ARCÁNGELES.

^^^16 de Noviembre del 2003.

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Después de muchos años, Sariel por fin había dado con Eneko en un pequeño pueblo de Phoenix. Sabía que si no la veía, ella vendría a él y pondría en riesgo a sus hijos, a Blas y a él mismo, por lo que con ayuda de Blas acordaron entregarle lo que quería, sin embargo eso no cambiaría los hechos, ellos se habían tardado años en dárselo por lo que su muerte estaba asegurada. Blas y Eneko sabían que tenían que hacerlo rápido, de lo contrario Sariel terminaría perdiendo la paciencia. Con una simple mirada supieron perfectamente lo que tenían que hacer para verla y sobrevivir.

Eneko no dudo en ir con Sariel. Estaba seguro que viviría, quedaron en verse en un lugar publico, un pequeño lugar donde no servían más que café y té. Al llegar, Sariel lo esperaba ansiosa, sentada en una pequeña mesa cruzada de piernas, tomando una taza de té. Su hermoso rostro robaba las miradas de todos ahí, pero ella solo los veía con repulsión. Llevaba un vestido ajustado de color rojo con unos tacones negros; su cabello estaba suelto, mientras que usaba su látigo como cinturón.

—Hasta que por fin das la cara. —Dijo ofreciéndole un asiento a Eneko, que con tranquilidad agradeció su amabilidad, la cual probablemente era falsa—. No veo por ningún lado al perro, ¿Está muerto?

—Ojala así hubiera sido, fue muy difícil encontrarlo. —Sariel no entendía a lo que se refería, aún así no dijo ni una sola palabra—. Blas traicionó a Lucifer y se marchó con el poder que nos entregaron. No sabía cómo contactarte, mucho menos dónde buscarte para informarte.

—Así que era eso… —Contestó con una sonrisa tomando un sorbo de té—. Con razón estaba tan nervioso y tú no estabas en esa cabaña.

Eneko tenía conocimiento de esa visita hace años a la cabaña, no lo recordaba pero le resultaba de mucha utilidad para su engaño.

—El traidor pagará con su vida. Ten por seguro que yo mismo lo mataré.

—Yo sabía que tú no nos traicionarías, la bestia de la luna llena pagará muy caro su traición.

Sin desviar la mirada, Eneko le entregó por fin lo que quería: el poder que dio vida a las criaturas sobrenaturales.

—Te pido disculpas, pero al final aquí está.

—El privilegio de acabar con ese bastardo debería ser mío, sin embargo y gracias a tus acciones te lo cederé. —Sariel no quitaba la vista de Eneko, él sabía que si mostraba aunque sea un pequeño indicio de nerviosismo le costaría la vida. No podía hacer nada más que sostener la mirada ante aquella imponente mujer—. ¿Qué es lo que piensas?

—Lo siento, no puedo dejar de pensar en ti, ¿Por qué quieres eso? Cumplimos con lo que nos pidieron, eso ahora es inútil.

—Las personas con demasiada información suelen morir, Eneko. —El vampiro sintió un enorme alivio al ver cómo Sariel se ponía de pie, lista para irse—. Me tengo que ir, gracias al perro perdí demasiado tiempo. Nos veremos pronto. En cualquier momento Lucifer requerirá de tu ayuda, espera el llamado.

Eneko solo puede quedarse ahí sentado, observando como los delicados movimientos al caminar de Sariel cada vez están más lejos de él, al fin podía estar tranquilo, respirando profundo mientras trata de calmar sus manos, las cuales temblaban sin control. Al cabo de unos minutos dejo unos cuantos billetes debajo de su café y se levantó de su asiento, marchándose de ahí un poco más tranquilo, vagando por Flagstaff. Caminaba por la calle principal, parecía tener en claro a dónde iba, pues se movía como si hubiera recorrido anteriormente esas calles. Al dar vuelta en la esquina, escucha la música proveniente de un bar. «No estaría mal un trago.» Pensó mientras veía con una sonrisa el nombre del bar: El don divino. El nombre tan irónico le había robado una sonrisa. Decidió seguir su camino, escuchando de nuevo sus pisadas al dejar atrás la música. Esto hizo que se diera cuenta de lo tranquilo que era ese lugar, no pasaban de las 2:00pm y el lugar estaba en completo silencio. Al doblar esquina, un inmenso bosque de pinos era visible desde lo lejos. Siguió caminando hasta dejar atrás el pueblo, casi llegando al bosque se encontraba una escuela, a la cual no dudó en entrar. Ahí ya lo esperaba Blas, quién con una sonrisa le da un fuerte abrazo sin decir una sola palabra, pues había sobrevivido a su encuentro con Sariel. Sin más, ambos se adentran en la escuela, dirigiéndose al despacho del director quien los recibe amablemente. No sé trataba de otro más que del mismísimo Miguel, en compañía de Rafael y Gabriel. Ninguno de los tres llevaban su armadura puesta, y sus majestuosas alas no estaban. Los tres llevaban una camisa lisa de color blanca y corbata negra para Miguel, verde para Gabriel y rosa para Rafael, mientras que los tres compartían el color negro de su pantalón y zapatos.

