—¿Por qué insistes en seguirme hasta mi habitación? — preguntó Azrael, su voz teñida de ansiedad.
—No pretenderás que regrese a los dormitorios compartidos, ¿verdad? Si lo hago, me descubrirán. Se darán cuenta de que me escapé y se molestarán por no haberlos invitado, seguro que me delatarán. Pero si me quedo contigo, no dirán nada; solo pensarán que pasé la noche en tu cuarto. Además, prometiste que podría quedarme de vez en cuando...—, argumentó con una mezcla de súplica y astucia.
Azrael rodó los ojos, un gesto exasperado que reflejaba su descontento. —De acuerdo, dormirás en el suelo—, concedió con resignación mientras abrían la puerta de su habitación.
—¿Qué? ¿En el suelo? ¿Por qué? —preguntó el otro, genuinamente sorprendido.
—Porque no quiero que te acurruques contra mí como la última vez. Tienes la manía de aferrarte, tanto despierto como dormido. ¿Alguien te lo ha dicho alguna vez? Eres como un osito cariñosito— Azrael explicó con una mezcla de burla y afecto.
—¿Un osito cariñosito? —inquirió, perplejo.
—Sí, una caricatura de ositos que se pasan el día abrazándose.
_Pero de mi esa forma reforzamos nuestra amistad _ dijo muy confiado _ o algo más _ le tomo el pelo.
—¿Ahora te burlas de mí? —replicó mirándolo con recelo
—Si tú puedes hacerlo, ¿por qué yo no?
—Duerme en el suelo —, repitió Azrael con firmeza.
—Está bien... está bien —, aceptó su destino sin más protestas, y mientras Azrael se acomodaba en la cama, le pasó una almohada a Zion, quien buscaba una sábana en el armario para acomodarse en el suelo.
—¿Cómo voy a cumplir lo que me pidió mi padre si este sigue apareciendo en mi habitación? —se preguntó Azrael, llena de preocupación ante la posibilidad de que su transformación se desatara en un momento inoportuno debido al cansancio. —Mañana quiero estar solo, así que no vengas—, sugirió, esperando disuadirlo.
—Sí, te dejaré en paz—, accedió Zion, aunque sin mucha convicción.
Al amanecer, Azrael despertó con la sensación familiar de algo pesado sobre su espalda y un abrazo alrededor de su cintura, como el primer día que durmió en aquel lugar.
—Quizás debería acostumbrarme a esto...—, reflexionó, nerviosa y agobiada por el calor que sentía, —...o simplemente deshacerme de este chico—, razonó fríamente en su mente.
Intentó despertar a Zion tirando de su cabello, pero se detuvo en seco al darse cuenta de que su camisa se encontraba abultada debido al volumen de su pecho. Su transformación había cedido en algún momento de la madrugada, pero ni siquiera lo sintió.
Zion comenzó a bostezar, señal de que estaba despertando, y Azrael maldijo el momento en silencio, intentando completar su transformación antes de ser descubierta.
La mano de Zion, que había estado envuelta alrededor de la cintura de Azrael, comenzó a deslizarse lentamente hacia arriba, recorriendo su abdomen hasta tocar inadvertidamente su pecho. El rostro de Azrael se encendió como una antorcha al sentir el toque sutil de Zion.
"Tengo que transformarme ahora, antes de que se de cuenta", rogó internamente, desesperada por recuperar el control de su poder.
—¿Qué es esto? —preguntó Zion, confundido al sentir el contorno inusual en el pecho de Azrael.
Azrael reaccionó velozmente, envolviéndose en las sábanas antes de que Zion pudiera despertar del todo. —¡Te dije que durmieras en el suelo! _ exclamó, intentando cambiar de tema.
—¿Acaso todas tus mañanas comienzan con gritos? Voy a terminar sordo por tu culpa—, se quejó Zion burlonamente.
—Simplemente vete—, le exigió Azrael, intentando mantener la calma.
—Como ordene— respondió Zion, levantándose de la cama y dirigiéndose hacia la puerta. Pero antes de salir, se detuvo, como sí recordara algo importante, y se volvió hacia Azrael con urgencia. —¿Qué estás ocultando? preguntó, comenzando a tirar de las sábanas para descubrirlo.
—Nada, solo vete—, insistió Azrael, poniendo toda su fuerza en evitar ser descubierto.
Pero Zion era persistente, y en el momento en que tiró de las sábanas con todas sus fuerzas, Azrael logró completar su transformación. Aun así, cubrió su rostro con las manos, avergonzada y creyendo que ya había sido descubierta.
—¿Qué te pasa en la cara? Está muy roja, ¿tienes fiebre? — preguntó Zion, aún ajeno a la verdad.
—No es nada, solo vete—, respondió Azrael, intentando empujarlo lejos con una patada en el estómago, pero en lugar de eso, Zion perdió el equilibrio y cayó encima de ella.
El contacto directo los dejó a ambos nerviosos. La cara enrojecida de Azrael provocó en Zion una reacción inesperada, pero él negó rápidamente sus propios sentimientos internos, contradiciéndose a sí mismo, y se levantó apresuradamente de la cama. —Está bien, si dices que no te pasa nada, me iré—, dijo, saliendo rápidamente de la habitación con el rostro aún sonrojado y una vívida imagen de Azrael en su mente: su piel blanca como la perla, suave como la de una chica, con el rostro completamente rojo cubriéndose los ojos con los brazos, que elevaban su camisa hasta el abdomen, revelando un cuerpo pequeño y delicado. Esa visión lo había alterado tanto que se quedó sin palabras. —No es nada—, se repitió una y otra vez en su camino a las duchas, intentando calmar lo que estaba sintiendo.
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