La Reencarnación De La Hija Ignorada Del Duque

La mañana después del té benéfico amaneció gris, con una niebla espesa cubriendo los jardines del palacio como un manto silencioso. Para muchos, era un día más entre las rutinas de la nobleza, pero para Liliane, era el inicio de la siguiente fase. Cada sonrisa que había ofrecido el día anterior había sido una pieza colocada con precisión. Cada palabra, una daga envainada.

Frente al ventanal de su habitación, Liliane sostenía una carta entre los dedos. No tenía sello, ni remitente, pero reconocía la caligrafía. Era de Adrian.

“Hay más de lo que recuerdas. Esta vez no solo están tus enemigos vigilando… sino también tus aliados. No camines sola.”

Liliane cerró la carta lentamente. Aliados. ¿Podía realmente confiar en esa palabra? En su vida anterior, los que se hacían llamar así fueron los primeros en clavarle un puñal en la espalda. Incluso Adrean… incluso Aiden. Pero esta vez, las reglas del juego eran otras.

Se vistió con un atuendo sobrio, de tonos vino y oro viejo, con bordados discretos pero firmes. Ya no era la flor marchita que otros pisaban. Ahora era una raíz envenenada que crecía entre las grietas del palacio, dispuesta a romper los cimientos.

Ese mismo día, Aiden convocó a Liliane a la galería de arte del ala este, una de las zonas menos transitadas del palacio. La invitación no estaba escrita, pero su mensajero personal la entregó con un gesto respetuoso y una advertencia tácita: "Vaya sola."

Cuando Liliane llegó, el lugar estaba casi vacío, salvo por la figura del segundo príncipe, observando un retrato antiguo: el del primer emperador, conocido por su crueldad y su astucia.

Aiden(sin volverse):

—Curioso, ¿no lo cree? Este hombre conquistó cinco reinos… y sin embargo, murió envenenado por su propio hermano.

Liliane (deteniéndose a su lado):

—Así es la naturaleza del poder. No se gana solo en la guerra. Se mantiene en la sombra.

Aiden la miró entonces, con una mezcla de admiración y algo más difícil de definir.

Aiden: —Lo de ayer… el evento. Fue impecable. Lograste reunir a todas las piezas importantes sin levantar sospechas.

Liliane (sonriendo levemente): —No era solo por caridad.

Aiden: —Lo sé.

Hubo un momento de silencio, tenso, pero íntimo. Aiden no era un hombre fácil de leer, pero en su mirada se escondía algo que antes no había mostrado: preocupación real.

Aiden:

—Sé que Seraphine no está quieta. Y sé que tú… no te quedas atrás. Pero hay cosas que aún no sabes.

Liliane (con la mirada firme):

—Y cosas que ustedes no saben de mí. No soy la misma Liliane. No más.

Aiden dio un paso más cerca, rompiendo la distancia formal entre ambos. Su voz se suavizó.

Aiden:

—No quiero perderte. No otra vez.

Liliane contuvo el aliento. La frase la golpeó como un eco de otra vida. ¿Lo sabía? ¿Recordaba algo? No… no podía ser. No todavía.

Liliane (volviendo el rostro):

—Si quiere protegerme, su Alteza, no me detenga. No interfiera.

Y sin darle tiempo a replicar, se retiró, con el corazón palpitando con fuerza. No podía permitirse vacilar. No ahora.

En otra ala del palacio, Seraphine recorría el invernadero con una copa de vino blanco en mano. A su lado, su doncella leía una lista de invitados para el próximo baile imperial. Seraphine sonreía, pero sus pensamientos estaban en otra parte.

Seraphine (interrumpiendo):

—¿Dices que Adrean ha vuelto a la capital?

Doncella:

—Sí, mi lady. Ayer lo vieron entrar a la biblioteca privada. Con alguien más… una mujer.

La copa en la mano de Seraphine tembló apenas.

Seraphine (murmurando):

—Liliane…

El miedo y la rabia se mezclaban en su pecho como veneno. Adrean nunca se había interesado por nadie. Su alma estaba muerta desde aquella guerra maldita… ¿Por qué ahora?

Seraphine (más para sí misma que para su doncella):

—No puedo permitir que me arrebaten el futuro. Ya no es solo Aiden… ahora también Adrean. Esa maldita niña lo quiere todo.

Sus dedos se cerraron con fuerza sobre la copa hasta que se quebró, el cristal cortándole la piel. No pareció notarlo.

Seraphine (con una calma falsa):

—Dile al alquimista del norte… que me preparé lo que le pedí la última vez.

La doncella palideció.

Doncella:

—¿El veneno, mi lady…?

Seraphine:

—No. Algo peor. Esta vez, caerá ante todos. Y cuando lo haga… nadie podrá levantarla.

Esa noche, Liliane volvió a bajar a la biblioteca secreta. Esperaba encontrar más registros, quizás más respuestas sobre los secretos imperiales que tanto se habían ocultado, incluso de ella.

Pero esta vez, no estaba sola.

Adrean la esperaba allí, de pie junto al fuego, con un libro cerrado en la mano.

Aiden (sin mirarla):

—Volver aquí es peligroso. Pero supongo que siempre te gustó bailar con los riesgos.

Liliane (cerrando la puerta tras ella):

—Y tú siempre apareces cuando el fuego ya está ardiendo.

Él la miró entonces, sus ojos violetas intensos y oscuros como una noche sin luna.

Adrian:

—No soy el mismo de antes. Y tú tampoco lo eres. Pero el juego… ese sí sigue igual.

Ella se acercó lentamente.

Liliane:

—¿Qué sabes que yo no?

Adrian:

—Sé que alguien más recuerda… como tú. No eres la única que volvió con memorias.

El corazón de Liliane se detuvo por un segundo.

Liliane (en un susurro):

—¿Quién?

Adrian(serio):

—No puedo decirlo todavía. Pero te juro esto, Liliane… esta vez, no dejaré que te maten. Porque si lo hacen… yo también caeré.

Ella lo miró, sintiendo cómo el peso de todas las vidas pasadas, de todas las decisiones, se acumulaba en sus hombros. La guerra ya no era entre ella y Seraphine. Era algo más profundo, más antiguo… y mucho más letal.

Esa noche, mientras dormía, Liliane soñó con la sangre. Con su propia sangre, corriendo por las escaleras del palacio, mientras una voz dulce y venenosa la llamaba por su nombre.

Y cuando despertó, con el corazón agitado y las manos frías, entendió que el siguiente movimiento de Seraphine no sería un intento. Sería una sentencia.

Liliane (en voz baja, con los ojos clavados en la oscuridad):

—Si quiere guerra… la tendrá.

Porque esta vez, ella no iba a sobrevivir.

Iba a vencer.