...Amelia...
La discusión con Cassian dejó un amargo regusto en mi boca, y la sensación de desconfianza persistía en el aire. Mi determinación, sin embargo, no flaqueaba. Las sombras que acechaban en Villa Esperanza no cederían ante mis dudas, y la necesidad de descubrir la verdad me impulsaba más allá de la incertidumbre.
La mansión de los Morgan se alzaba en la periferia del pueblo, envuelta en una penumbra que parecía tanto protectora como amenazadora. Decidí que no podía esperar más. Cada paso que retrasábamos dejaba que las sombras crecieran y se multiplicaran. No sabía qué encontraría allí, pero la necesidad de respuestas superaba cualquier temor que pudiera albergar.
El crujir de las ramas bajo mis pies resonaba en la quietud de la noche mientras me acercaba a la mansión. La brisa llevaba consigo ecos de susurros, como si el viento mismo estuviera imbuido con secretos ancestrales. La mansión, en su majestuosidad degradada, se cernía sobre mí como un testigo silencioso de historias que ansiaban ser contadas.
Al traspasar el umbral, la oscuridad me envolvió como un manto. El silencio en la mansión era opresivo, solo roto por el eco de mis pasos. La linterna que llevaba apenas disipaba la sombra que se extendía ante mí. Sin embargo, la determinación ardía en mi interior, iluminando mi camino, aunque la luz fuera débil.
Exploré las estancias abandonadas con cautela, cada habitación resonaba con el eco de un pasado olvidado. La mansión parecía retener los susurros de generaciones, y las sombras se retorcían en las esquinas como testigos mudos de secretos que yacían en la penumbra.
Mientras ascendía por la escalera, la sensación de que no estaba sola se instaló en mi espíritu. Los susurros de los Morgan parecían cobrar vida, como si las paredes mismas murmuraran sus oscuros relatos. Ignoré la incomodidad que se aferraba a mi nuca, atribuyéndola a la tensión de la discusión con Cassian.
La biblioteca, con estantes repletos de tomos polvorientos, llamó mi atención. Entre los libros olvidados, encontré un pergamino antiguo que detallaba la historia de los Morgan. Cada línea parecía resonar con la verdad que buscaba, pero también con peligros insondables.
A medida que avanzaba en la mansión, la sensación de que algo acechaba en las sombras se intensificaba. Mis pasos se volvieron más cautelosos, mis oídos más atentos a cada sonido que rompía el silencio. Sin embargo, no podía anticipar el peligro que aguardaba.
En una habitación olvidada, algo se movió en la penumbra. Una sombra, densa y voraz, cobró forma ante mis ojos. El terror se apoderó de mí cuando la figura se materializó, revelando una presencia oscura que iba más allá de lo terrenal.
—Amelia —susurró la sombra, su voz resonando con un eco que llevaba consigo el peso de incontables secretos.
El miedo se apoderó de mi ser mientras la figura avanzaba lentamente hacia mí. Mi corazón latía con fuerza, y el instinto gritaba que me alejara. Pero la curiosidad, mezclada con la valentía que solo el desconocido puede inspirar, me mantenía allí, enfrentándome a la sombra.
—Has desenterrado lo que no deberías, Amelia. Los secretos de los Morgan no deben ser revelados —advirtió la sombra, su presencia oscilando entre lo etéreo y lo tangible.
Las palabras resonaron en el aire como un augurio ominoso. En ese momento, supe que mi búsqueda había abierto una puerta a fuerzas que iban más allá de mi comprensión. La mansión, que una vez parecía un refugio de respuestas, se había convertido en un laberinto de peligros insospechados.
La sombra se acercó más, y el frío que emanaba de ella envolvió mi ser. En ese momento, lamenté mi decisión de entrar sola en la mansión. La oscuridad que acechaba entre las sombras era más indómita de lo que jamás hubiera imaginado, y la batalla que se libraba en ese instante no solo era contra un enigma ancestral, sino contra algo que estaba más allá de la realidad tangible.
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