Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
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capítulo 10
Aldana se encontraba embriagada por la suavidad de los labios opuestos y el exquisito aroma que emanaba del perfume de Leonardo. Estaba tan inmersa en ese momento que no se dio cuenta de cuándo sus pies dejaron de tocar el suelo. Mientras él la llevaba cargando hasta la cama, ella aferró con más fuerza sus piernas a su cintura, temerosa quizás de que ese instante se desvaneciera.
Una vez que llegaron, Leonardo la depositó suavemente sobre el colchón. Sus manos se deslizaron hasta el lazo de la bata, tirando de él con facilidad. En un suspiro, la prenda cayó a un lado, dejándola completamente desnuda ante su mirada intensa.
Aldana sintió un estremecimiento de vergüenza. Nunca antes había estado tan expuesta ni vulnerable frente a un hombre. Instintivamente, intentó cubrir su cuerpo con las manos, pero la voz grave de Leonardo la detuvo.
—No tienes por qué avergonzarte… te ves exquisita.
Sin darle tiempo a replicar, él también comenzó a desvestirse. Sus movimientos eran seguros, pausados, conscientes del efecto que causaban. Cuando estuvo completamente desnudo, se colocó sobre ella y volvió a buscar sus labios, esta vez con una mezcla de hambre y ternura que hizo temblar a la joven.
Sus manos exploraron cada rincón de su piel, y al encontrar el punto más sensible de Aldana, se dedicó a estimularla con maestría. Sus labios descendieron por su cuello, su clavícula, hasta llegar a sus suaves pechos, donde se entretuvo largo rato, alternando caricias y besos que le robaron el aliento. Aldana jadeaba, se arqueaba, sus suspiros eran cada vez más entrecortados, hasta que su cuerpo comenzó a convulsionar víctima del orgasmo que la arrasó por completo.
Leonardo la observó con deseo encendido y, cuando su cuerpo se relajó, se posicionó entre sus piernas. Su voz ronca y profunda acarició sus oídos:
—Esto puede que te duela un poco… pero solo será la primera vez.
Ingresó con lentitud, atento a cada gesto, cada gemido. Sintió las uñas de Aldana clavarse en su piel, un reflejo del dolor mezclado con placer que recorría su cuerpo. Los gemidos pronto se intensificaron, y aquello lo enloqueció. Perdió el control. La delicadeza se desvaneció, y sus caderas comenzaron a moverse con mayor rapidez, llevándolos a ambos a un ritmo frenético y embriagador.
Así pasaron la noche. Cada vez que Aldana recuperaba el aliento, lo buscaba con los ojos brillantes y un murmullo en los labios que lo incitaba a comenzar de nuevo. Y así, entre suspiros, jadeos y caricias, amanecieron.
Eran alrededor de las dos de la tarde cuando el sonido de la puerta despertó a Aldana. Parpadeó, algo desorientada, y al notar que estaba sola en la cama, buscó con la mirada a Leonardo. Escuchó el agua correr en el baño y alzó la voz:
—¿Esperas a alguien? Están llamando a la puerta…
—Pedí el desayuno —respondió él desde dentro—. ¿Puedes recibirlo?
Aldana asintió sin responder. Tomó una camisa que yacía en el suelo y se la puso apresuradamente. Mientras abotonaba los últimos botones, se dirigió a la puerta y la abrió.
—Puede dejarlo aquí…
Pero sus palabras se ahogaron en su garganta. Al alzar la vista, quedó paralizada al ver que no era solo un camarero, sino dos personas quienes la observaban fijamente. Su expresión se congeló.
En ese momento, Leonardo salió del baño con el torso desnudo y una toalla atada a la cintura. Sonreía, ajeno a la tensión.
—Ya puedes usar el baño…
Al notar que Aldana no se movía, se acercó y, sin mirar hacia la puerta, preguntó:
—¿Estás bien? ¿Quién era...?
Hay otra que si pueden y desean aborta, si no quieres un bebé, hay muchas maneras de cuidarnos .
LOS BEBES NO PIDIERON VENIR A MUNDO PARA SUFRIR !!