MI NIÑA. UNA GUERRERA. RENACIENDO. "Una Historia Que Duele… Pero También Salva"

POV Charrill.

—¡Esperen! —la voz de mi jefe corta el aire como un rayo.

Todo en mí se estremece… pero, al mismo tiempo, una punzada de alivio me sacude por dentro.

La tía toma mi mano con esa mezcla de ternura y determinación que solo tienen las mujeres que han vivido. Me guía hasta el asiento como si yo fuera una niña indefensa… y yo no me resisto.

Me aferro a ella como si fuera lo único real en este instante.

Me hundo en su abrazo, temblando, y lloro como si el mundo se estuviera acabando.

Porque, para mí… lo está.

Ya no puedo fingir. Ya no tengo fuerzas.

El tío Roqui regresa unos minutos después. En sus manos lleva un estuche de lentes que hace girar entre los dedos con aire despreocupado… aunque su mirada lo delata.

—Se me habían quedado en su oficina —dice, sonriendo con los labios… pero no con los ojos.

—Marcos, muévete. Sácanos de aquí ya —ordena la tía con un tono tan seco, tan afilado, que no deja espacio para réplicas.

Cuando por fin logro tranquilizarme, la pregunta me sale del alma:

—¿Cómo está mamá?

La tía acaricia mi cabello con ternura.

—María Teresa está bien. Es una mujer fuerte, con un temple de acero —responde con un orgullo que me aprieta el corazón.

Eso me llena de esperanza. Desearía tener aunque fuera una milésima parte de su fuerza, de su tenacidad.

—Quiero verla… —balbuceo—. Quiero pedirle perdón… no importa si ya no me ama.

Siento cómo esas palabras arden en mi garganta. Me queman.

El tío da un pequeño respingo, y su rostro se transforma: furia contenida.

Yo y mi gran bocota…

"Lo que dice Martín solo sirve para decir idioteces. Soy una estúpida."

—Lo… lo siento —susurro, bajando la cabeza, avergonzada.

Él se acerca y toma mi rostro con suavidad entre sus manos.

—Charrill… nena, ¿qué te hizo ese desgraciado? —su voz se quiebra por un momento—. Perdona por sobresaltarme, no fue contra ti.

Pasa su mano por el cabello, frustrado. Se le nota en la expresión, en los ojos llenos de impotencia.

—Charri… María Teresa te ama. Te adora. No sabemos de dónde sacas que no. Es la madre más entregada y amorosa que conocemos. Pero por ahora… por tu seguridad y por la de ella, es mejor que no se vean —dice la tía mientras seca con delicadeza las lágrimas que se deslizan por mis mejillas.

—Bebé, vas a salir de ese lugar tenebroso donde se encuentra tu alma —añade el tío Roqui—. Y nosotros estaremos ahí, contigo. Eres nuestra sobrina… y te juro por lo más sagrado que te amamos.

Sus palabras me atraviesan como una lanza… pero no duelen, no. Son cálidas. Verdaderas. Es como si, por primera vez en años, el sol me regalara un rayito de luz.

Él me abraza, y se siente bien. Se siente tan bien...

Llegamos a la embajada. El tío Gerónimo ya está esperándome. A duras penas se saludan con la tía, intercambian una mirada rápida… y ella se aleja.

No entiendo qué ocurre ahí. Siempre fueron la pareja más maravillosa que conocí. Pero tengo tanto caos en mi mente que no logro detenerme a pensar en ello.

El tío me recibe con un gran abrazo.

—Hola, preciosa. En unos minutos nos vamos. ¿Preparada?

No había pensado en eso.

"Dios… ¿qué pasará con Martín? ¿Y si Parmenio lo lastima? No podría perdonármelo."

Retrocedo.

—No… no me puedo ir. No le puedo hacer eso a Martín. Él me necesita —digo entre sollozos.

Una parte de mí quiere cerrar los ojos y huir. Dejar todo atrás. Pero otra… otra se resiste a abandonar al único que ha estado a mi lado. No puedo condenarlo.

Mi tía me lanza una mirada… mezcla de cansancio, de tristeza. De lástima.

—Charrill, nena… esta es tu oportunidad. Tienes que ir. Debes luchar por volver a ser la mujer de antes.

