El alfa Christopher Woo no cree en debilidades ni dependencias, pero Dylan Park le provoca varias dudas. Este beta que en realidad es un omega, es la solución a su extraño tormento. Su acuerdo matrimonial debería ser puro interés hasta que el tiempo juntos encienden algo más profundo. Mientras su relación se enrede entre feromonas y secretos, una amenaza acecha en las sombras, buscando erradicar a los suyos. Juntos, deberán enfrentar el peligro o perecer.
NovelToon tiene autorización de Mya Lee para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
FEROMONAS EN CONTRATO (parte 1)
Como cada miércoles después de dictar clases, decidí pasar por una pastelería cercana. Me detuve frente a la vitrina, observando con calma la variedad de postres y evaluando cuál sería el mejor hasta que escuché una voz:
—Disculpa… ¿Profesor Park?
Giré a penas la cabeza. Frente a mí, un hombre alto me miraba con expresión serena. Su cabello de color champán y sus ojos ámbar oscuro escaneaban mis movimientos. Vestía un traje claro, ajustado a su silueta, y una camisa en tonos armoniosos. Todo en él transmitía un aire sofisticado. No hacía falta para notar que era un alfa dominante.
—¿Nos conocemos? —pregunté, midiendo mi tono.
El hombre asintió sin arrogancia, pero con la confianza de alguien que rara vez recibe un “no” como respuesta.
—Oh, disculpa. Me presento, soy Matthew… Jung —su voz se mantuvo estable, aunque titubeó un instante antes de pronunciar su apellido. Su mirada se desvió apenas un segundo antes de regresar a la mía—. Nos vimos en la universidad hace un tiempo…
Su nombre no me sonaba familiar. Apenas recordaba a un conferencista que asistió como invitado especial a dar una charla en la facultad. En su momento, no me pareció relevante. Mi cabeza estaba ocupada en otras cosas y sus palabras se perdieron entre el ruido de mi día a día.
Aun así, asentí.
—Ah, claro. Ahora lo recuerdo. Fuiste el ponente de aquella vez…
—Exacto —su tono se volvió más relajado—. Fuiste muy amable conmigo ese día, aunque parecías algo distraído.
No me molesté en corregirlo, tenía razón. Matthew y yo seguimos conversando mientras observábamos los pasteles. La charla no se volvía incómoda, lo cual me sorprendió, ya que no solía disfrutar de este de interacciones fuera del tipo académico. Además, resultó que teníamos la misma edad, 27 años, y eso rompió la barrera formal. Hablamos temas de la universidad, de negocios y claro, de los postres de la vitrina, aunque al final fue él quien eligió unos éclairs de chocolate para llevar.
Poco después, el cielo se oscureció y una ligera lluvia comenzó a caer. Me despedí, pero Matthew, como si lo esperara, insistió en darme un aventón. No vi razón para negarme, así que acepté.
El trayecto fue tranquilo y la conversación fluida siguió. Sin embargo, en medio de la charla, Matthew lanzó una pregunta que me tomó por sorpresa:
—Eres beta, ¿verdad?
Lo miré fugazmente, luego solté una pequeña risa nerviosa.
—¿Acaso parezco un alfa?
Matthew sonrió ligeramente, pero mantuvo su mirada fija en el camino.
—Solo quería asegurarme… —murmuró casi para sí mismo, como si la respuesta no le sorprendiera tanto como la pregunta.
—Sí, soy beta —respondí, restándole importancia al tema. Pero, antes de que pudiera seguir, agregué rápidamente—: Ah, ¿puedes dejarme en esa esquina? Acabo de recordar que tengo que comprar algo en la tienda de conveniencia.
Matthew asintió sin cuestionar, y poco después, el auto se detuvo. Abrí la puerta para salir, pero antes de cerrar, me volví hacia él.
—Gracias por traerme, adiós.
Salí del auto y caminé rápidamente hacia la tienda sin esperar su respuesta. Matthew permaneció en silencio. Su expresión relajada cambió en segundos, dejando al descubierto algo más afilado. Sus dedos apretaron con fuerza el volante y luego, giró el auto en dirección opuesta, y desapareció entre el tráfico.
La lluvia empeoró y sin paraguas, me empapé en segundos. Miré hacia atrás, pero no vi el auto de Matthew. Pensé que se había ido, pero de repente, varios vehículos negros cerraron el paso.
Me detuve en seco. Las puertas se abrieron al mismo tiempo, y de los autos bajaron varios hombres vestidos de negro. Uno de ellos abrió un paraguas y lo sostuvo mientras otro abría la puerta de un auto de lujo.
Y ahí estaba ella.
Nadyra Kim.
Llevaba un vestido rojo ajustado que acentuaba sus curvas y un saco negro que apenas descansaba sobre sus hombros. Sus tacones resonaron en el asfalto mojado mientras caminaba hacia mí con una seguridad que no dejaba lugar a dudas.
La miré directamente, desafiándola a decir algo.
—¿Qué significa esto? —pregunté, con la voz cortante.
Nadyra me recorrió con la mirada, sonriendo con burla, como si ya hubiera ganado. Sin decir una palabra, giró sobre sus tacones y regresó al auto, pero antes de entrar, dijo unas palabras:
—Ven por las buenas. Ya no tenemos paciencia.
