Uno asesina, otro espía, otro envenena y otro golpea y pregunta después. Son solo sombras. Eliminan lo que estorba, limpian el camino para quien gobierna con trampas y artimañas.
No se involucran. No se quiebran.
Pero esta vez, los cazadores serán cazados.
Porque hay personas que no preguntan, no piden permiso, no se detienen.
Simplemente invaden… y lo cambian todo.
NovelToon tiene autorización de IdyHistorias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
¿Yo, asustado de ti? No… tal vez
◈ Mes tercero, Año 6 del Rey Marcel Darios |Halvanor ◈(Ezran, 26 años)
Salimos del taller ya preparados para la misión. Clover llevaba un vestido sencillo pero elegante, adornado con algunas joyas que ella misma había diseñado. A simple vista, parecían piezas normales, pero las joyas escondían las runas de artefactos que habíamos preparado. No era particularmente hábil con las runas, pero debo admitir que sus bocetos de joyas eran impecables, y la idea de ocultar las runas con diseños tan detallados, era algo que nunca se me habría ocurrido. La mayoría de mis clientes querían ver las runas, querían que todos supieran que sus piezas eran artefactos mágicos y no simples joyas.
Antes de salir, Clover se detuvo frente a mí y levantó ligeramente la falda para mostrarme la daga que llevaba oculta en una funda en el muslo.
—Por si acaso —dijo con una sonrisa descarada, como si no fuera consciente del impacto que aquello tenía en mí.
Lo hizo a propósito, lo sé. Cuando vi su pierna y parte de la falda alzada, todo lo que llevaba en las manos se me cayó al suelo. Ella se fue riendo, dejando en el aire la sensación de que me estaba volviendo completamente loco. Y maldita sea, lo estaba logrando.
Poco después, nos encontrábamos dentro de la carreta, listos para nuestra misión. El plan era simple: éramos una pareja casada desde hacía un par de meses, comerciantes de joyas bajo los nombres de Cassian y Nerida. Habíamos repasado varias veces los detalles de cómo sacar la información que necesitábamos sobre el dueño de la posada y sus contactos. Lo ideal sería hacerlo en dos o tres días. Luego nos retiraríamos de la posada rumbo al siguiente pueblo, yo regresaría solo y terminaría el encargo.
El viaje había sido tranquilo hasta ese momento, pero faltaba menos de una hora para llegar al pueblo cuando Clover, sentada a mi lado, se acercó más de lo que esperaba. Entrecruzó su brazo con el mío y apoyó la cabeza en mi hombro.
Me asusté. ¿Qué diablos estaba haciendo? Mi mente empezó a correr en todas direcciones, buscándole una explicación.
—¿Qué pasa? —le pregunté, incapaz de ocultar mi nerviosismo.
Clover suspiró, claramente frustrada, y murmuró:
—Solo piensa que soy Rowen.
No entendía nada. ¿Por qué de repente ella me hablaba como si eso lo resolviera todo?
—No entiendo —dije, frunciendo el ceño, intentando comprender su punto.
Ella levantó la cabeza y me miró con seriedad, algo que raramente hacía.
—Si te vas a asustar o molestar cada vez que me acerque, no vamos a parecer dos personas enamoradas.
Maldita sea, tenía razón. Detuve los caballos, respiré profundamente y la miré a los ojos. Sabía que lo que decía era cierto. No podíamos actuar como una pareja si yo seguía poniéndome tenso cada vez que ella estaba cerca. Debíamos empezar a fingir que nos amábamos si queríamos que la misión fuera creíble.
—Supongo que tenemos que empezar a fingir que nos amamos —dije, casi en tono de broma, aunque la verdad detrás de mis palabras me inquietaba.
Ella me miró por un momento, y vi un destello de algo en sus ojos. Su respuesta fue rápida, pero el tono no era tan ligero como solía ser.
—Sí —dijo—, supongo que sí.
Había algo en su voz que me hizo pensar que no le gustaba del todo lo que estaba sucediendo. Esto iba a ser peligroso, no por la misión, sino porque había una parte de mí, una parte oscura, que empezaba a pensar que esta situación podía ser una oportunidad. Una oportunidad para decir lo que realmente sentía bajo el disfraz de una actuación.
Sin pensarlo demasiado, la tomé por el mentón y, acercándome más, susurré:
—Te amo, mi pequeña esposa.
La vi sonrojarse, sus mejillas se tiñeron de un tono rojo que me sorprendió. No lo esperaba. Pero en lugar de apartarse o reaccionar con burla como solía hacerlo, me sonrió.
