...Amelia...
Las sombras se alargaban en Villa Esperanza mientras mi búsqueda de respuestas se sumía más profundo en el tejido de secretos que envolvía mi pasado. La vieja fotografía que la señora Elena me entregó era como una ventana entreabierta al tiempo, revelando rostros infantiles cargados de misterio. Cada callejón, cada rincón del pueblo parecía esconder susurros que se negaban a ser olvidados.
En la biblioteca polvorienta, las páginas amarillentas crujían bajo mis dedos mientras don David y yo desenterrábamos registros antiguos. Historias de crímenes pasados, nombres que reverberaban en la penumbra de los recuerdos. El eco de aquellos eventos resonaba en la quietud de la sala, anunciando la presencia de sombras que acechaban en los pliegues del tiempo.
Mis pasos, guiados por una mezcla de determinación y temor, me llevaron al viejo cementerio donde las lápidas marcaban historias que se desvanecían en la memoria colectiva. Bajo la luz mortecina de la luna, descubrí tumbas marcadas por fechas que alineaban sus muertes con los oscuros episodios que sacudían Villa Esperanza en la actualidad.
El frío de la noche se infiltraba en mis huesos cuando dejé el cementerio atrás, pero la urgencia de desentrañar los hilos de mi pasado me impulsaba. En cada esquina, la presencia del asesino se manifestaba como una sombra en movimiento, escurriéndose entre edificios como un fantasma ansioso de permanecer en las sombras.
De vuelta a la casa donde crecí, me sumergí en las cartas que encontré en la caja de recuerdos. Entre las líneas descoloridas, las palabras de mi madre hablaban de peligros ocultos y la necesidad de protegerme. ¿Qué oscuros secretos guardaba ella que la obligaron a velar por mi seguridad de esa manera? ¿Y cómo se conectaba todo con los crímenes actuales que amenazaban a Villa Esperanza?
Mis noches se llenaban de visiones inquietantes. Sombras de rostros distorsionados por el miedo y la desesperación se mezclaban con las imágenes de mi infancia. El eco lejano de risas infantiles se desvanecía ante el susurro de secretos que la niña que fui nunca llegó a comprender.
Un día, mientras revisaba fotografías en la Plaza del Tiempo, una figura fugaz captó mi atención. Un hombre mayor, con la mirada cargada de historias no contadas, se desvaneció entre la multitud. Algo en su presencia resonó en lo más profundo de mi ser, como si las sombras que nos rodeaban bailaran al compás de un mismo misterio.
Decidí seguir la sombra de aquel hombre, dejando que mis pasos me llevaran por callejones estrechos y pasadizos olvidados. La noche se cernía sobre Villa Esperanza cuando alcancé la entrada de una antigua biblioteca abandonada. La figura desapareció en la penumbra, pero su presencia persistía en el aire, como un eco en la eternidad de la noche.
La puerta chirrió al abrirse, revelando un interior en ruinas que resonaba con el susurro del viento. Entre estantes desmoronados y libros olvidados, el rastro de la sombra se desvanecía, pero una extraña calma se apoderó del lugar. Me aventuré más adentro, mi corazón latiendo en sintonía con el misterio que parecía aguardar en cada esquina.
Villa Esperanza se convertía en un laberinto de secretos, y mi búsqueda se entrelazaba con la del hombre cuya sombra perseguí. Sin saberlo, el destino nos acercaba, y mientras el reloj de la Plaza del Tiempo marcaba el paso de las horas, las sombras del pasado y del presente tejían un enigma que solo el encuentro de nuestras miradas podría desentrañar.
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