alto, sus manos estaban atadas con una cuerda gruesa, sus muñecas estaban sangrando de todo el tiempo que ella trató de safar el agarre que aquel hombre le había hecho. El rostro de la mujer era cubierto por la rizada cabellera negra de aquella dama, su piel resaltaba entre todas las demás mujer pues era demasiado blanca que incluso las venas de su pecho y cuello resaltaban; su rostro era muy atractivo para los hombres aquellos ojos verde y labios gruesos rojizos podían enamorar a cualquiera, excepto a aquel hombre que la tenía atada.

— ¿Dónde esta ella? -pregunto aquel caballero, quién usaba un saco de piel negra que llegaba hasta sus tobillos, el olor a puro era el perfume que usaba aquel hombre y sus zapatos de pico daban a entender que lo que quería no era una amistad, sino una matanza.

La mujer levanto la cabeza y solo le escupió en su rostro, le divertía el hecho de volver locos a los hombres y más si se trataba de aquel hombre.

— Sabes muy bien que no te lo diré -menciono la mujer con una amplia sonrisa en su rostro. Un escalofrío corrió por su espalda al ver como aquel hombre sacaba una afilada daga y se la apuntaba en el cuello.

Aquel hombre se había avalanciado a donde estaba aquella dama logrando que por un momento el carruaje perdiera el equilibrio.

— No estoy de humor, Sarah -menciono el nombre de aquella mujer quien en su rostro al escuchar aquel nombramiento el pánico se mostraba en sus ojos. No había cosa más horrenda para las brujas que descubrieran su verdadera identidad y no solo para ellas, incluso para los mismos demonios pues ese era su punto débil. La daga que el hombre tenía en sus manos poco a poco se fue enterrando en la piel de la mujer dejando como marca aquel camino de su sangre carmesí.

— En la siguiente cuadra vuelta a la izquierda, segunda casa con arbustos -menciono con rapidez la mujer, el hombre presionó con más fuerza aquella daga y un gemido de dolor salió de la boca de Sarah.

— No estoy jugando, ¿Donde es? -dijo, la ira en los ojos de aquel hombre avisaba a gritos que sería capaz de cualquier cosa si alguien lo engañaba y sabía muy bien que aquella mujer era una experta en el engaño.

— ¡Es ahí, Aarón! Es solo un engaño para el ojo humano esa fachada -declaro casi a llantos la mujer. Aaron dejo de presionar el cuello de Sarah y asomó su cabeza por la puerta de la carraza.

— ¡José! -llamo al hombre que tenía las riendas de los coreseles, aquel anciano voltio su cabeza al escuchar su nombre y detuvo por un momento el carruaje.

— Dígame, patrón -dijo con aquel asentó indio que era tan común en los empleados.

— Quiero que des vuelta en la siguiente calle y llévame a la casa de Arramberri -ordeno aquel hombre. El rostro de su empleado se llenó de miedo al recordar lo que paso en aquel lugar, no había cosa más horrenda que el ir a una casa en donde había ocurrido una matanza atroz y mucho menos en una noche tan solitaria como lo era está.

— Pero patrón -tartamudeo aquel sujeto— Sabe lo que dicen de esa casa, ¡esta embrujada! dicen que aún se escuchan los gritos de lamento de esas personas que murieron y quien quiera ir ahí va a -fue interrumpido por el grito que le dio aquel hombre.

— Me da igual, José. Llévame a esa casa ¡ahora! -declaro con enojo el hombre. El campesino con un ligero temblor en sus manos tomo una vez más las riendas de los caballos y llevo a su jefe a aquella casa en donde "habitaba el diablo"

El hombre metió su cabeza y pudo ver cómo la mujer que tenía atada aún seguía forcejeando su aquel amarre de sus muñecas pero le era imposible el deshacerse de eso pues aquel amarre era hecho por un experto en exorcismo, lo que significaba el las cuerdas estaban bendecidas.

El carruaje se detuvo en aquella casa de piedra, la cual tenía cubiertas sus ventanas y puertas con trozos de madera y unos arbustos crecían dentro de ella en forma vertical. Aquel hombre dio un paso fuera del carruaje y tomo por uno de los brazos de aquella mujer para que estaba bajará al igual que él.

