Los álamos susurraban secretos mientras Amelia caminaba por las calles de Villa Esperanza, su pueblo natal. El sol del atardecer pintaba de tonos cálidos los adoquines gastados y las fachadas de las casas antiguas. Había vuelto a ese rincón de la memoria que alguna vez llamó hogar, buscando respuestas a preguntas que nunca había formulado en voz alta.
Villa Esperanza, con sus callejones serpenteantes y su aire impregnado de nostalgia, siempre la había atraído como un imán. Aquí, donde cada esquina guardaba recuerdos y cada edificio era un testigo silente de su infancia, Amelia intentaba encontrar consuelo y, tal vez, respuestas a las sombras que oscurecían sus noches.
Sus pasos la llevaron hasta la plaza central, donde un antiguo reloj de la torre marcaba el tiempo con un tañido melancólico. Se detuvo frente a la fuente que había sido testigo de sus juegos infantiles y dejó que el agua que caía suavemente la transportara a un pasado lleno de risas y sueños inocentes.
La Plaza del Tiempo, como la llamaban los lugareños, era un refugio de tranquilidad en medio del caos del mundo exterior. Pero, en ese momento, un halo de inquietud flotaba en el aire, y Amelia lo percibía como un susurro apenas audible que desafiaba la aparente paz de Villa Esperanza.
El regreso de Amelia había sido motivado por un oscuro presagio que la perseguía en sueños. Visiones fragmentadas de rostros desconocidos, marcados por el terror y la desesperación, la habían atormentado durante semanas. Y cuando las noticias de los asesinatos en Villa Esperanza llegaron a sus oídos, la conexión se volvió ineludible.
Se sumergió en sus pensamientos mientras paseaba por las calles empedradas. Había sido periodista de investigación en la gran ciudad, pero los fantasmas del pasado la obligaron a regresar a donde todo comenzó. Villa Esperanza, con sus secretos bien guardados, parecía el escenario perfecto para confrontar los misterios que la atormentaban.
Al llegar a la casa de su infancia, Amelia notó que las sombras de los recuerdos danzaban en las paredes como espectros del pasado. El crujir de la puerta al abrirse resonó como un eco lejano en su memoria. Se encontró con muebles cubiertos de sábanas y fotografías en sepia que atestiguaban una vida que parecía pertenecer a otra persona.
Con determinación, Amelia comenzó a explorar las habitaciones que alguna vez fueron su refugio. Cada paso la llevaba más cerca de la verdad enterrada en el polvo del olvido. En el rincón de su habitación, descubrió una vieja caja de recuerdos, llena de cartas amarillentas y fotografías desgastadas por el tiempo.
Mientras sus ojos recorrían las imágenes de su niñez, una sombra cruzó por la ventana abierta. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, pero la curiosidad superó el miedo. Se acercó a la ventana y vio una figura fugaz desaparecer entre los árboles del jardín.
La intriga se apoderó de ella, y el destino le susurró que no podía ignorar los susurros de las sombras. Amelia decidió embarcarse en una búsqueda, una investigación que la llevaría a descubrir la conexión entre su oscuro pasado y los asesinatos que amenazaban con desgarrar la paz de Villa Esperanza.
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