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La Falsa Trinidad.

Prólogo.

El cielo, el lugar más hermoso del cosmos, estando más allá del mundo terrenal, un lugar al que pocos humanos podían entrar, inimaginable para cualquier mortal. El cielo estaba más allá de lo alcanzable por el hombre. El cielo estaba conformado por lo que parecían ser planetas unidos entre si, nueve en total, formando algo parecido a un espiral. El cielo se dividía en nueve reinos, siendo el más bajo el peor de todos, ya que estaban más lejos de Dios pero no por eso menos hermoso. Por lo general, los humanos no pasaban del primer o segundo reino, pero aún así estaban más que cómodos, disfrutando de la tranquilidad que el cielo podía ofrecer. Cada reino tenía cientos y cientos de kilómetros de territorio y un pequeño templo para su guardián, sin embargo desde todos los reinos se podía observar el trono de Dios, en el reino número nueve. Solo pocos individuos tenían permiso de ir y venir a su antojo a ese lugar.

Un hermoso día Dios decidió reunir a todos sus ángeles ya que estaba por dar una noticia muy importante que involucraba a toda la corte celestial. Al lugar llegaron ángeles, querubines y serafines, todos muy diferentes entre sí, pero mostrando una belleza inhumana. El sonido de las arpas y trompetas no se hicieron esperar, la melodía recorría los nueve reinos por igual. Todos ellos rodeaban el templo, incluso algunos estaban sorprendidos, ya que era la primera vez que visitaban dicho lugar.

— ¿No es maravilloso? —Preguntó un ángel de bella sonrisa, de pelo castaño y ojos negros; vestía una armadura que brillaba como la luz del día, lo que significaba que era miembro de la corte celestial, los guerreros del cielo. —Según tengo entendido es la primera vez que estás aquí, Yekun.

— A decir verdad, Azazel… lo es. —La voz de aquel misterioso hombre era muy tranquila. Azazel no lo observaba, solo se limitaba a observar el hermoso lugar—. Jamás imaginé que viviría para ver este lugar. Es más hermoso de lo que Lucifer nos describió.

Azazel no tuvo tiempo de contestar. La música y todos los ángeles se arrodillaron, incluso los querubines y algunos serafines. Ante ellos llegaron ocho figuras, con una belleza y elegancia mucho mayor que la de cualquier presente. Azazel sabía perfectamente de quienes se trataban: Los ocho arcángeles, los protectores del cielo. Los ocho arcángeles eran la élite de la corte celestial, incluso los serafines los respetaban. Su tarea era velar por la protección del cielo, cada uno de ellos vigilaba un reino, donde permanecían la mayor parte del tiempo. El más joven de todos era el arcángel Rafael, el protector de los viajeros y de la salud; protector del tercer reino: Venus. Era un hombre joven, de no más de 26 años, aunque Azazel sabía perfectamente que tenía mucho más que eso, llevaba el cabello largo de color castaño oscuro, sus alas de color blanco emplumadas y bastante grandes a comparación de los demás ángeles; llevaba un arco en la espalda, el cual brillaba casi tanto como su armadura que era cubierta por una larga túnica blanca. Saludó a todos con una sonrisa, sobre todo a Azazel, quien al igual que él, era discípulo de Lucifer. Fue el primero en entrar al templo de Dios. Lo siguió una hermosa mujer, con facciones delicadas, su nombre era Sariel, la encargada de los espíritus que pecan y la guardiana del segundo reino: Mercurio. Su cabello caía sobre su espalda, como rayos del sol; también llevaba una armadura, aunque menos voluminosa que la de sus compañeros; alrededor de su brazo llevaba un látigo, que parecía subir como una serpiente. Tras ella iba un arcángel con rasgos mucho más violentos que la chica, parecía enojado. Raguel era el encargado de la armonía y la justicia, como también el guardián del primer reino: Luna. Fue el tercero en entrar al templo de Dios, moviendo elegantemente su cabellera oscura y larga; portaba en cada una de sus piernas una daga, justo por debajo de sus rodillas. Remiel, el encargado de los resucitados y el guardián del cuarto reino: Sol. Su cabello era rubio, pero muy corto. Su sonrisa era sumamente bella y los ángeles de rango menor no podían evitar desviar su mirada a ella; llevaba en su mano una lanza con un relámpago grabada en todo lo largo del mango, el cual fácilmente era de su propio tamaño. A su lado se encontraba el arcángel Uriel, el encargado de las tierras y los templos de Dios, como también el guardián del quinto reino: Marte. Uriel no mostró ni una sola sonrisa al entrar al templo; llevaba el cabello totalmente oscuro, lacio y un poco largo; tenía en sus manos un poderoso mangual. Gabriel fue el próximo en entrar, se trataba del mensajero celestial y guardián del sexto reino: Júpiter. Tenía el cabello castaño claro, largo y en su poder tenía un sable. Los dos últimos se tardaron un poco más en entrar, estaban más interesados en saludar a los demás. Miguel, el jefe del ejército celestial y guardián del séptimo reino: Saturno. Su cabello a diferencia de los demás era ondulado y largo, de color castaño; con un gran escudo en su mano izquierda. Miguel fácilmente podría ser el guerrero más poderoso al servicio de Dios de no ser por la existencia del octavo arcángel, quien contaba con la misma fuerza que él, él más sabio y hermoso de la creación, el guardián del octavo reino: Urano. Él único arcángel que podía entrar libremente a todos los reinos del cielo: Lucifer. Era un ser hermoso, de cabello largo y negro como el carbón, con una armadura muy ligera y una espada a la cual le salían leves llamaradas. Ellos conformaban los ocho arcángeles, los protectores del cielo.

Antes de que ellos dos entrarán al templo, Miguel sujetó el hombro de Lucifer, mirándolo con cierto desprecio al mirar la marca que Lucifer llevaba en su brazo izquierdo: una serpiente rodeando una manzana. Si ponía la suficiente atención, podía observar como la serpiente se movía alrededor de la manzana.

—No me mires de esa manera, hermano. —Dijo tapando la marca con un pedazo de la túnica que cubría su armadura—. Yo…

—Ojala fueras como yo. —Dijo interrumpiendo violentamente a Lucifer—. Padre debería estar muy molesto contigo. Nunca podrás ser como él. Eres una vergüenza.

Lucifer no pudo hacer nada más que esconder su mirada en el suelo. Avergonzado. Miguel siempre se comparaba con él, lo que lo irritaba constantemente. Lucifer cerró las puertas al entrar. El silencio se hizo presente al instante. Lucifer camino lentamente hasta el trono de Dios, haciéndose notar sus pisadas, que eran como si el acero tocara un cristal. Al llegar, los otros arcángeles estaban de rodillas ante el trono,

—Suban, hijos míos. —La voz parecía sonar por todo el templo. Los ocho se levantaron y subieron una gran cantidad de escalones, hasta llegar a un gran trono donde se podía observar a una figura sumamente grande, Lucifer trato de verlo, pero solo pudo observar la silueta.

—Que nos citara a todos es un honor, pero también algo inusual, señor, ¿Ocurre algo? —Miguel fue quien tomó la palabra primero.

—Mis arcángeles, ustedes son lo más bello de la creación, están dotados de poder, sabiduría y belleza, por eso no puedo confiar en nadie más para esta misión—. La voz era tan fuerte que se podía escuchar por todo el templo, era algo increíble y sumamente hermoso para los que podían escuchar su voz en persona.

— ¿A qué se refiere? —Contestó Gabriel.

—Quiero que se dediquen a proteger y velar por los humanos. Ellos están mejorando día con día y necesitaran la ayuda de mis mejores guerreros para que puedan entrar aquí y no cometan los mismos errores que Adán y Eva.

Todos estaban de acuerdo con la decisión de Dios. Todos excepto uno. Antes de decir algo, apretó los dientes al ver que ninguno haría lo mismo.