El terror invadía el lugar, pues aún quedaban rastros de aquel incendio en donde habían muerto toda la familia que habitaba aquel hogar.

— Más te vale que no sea un engaño, Sarah -dijo con enfado, la mujer solo pudo levantar su vista al rostro de aquel hombre y el pánico que antes se mostraba en su rostro se fue desapareciendo poco a poco.

— Solo una bruja puede entrar, si tú pasas yo debo de morir -declaro la mujer. Aaron levantó una de sus cejas y antes de que pudiera decir alguna otra cosa la mujer se soltó del agarre de la mano de aquel hombre y comenzó a correr a la puerta en donde un fuego la invadió e hizo que comenzará a ser quemada. Un grito de dolor salió desde la garganta de aquella mujer dejando al final un eco de su voz junto son sus cenizas en el suelo.

Aaron aún sostenía en sus manos aquella daga bendecida con agua bendita pero no tenía a su empleado, pues este había salido corriendo de miedo en cuanto aquella mujer comenzó a ser quemada viva, los caballos rechinaban de miedo pero no podían moverse por el mismo terror.

La puerta de madera que antes estaba sellada con un pedazo de madera grueso poco a poco se fue abriendo, dejando a la vista una ligera abertura de donde salía una luz cálida, tal vez era el fuego de una chimenea o tal vez una lámpara de petróleo la que desprendía aquel brilló. El hombre a paso firme comenzó a acercarse a aquel lugar en guardia, aún sostenía con fuerza aquella daga y en su cinturón colgaba una pistola con balas de plata. Abrió con cuidado aquella puerta y pudo ver de donde provenía aquella luz, en medio de aquel lugar un fuego que flotaba a mediación de la habitación iluminando todo el lugar.

En una esquina se podía ver cómo un soporte sostenía una de tantas matraz con una sustancia algo dorada, mientras que en otras había sustancias moradas, rosas y una que otra cambiaba de color cuando el calor del fuego las tocaba.

En otra esquina unas aves en llamas volaban felices y jugaban entre ellas, pero cuando se enojaban en seguida peleaban hasta que una de ellas muriera y se convirtiera en cenizas de las cuales volvía a nacer.

En un rincón más profundo pudo notar como un libro con un gruesor de 2 pulgadas flotaba en lo que parecía un escritorio hecho con adornos de oro. Estaba decidido a saber de qué se trataba aquel libro pues algo en este lo llamaba por su nombre.

— No tenía planeado tener visitas hoy -dijo una voz femenina. La concentración de aquel hombre se perdió y comenzó a mover su vista en busca de donde provenía aquella voz tan llamativa.— Y más si se trataba de un hombre como tú -aparecio al final aquella mujer delante de él— Aarón -lo llamó.

Aquella mujer usaba un atuendo que dejaba poco a la imaginación, pues con solo una ligera bata que cubría hasta 5 dedos de su rodilla y mostraba gran parte de sus glúteos sostenía dos copas de vino en sus manos.

Le extendió una de ellas a Quel hombre quien la tomo con algo de curiosidad.

¿quién era ella?

era lo que se comenzaba a preguntar Aarón.

— No eh venido a beber -dijo mientras ponía aquella copa de vino en el primer estante que encontraba. Una sonrisa traviesa en el rostro de aquella mujer se dibujó dando a entender lo divertido que era este momento para ella.

— Muchos dicen eso y al final terminan embriagados -declaro la mujer— Pero si no lo quieres, más para mí -dijo aquella dama y comenzó a caminar por el lugar. Movía sus caderas cada vez más provocativamente para poder llamar la atención de aquel hombre, pero a Aarón el importaba poco que ella quisiera acostarse con él. Él solo venía por algo que le importaba más que a nada, su familia.

— Eres tu la curandera de la que todos hablan -solto el hombre y una carcajada de parte de la mujer salió.

— ¿Ahora nos llaman así? -dijo— Bueno... es menos horrendo de a como nos llamaban antes -declaro y tomo de un trago una de las copas de vino que tenía en sus manos.

