Capítulo 4

Me di cuenta de que Selko, Roy y Erwin no eran mis amigos. No me ayudarían a escapar. Eran seres frívolos que se divertían con el dolor ajeno.

Ignoré a Selko y seguí caminando, pero él me detuvo.

—Escucha, humana—, me dijo, con una sonrisa. —Como eres humana, las leyes que rigen a los vampiros no son aplicables para ti. Puedes hacer lo que quieras sin temor a las consecuencias.

Me miró con intensidad. —Pero si te conviertes en un vampiro, serás una de nosotros. Podrás vivir para siempre y disfrutar de los placeres de la inmortalidad.

Me sentí asqueada. —No quiero ser un vampiro—, le dije. —No quiero ser como ustedes.

Selko se encogió de hombros. —Como quieras —, me dijo. — Pero recuerda, humana, que no durarás mucho tiempo aquí. Los vampiros no somos pacientes.

Me soltó y se fue, dejándome con una sensación de miedo y desesperanza. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía escapar de este lugar?

Sentí la amenaza en el tono de voz de Selko. Me di cuenta de que si no me convertía en un vampiro, moriría. Pero aún no quería hacerlo. Había algo que me mantenía aferrada a mi humanidad.

Sebastián. Mi amigo de la infancia. La persona que amaba.

Lo recordé con nostalgia. Habíamos crecido juntos, compartido nuestros sueños y secretos. Y aunque nunca le había confesado mis sentimientos, sabía que él era la razón por la que quería mantenerme humana.

No quería perder mi alma, mi corazón, mi capacidad de amar. No quería convertirme en un monstruo, en un ser sin sentimientos.

Pero Selko y los demás vampiros no entenderían eso. No entenderían que mi amor por Sebastián era lo que me hacía negar a convertirme en un vampiro.

Así que guardé mi secreto. No les daría la satisfacción de saber que mi amor por un humano era lo que me hacía resistir.

***

Caminé hacia la casa con pensamientos en mente. El nuevo mundo que se había abierto ante mis ojos me hacía sentir temor. Los vampiros, sus secretos, sus juegos... todo me parecía tan peligroso.

Cuando llegué a la casa, mi madre me comunicó que debíamos asistir esa noche a un baile. Me miró con una sonrisa expectante, pero yo sabía que no podía ir.

—No quiero asistir—, le dije, cruzando los brazos.

Mi madre se sorprendió.

—¿Por qué no, Sofía? Es un evento importante en el pueblo. Todos los vampiros estarán allí.

—Exacto—, le dije. —Y por eso no quiero ir. No quiero ver a esos chupa sangres. No quiero saber nada de ellos.

Mi madre suspiró.

—Sofía, debes aprender a convivir con ellos. Son parte de nuestra vida ahora. Y no les digas chupasangre.

—NO—, le dije, con firmeza. —No voy a ir al baile. No voy a jugar sus juegos.

Mi madre me miró con tristeza, pero no insistió. Sabía que no podía obligarme a hacer algo que no quería.

Subí a mi habitación sintiendo ganas de llorar. Me sentía abrumada por todo lo que había pasado desde que llegué a Peace. Me eché en la cama y cerré los ojos, dejando que mis pensamientos me llevaran a los momentos que había vivido en este pueblo.

Recordé mi llegada, mi primera impresión de la casa y del pueblo. Recordé a Olivia, mi amiga, y nuestras conversaciones sobre los vampiros. Recordé a Selko, Erwin y Roy.

Recordé las palabras de Erwin y como me puso la flor detrás de la oreja, y la forma en que me miró. Recordé la amenaza de Selko, y la forma en que me hizo sentir.

Me sentí abrumada por todos estos recuerdos. Me sentí como si estuviera atrapada en un mundo que no era el mío. Me sentí como si estuviera perdiendo mi identidad, mi humanidad.

Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas. Me sentí sola, asustada y confundida. No sabía qué hacer, no sabía cómo escapar de este mundo.

Sin saberlo, caí en un sueño sin sueños. Me sumí en una oscuridad profunda, sin imágenes ni sonidos. Pero cuando desperté, me encontré con una sorpresa desagradable.

Sobre el velador, había un vestido rojo elegante, junto con una nota de mi madre. La leí con un sentimiento de desasosiego.

—Sofía, debes ir al baile—, decía la nota. —Es una orden del rey. Aunque a ti no te pasará nada por desacatarla, tu padre saldrá perjudicado. Por favor, no seas obstinada. Ve al baile y haz lo que se espera de ti.

Me sentí atrapada. Mi madre me estaba pidiendo que hiciera algo que no quería hacer, algo que me parecía peligroso y sin sentido. Pero también me estaba pidiendo que protegiera a mi padre, que evitara que sufriera las consecuencias de mi desobediencia.

Me miré el vestido rojo y sentí un escalofrío. ¿Qué me esperaba en el baile? ¿Qué juegos peligrosos tendrían los vampiros preparados para mí?

Arrugué la nota mientras entraba al baño. Me miré en el espejo y comencé a bañarme, pero mi mente estaba en otro lado. Pensaba en cómo parecía no ser bienvenida en Peace. En cómo mis compañeros, que en el pasado se habían mostrado amables, ahora parecían estar evitándome.

Me sentí susceptible, pensé que tal vez estaba exagerando. Pero entonces recordé el incidente con Mirtha. Cómo me atacó en el aula y cómo nadie se ofreció a defenderme. Ni siquiera Olivia, mi amiga.

Me sentí un escalofrío. ¿Qué estaba pasando en Peace? ¿Por qué los vampiros me trataban con tanta hostilidad?

Me sequé y me puse el vestido rojo. Me miré en el espejo y no me reconocí. Parecía una muñeca, una marioneta lista para ser manipulada.

Bajé las escaleras y mi madre me esperaba en la entrada. Me sonrió y me dijo que estaba hermosa. Pero yo no me sentía hermosa. Me sentía prisionera.

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