—Señor… —Dijo Lucifer poniéndose de pie—. ¡Los humanos no son dignos de su perdón! —Miguel estaba que ardía de rabia por las palabras de Lucifer—. Aunque parecidos a nosotros, no están dotados de sabiduría ni de poder, y el poco que tienen lo usaran para guerras y matanzas innecesarias. —Lucifer sabía que estaba haciendo algo imperdonable, pero no estaba de acuerdo con la decisión de Dios. Al no recibir una respuesta, lo tomó como una invitación abierta para proseguir—. Quizás si les diera un poco más de poder, valdría la pena, pero no sería necesario, al tener más poder y más sabiduría prosperarían y no tendríamos que distraernos de proteger el cielo. Incluso podríamos crear nuevos humanos, dignos de la tranquilidad eterna del cielo.

Lucifer estaba aterrado, el silencio lo mataba, además los otros lo veían extraño, algunos con ira, mientras otros lo veían confundidos, como si quisieran opinar igual que él.

— ¿Acaso pretendes cuestionar la palabra de Dios, Lucifer? —Contestó Miguel, dispuesto a todo por el atrevimiento de Lucifer.

— ¡No, yo solo digo que tal vez…! —Lucifer estaba tan furioso que ni siquiera notó que estaba gritando, ni siquiera que estaba volando hasta Dios, no hasta que Gabriel lo sujetó de su pierna para detenerlo.

—Lucifer, tus palabras son una ofensa para todos. Yo Gabriel, como todos aquí, vivimos para llevar la voluntad de Dios, no para cuestionarla.

Lucifer voló con más fuerza, esto con la intención de liberarse del agarre de Gabriel. Lucifer tomó su espada, la cual se incendió en llamas mientras que Gabriel blandía su sable.

—Es suficiente. —Dijo la voz, esta vez con mayor autoridad. Ambos se miraron y bajaron las armas—. No tengo nada más que decir, pueden retirarse… menos tú, Lucifer. Quiero hablar contigo, a solas.

Todos los demás dejaron el templo, Miguel observo por última vez a Lucifer, una mirada que Lucifer interpretó como un reto. Lucifer bajó, arrodillándose ante el trono, observándolo con detenimiento. «Yo lo haría mucho mejor. Yo sería digno de estar en su lugar» Pensó por una fracción de segundo, antes de comprender lo que había pensado.

—Tú eres perfecto, siempre he estado orgulloso de ti, aun así, insistes en cuestionar mis acciones y decisiones.

Sus palabras sacaron de sus delirios a Lucifer, quien no tenía las palabras para contestar. «Tú eres digno. El trono y todo el poder de Dios debería ser tuyo.» Sus pensamientos de nuevo le doblegaban su juicio.

—No trato de cuestionarlo, mi señor. Esas criaturas que usted llama su más grande creación, los que están hechos a su imagen y semejanza son patéticos. Tarde o temprano acabaran con su propia existencia. Me niego a ayudarlos, usted pretende que ayude a los humanos después de que ellos fueron la causa de la caída de Samael. Quiere que ignoremos nuestras tareas por ellos. Usted nos ha abandonado por pasar más tiempo con ellos, como si merecieran más que nosotros. Mi consejo seria acabar con esa asquerosa humanidad y creemos humanos, dignas de nosotros—. Lucifer esperaba un castigo, no sabía cómo se había a atrevido a hablar de esa manera, pero quería defender sus ideales. Dios tardó varios minutos en contestar, hasta que finalmente lo hizo.

—Y dime, Lucifer, ¿Cómo quieres que sean esos nuevos humanos?

—Yo podría encargarme de eso, usted no tendría que hacer absolutamente nada. Solo necesito… —Las palabras de Lucifer son calladas bruscamente por aquella voz tan imponente.

— Lo que quieres es imposible. Yo soy el único que puede crear vida, yo y solo yo. Ni siquiera tú, quien estaba por debajo de mí, el que era el siguiente gobernante del cielo.

Lucifer no sabía que contestar, pero solo una palabra resonaba una y otra vez en su cabeza: era. «Lo vez, el cree que es mejor que tú. El piensa que no eres digno del trono. Te pertenece por derecho.»

— ¿Cómo que era? —La voz de Lucifer había cambiado. No hablaba más con respeto, sino más bien con cierto desprecio.

—Dentro de poco, mi hijo nacerá entre esos humanos que tanto desprecias. Por más que quiera darte todo, ahora estas en el tercer lugar de mi reino.

«Cumpliste lo que te pidió siempre, incluso fuiste en contra de la única persona que creyó en ti por él, ¿y es así como te paga?

—Entiendo, mi señor. Lamento haberme comportado de esa manera.

Las palabras de Lucifer eran frías, su desprecio era evidente. Lucifer no se despidió de Dios, ni siquiera volteó a verlo, aunque se detuvo por unos segundos para escuchar las últimas palabras.

—Lucifer, esto me duele más a mí que a ti. No quiero que te conviertas en él, no quiero que seas el nuevo veneno de Dios.

Lucifer solo siguió avanzando, dejando las puertas abiertas del templo de Dios. Sus compañeros arcángeles lo esperaban, pero él no dijo nada, solo siguió avanzando. Notó como Sariel quería seguirlo, pero Gabriel se lo impidió, agradeció eso. Quería estar solo. Se dirigía a las puertas del cielo, donde se encontraba Nathaniel, quien sin preguntar lo dejó pasar, después de todo, se trataba del arcángel más poderoso. Al llegar a la tierra observa una montaña, cercas de un pueblo. Su cara inexpresiva comienza a transmitir odio e ira, mientras las lágrimas caían de sus ojos. Se sentía humillado, como si su opinión no valiera nada. Lo había dado todo por Dios y él apenas y lo notaba… o por lo menos eso era lo que él veía. Tomó su espada y de un golpe cortó a la mitad la montaña, asustando a varios humanos. Una y otra vez, salía de su boca la misma palabra: ¡Maldición, maldición!

—Yo soy la persona más perfecta del cielo, yo nací para ser el gobernante del cielo. Nací… para ser un rey. Tengo libre albedrío. Tengo poder. Fui entrenado por el mismísimo Samael. Si crees que eres el único que puede crear vida, te demostraré que te equivocas. Hare tú trabajo mil veces mejor. ¡Yo soy el futuro, yo llevare los nueve reinos y al mundo mortal a la gloria! ¡Ya lo veras!

Lucifer gritaba tan fuerte, que incluso parecía que todo el mundo lo podía escuchar. Lucifer había sido consumido por el hambre de poder, por la soberbia, por la ira, la envidia. El solo quería una cosa: mostrarle a Dios que se equivocaba. Que él era mejor que él.

EL PRINCIPIO DEL FIN.

Lucifer se sentía humillado, no solo había perdido la oportunidad de algún día gobernar el cielo, si no que Dios se negaba a escucharlo. Pasaron varios días desde su última visita al cielo. Al estar tanto tiempo en el mundo terrenal, había tenido tiempo para observar en las sombras a los humanos. Ahora no solo creía que los humanos eran seres repulsivos, sino que lo había confirmado. No merecían la salvación, Dios había cometido un gran error al considerarlos su más grande creación. Las palabras de Dios se clavaban como navajas en su cabeza: dentro de poco mi hijo nacerá entre los humanos. Sabía que su ausencia pronto se haría notar. No tardó mucho en notar como varios ángeles volaban alrededor del mundo, incluso los arcángeles volaban tratando de encontrarlo. Fueron dos ángeles quienes lo encontraron.

—Lo hemos estado buscando, señor. —Lucifer reconoció la voz rápidamente. Había pasado demasiado tiempo con él—. ¿Se encuentra bien?

— ¿Cómo me encontraron?

—Lamento mucho que lo molestemos, esa nunca fue nuestra intención. Pero Dios está muy molesto con su ausencia, dijo que no quería que se repitiera lo mismo que pasó con el cambia formas.

