Sabina, una conocida mafiosa, se ve obligada a criar a los hijo de su hermana luego de que está muere en un trágico accidente. Busca hallar respuestas para sabre toda esa situación y saber quien se atrevió a matar a su gemela.
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capítulo 10
Cuando Sabina por fin llegó al nuevo instituto, el sol comenzaba a inclinarse sobre el horizonte, tiñendo el cielo de un cálido tono dorado. Apenas bajó del auto, una sonrisa se formó en sus labios al ver a sus hijos corriendo hacia ella, con sus mochilas rebotando en sus espaldas y los ojos iluminados de emoción.
Sebastián fue el primero en alcanzarla, arrojándose a sus brazos con una mezcla de sorpresa y alegría.
—¡Mami! —exclamó, abrazándola con fuerza—. ¿Tú viniste a buscarnos? Pensé que hoy nos tocaba con las nanas...
—Sí, amor —respondió ella, acariciándole el cabello con ternura—. Hoy salí temprano del trabajo. Quería pasar la tarde con mis pequeños demonios. ¿Qué les gustaría hacer?
Antonio, más calmado pero igual de feliz, se aferró a su pierna con una sonrisa.
—¿De verdad podemos elegir? —preguntó con entusiasmo, y Sabina asintió.
—Claro que sí. Esta tarde es solo de ustedes. Manden ustedes, yo obedezco.
Los niños se miraron entre sí, emocionados, y gritaron casi al unísono:
—¡Un salón de juegos!
Sabina sonrió y asintió sin dudarlo. Mientras los acomodaba en el auto, su teléfono vibró. Era Patrick. Dudó un segundo antes de contestar, sabiendo perfectamente lo que venía.
—¿Qué pasó? —preguntó él, con su voz firme, directa.
—Lo sabe... —respondió ella en voz baja, mientras ponía el cinturón de seguridad a Antonio—. Estoy llevando a los niños a un salón de juegos en el centro. Quiero hablar con ellos antes de tomar cualquier decisión.
—Envíame la dirección. Llegaré en cinco minutos.
Sabina no respondió, simplemente envió un mensaje con la ubicación. No quería discutir por teléfono, menos con los niños escuchando desde el asiento trasero, emocionados contando su primer día en la nueva escuela.
Cuando llegaron al salón, Patrick ya estaba esperándolos. Estaba de pie, serio, con las manos en los bolsillos, flanqueado por un par de sus hombres de confianza. Al verlos, esbozó una media sonrisa que solo los niños lograban sacarle.
—¡Tío Patrick! —gritaron ambos al unísono, corriendo a saludarlo.
Patrick se agachó para recibir sus abrazos, besándolos a cada uno en la frente con cuidado.
—¿Listos para divertirse? —les preguntó, y ellos asintieron con entusiasmo.
—¿No está cerrado? —preguntó Sebastián al ver el lugar vacío.
—Está cerrado para el público, no para ustedes —les guiñó un ojo—. Hoy es todo suyo. Vayan, jueguen hasta que se cansen.
Los niños no esperaron más. Corrieron entre las máquinas de juego, explorando cada rincón. Cuando se alejaron lo suficiente, Patrick volvió a su semblante serio y se dirigió a Sabina.
—¿Qué pasó exactamente?
Ella cruzó los brazos, tensando la mandíbula.
—Entró a la sala de juntas... con esa mirada que me heló. Sospechaba. No dijo nada al principio, pero bastó con una mirada para entender que ya no había marcha atrás. Le dije la verdad.
—¿Le dijiste la verdad? ¿Así, sin más? ¿Acaso ya olvidaste lo que ese hombre le hizo a Ámbar?
—No lo he olvidado. Ni lo haré. Pero también es su padre, Patrick. Por más que me revuelva el estómago admitirlo, no puedo negarles a los niños ese derecho.
—Ámbar nunca le dijo nada por una razón.
—Lo sé... —Sabina tragó saliva, bajando la mirada un segundo—. Pero si ella estuviera viva... sé que querría que sus hijos conocieran a su padre. No para confiar ciegamente en él, sino para que no crezcan con una verdad escondida.
—¿Y si él quiere llevárselos? ¿Si va a juicio? Sabes que podría tener argumentos.