Niego con la cabeza. Mis piernas flaquean. Todo empieza a tornarse oscuro…

***

Despierto con el corazón acelerado, lleno de angustia. Sobresaltada. En mi mente… la imagen de Martín, con su mirada endemoniada ardiendo desde Chiapas, descontrolado, porque lo desobedecí.

Sé que me va a castigar. Tengo que pedirle perdón… prometerle que jamás volveré a hacerlo.

Abro los ojos lentamente, queriéndome quedar en ese lugar, pero sé que no puedo. Martín debe estar fuera de sí.

Pestañeo varias veces, examinando la habitación. No es la mía. Me encuentro en una completamente blanca. Aséptica. Silenciosa.

Intento incorporarme, pero me siento mareada, débil.

En mi brazo hay una cánula. Me están suministrando algo.

A mi lado hay una mujer vestida de blanco… una enfermera. Joven, piel de porcelana, delgada, de estatura promedio.

—Hola, Charrill. Bienvenida. Me alegra que hayas despertado —me dice con voz suave.

Su idioma no es español… es otro que reconozco muy bien. El del tío Gero.

Pero… yo no puedo estar en su país. ¡No!

Martín me necesita.

El temblor empieza en mis manos, luego en mis piernas. Es como si mi cuerpo supiera algo que mi mente se niega a aceptar.

—No… no puedo estar aquí… —balbuceo, con un hilo de voz.

Ella me regala una mirada comprensiva… y sonríe.

—Trata de tranquilizarte. Tuviste un ataque de pánico. En unos momentos vendrá la doctora a revisarte.

—Yo no puedo estar aquí. Debo irme, por favor… ayúdeme a salir de aquí —suplico, con los ojos brillosos, rotos.

La puerta se abre y observo entrar a una mujer con bata blanca. Su figura es robusta. Alta. Es rubia, tal vez de unos cincuenta años.

Toma la tabla que cuelga de los pies de mi cama. La observo leer con concentración.

—Hola, Charrill. Soy la doctora Franchesca, la psicóloga que está a cargo de tu caso.

—Yo no estoy loca. No lo estoy. Martín me ama… solo quiere lo mejor para mí. ¿Verdad? Necesito regresar a mi casa. Él debe estar furioso —mis palabras salen rápidas y atropelladas.

Ella suspira y me mira… con algo más que cansancio.

Tal vez compasión.

Tal vez rabia contenida por lo que otras manos me han hecho.

—Te puedes ir de esta clínica cuando quieras. Y tienes toda la razón: no estás loca. Presentás un cuadro de dependencia emocional aguda. Es una forma de maltrato invisible, pero igual de letal. Es como una adicción, igual que una droga o un alucinógeno… y es igual de destructiva.

—Pero duele distinto —susurro—. Porque esto se llama amor. ¿No?

La observo. Ella niega con la cabeza.

En mi mente me repito como un mantra aprendido: "Yo estoy bien. Eso no existe. Eso no me pasa a mí."

—¡Usted no sabe de qué habla! —alzo la voz por primera vez, y luego me arrepiento de inmediato—. Discúlpeme, por favor… no fue mi intención. No me castigue. Juro que puedo portarme bien.

Encojo mi cuerpo. Tiemblo. Mi cabeza permanece agachada, mirando al piso como si así pudiera desaparecer.

—Nena… —dice con suavidad.

Pero yo ya no escucho.

Me encierro en el rincón más oscuro de mí misma… donde él aún me ama y yo aún soy suficiente.

Donde nadie me dice que estoy rota… porque en ese rincón, ya no importa.

(…)

La dependencia emocional es un vínculo adictivo disfrazado de amor.

Se idealiza al otro, se justifica el daño, se pierde la identidad.

Es silenciosa, pero profundamente desgarradora… porque se ama con miedo, se permanece por culpa y se sufre en soledad.

Se es víctima, pero cuesta aceptarlo.

Por eso, cuando vean a una mujer que vuelve con su agresor, no la juzguen.

Ella no necesita críticas,

Necesita redes de apoyo.

Ser escuchada.

Una mano que la sostenga fuerte.

Una salida.

Las leo.