—Yekun, Akibbel. —Hasta ese momento, Lucifer no había notado la presencia del otro ángel—. No deberían estar aquí. —Ambos se pusieron de rodillas, esperando tal vez un castigo—. De pie. Deberían saber mejor que nadie que no me gusta que hagan eso.

—Señor… —Hablo Akibbel—. Nosotros estamos aquí para protegerlo. Estar aquí solo lo pone en peligro. Los demonios podrían encontrarlo y tenderle una emboscada.

—Agradezco su preocupación, pero no es necesaria. Pero ya que están aquí, quiero pedirles un favor.

—Lo que usted quiera. Será un honor cumplir sus órdenes. —Ambos hablaron a la vez, dando una pequeña reverencia.

—Cuéntenle a Sariel en donde me encuentro, a ella y a nadie más. —Los dos se vieron por un momento, no dudarían en cumplir su orden, pero si les sorprendía que no quisiera subir al cielo—. Después de eso, quiero que convoquen a los ángeles de mi corte, en especial a Azazel, Azrael y si es posible… a Rafael. Una vez reunidos, no deben moverse de Urano. Entren a mi templo y no salgan hasta que todo haya terminado.

—No lo tengo muy claro… señor.

—Solo es eso, pueden irse ya.

Ambos despegaron sus alas sin cuestionar la voluntad de Lucifer.

Pasaron alrededor de diez días más desde que Lucifer había recibido la visita de Yekun y Akibbel, aun sin señal alguna de Sariel, a la que había llamado. Mientras esperaba su llegada, Lucifer seguía con su búsqueda. Solo él podía saber que, o a quien buscaba ya que no se lo había dicho a nadie, y quizás no lo haría jamás. Pasaron cinco días cuando por fin, y sin previo aviso, Sariel lo había encontrado.

— ¡Lucifer! ¿Estás bien? —Sariel parecía estar muy preocupada por él, tanto que ni siquiera presto atención a los humanos que la veían bajar del cielo—. Todos hemos estado muy preocupados por ti, el pobre Rafael esta que muere de la angustia. ¿Todo está bien?

—Haces demasiadas preguntas, Sariel. Es molesto. —Sariel se sobresaltó de la manera tan inusual de contestar de Lucifer, ni siquiera la había mirado a los ojos, y le hablaba de una manera tan fría, algo muy inusual en él.

—Lu…ci…fer… —Sariel no reconocía a Lucifer, actuaba tan extraño que no podía hacerlo—. ¿Qué te ha pasado?

—He abierto los ojos, Sariel. No necesitaras que te lo cuente, ya que pienso demostrarte de lo que estoy hablando.

— ¿Demostrar? ¿Demostrar que? —Lucifer por fin había mirado los ojos confundidos de Sariel. Su sonrisa era la misma de siempre, pero algo había cambiado, algo en ella era diferente. Lucifer extendió sus alas, mientras que todos los humanos que estaban cercas caían al suelo. Era difícil saber si habían perdido el conocimiento, o simplemente habían muerto. Estaba segura que el inmenso poder de Lucifer podría lograr algo como eso. No quiso preguntar.

—Ha llegado la hora de demostrarle que yo puedo ser incluso mejor que él. —Las palabras de Lucifer resonaban fuertemente en la cabeza de Sariel. Sus ojos estaban completamente en blanco, estaba pálida. Sus palabras la habían tomado por sorpresa. Algo estaba mal y lo sabía, sin embargo no era capaz de ponerle un alto a Lucifer. «Mátalo.» Eso es lo que Miguel le hubiera dicho. Pero no era capaz de detener sus palabras, su seriedad y su determinación la tenía conmovida, estaba dispuesta a escucharlo—. Él cree que nosotros somos sus perros, sus fieles amigos que estarán ahí cuando él nos necesite. Que cumpliremos sus deseos aun en contra de lo que nosotros creamos. Es momento de dejarle claro, que el cielo es nuestro, de todos, no solo de él.

— ¿Cómo piensas hacerlo? —Sariel quería saberlo, lo deseaba, el brillo en sus ojos demostraban que seguiría a Lucifer a donde fuera.

—Lo primero es lo primero. Tú y yo sabemos que no podríamos llegar ni al primer reino si vamos nosotros solos. Por eso tenemos que hablar con Uriel, Remiel y Raguel. Si conseguimos más de la mitad del poder de los arcángeles, tomar el cielo no será difícil.

— ¿Qué pasara con Gabriel, Rafael y Miguel?

—Ellos jamás entenderán mis palabras e intentarán detenerme, incluso Rafael. Pero ustedes son diferentes. —Lucifer acariciaba el delicado rostro de Sariel, quien solo se recargaba en su mano y con las suyas tomaba su otra mano, mientras una pequeña sonrisa salía de los dos.

Durante los días siguientes Sariel había escuchado las palabras de Lucifer, su plan no tenía fallas, solo bastaba algo: convencer a los demás. Cinco días después, Sariel se marchó al cielo, con la intención de que los arcángeles que Lucifer había elegido como sus compañeros lo siguieran. Con varias mentiras, Sariel logró atraer a los arcángeles. Les había contado que Lucifer quería arrancarse las alas, y ella sola no podía detenerlo, claro que quisieron llevar a Miguel, pero por la urgencia, solo fueron ellos. Al llegar, Lucifer los esperaba sentado en una gran roca, mirando el cielo. Todos estaban confundidos, mirando con rabia a Sariel, sin embargo Lucifer no tardó en contarles su plan.

— ¿Acaso te has vuelto loco? ¿Cómo puedes pensar en algo como eso? —Uriel cuestionaba fuertemente las palabras de Lucifer, mientras que él solo los miraba con una sonrisa—. Lo que propones se llama traición.

—No es una traición, hermano. Es rebelión. Padre no quiere escuchar nada de nosotros, tu bien sabes que los humanos no merecen el mundo que les ha dado. —Uriel solo apretó los dientes, pues en eso ultimo tenía razón.

—Tan solo piénsalo, Uriel, si los humanos fueran erradicados e hiciéramos nuevos humanos… —Sariel estaba convencida de la voluntad de Lucifer, y quería que sus hermanos lo estuvieran también. No pudo terminar su oración ya que Remiel la interrumpió, completando sus palabras:

—No tendríamos que cuidarlos, tan solo nos limitaríamos a observar y de esa manera no descuidaríamos nuestras obligaciones en el cielo.

—Aunque digamos que tienes razón, hermano, ¿Cómo crearemos vida? Eso es posible solo con el poder de Dios. —Raguel por fin había entrado a la conversación ya que solo estaba escuchando—. Sinceramente Lucifer, a mí no me interesa quien gobierne el cielo. Considero que el bien y el mal pueden cambiar en algunas circunstancias. Lo que dices tiene sentido para mí, pero aún tengo esa duda.

—Tienes razón en eso, solo el poder de Dios puede crear vida, pero yo puedo lograrlo con su ayuda.

Todos se observan entre sí. Las palabras de Lucifer estaban en lo correcto. Con un leve movimiento de su cabeza, Lucifer sonríe antes de decir cualquier otra cosa.

— ¿Están conmigo?

Todos comparten su sonrisa antes de contestar al mismo tiempo, no sin antes ponerse de rodillas.

—Sí, mi señor. —Aceptando de esta manera a Lucifer como su nuevo y único Dios.

Gabriel fue citado en el templo de Dios, no sabía por qué pero fue justo después de que los demás bajaran al mundo humano. Gabriel abrió las grandes puertas del templo de Dios y entró, cerrando las puertas tras él. Camino por unos minutos antes de poder observar las escaleras tan enormes que dirigían al trono, donde la sombra de Dios se podía observar. Miguel y Rafael ya se encontraban ahí, posados de rodillas. Parecía que solo lo esperaban a él.

—La gran urgencia con la que nos ha llamado es de preocuparse, ¿ocurre algo? —Miguel fue el primero en hablar. Levantando levemente su cabeza.

