...Cassian...
La oscuridad de la noche se volvía más densa mientras me sumergía en la lectura de antiguos textos en mi estudio. La discusión con Amelia seguía resonando en mi mente, pero la necesidad de encontrar respuestas a los misterios que acechaban en Villa Esperanza me mantenía enfocado en la tarea.
De repente, un escalofrío recorrió mi espina dorsal, como si una corriente fría hubiera atravesado la habitación. Una sensación de inquietud se apoderó de mí, y un presentimiento ominoso nubló mis pensamientos. El aire mismo parecía pesado, impregnado con una presencia inusual.
Sin saber exactamente por qué, una urgencia me empujó hacia la casa de Amelia. Un instinto que me advertía de que algo no estaba bien. Salí apresuradamente, atravesando las calles silenciosas de Villa Esperanza, donde la penumbra se entrelazaba con la quietud de la noche.
Al llegar a la casa de Amelia, mi preocupación se intensificó. Las luces estaban apagadas, y el silencio que envolvía su hogar era un eco inquietante. Toqué la puerta, pero no hubo respuesta. La sensación de que algo malo había ocurrido se apoderó de mí.
Con una llave de repuesto que Amelia me había confiado en algún momento, abrí la puerta con premura. La casa estaba sumida en la oscuridad, y solo el resplandor tenue de la luz lunar filtrándose por las cortinas permitía distinguir las siluetas familiares del mobiliario.
—¡Amelia! —llamé, pero mi voz resonó en un silencio que parecía absorber incluso mis palabras.
Recorrí las habitaciones, la ansiedad creciendo con cada paso. No había rastro de Amelia. Su ausencia se hacía más evidente en cada esquina de la casa, y la preocupación se transformó en una punzada de temor. La mansión, la discusión, la sombra, todo se entrelazaba en un laberinto de misterios que amenazaba con devorarme.
La fotografía de la Plaza del Tiempo reposaba en una mesita, una imagen que parecía mirarme acusatoriamente. Recordé las palabras de Amelia, la discusión que nos había distanciado, y el presentimiento de que algo malo podía ocurrir. La responsabilidad se apoderó de mí, y la urgencia de encontrarla se volvió imperativa.
Decidí regresar a la mansión de los Morgan, el epicentro de los secretos que nos rodeaban. El camino, iluminado por la luz de la luna, se volvía un sendero incierto que cruzaba entre las sombras del pueblo. Cada paso resonaba con la incertidumbre de lo que encontraría en la mansión.
Al llegar, la mansión se alzaba como un espectro silencioso. La puerta, entreabierta, crujía con un gemido sutil al empujarla. La oscuridad interior se desplegó ante mí, como un abismo en el que la verdad y el peligro se entrelazaban.
"Amelia..." susurré, una plegaria en la penumbra.
Las sombras de la mansión parecían más densas, y la sensación de que algo acechaba entre sus muros se intensificaba. El camino de respuestas que buscábamos se tornaba cada vez más oscuro y peligroso. En la mansión, entre sombras y silencio, la verdad aguardaba, pero también lo hacía el enigma indescifrable de la desaparición de Amelia.
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