—Yo también te amo, mi esposo gruñón —respondió, y ambos rompimos a reír, como si todo fuera una simple broma.
Continuamos el camino con ella entrelazando su brazo con el mío, su cabeza descansando de nuevo en mi hombro. La situación parecía controlada. Si ambos lo tomábamos con ligereza, como si todo fuera un simple juego, tal vez, solo tal vez, cuando todo esto terminara, podríamos seguir como antes.O al menos, eso me repetía a mí mismo.
Mientras los caballos avanzaban, no pude dejar de pensar en lo fácil que había sido decir esas palabras. Te amo. Había salido de mis labios con demasiada naturalidad, y eso era lo que realmente me asustaba.
◈ Mes tercero, Año 6 del Rey Marcel Darios |Berlith ◈(Ezran, 26 años)
Llegamos a la posada justo para la hora del almuerzo. Estaba bien ubicada, en una zona intermedia: lo suficientemente cerca del área noble para atraer a algunos clientes adinerados, pero lo suficientemente escondida entre el pueblo para pasar desapercibida. La posada tenía un aire acogedor y un toque elegante, pero sin demasiadas pretensiones. Para un noble pomposo, habría sido demasiado simple y sin gracia, pero para alguien del pueblo común, parecía un lugar de lujo.
Nos dirigimos a la recepción para registrarnos. La mujer que nos atendió, de aspecto discreto pero con ojos atentos, miró a Clover con admiración al ver los pendientes que llevaba. Eran uno de los diseños que habíamos hecho para la misión, joyas que escondían runas mágicas.
Clover le sonrió con ese encanto que sabía usar tan bien y, antes de que yo pudiera procesar lo que estaba haciendo, le ofreció uno de los pendientes.
—Toma, guárdalo —dijo suavemente—. Y danos una bonita habitación, algo un poco discreto, ya sabes. A pesar de tener medio año de casados, aún parece que estamos en luna de miel.
La mujer suspiró, mirándome con una sonrisa traviesa, como si yo fuera un marido demasiado afortunado.
—Ya sabe cómo son los hombres, querida —dijo, mientras yo intentaba devolverle la sonrisa sin parecer demasiado nervioso. Luego, Clover añadió con un tono juguetón:
—Si nos atienden bien, antes de irnos te doy el otro par.
La mujer aceptó con entusiasmo, ya completamente ganada. Se inclinó hacia Clover y le susurró algo que no alcancé a escuchar, pero Clover simplemente rió y me miró de reojo, como si me estuviera examinando de pies a cabeza. Esa mirada me puso un poco tenso, pero no podía hacer otra cosa que seguir sonriendo como el esposo enamorado que debía parecer.
Nos llevaron a nuestra habitación, y ahí fue cuando me di cuenta de un detalle que no había querido considerar hasta ese momento: una sola cama. Y no solo eso, sino una cama grande, lujosa, con cortinas de encaje, el tipo de cama que usaría una pareja en plena luna de miel. A un lado, había una bañera elegantemente decorada... dentro de la recámara.
Perfecto. Realmente era una habitación para recién casados.
Intenté desviar el tema, concentrándome en el equipaje. Mientras acomodábamos nuestras cosas, traté de sonar despreocupado cuando pregunté:
—¿Por qué le diste el pendiente?
Clover, ocupada acomodando su ropa, ni siquiera me miró al responder.
—Esa mujer disfruta del buen chisme —dijo con tono práctico—. Se le nota en los ojos, cómo le brillan cuando siente que puede enterarse de algo interesante. Y con su figura y actitud, no me sorprendería que fuera la amante del dueño.
Se quitó el otro pendiente y activó las runas que escondía. Al instante, la habitación se llenó de susurros provenientes del pequeño artefacto mágico.
Escuchamos la voz de la mujer de recepción y de un hombre, aunque no era el dueño de la posada. Se trataba de uno de los amantes que Clover había mencionado. Estaban hablando de nosotros.
—La esposa, muy bonita para el esposo —decía la mujer, refiriéndose claramente a Clover.
—Pero ese tipo tiene la mirada de alguien que prefiere más acción que una muñequita que se pueda romper —añadió el hombre, con un tono que me molestó más de lo que esperaba.
Clover bufó, irritada. Yo la miré de reojo, sabiendo que no le hacía ninguna gracia.
—¿Crees que podría ser un nuevo cliente? —preguntó el hombre.
—Podría ser —respondió ella—. Viéndolo, le puede agradar alguna de las exquisiteces del lugar. Y viendo a la esposa, seguro que una de las más pequeñas podría ser de su gusto.