—Los he reunido aquí para hablar de un tema muy delicado. —Recitó aquella enigmática voz.

—Si es tan importante, la ausencia de los demás es aún más notoria. —Rafael y Gabriel se mantenían en silencio, mientras que Miguel era la voz de los tres.

—Lucifer, mi pequeña estrella de la mañana ha sido consumido por la oscuridad. —Rafael parecía ser el más afectado por la noticia—. Y me temo que ha convencido a los demás de pelear por él.

— ¿Qué ha dicho? —Se le escaparon las palabras a Rafael, quien agachó la cabeza tras la mirada de Miguel—. «Debe ser una mentira.»

—Lucifer piensa que lo que hace es lo correcto, su determinación es tanta que no puede notar el error en el que está.

Miguel no contesto nada, no sabía que decir, mientras que Gabriel estaba en shock. Rafael vio esto y decidió hablar, sin importar su castigo.

— ¿Y por qué no ha hecho nada? —Rafael se había puesto de pie. Por la mirada de Miguel, supuso que hizo algo mal, pero ya era tarde para arrepentirse—. Si es verdad que mi hermano Lucifer está en un error, ¿Por qué no ha hecho nada para ayudarlo? En lugar de estar aquí sin hacer nada, debió enviarnos a buscarlo. Debe de estar confundido.

— ¡Rafael! ¡Basta! —Gritó Miguel—. ¿¡Cómo te atreves a cuestionar de esa manera a Dios!?

—Pienso igual que Rafael, Miguel. —Agregó Gabriel—. Puedo comprender que no haya tratado de traerlo al buen camino, pero, ¿Por qué no lo ha detenido?

— Es uno de mis hijos, jamás podría hacer nada en contra de él.

— ¿Y nos pide a nosotros que nos encarguemos del trabajo sucio? —Rafael estaba muy molesto, todos lo sabían. Después de todo, Rafael era discípulo de Lucifer. Era normal que tratara de defenderlo.

—Sé que les pido demasiado, pero no se lo pediría a nadie más. —Miguel también se puso de pie, al igual que Gabriel, ninguno dijo nada más. Gabriel y Rafael salieron del templo, preparados para una guerra. Miguel se quedó un poco más, estaba decepcionado de su hermano. Estaba en un error y quizás no podría hacérselo entender. Pero prometió que nunca más volvería a dudar en la palabra de Dios. Él más que nadie tendría que entender a Lucifer. «Está cometiendo traición.» Pensaba una y otra vez. «Tú también la has cometido, ¿Cómo puedes juzgarlo?». La voz de Dios por fin lo saco de su transe.

—Les pido que de ser posible, eviten matarlos. Tampoco quiero que juzgues a Rafael, él piensa que Lucifer solo está cometiendo un error, pero lo que tiene planeado hacer… es inaceptable. —Miguel con un simple «Con permiso.» se marcha, escuchando a lo lejos las últimas palabras de Dios—. Recuerden que pelearan no con uno, si no cinco arcángeles que portan su arma divina. Deben estar alerta en todo momento.

Sin saber aún que Dios había convocado a sus arcángeles para una lucha, Lucifer y compañía vagaban aun en el mundo terrenal. Estaban completamente corrompidos por la maldad, sin embargo, eso no nublaba su juicio. Junto a ellos había dos hombres, quienes estaban aterrados, el sonido de sus dientes chocando una y otra vez era casi imposible de ignorar.

— ¿Quiénes son ellos, Lucifer? —Preguntó Sariel, observando con cierto asco a los humanos.

—El hombre de cabellera oscura, ojos verdes y esa excesiva barba se llama Eneko, mientras que el otro, el de cabello ondulado color castaño, ojos grises, y flacucho se llama Blas. —Lucifer parecía estar muy contento al estarlos presentando. Incluso parecía que los admiraba.

— ¿Qué hacen estos humanos aquí?

—No son humanos, Uriel. Estas ante la presencia del primer vampiro y el primer hombre lobo. Mis primeras creaciones.

— ¿Qué rayos son esas cosas? ¿Cómo que tus primeras creaciones?

—Estos días he tratado de mejorar a los humanos, y por una fracción de segundos pude alcanzar el nivel de Dios. Creando a estas criaturas. Eneko es el vampiro, una criatura inmortal… parcialmente; veloz; fuerte; incluso si lo desea podría llegar a manipular la mente de los demás.

—Hermano… —Habló Raguel—. No lo tomes a mal, pero es imposible que alguien tan perfecto exista. Ni siquiera Dios es capaz de algo como eso.

—Eso es porque yo soy mejor que él. No me vuelvas a comparar con él, ¡Jamás! —Raguel no tuvo más opción que agachar la cabeza, con un poco de miedo en sus ojos—. Pero tienes razón, no son perfectos. El costo de este poder será una sed de sangre que no va a poder controlar; si algo atraviesa su corazón, o bien, si le es arrancado, este morirá. Lamentablemente solo será una criatura de noche, pueden ver como se esconde entre los árboles, buscando una sombra, eso es porque los rayos del sol son mortales para ellos, los convertirán en ceniza en tan solo segundos. Pero esto fue porque yo lo elegí, de esa manera habrá un balance entre la vida del planeta.

— ¿Qué me dices del hombre lobo?

—Bueno, será una bestia poderosa. Tendrá una resistencia y regeneración sobrehumana. No le afectara la luz del sol, pero solo bajo la Luna Llena podrán sacar su verdadero poder, aunque eso también les hará perder el control. Los hará violentos. Los hará una máquina de matar. — Lucifer se hace una pequeña cortada en la palma de su mano, he incita a los demás que hagan lo mismo. La sangre corría entre sus manos, cayendo gotas al suelo, donde sin previo aviso una luz comienza a brillar alrededor de ellos. Formando un pentagrama de sangre, donde de ellos se formaban varias figuras con el polvo. Cientos y cientos de personas comenzaban a salir de ellos, sin embargo parecían estar dormidos. Lucifer extrajo un poco de poder de los arcángeles y de él mismo, formando una esfera de color verde muy extraña—. Su misión será darles a todas estas personas una fracción de este poder, de esta manera, ellos serán capaces de despertar, ellos tomaron la esfera, con miedo de molestar a Lucifer.

— ¿Qué es esto? —Pregunto Blas, mirando fijamente la esfera.

—Ese es un regalo para mis creaciones, ustedes se encargaran de compartir ese don con todas estas personas. De esta manera, los vampiros, los hombres lobo, los elfos, los brujos, las hadas, las sirenas, cerberos y basiliscos heredaran la tierra. Dando paso a un nuevo mundo.

— ¿No crees que sería mejor que fuéramos nosotros quienes se encarguen de esa tarea? —Uriel no estaba muy contento de que Lucifer les encargara algo tan importante a esos dos, sin embargo Lucifer solo muestra una sonrisa, haciendo que Uriel apriete los dientes con el ceño fruncido—. ¿Qué te parece tan divertido?

—Hermanos, nosotros tenemos una tarea mucho más divertida que esa. —Lucifer extendió sus impresionantes alas, haciendo que Eneko y Blas se asustaran—. Nosotros nos apoderaremos del cielo. —Sin decir nada más, Lucifer, como si de una bala se tratara, se dirigía al cielo, siendo seguido rápidamente por todos los demás, dejando de tras suyo varias plumas de sus alas, una de ellas recogida por Blas, quien los observa con miedo y alivio alejarse de ellos. Por varios minutos el sonido de sus alas contra el viento era la única forma de saber que estaban ahí, hasta que Lucifer movió sus labios—. Si Rafael está ahí, les pediré que no lo lastimen demasiado.

Todos voltearon a verlo, preguntándose porque Lucifer piensa que hay una posibilidad de que Rafael no esté ahí, claro que lo estará, es un protector del cielo, y seguramente ya sabían que se dirigían. Una guerra entre ángeles no se había liberado desde hace mucho, por lo que estaban un poco nerviosos, pero también estaban deseosos de demostrar su superioridad contra sus hermanos.

