" Mi Sucesor, Mí Verdugo"

Ailenys—tras escuchar a Iker, en el jardín confesar que también tiene cuentas pendientes— se repliega en sí misma por un momento. 

Ya en su habitación. Minutos después de la escena en la galería. Desde su habitación, lo observa, analiza lo que él representa y toma la decisión de citarlo en la terraza. 

La luz tenue de la lámpara de su escritorio dibujaba sombras largas sobre las paredes. 

La joven, aún vestida, estaba sentada en el alfeizar de la ventana, con las piernas recogidas contra el pecho. 

La cortina se movía suavemente por la brisa. 

Desde ahí, se veía el jardín y la galería. 

Y a él. Iker seguía parado donde ella lo había dejado. Solo. Quieto. Como si aún no supiera si debía avanzar o retroceder. Ella no apartó la mirada.

Sus palabras resonaban en su mente: “Yo también tengo, cuentas que cobrar". 

Frunció el ceño. No era la frase, era la forma en que la dijo. La voz quebrada, contenida, como si le costara admitirlo. Como si llevara años escondiendo lo. 

Como ella misma. 

Se deslizó lentamente fuera del alfeizar, caminó hasta el pequeño escritorio de caoba y abrió un cajón.

Sacó un sobre y una hoja pequeña. 

Con trazo firme, escribió:“Terraza del ala este. Antes de irte.“No llegues antes”.

No la firma. No lo necesitaba. Si él valía la pena, lo iba a entender.

Mientras doblaba el papel, su reflejo se cruzó con el espejo de cuerpo entero. 

Por un segundo se quedó observando su propio rostro. Los ojos. La mandíbula tensa. 

La misma sangre que su abuela, pero otra alma. 

No era una niña. No era una víctima. Y si él estaba diciendo la verdad, entonces podía ser más que una herramienta.

Salió en silencio. 

Cenaron y ella se quedó unos instantes es su lugar íntimo. Mientras veía como su abuela y el se retiraban al despacho. Quedándose ahí, para entender porque había cenado con ellas.

Una vez que ve al mayordomo, entendió.

El estaría, en la propiedad. Espero ver qué pasaría.

Y una vez que vio que el salió y se dirigió con el mayordomo al ala de invitados.

Espera, en silencio unos segundos.

Luego caminó por el pasillo a su habitación.

Vuelve a tomar otro sobre, otra hoja y reescribe cambiando la nota. Sale de su habitación, camina por el pasillo como un fantasma, hacía el ala de los invitados.

Dejó la nota bajo la puerta. Su pulso no se alteró.

Ya de regreso, antes de entrar a su cuarto, miró de reojo hacia la terraza.—Ahí es donde va a empezar todo —murmuró. Y cerró la puerta con suavidad.

Mientras, Iker sale del despacho, sintiendo que la atmósfera es tensa. Ante el pedido de la señora.

Él se mudaría a la mansión.

Al abrir la puerta, encuentra al hombre estático y tan frío como la señora.

El mayordomo, parado en la puerta del despacho.

Al verlo salir —sin decir nada— le entrega sus maletas.

Al ver esto, sabe que ella no era una mujer que dejara nada al azar. Este solo camina delante de él y lo conduce a una de las habitaciones de invitados.

Y se retira.

Entrando casi a la medianoche.

La habitación estaba oscura, apenas iluminada por el resplandor de la luna que se colaba entre las cortinas pesadas. 

Iker deja su maletas, se sentó en el borde de la cama, aún vestido, repasando mentalmente cada palabra de la señora.

La tensión de la conversación lo había dejado inquieto. No confiaba en ella, y tampoco entendía por qué seguía allí.

Un crujido suave en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Se puso de pie, alerta, pero no había nadie al otro lado. Solo un sobre de papel opaco en el suelo. Lo recogió. No tenía nombre. 

Lo abrió con cuidado.

Solo una línea, escrita con letra firme, pero sin adornos:“Terraza del ala este. Medianoche. “No llegues antes”.

Miró la hora. Ya casi era medianoche. Sin pensarlo demasiado, salió. 

El corredor estaba en silencio, apenas iluminado por las lámparas de pared. Caminó despacio, sin hacer ruido, hasta la vieja escalera que llevaba a la terraza.

Al empujar la puerta, la brisa lo envolvió. Y ahí estaba ella. 

La joven. 

De espaldas, con el cabello suelto, recortada contra el cielo de estrellas. Sin volverse, dijo: —Sabía que vendrías.

Iker se acercó despacio. —¿Por qué estoy acá?. 

Ella giró apenas el rostro, dejando ver una sonrisa tenue.— Porque no todo lo que pasa en esta casa te lo van a decir con palabras.

Se hizo un silencio. 

Luego ella añadió:—No estoy de tu lado (suspirando)aún. Pero si sabés mirar, vas a entender que esto va mucho más allá del trabajo que te encargaron.

Entonces giró completamente hacia él, y lo miró a los ojos:—Y porque yo también tengo cuentas pendientes. Quizás, juntos, podamos empezar a cobrarlas.

Él solo observa la noche, en una terraza desierta.

Observando cómo el viento jugaba con los mechones sueltos del cabello de ella. 

La ciudad dormía abajo, indiferente.  

Iker encendió un cigarrillo, nervioso, sin darse cuenta de que temblaba.—No sé para qué te conté parte de esto —dijo él al fin, mirando al horizonte sin verla. 

Dudando: — Ni siquiera estoy seguro de en quién puedo confiar.

Ella no respondió al principio. Solo lo miró, ladeando un poco la cabeza, como si lo observara por primera vez. Luego caminó hasta él, en silencio, y le quitó el cigarrillo de entre los dedos.

—A veces —dijo, con voz baja, casi un susurro— uno no necesita confiar. Solo necesita que alguien sepa cómo ayudarlo.

Lo miró a los ojos. No había ternura ni lástima.

Solo una calma extraña. Una seguridad que no cuadraba con su edad ni con su historia, al menos la que él creía conocer.

—¿Vos podés? —preguntó él, sin disimular la desconfianza.

Ella sonrió de lado.—Digamos que tengo acceso a cosas que podrían interesarte. Y sé exactamente quiénes son tus enemigos. —Dio un paso atrás, volviendo a la penumbra.—Pero no voy a decirte más, todavía.

Iker frunció el ceño. El cigarrillo seguía encendido entre los labios de ella.

—¿Quién sos realmente?

Ella lo miró por encima del hombro. Su voz fue firme, pero tranquila:—Por ahora, con mucha calma,— solo soy la única que no va a mentirte.

Y se fue, dejándolo solo con el humo y la duda.

En verdad, las dos sabían cómo dejarlo, solo y pensativo.

Continuará...