— Quisiera pedirte algo -dijo el hombre logrando captar más la atención de aquella mujer— Te juro que te pagaré bien -contesto con rapidez. La dama solo se limitó en observarlo de cabeza a pies tratando de encontrar algo de engaño en la voz de aquel hombre pero eso era imposible, había dicho algo que pocos hacían y eso era muy honrado entre los hechiceros.

La mujer camino hacia el estante en donde tenía algunas sustancias y tomo una color esmeralda, la cual brillaba como la misma joya, de un platillo en donde había unas plumas hecho aquel líquido en ellas logrando que un humo color negro saliera de esa sustancia.

Tomo la Pluma que ahora era de un tono Jade y la medio en un envase de cristal y lo tapo con uno de los corchos que tenía para que en ningún momento pudiera salirse.

— La pluma del Fénix con lágrimas de Venus, es única por el hecho de enamorar a alguien -dijo la mujer con algo de cansancio, pero al parecer eso no era lo que buscaba aquel hombre.

Aaron negó con su cabeza y le extendió a aquella mujer una hoja con garabatos.

— ¡No quiero esa basura! ¡Quiero algo que nos quite una maldición! -declaro el hombre casi a gritos. La frente de aquella mujer se arrugó un poco, ligeras líneas de expresión se mostraron en ese lugar y solo pudo dejar en una de las mesas aquel frasco y tomar las hojas que el hombre le había dado.

— ¿Una maldición? Es que no les enseñaron que jugar con fuego termina quemandolos -se burló la mujer pero aquella broma solo provocó que una tensión apareciera.

— Cuando tenía 8 años mi abuela hizo un pacto con un demonio que terminó engañandola y ahora tenemos toda la familia la maldición de los 30 años -dijo. La mujer comenzaba a leer aquella hoja que el hombre le había dado y pudo darse cuenta en segundos que esa maldición solo podía ser rota por otra.

— Ya conozco eso -dijo devolviendo las hojas a su dueño— Pero es algo imposible el quitarlo sin dejar huella -declaro.

— ¡No importa! Solo... -hizo una pausa— Solo quiero que mi familia viva -declaro Aarón. Por primera vez en la vida de la mujer pudo escuchar como unas simples palabras pudieron sonar tan sinceras, la mayoría de las personas que la buscaban era por que quieran enamorar a alguien o hacer que a alguien le vaya mal, pero nunca por el bienestar de los demás.

— Solo hay una forma de quitar esa maldición -comenzo a decir— Para quitar una maldición como la tuya debe de ser reemplazada por otra mayor -dijo y el rostro de aquel hombre se volvió pálido, él sabía que si no lo hacía sus hijos morirían muy jóvenes y el también pero si lo hacía ellos vivirían con algo que ocultar. Sin embargo él entendía muy bien que ante una acción siempre venía otra, era todo como un Bumeran en donde lo que sea que hiciese se le regresaría.

— Hazlo, todo sea por el bien de ellos -declaro y la mujer con cuidado tomo un libro entre sus manos y comenzó a recitar un hechizo.

— Ad potestatem habeo, ut auferat vobis offerre plus poena et potestatem, nisi tibi, et de cognatione tua, digni sunt magia, Damnum magica stellarum -termino de decir y una luz cegadora apareció en el lugar cubriéndolo todo.

Los ojos de aquel hombre se abrieron al par al sentir la húmeda y fría brisa de la noche, estaba fuera de esa casa con la mirada en la entrada de aquel hogar.

— La magia pérdida ahora está en tu familia, úsala cuando sea necesario y lo menos posible sino -hizo una pausa la voz de aquella mujer— Terminarás antes de los 30 muerto -termino de decir y aquel hombre pudo comenzar a sentir como un pinchazo en su pecho se hacía presente, seguido de un agudo ruido en sus oídos. Al final de todo había logrado borrar la maldición que tenía pero terminó con una mucho mayor, una que solo pocos podían tener, una que salvaría a cualquiera.

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PROXIMAMENTE REGRESA EL FENOMENO LITERARIO DE MAGATOON.

05/02

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