—Bien, ya que no nos podemos acercar a Rafael, yo acabaré con Gabriel. —Uriel habló con una sonrisa en el rostro—. Siempre se a creído mejor que yo. Siempre ha sido uno de los favoritos de Dios. Será un placer para mí acabar con él.

—Gabriel no me interesa en lo más mínimo, pueden hacer con él lo que les plazca. —Dijo Lucifer, apagando la sonrisa de Uriel. Siendo el centro de atención—. Pero ninguno se acerque demasiado a Miguel. Sin dudarlo, él los matará sin ningún problema.

Ninguno dijo lo contrario, todos sabían que Miguel era el arcángel más poderoso, solo igualado por Lucifer. Aún así, ellos sabían que Lucifer lo decía por otro motivo, no solo su seguridad: él quería luchar contra Miguel. Ninguno es más fuerte que el otro, o por lo menos eso es lo que siempre se ha dicho. Nunca los habían visto pelear.

No tardaron mucho en llegar a las puertas del cielo. Esperaban que fuera Nathaniel la primera defensa contra ellos, sin embargo las puertas estaban solas. Nathaniel no se encontraba ahí. Lucifer volteo por todas partes, tratando de buscarlo pero fue inútil. Se dirigió a las puertas, una enorme estructura de oro con dibujos por todos lados, mientras que un enorme muro estaba a su lado, teniendo kilómetros y kilómetros de ancho y de largo, siendo imposible de rodear o saltar, incluso volando. Lucifer trato de abrir las puertas, sin embargo estás no respondían, la entrada al cielo se les era negada.

—Así que ya sabías que vendría. —Susurró, ninguno de sus acompañantes lo escuchó—. Eso no me detendrá.

Tomó con su mano derecha la espada llameante, y de un solo tajo corto las puertas del cielo, cayendo ante sus pies. Sariel tuvo que volar lo más rápido que pudo para no ser aplastada. Lucifer comenzó a escuchar sus quejas sin prestarle total atención. Su mirada se dirigía al ejército que estaba justo enfrente de ellos, bajando desde el primer reino. Miguel estaba en la cabeza de todos, mientras que justo de tras de él estaban Rafael y Gabriel. Lucifer miro por unos segundos a Rafael, quién no podía sostenerle la mirada. También notó que el ejército no estaba completo. Los serafines no estaban ahí, al igual que toda su corte. Yekun y Akibbel habían hecho lo que se les había pedido. Su sonrisa era aún mayor, ya que si los enfrentaban por separado, la conquista del cielo sería mucho más sencillo.

—Recuerden que no hay que matarlos. —Escuchó decir a Miguel—. Se enfrentarán a los protectores del cielo, no se vayan a confiar.

—¡Lamento haber hecho eso! —Gritó tratando de tener la atención de Miguel—. Por alguna extraña razón las puertas no se abrieron. Seguramente se trata de un error.

La sonrisa de Lucifer hacía que la sangre le hirviera a Miguel. Lucifer por el momento no estaba interesado en pelear, si no en convencer a los ángeles a unirse a él, a lo que todos se negaron. Estaba seguro que ganaría, Miguel era el único que podría detenerlo. Si el caía, todos los demás se unirían a él.

—Ya no son bienvenidos. Será mejor que se marchen por dónde vinieron. Este ya no es su hogar y no les permitiré el paso. —Miguel sujetaba con fuerza su escudo, mientras daba pequeños pasos hacia enfrente—. Será mejor evitar una batalla innecesaria. No quiero ser el responsable de la muerte de uno de nosotros.

—Nadie quiere una batalla. Yo no vine a este lugar con un ejército. —Lucifer comenzó a reír—. Aún están a tiempo ustedes tres. Si me juran lealtad no tendré ningún problema en dejarlos entrar al cielo y servir a su nuevo gobernante, incluso conservarán su título. —Pudo ver la duda en Rafael, quién miraba a Miguel, esperando su respuesta, pero nunca llegó—. Juntos seremos imparables, podremos hacer de todos los reinos un mundo mejor.

—Tú corazón está lleno de maldad. Él Lucifer que conozco jamás levantaría su espada contra Dios. Ni contra nosotros. —Miguel, con mucha calma trataba de tranquilizar a su ejército, quién comenzó a tener dudas. Levantando su escudo en señal de amenaza.

— ¿Maldad? —Lucifer cuestionaba esa pregunta una y otra vez. Negando con la cabeza—. Él único malvado aquí es a quien tratan de proteger. Les niega todo el poder que se les puede dar a esos humanos por su propio bienestar. Por miedo a que ya no lo llamen Dios. Me sorprende que no hayan notado lo engreído que es. Incluso prefiere que cientos de ustedes mueran en lugar de enfrentarme directamente. Esa es la verdadera maldad.

—¡Estás mintiendo! —Gritó furioso Gabriel—. Sariel, Uriel, Raguel, Remiel. Todos ustedes deben saber el error que están cometiendo al seguirlo.

—¿Realmente estoy mintiendo? Lo que hace Dios es injusto, obligarlos a cuidar criaturas inferiores y negarles el poder es una completa injusticia. Ustedes se dicen ser los protectores del cielo, los que llevan la justicia, ¿Por qué no lo quieren ver?

—Lucifer nos abrió los ojos. —Hablo Sariel—. Ahora entiendo todas esas injusticias.

Miguel miro a Sariel muy decepcionado.

—Jamás tendrás el cielo, Lucifer. —Miguel estaba cada vez más molesto por la actitud de sus hermanos. Lucifer solo sonríe.

—¿Ustedes me detendrán? No creo que puedas hacerlo. —Una extraña luz de color blanco comenzaba a emanar de las manos de Lucifer, era tan incandescente que todos ahí se tuvieron que tapar los ojos unos segundos. Miguel fue el primero en abrir los ojos y Lucifer pudo ver su cara totalmente pálida, sorprendido por lo que veía—. Están a punto de conocer a un nuevo Dios.

—El… el poder que se siente… es como el de nosotros—. Dijo con dificultades Gabriel, quién apenas y podía ver la sonrisa de Lucifer.

—Te equivocas… —Contestó Miguel—. Es muy superior al de nosotros.

Lucifer había encontrado por fin lo que había estado buscando en el mundo terrenal: el heredero al trono, el legítimo sucesor, el hijo de Dios. Lo tenía justo entre sus brazos.

Rafael estaba perplejo, entendió que quién estaba enfrente suyo no era Lucifer. Sin pensarlo, y sin la autorización de Miguel, se lanzó contra Lucifer.

—¡Suéltalo! —Gritó tomando su arco, listo para disparar una flecha en el pecho de Lucifer, sin embargo es interceptado por Remiel, quién junto a su lanza se movía con una velocidad inaudita, como si se tratara de un relámpago. Rafael a duras penas pudo detener sus estocadas con su arco. Rafael estaba en clara desventaja, lo que hizo borrar la sonrisa de Lucifer. Observando el combate.

—Remiel, ¿Por qué haces esto?

—No seas tonto, Rafael. Comparado con nosotros no eres más que un bebé. —Contestó con una sonrisa—. Lucifer fue muy claro. Tendré que pedirle disculpas después.

—¡Eres patético! ¿¡Realmente pretenden humillarse de esta manera!? —La lanza del destino de Remiel era una de las armas divinas más peligrosas, ya que con ella podría ver el futuro. No tendrá oportunidad contra él. Rafael sin ningún motivo deja caer su arco y se despoja de su armadura—. No necesito ninguna protección, arriesgaré mi vida por Dios.

Remiel no puede parar de reír. Sin el arco de la salvación Rafael no podrá hacer nada contra él, por lo que con un chasquido, su lanza desaparece.

—Sin duda alguna es de admirar que seas tan valiente.

