El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
NovelToon tiene autorización de Brayan José Peñaloza salazar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Pasado.
A medida que la relación entre Claudia y Gabriel profundizaba, el proceso de sanación de ambos se entrelazaba con los secretos cada vez más oscuros que emergían de la mansión. Era como si el lugar mismo estuviera abriendo las heridas no solo de su pasado, sino de las tragedias ocultas en sus paredes.
El dolor de Gabriel, ahora expuesto, seguía siendo una lucha constante. Tras la revelación de la muerte de su hermana, los demonios de la culpa lo atormentaban más que nunca. Aunque había aceptado la posibilidad de buscar ayuda psicológica, no era un proceso rápido ni sencillo. Cada paso hacia la sanación le costaba esfuerzo, y en muchos momentos dudaba si realmente podría liberarse del peso que llevaba.
Claudia, mientras tanto, continuaba asistiendo a terapia, compartiendo sus avances con Gabriel. Sentía que su propia sanación estaba siendo crucial no solo para sí misma, sino para ayudar a Gabriel a ver que era posible superar el dolor. Sin embargo, también se daba cuenta de que, por mucho que quisiera, no podría sanar por él. Eso sería algo que Gabriel tendría que hacer por su cuenta.
Una tarde en la que el clima había oscurecido el cielo y una niebla densa envolvía la mansión, decidieron profundizar en los archivos que el detective les había dado. Gabriel estaba más tranquilo después de sus últimas sesiones, y Claudia notaba que, aunque todavía estaba distante, había una apertura en su actitud. El silencio entre ellos ya no era incómodo, sino una pausa natural antes de sumergirse en algo más profundo.
—El orfanato, —dijo Claudia, hojeando las páginas amarillentas de los documentos antiguos—. Cerró hace más de un siglo, pero no hay mucha información oficial sobre lo que ocurrió. Solo rumores.
—¿Qué clase de rumores? —preguntó Gabriel, su voz casi un susurro mientras repasaba un mapa antiguo de la propiedad.
Claudia leyó en voz alta una parte de uno de los artículos: “Desapariciones inexplicables y casos de niños que nunca volvieron a ser vistos”. Los ojos de ambos se encontraron, y Claudia sintió un escalofrío. Era inquietante que este lugar, que ya tenía suficiente peso emocional para Gabriel, tuviera también una historia tan oscura.
Gabriel guardaba silencio, pero sus manos tensas alrededor del papel delataban su estado mental. Algo sobre la historia del orfanato resonaba en él, y aunque no lo decía abiertamente, Claudia percibía que había una conexión más profunda entre él y los secretos de ese lugar.
Un flashback invadió la mente de Gabriel. Tenía apenas diez años, de pie junto a su madre en un hospital frío. Había otros niños, algunos llorando, otros simplemente sentados en silencio, como si estuvieran esperando algo que nunca llegaría. Su madre había ido a hablar con un doctor, pero Gabriel no podía escuchar lo que decían. Sentía que algo estaba muy mal. Luego, recordó la sensación de pérdida, de haber sido abandonado de alguna forma que no comprendía. Su padre había dejado de hablarle después de la muerte de su hermana, y aunque nunca lo dijeron abiertamente, Gabriel siempre había sentido que lo culpaban a él.
Ese recuerdo lo envolvía ahora, en plena búsqueda de los secretos del orfanato. No podía evitar asociar sus propias heridas con las de esos niños desaparecidos. ¿Podría haber algún vínculo con su propia familia?
La importancia de la ayuda psicológica se hacía evidente a medida que Gabriel avanzaba. Aunque todavía no había comenzado formalmente la terapia, las conversaciones con Claudia lo preparaban para ese paso. A través de ella, Gabriel empezaba a ver la posibilidad de enfrentar su trauma de manera consciente, en lugar de seguir permitiendo que lo devorara desde dentro. Claudia compartía abiertamente sus experiencias en terapia, lo que le ayudaba a poner en palabras lo que él mismo no sabía cómo expresar.
Una tarde, después de una conversación particularmente intensa, Gabriel finalmente habló con Claudia sobre su decisión.
—He decidido ir, —dijo en voz baja mientras miraba por la ventana hacia los jardines en ruinas—. No sé qué va a pasar, pero necesito intentarlo. Si no lo hago, creo que esta casa terminará de hundirme.
Claudia, quien estaba sentada en el sillón a su lado, sonrió con un alivio profundo.
—Eso es un gran paso, —respondió suavemente—. Y no tienes que hacerlo solo.
Gabriel asintió, aunque no la miraba. Había algo en la mansión, en las sombras que se movían entre las paredes, que seguía atormentándolo. Sabía que para sanar completamente, tendría que enfrentar más que su propio pasado: tendría que enfrentarse a los secretos que esa casa había estado ocultando durante tanto tiempo.
El pasado oscuro de la mansión comenzó a revelarse lentamente. El detective retirado, obsesionado con el caso, les habló de un antiguo director del orfanato, un hombre que había sido acusado de maltrato, pero que había desaparecido sin dejar rastro justo antes de que cerraran el lugar. Se rumoreaba que había realizado experimentos con los niños, pero nunca hubo pruebas concretas. Los informes oficiales indicaban que los niños simplemente se habían "perdido", pero el detective estaba convencido de que había algo mucho más siniestro.
—Este lugar está maldito, —dijo una noche, después de horas revisando viejos archivos—. Las desapariciones nunca fueron investigadas a fondo porque había demasiada gente poderosa involucrada.
Gabriel sentía que todo comenzaba a encajar. La historia del orfanato, los secretos de su propia familia, y las desapariciones... Todo estaba vinculado, y él, de alguna manera, estaba en el centro de ese misterio. Mientras más se adentraban en la investigación, más claro se volvía que la mansión no era solo un lugar de recuerdos dolorosos, sino que estaba conectada con algo mucho más oscuro y peligroso.
Un día, en el sótano, encontraron una puerta oculta. La madera estaba vieja y podrida, pero al abrirla, el aire frío que emanaba desde adentro los hizo estremecer. Bajaron las escaleras de piedra, guiados por una linterna que apenas iluminaba el camino. En lo profundo de ese sótano, encontraron lo que parecía ser una especie de laboratorio antiguo. Instrumentos oxidados, camas pequeñas, y archivos médicos se apilaban en un rincón.
Gabriel sintió que algo se rompía dentro de él. Las imágenes de su infancia comenzaron a regresar con una fuerza aterradora. Las visitas al hospital, los murmullos de los adultos a su alrededor, y la sensación de que él mismo había sido una pieza más en ese siniestro juego. ¿Había sido él también uno de esos niños? La duda lo consumía.
Claudia lo tomó de la mano, y por primera vez en mucho tiempo, Gabriel sintió que tenía a alguien con quien podía enfrentarse a la oscuridad.
El misterio del orfanato, el pasado de Gabriel, y los secretos de la mansión estaban entrelazados de una manera que no podían ignorar. Pero ahora, con la ayuda psicológica en camino y su relación con Claudia fortaleciéndose, Gabriel sentía que quizá, por primera vez, tenía una oportunidad de escapar del ciclo de dolor en el que había estado atrapado durante tanto tiempo.