La Falsa Trinidad.
El cielo, el lugar más hermoso del cosmos, estando más allá del mundo terrenal, un lugar al que pocos humanos podían entrar, inimaginable para cualquier mortal. El cielo estaba más allá de lo alcanzable por el hombre. El cielo estaba conformado por lo que parecían ser planetas unidos entre si, nueve en total, formando algo parecido a un espiral. El cielo se dividía en nueve reinos, siendo el más bajo el peor de todos, ya que estaban más lejos de Dios pero no por eso menos hermoso. Por lo general, los humanos no pasaban del primer o segundo reino, pero aún así estaban más que cómodos, disfrutando de la tranquilidad que el cielo podía ofrecer. Cada reino tenía cientos y cientos de kilómetros de territorio y un pequeño templo para su guardián, sin embargo desde todos los reinos se podía observar el trono de Dios, en el reino número nueve. Solo pocos individuos tenían permiso de ir y venir a su antojo a ese lugar.
Un hermoso día Dios decidió reunir a todos sus ángeles ya que estaba por dar una noticia muy importante que involucraba a toda la corte celestial. Al lugar llegaron ángeles, querubines y serafines, todos muy diferentes entre sí, pero mostrando una belleza inhumana. El sonido de las arpas y trompetas no se hicieron esperar, la melodía recorría los nueve reinos por igual. Todos ellos rodeaban el templo, incluso algunos estaban sorprendidos, ya que era la primera vez que visitaban dicho lugar.
— ¿No es maravilloso? —Preguntó un ángel de bella sonrisa, de pelo castaño y ojos negros; vestía una armadura que brillaba como la luz del día, lo que significaba que era miembro de la corte celestial, los guerreros del cielo. —Según tengo entendido es la primera vez que estás aquí, Yekun.
— A decir verdad, Azazel… lo es. —La voz de aquel misterioso hombre era muy tranquila. Azazel no lo observaba, solo se limitaba a observar el hermoso lugar—. Jamás imaginé que viviría para ver este lugar. Es más hermoso de lo que Lucifer nos describió.
Azazel no tuvo tiempo de contestar. La música y todos los ángeles se arrodillaron, incluso los querubines y algunos serafines. Ante ellos llegaron ocho figuras, con una belleza y elegancia mucho mayor que la de cualquier presente. Azazel sabía perfectamente de quienes se trataban: Los ocho arcángeles, los protectores del cielo. Los ocho arcángeles eran la élite de la corte celestial, incluso los serafines los respetaban. Su tarea era velar por la protección del cielo, cada uno de ellos vigilaba un reino, donde permanecían la mayor parte del tiempo. El más joven de todos era el arcángel Rafael, el protector de los viajeros y de la salud; protector del tercer reino: Venus. Era un hombre joven, de no más de 26 años, aunque Azazel sabía perfectamente que tenía mucho más que eso, llevaba el cabello largo de color castaño oscuro, sus alas de color blanco emplumadas y bastante grandes a comparación de los demás ángeles; llevaba un arco en la espalda, el cual brillaba casi tanto como su armadura que era cubierta por una larga túnica blanca. Saludó a todos con una sonrisa, sobre todo a Azazel, quien al igual que él, era discípulo de Lucifer. Fue el primero en entrar al templo de Dios. Lo siguió una hermosa mujer, con facciones delicadas, su nombre era Sariel, la encargada de los espíritus que pecan y la guardiana del segundo reino: Mercurio. Su cabello caía sobre su espalda, como rayos del sol; también llevaba una armadura, aunque menos voluminosa que la de sus compañeros; alrededor de su brazo llevaba un látigo, que parecía subir como una serpiente. Tras ella iba un arcángel con rasgos mucho más violentos que la chica, parecía enojado. Raguel era el encargado de la armonía y la justicia, como también el guardián del primer reino: Luna. Fue el tercero en entrar al templo de Dios, moviendo elegantemente su cabellera oscura y larga; portaba en cada una de sus piernas una daga, justo por debajo de sus rodillas. Remiel, el encargado de los resucitados y el guardián del cuarto reino: Sol. Su cabello era rubio, pero muy corto. Su sonrisa era sumamente bella y los ángeles de rango menor no podían evitar desviar su mirada a ella; llevaba en su mano una lanza con un relámpago grabada en todo lo largo del mango, el cual fácilmente era de su propio tamaño. A su lado se encontraba el arcángel Uriel, el encargado de las tierras y los templos de Dios, como también el guardián del quinto reino: Marte. Uriel no mostró ni una sola sonrisa al entrar al templo; llevaba el cabello totalmente oscuro, lacio y un poco largo; tenía en sus manos un poderoso mangual. Gabriel fue el próximo en entrar, se trataba del mensajero celestial y guardián del sexto reino: Júpiter. Tenía el cabello castaño claro, largo y en su poder tenía un sable. Los dos últimos se tardaron un poco más en entrar, estaban más interesados en saludar a los demás. Miguel, el jefe del ejército celestial y guardián del séptimo reino: Saturno. Su cabello a diferencia de los demás era ondulado y largo, de color castaño; con un gran escudo en su mano izquierda. Miguel fácilmente podría ser el guerrero más poderoso al servicio de Dios de no ser por la existencia del octavo arcángel, quien contaba con la misma fuerza que él, él más sabio y hermoso de la creación, el guardián del octavo reino: Urano. Él único arcángel que podía entrar libremente a todos los reinos del cielo: Lucifer. Era un ser hermoso, de cabello largo y negro como el carbón, con una armadura muy ligera y una espada a la cual le salían leves llamaradas. Ellos conformaban los ocho arcángeles, los protectores del cielo.