Con una simple sonrisa entre ambos, Remiel acepta su desafío y ambos comienzan a luchar puño a puño. Los golpes eran tan fuertes que incluso se podía sentir una pequeña vibración en el aire. Sin previo aviso ambos vuelan para continuar su combate desde los aires. «Fue muy listo de tú parte, Rafael.» Pensó Lucifer. «Sin la lanza, quizás pueda ganarle. Ojalá te hubieras unido a mi, pequeño.» Lucifer estaba tan perdido en sus pensamientos que notó como Gabriel guiaba a una parte de los ángeles a atacarlo directamente, empuñando su sable de la piedad. Lucifer ni siquiera notó como estuvo a punto de arrebatarle al hijo de Dios. Uriel por su parte si que lo notó, arrojándolo fuertemente hacia su ejército, derribando a varios ángeles. Todo esto gracias a su Mangual de la destrucción. Los ángeles que habían esquivado a Gabriel rodeaban a Uriel, sin embargo este no les prestaba la más mínima atención. Solo veía a Gabriel levantándose.

—¿Eso es todo lo que tienes, Uriel? —Reía mientras se limpiaba la sangre de la boca. Aún no se ponía completamente de pie cuando Uriel lo golpeó de nuevo, fuerte y repetidamente con sus puños, haciendo que su sangre corra por toda su armadura. Gabriel aún así solo reía, molestando más y más a Uriel. Quién perdía la paciencia. Su sorpresa fue grande cuando el último golpe fue detenido con las manos de Gabriel, haciéndolo enojar aún más—. De verdad, ¿Eso es todo?

—Supongo que te sientes muy poderoso, ¿No Gabriel? Siempre fuiste uno de los favoritos de Dios, incluso después de hacer lo que hiciste, él te perdonó y te entregó el sexto reino. Me alegra saber que seré yo quien acabe contigo. —Uriel trata de tomar su Mangual con su mano libre, sin embargo es perforado justo en medio de su mano por el sable de Gabriel, aunque no demostró dolor, si le sorprendió—. Esto se está poniendo interesante.

Mientras están forcejeando, Uriel nota como los ángeles se acercan a ellos. Es incapaz de defenderse mientras Gabriel lo está sujetando. Con un fuerte tirón, el sable de Gabriel corta a la mitad la mano de Uriel, quién lo hizo con la intención de liberarse, sin embargo Gabriel aprovecha para darle un fuerte golpe, lanzándolo a varios metros de ahí. Gabriel aferra su sable fuertemente y se dirige a acabar con Uriel.

Sariel y Raguel se encontraban rodeados de ángeles, eran demasiado pero no mostraban ni un poco de preocupación, incluso comienzan a hablar. Sariel estaba nerviosa pero excitada, jamás imagino estar peleando por el trono de Dios. Raguel por su parte le recuerda que no debe matar demasiados ya que necesitarían un ejército una vez que Lucifer suba al trono. Raguel tomo sus dagas del tormento y comenzó a matar a cualquiera que se atreviera a luchar contra él, mientras que Sariel ahorcaba a varios más usando su látigo de la rendición.

Por otra parte, se encontraban frente a frente Miguel y Lucifer, él cual aún tenía al bebé entre sus brazos.

—Aún estás a tiempo, hermano. Deja ese niño y ruégale a Dios que te perdone.

—¿Rogarle? ¿Por qué haría algo como eso? Es así como me quiere tener. A sus pies. No pienso permitirlo. —Los ojos de Lucifer comenzaron a cambiar de color, los ojos claros se convirtieron en dos pedazos de carbón, mientras que una extraña luz desprendía del bebé y era absorbida por Lucifer—. Él ya no es mi señor, y dentro de poco, el será quien me llame Dios. —La voz de Lucifer comenzó a volverse más grave; sus alas blancas y emplumadas se tiñeron de oscuridad; su cabello corría por toda su espalda y justo en la frente dos cuernos aparecieron. Lucifer ya no era el mismo, aunque conservaba toda su belleza. El aura de paz que emanaba cambió por odio y rencor. Miguel lo veía con miedo, quizás preguntándose por qué Lucifer hacía tal cosa. Lucifer notó como Miguel se preparaba para atacarlo, a pesar de todo él pretendía detenerlo. Lucifer no necesita ni siquiera mover un solo dedo para repelerlo bruscamente, destruyendo por completo su armadura. Salvando su vida gracias a su escudo de la fe.

—Aún no lo entiendes, ¿Verdad? El apocalipsis llegó Miguel. —Miguel intentaba levantarse, pero le era muy difícil, de no ser por su escudo, ese simple ataque lo hubiera matado—. Pero no tienes por qué preocuparte, yo no seré como él, aquellos que sean fieles a mí, tendrán parte de mi poder.

En ese momento, al igual que Lucifer, las alas de sus seguidores cambiaron a un color negro intenso; un par de cuernos un poco más pequeños que los de Lucifer; la túnica que cubría sus armaduras se desvaneció, convirtiéndose en una capa, roja para Remiel, negra para Uriel, blanco amarillenta para Sariel y blanca para Raguel. Su poder era muy superior ahora, siendo únicamente superados por Dios y Lucifer.

—Este poder es increíble, ¿No lo crees, Gabriel? —Uriel bromeaba teniendo sujetado a Gabriel del cuello, mientras que este sujetaba sus brazos, tratando de que lo soltara. Poco a poco, Gabriel comenzó a perder las fuerzas, soltando poco a poco, hasta que Uriel simplemente lo suelta—. ¿Eso es todo? Eres basura. Ya no me interesa seguir luchando contigo.

Sin darle el golpe de gracia, Uriel se dirigió hacia Lucifer, mientras que Remiel, aunque lastimando se veía muy superior a Rafael, quién estaba exhausto. Ya no le interesaba lastimar más a Rafael, por lo que siguió a Uriel, dirigiéndose ambos con Lucifer. Por otro lado, Sariel y Raguel estaban locos de poder y llenos de sangre. No paraban de reír. Los ángeles yacían muertos alrededor de ellos, ya nadie quería pelear, por lo que ambos se dirigen con sus hermanos. Lucifer por fin había conseguido lo que quería: ser superior a Dios. Nadie podía detenerlo ahora.

—Miguel, ¿Aún dudas de mis palabras? —Miguel a pesar de todo se veía tranquilo, Gabriel y Rafael lo ayudaron a ponerse de pie—. Ellos ahora son mis jinetes. Si hubieran sido un poco más listos, no tendrían que sufrir mi ira.

—Te equivocas, Lucifer. Estás justo donde quería. —Los cinco se sorprenden ante las palabras de Miguel, mientras que una extraña luz los rodea. Incapaces de moverse.

—¿Qué esta pasando Lucifer? —Preguntó Sariel, quién estaba siendo arrastrada hacía abajo.

—¡Mí poder está disminuyendo! —Uriel se encontraba en la misma situación que Sariel, al igual que los demás. Lucifer por otra parte solo sonríe y toma su espada, pero una flecha en su mano hace que este la suelte. Rafael, llorando veía fijamente a Lucifer, quién lo miraba de una manera extraña. Todos empezaron a caer del cielo en la luz de Dios. Primero callo Raguel seguido de Remiel, Sariel y Uriel. Sin embargo algo pasaba, Lucifer aunque estaba un poco agotado era cuestión de tiempo para que se liberara, lo que hace que Gabriel se asuste, ya que si eso fallaba, no había otra manera de detenerlo. Miguel, en un último esfuerzo y con la ayuda del mismísimo Dios hace que el poder de Lucifer se divida en cinco partes. No tarda mucho en que una de ellas regrese al cuerpo de Lucifer. Sabía que no lograría recuperarlas a tiempo, por lo que decide algo inimaginable para él: decide mandar su poder al mundo humano. Esto con la intención de que Dios no le arrebatara su poder. Al hacer eso, Lucifer consume mucha energía por lo que queda completamente debilitado, siendo arrastrado por la luz de Dios.

