Quédate Conmigo

Morgana le tomo seis horas para llegar de la ruidosa Manhattan hacia la soleada California. Cuando bajo del avión, reconsidero si aquello iba a ser buena idea. Edgar llevaba una semana sin comunicarse con ella y aunque se presentara en su trabajo era demasiado improbable que él quisiera verla.

Pero tampoco podía volver, Richard debía ser removido de su cargo antes que ella misma lo matara con sus propias manos.

El gran edificio no se comparaba con su oficina pero era demasiado decente como para decir que Edgar mantenía una buena reputación ante el mundo empresarial. Por lo que ella había investigado, el hombre había creado aquel imperio el solo, con un poco de ingreso y su propia creatividad.

Definitivamente Edgar era un hombre que admirar y que amar.

Pero ella no iba a eso, por mucho que su corazón golpeara su pecho, no se podía permitir amarlo por mucho que lo desearan. Edgar Smith era un hombre que ni siquiera podía formar parte de su liga, así que cuando tomó el ascensor y pulso el último piso, supo que tenía que ser seria en este momento.

Por el bien de su dignidad y su empresa.

Así que camino hacia la recepción de presidencia y se dirigió especialmente con el tono profesional que sus diez años de carrera la habían ayudado.

—Necesito hablar con el señor Smith.

El hombre levantó la mirada y se quedó perdido en ese momento, estaba claro que la belleza de la mujer era especial. Así que sin pensarlo, levanto el teléfono y pulso el número directo hacia oficina de su jefe.

Al tercer timbrazo, un Edgar malhumorado contestó.

Edgar había empeorado después de su huida de Manhattan, las noches para él eran eternas y la única solución que tenía era trabajar hasta que su conciencia alejara aquella mujer por completo, pero a pesar de sus esfuerzos, los días pasaban y la sensación de la piel de Morgana permanecía latente en la palma de sus manos.

Después de todo, el hombre había perdido su corazón después de aquella mañana.

Sin embargo, su propia ética era la que lo mantenía sobre los pies en la tierra. Quizás Morgana no era una mujer fiel a su esposo, pero eso no iba a hacer que contribuyera a la situación.

Miro el teléfono con enfado y levantó cuando sus pensamientos estuvieron claros.

—Más vale que sea importante, Thomas.

—Una... una señorita, lo espera.

El hombre tartamudeo un poco más sobre el teléfono para pronto colgar, él comportamiento era inusual por lo que el dejo su puesto de trabajo para caminar hacia donde se encontraba, Edgar tenía el regaño en la boca, no iba a permitir que Thomas se comportara así en el trabajo.

Pero cuando entro a la sala de espera, estuvo a punto de desmoronarse ahí mismo. Los bellos ojos verdes lo miraron con intensidad y el momento se detuvo un instante. Ambos se observaron con anhelo y con profundo deseo de extrañeza.

Pero aún así, ninguno dio el paso que se necesitaba para romper aquella conexión a la distancia.

A pesar del tiempo, Morgana rompió aquella conexión, se necesitaba muchísima fuerza de voluntad pero ahora, que ya había trabajado en sus propios pensamientos se atrevió a mirar a otro lado y recordar que su hijo era más importante que sus propios deseos.

Por qué lo de Edgar y ella jamás podía ser.

—Necesito hablar contigo, Edgar.

Edgar rompió la conexión cuando los ojos de la chica se despegaron de los suyos, sin embargo, se dedicó a verla completamente. Morgana ante sus ojos era perfecta, como una mujer hecha a la medida para él. La mujer vestía unos ajustados jeans que jamás había visto sobre su cuerpo, la blusa estampada resaltaba solo su piel brillante mientras que el maquillaje era sobrio y recatado, como el que estaba acostumbrado.

Por un momento detuvo su mente y se puso a pensar en realidad el motivo por el cual Morgana había roto el compromiso invisible que tenían ambos, no se veía feliz y su sobriedad solo le encendía la alarma que algo había pasado con el proyecto.

El sin decir una palabra, la dirigió a su despacho, lentamente mientras la chica entraba a sus terrenos pudo ver como su cuerpo se comportaba comp si tuviera vida propia, ella le afectaba como si el volviera a la adolescencia.

—Nececitamos hablar del representante que llevaste a mi empresa. —Solto de repente, mientras más rápido, más terminaba limpia de aquella visita—, Es un completo imbecil.

Edgar se tomó el tiempo suficiente para caminar hacia su escritorio y acomodarse en su silla, la mujer se veía como una bomba a punto de explotar y por alguna extraña razón, al chico le parecía totalmente atractivo.

—Si no lo sacas del proyecto, llegará una jugosa carta de acoso laboral y a mi me detendrán por golpearlo hasta sacarle la jodida vida.

Morgana hacia un perfecto trabajo ignorando su mirada de diversión, Edgar no le estaba poniendo fácil aguantar sus impulsos.

—¿No hablarás? Vaya, todos son cortados con la misma tijera, quizás tu puedas hacerle eso a una que otra mujer, pero no a mi. Yo si sé defenderme y no voy a permitir....

—Te vez preciosa, Morgana—Solto de repente y aunque se arrepentía de sus palabras, estaba gustoso que su cerebro no hubiera pedido permiso.

La chica se ruborizo mientras apretaba los puños, su mente empezaba a perder de vista el objetivo principal dándole paso al deseo que volaba entre las paredes de la oficina.

—¿Tam... también quieres una orden?—Fue lo único que pudo pronunciar porque a partir de ahí, los ojos de ambos conectaron.

—No, sé que aquí hay algo más que simple atracción, y aunque odio que yo sea quien lo ponga sobre la mesa, temo decirte que me detengas—El cerro los ojos y suspiro pesadamente— Porque estoy a punto de olvidar que tienes una familia y entregarme a ti en cuerpo y alma.

Morgana perdió el aliento cuando sus labios se dejaron de mover y la conexión que ambos tenían se hacía cada vez más grande. Ella perdió el hilo de sus pensamientos cuando el cuerpo de Edgar se movía como gacela cazando a su presa, ninguno perdía contacto cuando poco a poco su cuerpo reaccionaba a la cercanía, a su calor, a su proximidad que hacía que toda la temperatura a su alrededor sólo dependiera de aquellos ojos azules que le quitaban la respiración.

En ese momento, ni Ronald ni Jacob importaba, solo Morgana y Edgar.

Pero Edgaf en cada paso que daba se debatía si realmente podía ser aquello, la mujer se podía derretir sobre sus manos y a pesar de la distancia, podía ver como su cuerpo la afectaba en tantas maneras. El no podía ignorar ese hecho y aunque su cuerpo gritara por ella, tenía que controlarse.

Pero ahora mismo, para Edgar Smith aquello era lo más difícil que le había pasado en toda su vida.

—Yo... yo no puedo, Edgar. —Dijo Moegana con la última fuerza que contaba en su cuerpo — Mi hijo...

—Lo sé, pero no puedo detenerme, haz algo, por favor.

Pero la proximidad ya estaba peligrosamente cerca, el aliento de ambos se mezclaron mientras los carnosos labios de Edgar rodaban la delicada piel de Morgana. Aquel tacto para la chica era mágico, como si su piel solo respondiera a su toque como algo adictivo. Ella jamás se había sentido así y ahora mismo, quería olvidar la barrera que lo hacía detenerse.

Hasta que ambos se acercaron aun más, sus cuerpos estaban siendo comandados por su deseo y ahora mismo, no tenían autocontrol.

—Te quiero, Morgana y esta noche, no te irás de mi lado.