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Entre Líneas

Entre Líneas

Status: En proceso
Genre:Amor prohibido / Amor tras matrimonio / Intrigante / Maltrato Emocional / Padre soltero / Diferencia de edad
Popularitas:1.2k
Nilai: 5
nombre de autor: @AuraScript

"No todo lo importante se dice en voz alta. Algunas verdades, los sentimientos más incómodos y las decisiones que cambian todo, se esconden justo ahí: entre líneas."

©AuraScript

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La deriva y el silencio

El aire nocturno cargaba el olor a lluvia reciente cuando empujé la puerta de “El Faro Azul”. El bar era demasiado elegante para alguien como yo esa noche: madera pulida, luces bajas que doraban las copas, un murmullo de conversaciones que se entremezclaba con el piano de jazz en la esquina. No pertenecía allí, entre hombres con relojes de cinco cifras y mujeres que reían con la boca pero no con los ojos. Pero necesitaba un lugar donde el whisky no me juzgara por beberlo demasiado rápido.

El camarero me guió a una mesa junto a la ventana. Pedí un bourbon sin hielo, y cuando la bebida llegó, la sostuve frente a la luz, observando cómo el líquido ámbar capturaba destellos dorados. El primer trago quemó de la manera correcta, arrastrando consigo el sabor metálico de las últimas horas en la fiscalía.

No había venido por compañía. Solo quería silencio, o al menos un ruido que no fuera el de mi propia cabeza.

Pero el universo nunca me da lo que pido.

A las 7:40 en punto, Zhen apareció en el umbral, como si lo hubieran enviado específicamente para sabotear mi paz. Su traje negro se ajustaba a su figura con una precisión casi insultante, y su sonrisa era tan calculada como sus pasos al acercarse.

—Señor Marshall.— Se deslizó en la silla frente a mí sin pedir permiso. —Pensé que no vendría.—

Lo miré por encima del borde de mi vaso. —Y sin embargo, aquí estás, como un cobrador de deudas.—

Zhen pidió un martini seco con un gesto al camarero antes de reclinarse en su asiento. Sus ojos, oscuros y demasiado perceptivos, escudriñaron mi rostro. —El bourbon es buena elección. Aunque lo está bebiendo como si fuera medicina.—

—¿Eres sommelier ahora?—

—Soy muchas cosas.— Su sonrisa se afiló. —Pero esta noche, solo un colega preocupado.—

El camarero depositó su copa frente a él. Zhen la tomó entre sus dedos largos, girándola lentamente antes de probarla.

—¿Preocupado?— Repetí, dejando que el escepticismo empapara la palabra. —No sabía que mi salud mental fuera parte de tus KPI.—

—Todo lo que afecta su desempeño me interesa.— Su mirada se posó en mis nudillos, donde la piel aún estaba enrojecida por el golpe a la encimera esa mañana. —Especialmente cuando ese “desempeño” incluye arrojar expedientes a pasantes.—

Un silencio pesado se instaló entre nosotros. El piano cambiaba a una melodía más lenta, y en alguna parte del bar, una mujer soltó una risa demasiado aguda.

—Si esto es una intervención,— dije por fin, —podrías al menos fingir que te importo y no solo tu puta productividad.—

Zen inclinó la cabeza, como si acabara de descubrir algo fascinante. —Ah. Así que hay fuego bajo esa ceniza.—

Me incliné hacia adelante, las manos apoyadas en la mesa. —¿Qué quieres realmente, Carter?—

Él no retrocedió. En cambio, su voz bajó a un registro íntimo, casi conspirativo. —Quiero saber por qué un fiscal con su reputación está tan obsesionado con un caso de fraude menor. O...— Una pausa calculada. —¿Es que hay otro caso? Uno que no aparece en los archivos.—

Mis dedos se cerraron instintivamente alrededor del vaso. Damon.

El silencio se extendió demasiado. Zhen no necesitó confirmación; mi reacción fue suficiente.

—Interesante,— murmuró.

El bourbon ya no sabía bien. Lo dejé sobre la mesa con un golpe seco. —Terminamos aquí.—

Me levanté, pero Zhen fue más rápido. Su mano se cerró alrededor de mi muñeca con una presión que no esperaba.