—Hermano… querías un reino… ahora lo tienes. —Decía en un susurro Miguel mientras caminaba despacio, en busca de la espada de Lucifer—. Padre fue misericordioso y te premió con el infierno, seguramente será de tú agrado. Ahí no hay más que muerte y oscuridad. —Miguel estaba a punto de recoger la espada, sin embargo un ángel se adelanta a él de una manera muy rápida. Miguel ni siquiera vio el momento en que la tomó—. ¡Azazel! —Gritaba desesperadamente al ver cómo aquel ángel se marchaba junto con la espada. Gabriel trato de seguirlo, pero Azazel es mucho más rápido que él. Con un movimiento de Miguel, la misma luz que derrotó al poderoso Lucifer comienza a rodear a Azazel. Ya sabía lo que seguiría. Lo vio. En su último acto antes de ser arrastrado al infierno, Azazel lanza la espada al mundo terrenal, dónde Gabriel la perdió de vista.

—¡Tenemos que recuperar esa espada! —Rafael y un grupo de ángeles pretendía ir en busca de la espada, pero son detenidos por Miguel.

—La estrella de la mañana no podrá ser portada por ningún mortal. Quizás ese será el lugar más seguro para resguardarla. Nadie sabrá nunca de su existencia ni de su paradero.

Miguel entonces voló hasta el mundo terrenal, observando su escudo por unos segundos. «La maldad te consumió, pero aún eres mi hermano. Se que algún día volverás y nos enfrentaremos una vez más, y aunque tú poder es inmenso, no sería justo que pelearas contra mi utilizando mi arma divina.» Los pensamientos de Miguel estaban con un poco de dudas, sabía que no tenía que hacerlo, pero ya había tomado una decisión. Sin ver en dónde caía, se marcha mientras el escudo cae por los cielos al mundo terrenal.

Fragmentos.

Cómo si de una bola de fuego se tratase, Lucifer caía bruscamente hacia las profundidades del infierno. El infierno es un lugar espantoso, el calor era insoportable, las llamas hacían que el respirar sea prácticamente imposible. Lucifer fue cayendo más y más abajo, dónde al final, en el noveno círculo Lucifer por fin cayó. Levantándose con dificultades. Al prestar más atención una lágrima de ira salió de él. Su cuerpo estaba totalmente inmóvil, su cuerpo había sido separado de su alma. Los cuatro jinetes bajaron hasta ahí, dónde lo vieron extrañados, pues para ellos, había dos Lucifer.

— ¿Qué significa esto? —Preguntó Uriel, acercándose un poco al alma de Lucifer. Entendió que su cuerpo había sido separado de su alma, pero no entendía el motivo. A ellos no les había pasado eso, y realmente le preocupaba—. No era la forma en la que pretendía gobernar el cielo, Lucifer.

—Solo tenemos que salir de aquí. No creo que sea tan difícil. —Comentaba Sariel. Estaba segura que Lucifer los sacaría de ahí, pero no duró mucho ese pensamiento, ya que Lucifer les hizo saber que por el momento no podría sacarlos a todos de ahí.

—Apenas y tengo una quinta parte de mi fuerza y gaste mis últimas fuerzas en ocultar las otras partes de mi poder, eso sin mencionar que sin la espada, no podremos entrar al cielo. No le basto con humillarme, si no que ahora me obliga a estar aquí… lo destruiré todo. Juro que acabaré con todos en el cielo así sea lo último que haga.

— Mi señor, —Habló Azazel. Era un chico atractivo, no aparentaba tener más de 19 años; un par de alas blancas, aunque un poco más pequeñas que las que tenían los arcángeles; cabello corto y color castaño; ojos negros y portaba una armadura celestial. Ninguno de ellos noto su llegada, incluso Lucifer se sorprendió de que estuviera ahí—. Si lo tranquiliza un poco, la espada no se encuentra en el cielo. Yo mismo me encargue de eso… aunque… no se en donde está en el mundo terrenal.

— ¿Azazel? ¿Qué estás haciendo aquí? —Lucifer se miraba preocupado, Azazel no tenía que estar ahí.

—Por ahora eso no es importante, mi señor. Según mis cálculos la espada debió caer no muy lejos de Israel. —Comentaba mientras se deshacía de su armadura. Lucifer no sabía cómo procesar la información de Azazel, la espada no estaba en el cielo y él estaba ahí, algo que no quería. Yekun tenía que asegurarse de que el no luchara, de que él se encontrara a salvo—. Tenemos la ventaja de que Dios no puede bajar al mundo humano, y no le conviene dejar desprotegido el cielo ya que perdió a cinco arcángeles, sin embargo nosotros tampoco podemos hacerlo. —Azazel hablaba con la verdad, estaban en la misma posición que el cielo—. Pero no pongan esas caras, afortunadamente para ustedes me tienen aquí, y tengo un plan. Con el poder actual de Lucifer y el de nosotros seremos capaces de sacar por lo menos a uno de aquí, ¿Pero a quién?

—Será Sariel. —Dijo en seco Lucifer, pues aparte de ella y Azazel, estaba seguro que jamás lo traicionaría. Lucifer extiende sus brazos, los cuales son tomados por Azazel y Uriel, mientras que Raguel tomara la de Uriel y Remiel la de Azazel, finalizando en una clase de circulo cuando Remiel y Raguel se tomaron de las manos, dejando en el centro a Sariel—. Donde Dios creo la luz, la oscuridad llevara muerte, caos y destrucción. La puerta se abrirá para que la oscuridad del infierno cubra la luz.

Al finalizar las palabras de Lucifer, un pentagrama en llamas aparece debajo de Sariel, ella se asusta por unos segundos, pero sin previo aviso ella ya no se encuentra en el infierno. Mira por todas partes pero no comprende en donde está. Extiende sus alas y comienza a volar, su ropa estaba totalmente quemada, al echar un vistazo hacia abajo puede ver una clase de cráter en llamas. Antes que nada, una túnica aparece alrededor de ella, tapando su desnudez. Mientras volaba sin rumbo, la voz de Lucifer se hacía presente en su cabeza. «MI poder fue escondido en cuatro niños mortales, seguramente en este momento ya no lo son. Tendrás que encontrarlos antes de que sepan lo que son, si no los encuentras pronto, cualquiera de ellos podría matarte.» Las órdenes de Lucifer eran claras, pero tenía una misión más. «También tienes que buscar un recipiente. De ser posible también tienes que encontrar mi espada.»

—¿Un recipiente? —Pregunto Sariel a la nada. No sabía si Lucifer la escucharía, pero así fue. «Aunque mi cuerpo físico no pueda salir de aquí, mi alma si que podría, pero mi poder es tan grande que un humano cualquiera moriría después de unas cuantas horas de servirme como recipiente. Necesito que consigas un humano con la inmortalidad de un vampiro, la fuerza de un lobo, la capacidad de usar magia, una velocidad sin igual, entre otras cosas. En pocas palabras una creatura con todas las virtudes de mis creaciones.» —. ¿Pero cómo hare eso? —«Ese es tu problema, no el mío. Seguramente serás capaz de resolverlo.» Fue hasta entonces que la voz de Lucifer desapareció de la cabeza de Sariel, dejando sus pensamientos para ella sola.

—Se llamará quimera, la única en su especie.

