Nací dentro de una familia con bastante poder y recursos que por culpa mía, terminaron por perderse o cediendo a otros.
Terminé en la cárcel por fraude e intento de asesinato, extorsión y amenaza premeditado hacia la única persona que creyó en mí. Sola en mi celda pagando por mis pecados y errores, en plena oscuridad y un silencio mortal e incesante, sentí una punzada en el abdomen y la sensación de que me había mojado la camiseta, pronto percibí el olor de la sangre y pese a lo oscuro que estaba vi a través de los rayos de la luz de la luna llena que entraban por los barrotes de la ventana que daba afuera, la sangre que brotaba de mi interior, mis manos se mancharon de sangre enseguida y en ese momento de desesperación una voz retumbó en las paredes de mi celda.
"Tu destino será morir a menos de que cambies tu rumbo..."
Rogué y supliqué por cambiarlo y luego de eso la oscuridad invadió mi campo visual y supe que había llegado mi hora.
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Capítulo 8: El reflejo que no vi venir...
EINAR
Los expedientes se acumulaban y los reportes también. Rodeado por el silencio y el tenue crujir de las hojas que hojeaba sin leerlas realmente. El aroma a café frío me hizo recordar las horas que estaba sentado. Pero lo que realmente me inquietaba era lo que no estaba en el papel.
Eliana entró sin anunciarse. No lo necesitaba. Su sola presencia era más que suficiente para hacerme levantar la vista del escritorio de caoba oscuro. Llevaba esa expresión impenetrable que había perfeccionado a lo largo de los años, una máscara que únicamente unos pocos conocían y sabían interpretar. Me miró sin decir nada, y luego se sentó frente a mí, en uno de los viejos sofás individuales que aún conservaban el perfume tenue del incienso que alguna vez usó mi madre.
Sabía que venía de ver a Aila.
Sabía que traía noticias.
Pero no eran las de que yo esperaba.
—No es como dijiste—. Dijo, con voz firme, sin adornos.
Me quedé en silencio. No necesitaba sí preguntar a quién se refería.
—La muchacha que conocí no fue una doble cara mimada como la que describiste— continuó—. Fue otra. Una versión más humana, honesta. Había en sus ojos ese brillo que no puede ser fingido. Arrepentimiento. Sinceridad.
Tragué saliva, sin tener idea de sí era por tener el orgullo o por el estremecimiento de la posibilidad que no quería aceptar.
Eliana no suele equivocarse. Tenía un ojo clínico para las personas, una intuición que bordeaba lo sobrenatural. Si ella decía que Aila había cambiado, posiblemente era verdad. Y sí era así... ¿Qué significado tenía para mí?
Recordé a la Aila de antes. O más bien, a la que yo creía conocer. La que había juzgado sin matices, sin permitirme dudar. Pero esta mujer de la que Eliana hablaba... parecía una nueva alma habitando un cuerpo familiar. Como sí algo—o alguien— hubiese despertado en su interior.
Pero por primera vez en mucho tiempo, el recuerdo de Aila no me hirió. Me intrigaba.
Y eso era, en sí mismo, una revolución.
El tono de Eliana solo me lo confirmó.
—La miré a los ojos— continuó —. Y no vi ni rencor ni desprecio. Vi arrepentimiento. Dolor, sí, pero también deseo de redención. Era como sí cargara algo más pesado que una máscara ocultando su verdadero yo. Como sí viviera con los fantasmas de su otro yo.
"Su otro yo". La frase me golpeó más fuerte de lo que debería. Porque no era solo una metáfora. Aila Richter había muerto... y, sin embargo, estaba aquí.
Bajé la mirada, pasándome una mano por el cabello, era largo y algo desordenado. Había algo que no tenía sentido. O posiblemente era yo el que no encajaba en la historia. En mi propia percepción de ella. Las dos veces que la vi, mi opinión sobre ella la había pintado como una sombra de su antiguo apellido, como una mujer de hielo bajo una piel de terciopelo. ¿Y si me había equivocado?
Eliana se levantó. Al hacerlo, me lanzó una última mirada cargada de algo que no supe nombrar en ese momento.
—Sí tú no eres capaz de ver quién es ahora, entonces tú eres el que sigue atrapado en el pasado, no ella.
Y se fue, dejando tras de sí el leve aroma a jazmín seco que siempre la seguía.
Me quedé solo, con mis dudas. Con ese leve temblor en el pecho que no era de temor o posiblemente sí lo era. Tal vez temía conocer a la verdadera Aila. Temía que al verme sin la máscara fuera, el rostro desnudo, no fuera el rostro lo que la iba a impactar, sino lo que vería en sus ojos: la posibilidad de que mi juicio fuera un escudo más que una certeza.
Me apoyé en el respaldo de la silla, cerré los ojos, y por un momento, desee tener el valor de mostrarle mi rostro, que me mirara como si fuese la primera vez.