Antes de que ellos dos entrarán al templo, Miguel sujetó el hombro de Lucifer, mirándolo con cierto desprecio al mirar la marca que Lucifer llevaba en su brazo izquierdo: una serpiente rodeando una manzana. Si ponía la suficiente atención, podía observar como la serpiente se movía alrededor de la manzana.
—No me mires de esa manera, hermano. —Dijo tapando la marca con un pedazo de la túnica que cubría su armadura—. Yo…
—Ojala fueras como yo. —Dijo interrumpiendo violentamente a Lucifer—. Padre debería estar muy molesto contigo. Nunca podrás ser como él. Eres una vergüenza.
Lucifer no pudo hacer nada más que esconder su mirada en el suelo. Avergonzado. Miguel siempre se comparaba con él, lo que lo irritaba constantemente. Lucifer cerró las puertas al entrar. El silencio se hizo presente al instante. Lucifer camino lentamente hasta el trono de Dios, haciéndose notar sus pisadas, que eran como si el acero tocara un cristal. Al llegar, los otros arcángeles estaban de rodillas ante el trono,
—Suban, hijos míos. —La voz parecía sonar por todo el templo. Los ocho se levantaron y subieron una gran cantidad de escalones, hasta llegar a un gran trono donde se podía observar a una figura sumamente grande, Lucifer trato de verlo, pero solo pudo observar la silueta.
—Que nos citara a todos es un honor, pero también algo inusual, señor, ¿Ocurre algo? —Miguel fue quien tomó la palabra primero.
—Mis arcángeles, ustedes son lo más bello de la creación, están dotados de poder, sabiduría y belleza, por eso no puedo confiar en nadie más para esta misión—. La voz era tan fuerte que se podía escuchar por todo el templo, era algo increíble y sumamente hermoso para los que podían escuchar su voz en persona.
— ¿A qué se refiere? —Contestó Gabriel.
—Quiero que se dediquen a proteger y velar por los humanos. Ellos están mejorando día con día y necesitaran la ayuda de mis mejores guerreros para que puedan entrar aquí y no cometan los mismos errores que Adán y Eva.
Todos estaban de acuerdo con la decisión de Dios. Todos excepto uno. Antes de decir algo, apretó los dientes al ver que ninguno haría lo mismo.
—Señor… —Dijo Lucifer poniéndose de pie—. ¡Los humanos no son dignos de su perdón! —Miguel estaba que ardía de rabia por las palabras de Lucifer—. Aunque parecidos a nosotros, no están dotados de sabiduría ni de poder, y el poco que tienen lo usaran para guerras y matanzas innecesarias. —Lucifer sabía que estaba haciendo algo imperdonable, pero no estaba de acuerdo con la decisión de Dios. Al no recibir una respuesta, lo tomó como una invitación abierta para proseguir—. Quizás si les diera un poco más de poder, valdría la pena, pero no sería necesario, al tener más poder y más sabiduría prosperarían y no tendríamos que distraernos de proteger el cielo. Incluso podríamos crear nuevos humanos, dignos de la tranquilidad eterna del cielo.
Lucifer estaba aterrado, el silencio lo mataba, además los otros lo veían extraño, algunos con ira, mientras otros lo veían confundidos, como si quisieran opinar igual que él.
— ¿Acaso pretendes cuestionar la palabra de Dios, Lucifer? —Contestó Miguel, dispuesto a todo por el atrevimiento de Lucifer.
— ¡No, yo solo digo que tal vez…! —Lucifer estaba tan furioso que ni siquiera notó que estaba gritando, ni siquiera que estaba volando hasta Dios, no hasta que Gabriel lo sujetó de su pierna para detenerlo.
—Lucifer, tus palabras son una ofensa para todos. Yo Gabriel, como todos aquí, vivimos para llevar la voluntad de Dios, no para cuestionarla.
Lucifer voló con más fuerza, esto con la intención de liberarse del agarre de Gabriel. Lucifer tomó su espada, la cual se incendió en llamas mientras que Gabriel blandía su sable.
—Es suficiente. —Dijo la voz, esta vez con mayor autoridad. Ambos se miraron y bajaron las armas—. No tengo nada más que decir, pueden retirarse… menos tú, Lucifer. Quiero hablar contigo, a solas.
Todos los demás dejaron el templo, Miguel observo por última vez a Lucifer, una mirada que Lucifer interpretó como un reto. Lucifer bajó, arrodillándose ante el trono, observándolo con detenimiento. «Yo lo haría mucho mejor. Yo sería digno de estar en su lugar» Pensó por una fracción de segundo, antes de comprender lo que había pensado.
