En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 8
El joven se marcha de la habitación, dejándome sola. Mi mirada se queda fija en el marco de la puerta, como si aún pudiera sentir su presencia.
La vida parece empeñada en mantenerme viva, pero ¿por qué? ¿Por qué este joven decidió salvarme?
Miro mi mano herida y acaricio el vendaje improvisado que él hizo. Una sonrisa surge en mi rostro. Hacía mucho tiempo que no veía un gesto de bondad en alguien. Este joven no solo me rescató de esos hombres, sino que me cargó hasta aquí, enfrentando los peligros de los infectados mientras yo era un peso muerto. Ahora, me cuida, me cura y hasta me alimenta. ¿Cómo es posible que aún existan personas así en un mundo tan cruel y desolado?
Por un instante, me permito creer en algo que había olvidado: esperanza.
Me río suavemente al recordar el significado de mi nombre. Mis padres me llamaron Nadiya porque, en mi idioma, significa "esperanza". Ellos solían contarme cómo su vida cambió cuando mi madre quedó embarazada. Antes de eso, todo era difícil, apenas podían llegar a fin de mes. Pero mi llegada trajo un cambio: mi padre consiguió un mejor trabajo, y poco a poco, todo mejoró. Para ellos, mi nacimiento fue el inicio de algo bueno. Por eso me nombraron así.
El recuerdo de mis padres me inunda de nostalgia. Me derrumbo, el llanto escapa de mis labios mientras trato de ahogarlo en la habitación silenciosa.
Facundo entra en ese momento, trayendo una bandeja con un plato de comida. Al verme frotándome los ojos para ocultar las lágrimas, se detiene incómodo.
— ¿Llegué en mal momento? –pregunta levantando una ceja.
— Estoy bien… solo recordaba unas cosas. –Fuerzo una débil sonrisa para tranquilizarlo.
Él suspira, se acerca y coloca un trapo sobre mis piernas antes de dejar la bandeja con un plato de guiso humeante.
— Lamento si no es una comida digna de estrellas Michelin, pero es lo mejor que pude preparar. –Sonríe levemente mientras se sienta en una silla junto a la cama.
Observo el plato y sonrío. Pruebo un bocado, y aunque es un simple guiso de legumbres, el calor y el sabor se sienten reconfortantes. Tal vez sea el hambre o el frío, pero esta es la mejor comida que he probado en mucho tiempo.
— Veo que te gustó. Me alegro. Cocinar sin carne ni verduras frescas es un reto, esas papas son de lata, pero sirven. –Su tono ahora es más relajado, casi familiar. Me hace sentir cómoda.
— Está sabroso… cocinas muy bien. –Le sonrío con sinceridad.
Lo observo detenidamente. Es más joven que yo, quizás por seis u ocho años. Su cabello oscuro y medio corto enmarca unos ojos cansados, llenos de tristeza. Su tez morena y sus facciones serias reflejan el peso de lo que ha vivido. No parece alguien que sonría a menudo, pero cuando lo hace, aunque sea forzado, revela un esfuerzo por mantener la humanidad en medio del caos.
— Come más, perdiste mucha sangre. –Cruza los brazos mientras me observa.
Asiento y sigo comiendo. Cada bocado me reconforta, y sin darme cuenta, termino el plato en minutos. Normalmente como despacio, pero esta vez, el hambre y el calor me hicieron devorarlo.
— Déjame servirte más. –Toma la bandeja y se levanta.
— ¿Tú no vas a comer? –pregunto preocupada. Parece estar sacrificando todo por mí.
— No te preocupes. Prefiero no comer ahora. Cuando termines y descanses, saldré a buscar suministros. Prefiero tener el estómago vacío para correr si es necesario.
Antes de que pueda responder, se marcha. Su determinación me impresiona, pero también me inquieta. ¿Saldrá solo? ¿Después de todo lo que pasó? Parece alguien acostumbrado a la soledad.
Al ver sus manos, marcadas por cicatrices y heridas. Me doy cuenta que es alguien que ha sobrevivido a cosas terribles. Entiendo su desconfianza hacia las personas; yo misma he aprendido a no confiar en nadie en este mundo.
El recuerdo del hotel me invade, y el miedo da paso a una rabia que me consume. Aprieto los dientes, deseando haber podido defenderme.
— Si sigues tensándote así, te dolerá más. Necesitas descansar. –Facundo regresa con un nuevo plato.
Deja la bandeja en mis piernas y se sienta, suspirando. Parece más cansado que antes. Cierra los ojos, apoyando la cabeza hacia atrás.
— No deberías salir… estás demasiado cansado… por mi culpa. –Mi voz se quiebra mientras miro el plato caliente.
— El traerte y cuidarte fue decisión mía. No deberías preocuparte por eso. Además… –Señala mi vendaje.
Miro la venda, ahora manchada de sangre.
— Tengo que buscar una farmacia para cambiarte ese vendaje y limpiar la herida. Necesito algo para coserla… gasté todo lo que tenía en este vendaje improvisado.
La culpa me invade. Estoy siendo una carga. Me siento inútil, un peso que este joven lleva sin quejarse.
— Lo siento…
— No digas más. Ya te dije que fue decisión mía. Podría haberte dejado en ese hotel con esos monstruos… Y para ser sincero, lo consideré. –Admite, mirando al techo–. Pero… no pude hacerlo. –Suspira y se levanta, acercando la silla junto a mí–. Cuando termines, deja la bandeja ahí. La recogeré cuando vuelva.
— ¿Te vas ahora? ¿No sería mejor descansar un poco más? –pregunto con preocupación.
Facundo se estira y me mira. Su sonrisa, aunque leve, parece menos forzada.
— Prefiero ir ahora. Si espero, estaré más cansado. –Acomoda su bufanda y capucha, cubriendo su rostro–. Buen provecho, Nadiya.
Se gira y sale de la habitación. Lo escucho pasar por el pasillo, abrir la puerta y cerrarla con cuidado.
— Por favor… vuelve… –murmuro en voz baja, sintiendo cómo la incertidumbre y el miedo me invaden una vez más.