—Es reconfortante saber que están aquí, de nuestro lado. —Habló Miguel, ofreciéndoles un asiento a sus invitados. Los dos se sentaron justo enfrente del escritorio de Miguel. Eneko dirigió su mirada a Rafael, quién estaba del lado izquierdo de Miguel, con una sonrisa cálida sin mirar a nadie en particular. Gabriel por otra parte tenía una mirada fulminante, observándolos a ambos en cada momento—. Parecen un poco confundidos.

—La última vez que hablamos con arcángeles significó una sentencia de muerte, no sin antes una muy dolorosa agonía. —Blas ignoraba a los demás, hablando solo con Miguel—. ¿Qué hacen aquí? Son seres divinos, no tienen nada que hacer con mortales como nosotros.

—Fue por orden de Dios. —Contestó Gabriel, con una voz fría—. Quiere que vigilemos a los de su especie. Parece muy interesado en ustedes.

—Cuando acordamos está reunión, mencionaste que tendrías que ver a Sariel. —Rafael hablaba con tranquilidad y una sonrisa en su rostro, totalmente diferente a Gabriel—. ¿Qué es lo que quería?

—Son asuntos solo nuestros, preferiría no decir nada al respecto.

—Comprendo Eneko.

—Estás consiente que ahora tus asuntos también son nuestros, ¿Verdad? —Alzo la voz Gabriel, quién no estaba contento con esa respuesta.

—Parece que hay un problema entonces. —Eneko se levantó de la silla, al igual que Blas—. Si no son capaces de confiar en nosotros, ¿Por qué tendríamos que hacerlo nosotros?

—Disculpen a mi hermano, él siempre es así. —Miguel invitó de nuevo a Eneko a sentarse, sin embargo ni él ni Blas lo hicieron—. ¿Qué me dicen de los jóvenes?

—Ellos no saben nada de lo que son, es mejor que se quede así por ahora. —Contestó Blas—. No quiero imaginar lo que pensaran de nosotros por ocultarles tal cosa.

—Comprendo hasta cierto punto, pero ellos son peligrosos. —Dijo Miguel tranquilo—. Uno de ellos podría fácilmente finalizar con alguno de nosotros… y son cuatro.

—Te aseguro que no son violentos… además hemos sobrevivido estando con ellos por muchos años, no creo que ahora decidan gobernar la tierra. Creo que hablo por mi y por Blas cuando les digo que nosotros nos ocuparemos de cualquier inconveniente con ellos, aunque como les digo, no será necesario.

—Están traicionando a Lucifer, ¿que nos asegura que no nos traicionaran a nosotros?

—Lo que nos dio, su “don” es una maldición que no quisimos. Por muchos años tuvimos que estar lidiando con las consecuencias. Hemos esperado mucho para regresarle el favor. —Blas toma asiento antes de continuar—. No importa si Lucifer nos asesina, lo que nos importa es la seguridad de nuestros hijos, espero que estando con ustedes, eso sea posible.

Miguel no contesta nada, Eneko sabe que lo que piden puede ser imposible, pero Blas se aseguró de hacérselo saber. No estaban ahí para ayudar al cielo, estaban ahí para que sus hijos estuvieran más seguros. Ninguno dijo una palabra por varios segundos, no hasta que Rafael se asoma por la ventana, observando directamente el bosque.

—No puedo creer que Sariel esté libre, ¿Cómo es eso posible? —Eneko no entendía a qué se refería, pero estaba seguro que esa pregunta no era para él.

—Lucifer aún tenía mucho poder. —Habló Miguel—. Seguramente con la ayuda de los demás logro abrir una pequeña grieta entre la tierra y el infierno.

—No entiendo a que se refieren, me lo contarán después. Por ahora será mejor que hagamos todo lo posible para terminar de construir está escuela. Una vez que esté hecho, podremos traer a los muchachos y esperar que más seres como ellos vengan a este lugar.

Dicho esto, Eneko se pone de pie, al igual que Blas y ambos se retiran, sin esperar una respuesta de los arcángeles.

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