Dos años no eran nada para un ser celestial como Sariel, sin embargo en el mundo terrenal si que lo eran. En alguna parte del mundo, en la oscuridad de la noche cuatro mujeres, cada una con un bebé en brazos corrían por el bosque desesperadas y llenas de sangre. Los niños no parecían tener más de dos años. Tras de ellas corría una multitud de personas con antorchas, lanzas y grandes rocas. Las mujeres sabían que no podrían seguir corriendo más, estaban agotadas. Con su último respiro dejaron a los cuatro pequeños escondidos entre los árboles mientras que con un abrazo y un beso en la frente los abandonaron ahí. Entregándose a sus perseguidores. Sin dudarlo las decapitaron sin siquiera darles un juicio. Sin saberlo, unos penetrantes ojos rojos los observaban desde las sombras. Ellas murieron para proteger a sus hijos, sin embargo y por el miedo uno de ellos comenzó a llorar, lo que delató su ubicación. Estaban listos para quemarlos vivos, sin embargo un poderoso gruñido que resonaba en todas direcciones los detuvieron. El miedo se hacía cada ves más grande al no saber de dónde venía ese aterrador sonido. Los ojos rojos es lo único que delata a un gigantesco lobo de color negro. ¿Desde cuándo estaba ahí? Su pelaje se confundía con la oscuridad de la noche, mientras que sus dientes blancos y ojos rojos se van haciendo cada vez más grandes conforme se van acercando.

— ¿Qué están haciendo en el bosque tan noche? —Dijo una misteriosa voz desde lo alto de un árbol, dirigiendo todas las miradas hacia él—. ¿No saben que hay criaturas de la noche rondando por aquí?

— ¡Son aliados de las brujas! —Gritaron en la multitud—. ¡Hay que matarlos!

— ¿Aliados? ¿Brujas? —El hombre estaba en la oscuridad, no podían ver su rostro hasta que esté bajo de un salto—. Soy Eneko Lasker. A diferencia suya, yo quiero ir lo que tienen que decir antes de que mueran, ¿Por qué asesinaron a esas mujeres? ¿Pretenden hacer lo mismo con esos pequeños? —Señalo con el dedo a los niños, quienes se abrazaban el uno al otro.

—Practicaban brujería. Esas criaturas que llaman niños son hijos del mal. —Dijo un joven que Eneko no se molestó en ver.

—Ya veo. —De nuevo todos voltearon asustados ya que el lobo se lanzó contra ellos, arrancando sus extremidades de un solo mordisco, mientras que Eneko con un solo sorbo les arrebataba la sangre del cuerpo. Eneko tomó una de las lanzas y la lanzó, clavando en ella a cuatro personas justo en la cabeza. Todos fueron muriendo, mientras los niños los observaban confundidos, pero sin miedo. El osico del lobo estaba completamente lleno de sangre, nadie pudo hacer nada contra ellos. De las casi 60 personas solo quedo una, un pequeño joven de no más de 17 años, quién se sujetaba la cabeza, esperando su final. Eneko se acercó lentamente hasta él, tomándolo fuertemente del cabello lacio y castaño que tenía, manchándolo aún más de sangre—. ¿Cuál es tu nombre, pequeño?

— ¿Qué… que demonios son ustedes? —El chico estaba aterrado, pero aún tenía coraje para enfrentarlos.

— ¡Huy! Respuesta equivocada. —Dijo con una sonrisa mientras jalaba del cabello del chico, casi arrancándoselo.

— ¡Guillermo! ¡Mi nombre es Guillermo! —Gritó sujetando los brazos de Eneko, quién lo suelta haciéndolo caer al suelo de espaldas. El lobo, quién estaba quieto hasta entonces se acercó a ellos, transformándose en Blas—. ¿Qué son ustedes?

—No hace falta matarlo, nos ayudará a que entiendan lo que pasa si salen de noche. —La voz de Blas era un poco diferente, como si tuviera problemas para concentrarse en mantener su forma humana, mientras se acercaba lentamente al chico—. Somos un hombre lobo y un vampiro. Anda, vete. Cuéntales lo que pasa si entran aquí de noche.

Sin pensarlo dos veces el chico corrió despavorido, aterrado y con lágrimas en los ojos, muy seguramente se había hecho en sus pantalones. Eneko estaba molesto, no estaba seguro si dejarlo con vida era lo mejor. Podría convertirse en un problema, pero Blas ignoró por completo sus palabras, parecía más interesado en los niños. Los niños los veían, no parecían tener miedo, pero estaban confundidos. No sabían lo que pasaba.

—¿Recuerdas lo que dijeron? —Preguntó Eneko.

—Dijeron algo… pero no preste atención.

—Son hijos del mal, ¿Por qué dirían eso?

—Es posible que sean los niños que mencionó Sariel. —Blas tomó a dos de los pequeños mientras que Eneko tomó a los otros dos—. Si es así, ¿Crees que los salvamos en vano? Seguramente Sariel los matará.

—Es cruel dejarlos aquí… a su suerte. Será mejor llevarlos con nosotros. —Eneko comenzó andar mientras que Blas lo seguía con duda—. ¿Se lo piensas contar?

—No lo sé. —Contestó sin más—. Lo que si se es que no confío en Sariel, lo que hicieron con nosotros me está matando lentamente.

Eneko no contestó. Siguieron su paso subiendo una gran colina dónde los esperaba un lago inmenso, dónde del otro extremo había una cabaña hecha de troncos. El camino hasta la cabaña era de una gran cantidad de flores y pasto, una hermosa vista para cualquiera. Al entrar, la belleza de afuera es opacada por la sangre y los cuerpos tirados en el suelo que había dentro de la cabaña.

—No creo que sea un buen lugar para que vivan unos niños, ¿O tú que opinas?

—Tienes razón, Blas. Será mejor que limpies este lugar. Daré un paseo con los niños. —El sarcasmo de Eneko lo molestó, sin embargo no dijo nada, tenía que hacerlo.

Pasaron varias horas, pero por fin había terminado. La casa estaba limpia pero, ese olor a muerte y sangre aún estaba ahí, seguramente el sería el único que lo olería. Quizás lo mejor era ir a buscar a Eneko, ya estaba por amanecer y aún no volvían, sin embargo al abrir la puerta quedó completamente paralizado, alguien estaba esperándolos ahí.

—Si que ha sido bastante difícil encontrarlos. Así que aquí es donde se esconden. —La voz de la mujer era suave, pero provocaba un terrible miedo en él.

—Sa…Sariel…

— ¿Quién más idiota? —Dijo cambiando totalmente su expresión—. Quiero que me entreguen lo que les dimos. El poder para los sobrenaturales, seguramente aún tienen un poco. —Blas no sabía que hacer, de ser posible se lo entregaría, pero el no lo tenía, Eneko era quien lo resguardaba, pero si él volvía Sariel vería a los niños. —¿Qué estás esperando? ¡Dámelo!

—Eneko, él es quien lo tiene. Salió, no creo que regrese en un tiempo.

—Ya veo, bueno igual tengo tiempo de sobra. Puedo esperar.

—¿De verdad? —Blas no sabía que hacer. Estaba desesperado. «Esta a punto de amanecer, Eneko está a punto de regresar. ¿Qué hago? ¿Qué hago?» Los pensamientos de Blas no le permitían concentrarse. Estaba sudando. —¿No prefieres que te busquemos en cuanto llegue?

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, seguro que tienes cosas mas importantes que hacer que esperar a Eneko.

—Pues a decir verdad, aún no logro encontrar la estrella de la mañana, Lucifer podría matarme por eso.

—Te repito, cuando Eneko llegue, nosotros te buscamos. Es lo menos que podemos hacer por las molestias.

Sariel sospecha un poco de las palabras de Blas, había algo raro en su forma de hablar, sin mencionar que estaba bañado en sudor, pero pronto comprende lo que pasaba.

—Puedo ver tu cara de preocupación. Tienes miedo de no poder controlarte y atacarme, ¿No es así?

—¿E-es muy obvio? —Dijo aliviado.

—No creo que pudieras acercarte a mi, pero tú autocontrol es de alabar. —Dijo estirando sus alas—. Está bien, me iré. Pero quiero que sea lo antes posible, ¿Escuchaste?

Sariel no dijo nada más. Se había marchado. Blas por fin pudo respirar tranquilo. Eneko probablemente se tuvo que quedar en algún otro lado por el sol, así que no lo vería hasta la noche. Lo que le pareció perfecto ya que aprovecharía para dormir.

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