—Tú eres perfecto, siempre he estado orgulloso de ti, aun así, insistes en cuestionar mis acciones y decisiones.
Sus palabras sacaron de sus delirios a Lucifer, quien no tenía las palabras para contestar. «Tú eres digno. El trono y todo el poder de Dios debería ser tuyo.» Sus pensamientos de nuevo le doblegaban su juicio.
—No trato de cuestionarlo, mi señor. Esas criaturas que usted llama su más grande creación, los que están hechos a su imagen y semejanza son patéticos. Tarde o temprano acabaran con su propia existencia. Me niego a ayudarlos, usted pretende que ayude a los humanos después de que ellos fueron la causa de la caída de Samael. Quiere que ignoremos nuestras tareas por ellos. Usted nos ha abandonado por pasar más tiempo con ellos, como si merecieran más que nosotros. Mi consejo seria acabar con esa asquerosa humanidad y creemos humanos, dignas de nosotros—. Lucifer esperaba un castigo, no sabía cómo se había a atrevido a hablar de esa manera, pero quería defender sus ideales. Dios tardó varios minutos en contestar, hasta que finalmente lo hizo.
—Y dime, Lucifer, ¿Cómo quieres que sean esos nuevos humanos?
—Yo podría encargarme de eso, usted no tendría que hacer absolutamente nada. Solo necesito… —Las palabras de Lucifer son calladas bruscamente por aquella voz tan imponente.
— Lo que quieres es imposible. Yo soy el único que puede crear vida, yo y solo yo. Ni siquiera tú, quien estaba por debajo de mí, el que era el siguiente gobernante del cielo.
Lucifer no sabía que contestar, pero solo una palabra resonaba una y otra vez en su cabeza: era. «Lo vez, el cree que es mejor que tú. El piensa que no eres digno del trono. Te pertenece por derecho.»
— ¿Cómo que era? —La voz de Lucifer había cambiado. No hablaba más con respeto, sino más bien con cierto desprecio.
—Dentro de poco, mi hijo nacerá entre esos humanos que tanto desprecias. Por más que quiera darte todo, ahora estas en el tercer lugar de mi reino.
«Cumpliste lo que te pidió siempre, incluso fuiste en contra de la única persona que creyó en ti por él, ¿y es así como te paga?
—Entiendo, mi señor. Lamento haberme comportado de esa manera.
Las palabras de Lucifer eran frías, su desprecio era evidente. Lucifer no se despidió de Dios, ni siquiera volteó a verlo, aunque se detuvo por unos segundos para escuchar las últimas palabras.
—Lucifer, esto me duele más a mí que a ti. No quiero que te conviertas en él, no quiero que seas el nuevo veneno de Dios.
Lucifer solo siguió avanzando, dejando las puertas abiertas del templo de Dios. Sus compañeros arcángeles lo esperaban, pero él no dijo nada, solo siguió avanzando. Notó como Sariel quería seguirlo, pero Gabriel se lo impidió, agradeció eso. Quería estar solo. Se dirigía a las puertas del cielo, donde se encontraba Nathaniel, quien sin preguntar lo dejó pasar, después de todo, se trataba del arcángel más poderoso. Al llegar a la tierra observa una montaña, cercas de un pueblo. Su cara inexpresiva comienza a transmitir odio e ira, mientras las lágrimas caían de sus ojos. Se sentía humillado, como si su opinión no valiera nada. Lo había dado todo por Dios y él apenas y lo notaba… o por lo menos eso era lo que él veía. Tomó su espada y de un golpe cortó a la mitad la montaña, asustando a varios humanos. Una y otra vez, salía de su boca la misma palabra: ¡Maldición, maldición!
—Yo soy la persona más perfecta del cielo, yo nací para ser el gobernante del cielo. Nací… para ser un rey. Tengo libre albedrío. Tengo poder. Fui entrenado por el mismísimo Samael. Si crees que eres el único que puede crear vida, te demostraré que te equivocas. Hare tú trabajo mil veces mejor. ¡Yo soy el futuro, yo llevare los nueve reinos y al mundo mortal a la gloria! ¡Ya lo veras!
Lucifer gritaba tan fuerte, que incluso parecía que todo el mundo lo podía escuchar. Lucifer había sido consumido por el hambre de poder, por la soberbia, por la ira, la envidia. El solo quería una cosa: mostrarle a Dios que se equivocaba. Que él era mejor que él.
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Comments
Zulay Gonzalez
Claro estaré dando like en cada capítulo, lo que he leído hasta ahora, he podido comprender un poco gracias
2022-03-18
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Eduardo Sagarnaga
Espero que te guste, me apoyaría mucho un like tuyo :3 ando trabajando para mejorarla aunque me está llevando más tiempo de lo que creí xd
2022-03-16
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Zulay Gonzalez
Saludos voy a comenzar a leer siempre he tenido mucha curiosidad de lo creado se que es algo muy elevado pero YAHWEH se lo revela a los que le buscan o escudriñan todo
2022-03-15
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