El viento susurraba entre los álamos mientras Amelia, con la vieja caja de recuerdos en sus manos, se sumía más profundo en la oscuridad de Villa Esperanza. La luna llena arrojaba sombras misteriosas sobre las fachadas de las casas, y el eco distante de sus pasos resonaba en el silencio nocturno.
En su búsqueda de respuestas, Amelia decidió visitar a viejos conocidos que aún habitaban el pueblo. La primera parada fue la casa de la señora Elena, la anciana que había sido como una segunda madre para ella. La puerta crujía al abrirse, y Amelia fue recibida por el aroma familiar de galletas recién horneadas.
—Querida Amelia, hacía tanto que no te veía. ¿Cómo estás, mi niña? —la voz temblorosa de la señora Elena resonaba en la acogedora sala de estar.
Amelia forzó una sonrisa mientras le contaba sobre su regreso y su búsqueda de respuestas en medio de los acontecimientos extraños que asolaban Villa Esperanza. La anciana, con ojos llenos de sabiduría, asintió con tristeza.
—Estos tiempos oscuros despiertan sombras que preferiríamos olvidar. Pero, mi niña, a veces debemos enfrentarlas para encontrar la luz —aconsejó la señora Elena, entregando a Amelia una antigua fotografía de la infancia.
La imagen mostraba a Amelia, Elena y otros rostros familiares en un picnic soleado, pero algo en la expresión de los niños sugería que el pasado albergaba secretos insondables. Amelia agradeció a la anciana y, con la fotografía entre sus dedos, dejó la casa sumida en pensamientos turbios.
La próxima parada fue en la vieja biblioteca, donde don David, el bibliotecario, llevaba décadas siendo el guardián del conocimiento local. Entre polvorientos volúmenes y pergaminos amarillentos, Amelia buscó pistas que conectaran su pasado con los asesinatos actuales.
Don David, con sus lentes sobre la punta de la nariz, le habló de leyendas olvidadas y acontecimientos oscuros que se deslizaban entre las páginas de los libros. Mientras hojeaban un antiguo registro, encontraron menciones a una serie de crímenes que habían perturbado Villa Esperanza décadas atrás. Amelia sintió un escalofrío al darse cuenta de que la sombra del asesino no era nueva en el pueblo.
Mientras tanto, Cassian seguía las pistas que lo llevaban a callejones olvidados y bares oscuros. Conversaciones con viejos colegas y testimonios de lugareños empezaban a revelar patrones ominosos. En cada callejón, en cada rincón, se insinuaba la presencia de una red de secretos que conectaba su propia historia con los crímenes actuales.
En una taberna sombría, Cassian se encontró con Jorge, un antiguo compañero de la fuerza policial. Entre vasos de whisky y murmullos clandestinos, Jorge compartió fragmentos de información que encendieron la chispa de la verdad. Habló de conspiraciones locales, de nombres que se susurraban en voz baja y de una sombra que siempre parecía un paso adelante.
De vuelta a la casa de Amelia, los protagonistas compararon notas y descubrimientos. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, revelando una trama compleja que se tejía con los hilos del pasado. Entre los rostros de la fotografía y los nombres mencionados en los registros antiguos, Amelia y Cassian intuyeron que la clave para detener al asesino residía en descubrir el oscuro propósito que unía ambos períodos de terror en Villa Esperanza.
La noche avanzaba, pero el fuego de la determinación ardía en los ojos de Amelia y Cassian. Juntos, enfrentarían los secretos enterrados y desentrañarían la madeja de misterios que amenazaba con asfixiar la paz de su querido pueblo. La sombra del asesino, aunque esquiva, no podía ocultarse por mucho más tiempo ante la luz implacable de su búsqueda.
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