Por Amar A Ciegas

...LÍA BLOSSOM...

Estaba acostumbrada a siempre verme bien sin proponérmelo. Tenía mí rutina de cuidados diarios ya impuesta en mi como una necesidad, un hábito aprendido desde pequeña que pulí con los años. Siempre estaba perfumada, con mí cabello arreglado, mis uñas prolijas, un maquillaje natural desde el inicio del día que podía retocar apenas para salir más tarde del trabajo.

Así estuviera de vacaciones mis hábitos no cambiaban. En mí bolso llevaba maquillaje, toallitas para quitar el maquillaje y varios productos de belleza.

Fui a ver a mamá vestida sin demasiado esmero pero aún así me veía perfecta. Tenía un caminar con mucha gracia y elegancia que heredé de mamá. Cualquier sitio parecía una pasarela pero era mí manera natural de ser. Él modelaje no era para mí aunque recibí ofertas; era demasiado tímida para mostrarme con ropa sugerente delante de los demás.

Mí guardaespaldas me llevó y al entrar recibí muchos saludos respetuosos de los trabajadores. Siempre fui muy amable con todos así que nadie me hizo muecas de desagrado ni tampoco les suponía una amenaza. Yo vivía despreocupada de la vida y más que feliz así.

Me senté con mamá para mirar la lista de nombres y las muestras de sus trabajos y así elegir a quien se ajustara más a mis sueños.

Estaba tan concentrada mirando cada imagen que no me di cuenta del momento en el que la puerta de la oficina de papá se abrió hasta que sentí una fragancia varonil muy desconocida para mí.

Me paré al tiempo que mamá lo hizo en señal de respeto y para saludar a mí padre que estaba acompañado por un hombre importante de negocios a juzgar por su manera de vestir y el portafolios que llevaba en su mano izquierda.

Mí padre nos presentó con respeto y con su orgullo al nombrarme su hija. En los negocios podía ser serio pero cuando me mencionaba una sonrisa adornaba sus facciones.

- Señor Buenaventura le presento a mí única hija, Lía Blossom

El hombre en cuestión quien se veía alrededor de sus veintiocho años me dio su mano y dejó un beso antes de separarme de su contacto. Muchos hombres saludaban de ese mismo modo pero él en particular me hizo sentir incómoda.

Se veía tan poderoso y me miraba de una manera tan extraña que me estaba haciendo sentir ganas de salir corriendo. Estaba muy nerviosa de algún modo incomprensible y desconocido, algo que sin dudas me resultaba desagradable.

Ese hombre estaba de salida pero que haya notado mí anillo de compromiso y los papeles relacionados a la boda que pudo ver no hizo que no me diera una última mirada antes de irse.

Cuando se fue prendí un sahumerio de los preferidos de mamá para quitar su fragancia, hasta eso me ponía nerviosa.

Seguí con mamá revisando todo y elegí dos organizadoras para que materializaran mis ideas y me dieran el día más maravilloso de mí vida.

Después de algunas llamadas fuimos a comer mis padres y yo. En dos días tendría una reunión con las organizadoras y obviamente Edward estaría conmigo dando su opinión para que crearan algo único de ambos.

Los días pasaron y todos los planes estaban en marcha. Todo era estupendo, pura perfección. Las organizadoras con un presupuesto ilimitado estaban haciendo maravillas y me sentí feliz de saber que mis sueños se harían realidad aunque faltara poco tiempo.

Edward y yo seguíamos asistiendo a citas pero ya nuestros temas de conversación eran acerca del lugar que queríamos para pasar nuestra luna de miel, si playa o montaña, hotel o cabaña, etcétera.

Nos decidimos por una playa en un tranquilo lugar donde no hubiese inseguridad y pudiéramos disfrutar nuestro amor. Entre las posibilidades podríamos rentar una casa en un lugar paradisíaco y fue lo que hicimos.

Allí sería su mujer por primera vez y estaba nerviosa pero también ansiosa por qué pasara. No sabía que esperar ni tampoco tenía conocimientos sobre cuánta experiencia él tenía en aquello ni me importaba saberlo. Solo deseaba que fuera inolvidable y especial.

Inolvidable y especial, si como no. Claro que el perfecto Edward me dio todo y más de lo que esperaba haciéndome sentir en las nubes pero no fue más que un espejismo, de retroceder el tiempo lo arrojaba al mar con un ancla atada a su cuerpo.