—Si eso pasa, tú mismo los tomarás y los llevarás lejos. Los esconderemos si es necesario. Pero no quiero que vivan rodeados de mentiras. No más.
Patrick exhaló, frotándose el rostro con ambas manos, frustrado.
—No me gusta esto, Sabina. Siento que estamos bajando la guardia.
—Lo sé... pero si vamos a enfrentar esto, prefiero hacerlo con los niños preparados.
Sabina se alejó, caminando hasta sus hijos que ya jugaban con risas contagiosas. Se unió a ellos durante un rato, tratando de no mostrar la tormenta que rugía dentro de su pecho.
Unos minutos después, Patrick propuso que fueran al patio de comidas. Los niños aceptaron encantados.
Mientras se sentaban con sus bandejas llenas de hamburguesas y papas, Sabina tomó aire. Su corazón latía con fuerza. Este era el momento.
—Niños —comenzó con voz suave—. Sé que esta charla no será fácil, pero también sé que ustedes son muy inteligentes, mucho más de lo que aparentan.
Sebastián y Antonio dejaron la comida y la miraron con atención. El tono de su madre los alertaba.
—¿Recuerdan cuando les dije que yo no era su verdadera madre?
Ambos asintieron. Esa conversación había sido una sorpresa, pero con el tiempo lo habían aceptado. Sabina siempre fue su mamá, sin importar el título.
—Eso no ha cambiado. Los amo con todo mi corazón. Ustedes son mis hijos, no solo mis sobrinos. Son todo lo que tengo.
Antonio, al notar cómo se le quebraba la voz, la miró con preocupación.
—¿Qué pasa, mami?
—Nada, cariño... —respondió ella con una sonrisa triste—. Hoy hablé con su padre biológico. Él no sabía que ustedes existían. Se enteró esta mañana... y me pidió conocerlos.
Hubo un silencio largo. Los niños procesaban la información sin saber muy bien cómo reaccionar.
—¿No sabía de nosotros? —preguntó Sebastián, frunciendo el ceño.
—No, mi amor. Tu madre... Ámbar... no se lo dijo. Él lo descubrió por su cuenta y ahora quiere verlos, conocerlos.
—¿Y tú qué quieres, mami? —preguntó Antonio, ladeando la cabeza.
Sabina suspiró.
—Quiero lo que sea mejor para ustedes. No los obligaré. Esta es una decisión que ustedes también deben tomar. Yo estaré de su lado, siempre.
—¿Y lo conocemos? —insistió Sebastián.
—Lo han visto una vez, pero él no sabía que ustedes eran sus hijos. Creo que ese fue el momento en que empezó a sospechar —dijo, mirando a Patrick de reojo.
Entonces, inesperadamente, Sebastián dirigió la palabra a su tío.
—¿Y tú qué opinas, tío? ¿Debemos verlo?
La pregunta tomó a ambos adultos por sorpresa. Patrick los miró, conmovido, y dejó de lado su orgullo para decir la verdad.
—Aunque no me guste nada esta situación... ese hombre es su padre. Y si realmente quiere conocerlos, creo que es lo correcto. Pero escúchenme bien —dijo, con tono firme—. Si alguna vez él los hace sentir mal o intenta separarlos de nosotros, me lo deben decir. ¿De acuerdo?
—Sí, tío.
—Sí, mami. No te preocupes.
Sabina sonrió, aliviada por la madurez de sus hijos. Entonces agregó:
—Muy bien. Le avisaré al señor Russo su decisión. En cuanto tenga una cita pactada con él, se los haré saber. Pero hay algo más... —los miró fijamente—. Nunca mencionen nuestro secreto. Nadie debe saber que soy su tía y no su madre biológica. ¿Entendido?
—Sí, mami.
—Lo prometemos.
El resto de la tarde transcurrió entre risas, juegos y bromas. El peso de la verdad aún flotaba en el aire, pero por primera vez en mucho tiempo, Sabina sintió que no estaba sola en esta lucha.
Esa noche, regresaron todos juntos a la mansión. Más unidos que nunca. Más fuertes. Y sabiendo que, aunque el pasado dolía, el amor que los unía era más poderoso que cualquier verdad oculta.
Daniel le hace falta agallas
por fin van a poder ser felices
No sé siñe a la típica historia romántica, es un drama que marcó vidas e hizo justicia .
💯 recomendada 👌🏼😉