—Blake.— Usó mi nombre por primera vez, y sonó como una advertencia. —Sea lo que sea que esté pasando, no es sostenible. Lo está consumiendo.—

Lo miré fijamente. —Suéltame.—

Por un segundo, creí que se negaría. Entonces sus dedos se abrieron, pero su voz siguió aferrándose a mí. —No es una debilidad pedir ayuda.—

Saqué un billete del bolsillo y lo dejé caer sobre la mesa. —Para ti, tal vez no.—

El aire de la noche me golpeó al salir, limpiando el olor a alcohol y mentiras. Caminé sin rumbo, sintiendo el peso del teléfono en mi bolsillo. Sabía que debía volver a casa. Sabía que Damon estaría esperando.

Pero por primera vez en meses, me detuve en medio de la acera y respiré hondo.

Tal vez Zhen tenía razón, pero segundos después está situación logra importarme un carajo, simplemente subo a mi coche y avanzo.

La ciudad se desvanece tras el parabrisas, una mancha de luces distorsionadas por la lluvia que empieza a caer. El motor ruge bajo mis pies, un animal cansado que arrastra mi cuerpo hacia ninguna parte. No hay destino, solo el impulso de huir—de Zhen, de mí mismo. El alcohol aún arde en mi garganta, pero el sabor se ha vuelto ceniza. Las calles se estrechan, las sombras de los edificios se inclinan sobre mí como espectros. El volante cruje bajo mis dedos, la tensión acumulándose en cada curva, en cada semáforo en rojo que atravieso sin detenerme.

No sé cuándo llegué. La casa se alza frente a mí, familiar y ajena a la vez, su fachada iluminada solo por el reflejo de la luna entre las nubes. Apago el motor. El silencio que sigue es denso, cargado. La lluvia golpea el techo del auto, un ritmo irregular que parece burlarse de mi pulso acelerado.

Dentro, el aire huele a madera vieja y a algo más—lavanda, tal vez, o el fantasma de una vela que alguien encendió hace horas. La luz de la cocina se filtra por el pasillo, un rectángulo dorado en la penumbra. Y ahí está él.

Damon está sentado a la mesa, las manos alrededor de una taza de té, el vapor dibujando espirales entre nosotros. Lleva ese pijama gris que siempre parece demasiado grande para él, como si pretendiera desaparecer dentro de la tela. Su cabello cae sobre su frente, desordenado, pero no descuidado. Nada en él es descuido.

No me saluda. No pregunta dónde estuve. Solo levanta ligeramente la mirada, esos ojos que siempre parecen saber más de lo que deberían.

—Había pensado que tal vez no volvería esta noche,— dice, su voz tan suave que casi se pierde en el crujido de la madera bajo mis botas.

No respondo. Avanzo hasta el refrigerador, abro la puerta con más fuerza de la necesaria. La luz interior me ciega por un segundo. No hay nada que quiera aquí.

—El té está caliente,— murmura él, como si no hubiera notado mi rechazo. —No es necesario que lo tome. Pero está ahí.—

Cierro el refrigerador. Me giro, apoyándome contra el mostrador, los brazos cruzados. Damon no se inmuta. Bebe un sorbo de su té, los labios apenas rozando el borde de la taza. Hay algo meticuloso en sus movimientos, como si cada gesto hubiera sido calculado para no provocar, para no invadir.

—¿Qué quieres?— La pregunta sale áspera, cargada de algo que no logro identificar.

Él deja la taza sobre la mesa con delicadeza. —Nada que usted no esté dispuesto a dar.—

El silencio se expande. Fuera, la lluvia arrecia, golpeando los cristales como dedos inquietos. Damon no aparta la vista de mí, pero tampoco insiste. Esa es su manera—siempre esperando, siempre dejando que sea yo quien cruce la línea.

Finalmente, me acerco. Me siento frente a él, las manos alrededor de la taza que ha dejado a mi alcance. El calor me quema las palmas, pero no la suelto.

—Podría irme,— dice él en voz baja, como si hablara consigo mismo. —Pero no lo haré.—

Alzo la vista. Sus ojos son profundos, inescrutables. Hay algo ahí—una promesa, una amenaza, no estoy seguro.

—No me pida que lo haga,— añade.

El té sabe a hierbas amargas. Lo bebo de un trago, como si fuera algo más fuerte. Damon observa, impassible. Cuando termino, me levanto, las piernas pesadas.

—No me iré,— repite, esta vez como un eco que persigue mis pasos hacia las escaleras.

No me doy vuelta. No necesito hacerlo para saber que sigue ahí, inmóvil, esperando.

Arriba, la oscuridad de mi habitación me recibe como un viejo enemigo. Me desplomo en la cama, los huesos doloridos, la mente en llamas. La casa calla, pero su presencia se filtra por cada rendija, cada tablón del suelo.

Cierro los ojos.

Y sé que, mañana, él seguirá ahí.

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