Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
NovelToon tiene autorización de HananFly para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Una loba indomable
Bajo los pies de Julian rodaron los residuos de una bala, la misma que había hecho añicos el cristal. Eleanor se acercó al boquete, evaluando la situación con frialdad. A través del hueco en la pared, divisó un destello metálico en un edificio lejano: un sniper acostado. No era solo un ataque, sino un asalto coordinado.
Julian estaba aturdido, tratando de procesar la situación.
—Dime algo, Julian—dijo ella girando para verlo a la cara—Supongo que sabes combate cuerpo a cuerpo. Y ni se te ocurra negarlo a estas alturas sabiendo que trajiste un puñal a mi club. A la cuenta de tres, yo abriré la puerta y tú serás mi escudo humano.
—¿Qué?—el shock hizo que su voz se elevara—¡Por supuesto que no haré eso! No arriesgaré mi pellejo por ti. Ni siquiera sé qué carajos está pasando. Créeme que no quiero involucrarme con alguien como tú en ningún aspecto. ¿Y cómo estás tan segura de que podré defenderte? ¡Yo solo soy un maestro de música!— dijo sin pausa, intentando desesperadamente zafarse de la situación y mantener su patética coartada, aunque sabía que era inútil.
—Cariño, no soy estúpida. Podrás intentar engañarme todo lo que quieras, pero sé perfectamente que tú no eres quien dices ser— replicó Eleanor con un tono gélido, ignorando su opinión. La joven no estaba pidiendo permiso. La revelación de que su fachada como agente policial podria haber sido descubierta por una veinteañera caprichosa fue una humillación que se sumó a su creciente estrés por la llamada de Rose.
—Uno. Dos. ¡Tres!
Abrió la puerta de golpe, saliendo disparada como una flecha. Julian, impulsado por el pánico y su instinto de supervivencia, reaccionó tarde. Los dos tipos armados que acababan de saltar por la ventana no eran la única amenaza. Al asomarse al pasillo, la escena era un caos controlado. Como cucarachas que emergen de las grietas, el club se había cundido de mercenarios. Ella estaba acorralada, pero se movía con una gracia terrible.
Julian, viendo a uno de los hombres abalanzarse sobre Eleanor, no tuvo más remedio que entrar en acción. Su entrenamiento policial de élite tomó el control. Se movió para enfrentarse al asalto frontal, pero se detuvo, fascinado por las habilidades de Eleanor. Era como una bailarina de ballet ejecutando la obra del Cascanueces con una cuchilla. Sus técnicas eran fluidas, espectaculares, manteniendo una elegancia impoluta mientras asestaba golpes y estocadas certeras. Ella utilizaba el puñal que le había quitado a Julian, y no mostraba piedad alguna.
El agente se recuperó de su asombro y reaccionó, poniéndose de espaldas a ella. Se convirtieron en una pared de fuego y defensa, logrando mantener su integridad y control en medio del caos.
—He de reconocer que tienes buen estilo, Julian— comentó Eleanor, su voz apenas un jadeo entre la descarga de adrenalina—Sin embargo, tus técnicas son muy metódicas. Tienes que relajarte un poco más. Deja de pensar en el manual de procedimiento y solo... golpea.
—¿Cómo planeas que me relaje si estos dementes parecen emerger del suelo? ¿Quiénes son?— preguntó, girando sobre sí mismo para derribar a un mercenario con una llave de judo antes de neutralizar a otro con un golpe preciso en el mentón. La preocupación por su hermano y la rabia por la situación se mezclaron en un cóctel explosivo que lo hacía luchar con una ferocidad inusual.
—No lo sé. No los conozco—mintió Eleanor, esquivando el golpe de un bate con una contorsión imposible—pero sí sé que son hombres de Kiam.
—Entonces planea vengarse después de lo que le hiciste—expresó Julian, tirando al suelo un cuerpo inconsciente que rodó entre las piernas de otro atacante.
—No exactamente. Así es nuestra relación, supongo. Es... nuestra dinámica.
—¿Tóxica? Quiero decir. ¿Es normal que tú lo apuñales y él quiera matarte? Hay límites, intuyo.
—Somos enemigos, Julian. ¿Comprendes? Estamos destinados a odiarnos y a buscarnos. No busques más lógica. No la hay—sentenció ella, perforando el hombro de uno de los tipos con una rapidez escalofriante.
Julian sintió una punzada de molestia. La frialdad con la que hablaba de su vida y de la de los demás, como si fueran personajes de un videojuego, lo sacaba de quicio.
Pero de pronto algo nuevo sucedió. Esta vez la amenaza no vino del pasillo, sino de la habitación de donde habían salido. Un hombre, corpulento y silencioso, apareció en el umbral, sorprendiendo a Eleanor. La atrapó por la espalda.
Cubrió su boca con una de sus manos, mientras que con la otra ejercía una presión brutal sobre su cintura, levantándola ligeramente para anular su capacidad de reacción. Con una fuerza inusitada, la atrajo de vuelta hacia la habitación, cerrando la puerta con seguro antes de que Julian pudiera reaccionar.
El golpe seco del cerrojo resonó en el pasillo, y Julian quedó momentáneamente paralizado, sin saber si romper la puerta y enfrentarse a la nueva amenaza o seguir luchando contra la marea de mercenarios que se acercaban.
Dentro, la oscuridad se apoderó del espacio. El hombre apagó las luces al instante. Juntos quedaron agachados, ocultándose detrás de la cama. Eleanor pataleaba como una niña caprichosa, su furia contenida por la mano del hombre.
Fue entonces cuando el secuestrador susurró unas palabras en su oído, su voz un timbre varonil, grave y cargado de una intimidad escalofriante:
—Y tú y yo, mi querida Elle, estamos destinados a amarnos hasta en el infierno. ¿No crees?
Eleanor, al escuchar la familiaridad en el apodo, detuvo toda oposición. El reconocimiento la golpeó con más fuerza que cualquier puñetazo. Cuando finalmente sintió que él había bajado su guardia, confiado en su sumisión, ella utilizó la situación a su favor. En un movimiento ágil y preciso, lo arrojó contra el suelo. Ella quedó encima de él, inmovilizándolo, su puñal a centímetros de su garganta.
En la oscuridad, el rostro del hombre estaba oculto tras una máscara de tela. Eleanor se la arrebató de un tirón. En la tenue luz filtrada de la ya inexistente ventana, su rostro se reveló. Él sonrió victorioso, una sonrisa arrogante y familiar, de quien sabe que siempre obtendrá lo que quiere. Eleanor lo empujó antes de alejarse de él, su respiración agitada por una emoción que no era miedo, sino exasperación.
—Ah, ¿Eres tú, Dorian? ¿Qué haces aquí?—preguntó Eleanor, con una mezcla de sorpresa y profundo hastío.
Mientras la tensión sexual y el peligro se mezclaban dentro de la habitación, Julian se encontró solo en el pasillo plagado de enemigos.