Sus hombres se acercaron. El primero intentó agarrarme, pero lo derribé de inmediato. Luego otro. Me movía rápido, aprovechando la lluvia y mi desventaja, derribándolos sin esfuerzo. Desde su asiento, Nadyra observaba, entretenida.
—Vaya, qué omega tan interesante… —comentó, como si fuera un espectáculo.
No sé en qué momento todo cambió. Solo sé que cuando finalmente abrí los ojos, me encontré de rodillas, atado y con la boca tapada. El aire olía a madera, cuero y cigarrillos. Frente a mí había tres figuras: alfas. No cualquiera, sino dominantes.
Nadyra, con el cabello aún mojado, estaba acompañada por Adam y Marlon. Gruñí y me moví, pero no pude liberarme. Entonces, la puerta se abrió y alguien más entró.
Nadyra dejó el cigarrillo en el cenicero y se acercó a mí, quitándome la mordaza. Iba a soltar una maldición, pero ella habló antes:
—Tuve que intervenir personalmente. Ver caer a mis hombres fue un fastidio. —giró sobre sus tacones, tocándose el cabello mojado con visible disgusto—. Mira mi cabello, está arruinado… Mi vestido de diseñador, mojado. Todo por una ardillita que no sabe cuándo rendirse.
Gruñí entre dientes, pero Nadyra solo sonrió.
—Pero valió la pena. Es todo tuyo, Chris. Iré a cambiarme.
Ese nombre.
Alcé la vista de golpe. Allí estaba él.
Christopher Woo.
Vestido con un traje oscuro, guantes negros y una camisa granate que lo hacía resaltar como una advertencia. Algunas gotas de lluvia caían sobre mi rostro, pero lo único que sentí fue un escalofrío recorrer mi espalda al estar rodeado de alfas dominantes.
Cuando sus compañeros se fueron, me senté frente a él, con los puños apretados sobre mis rodillas. No es como si tuviera muchas opciones, pero no quería darles el gusto de verme como un animal atrapado. Aun así, mi mirada lo decía todo.
Christopher, en cambio, parecía tener todo el tiempo del mundo. Se acomodó en su asiento, abrió un sobre que Adam dejó sobre la mesa y comenzó a leer en voz alta, sin prisa.
—Park Hee Jin o Dylan Park, como suelen decirte… nacido el 10 de octubre de 19XX, 27 años, mide 1.83. Profesor de la universidad…
Me tensé.
—Estudios destacados en comercio exterior, estrategias globales… mmm, qué interesante —dijo, hojeando los papeles—. Padres fallecidos hace unos años. Vive actualmente con su tía y dos hermanas menores, Coral y Azul…
Su mirada se levantó por un instante, evaluando mi reacción y no le di el gusto de apartar la vista.
—Y aquí está lo más curioso… —continuó, dejando caer las hojas sobre la mesa—. Un omega que ha logrado engañar a todos haciéndose pasar por beta.
El aire parecía haberse vuelto espeso. Mis manos apretaron los documentos con fuerza. Fotografías, reportes, análisis médicos… información que jamás había compartido con nadie.
—¿A dónde quieres llegar con esto? —amenacé, lanzando los papeles sobre la mesa—. ¿Por qué me investigaste? ¿Por qué me secuestraste? ¿Quién mierda te crees?
Christopher me observó con una tranquilidad que se volvió irritante, pero hubo algo más en su mirada. Algo que no me gustaba.
—¿Por qué finges ser un beta? ¿Qué buscabas ese día en el evento de polo?
—No finjo nada —repliqué con orgullo—. Estuve allí solo por trabajo.
Christopher dejó escapar una risa baja y se levantó con calma. Antes de que pudiera reaccionar, me agarró de la camisa y me jaló hacia él.
—Un dominante como yo pudo percibir tus feromonas. Y aunque fui amable contigo y quise ayudarte… ¿Cuándo vas a disculparte por tu actitud de mierda ese día? Sigo esperando…
Intenté apartarme, pero su agarre era firme. Recordé el momento en que lo empujé. Fue instintivo al tenerlo tan cerca. Y, para mi completa incredulidad, inclinó la cabeza y olfateó mi cuello.
—Ahí está —murmuró, empujándome de vuelta al asiento—. Ese leve aroma… no puedes ocultarlo. Eres un omega. Y, por cierto, ese rubor en tu rostro te delata aún más.
«Este hijo de puta, ¿acaso pensó que le iba a dar las gracias?», dije internamente con rabia. Aunque la sociedad hubiera evolucionado y yo fuera un omega dominante, este tipo seguía estando sobre mí.
—¡¿Qué es lo quieres?! ¡Habla de una vez, bastardo!
Christopher sonrió con genuino interés.
—Qué fascinante… —se inclinó apenas, su voz siendo un susurro—. Bueno, tendré mucho tiempo para descubrir que ocultas…
—Deja el drama. Habla de una vez, ¿qué quieres de mí?
Christopher pareció satisfecho con desesperación y fue al grano. Sujetó un sobre y me lo entregó. Lo arranqué de su mano y lo abrí sin dejar de fulminarlo con la mirada.
Mis ojos recorrieron las palabras impresas hasta que me detuve en seco y me puso de pie de golpe.
—¡¿CONTRATO DE MATRIMONIO?!