Mónica es una joven de veintidós años, fuerte y decidida. Tiene una pequeña de cuatro años por la cual lucha día a día.
Leonardo es un exitoso empresario de unos cuarenta y cinco años. Diferentes circunstancias llevan a Mónica y Leonardo a pasar tiempo juntos y comienzan a sentirse atraídos uno por el otro.
Esta es una historia sobre un amor inesperado, segundas oportunidades, y la aceptación de lo que el corazón realmente desea.
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Sofía
El calor sofocante del verano envolvía la casa, y aunque el ventilador giraba lentamente en el techo, no lograba mitigar el calor que sentía Mónica. Con las piernas hinchadas y el cuerpo pesado, apenas lograba moverse. Sus últimos días de embarazo habían sido agotadores, pero afortunadamente no estaba sola. Diego había sido su sombra constante, cuidándola y acompañándola en todo momento. Dormían juntos la mayoría de las noches, él abrazándola o simplemente hablándole al bebé, tratando de calmar a la pequeña criatura que estaba por llegar.
-Vamos, bebé- decía Diego, con una sonrisa mientras acariciaba el vientre de Mónica- Deja descansar un poco a tu mamá. Ya casi estás listo para salir, no hay que apresurarse, pero tampoco hagas tantas travesuras allá adentro.
Mónica sonreía cada vez que lo oía hablarle al bebé. Su amistad con Diego se había vuelto tan cercana que la línea entre amigos y familia se había desvanecido, Diego era su hermano. Cada día agradecía tenerlo a su lado, especialmente en aquellos momentos en los que el agotamiento físico y emocional del embarazo la abrumaba.
Esa noche, como muchas otras, dormían tranquilos, o al menos lo intentaban. Diego estaba profundamente dormido cuando sintió que algo lo sacudía. Al abrir los ojos, notó que Mónica se movía de manera extraña, su rostro mostraba una leve mueca de dolor. Encendió la lámpara de noche y la miró más de cerca.
-Mónica, nena¿estás bien?- preguntó, aún somnoliento pero preocupado.
Ella abrió los ojos lentamente, y casi de inmediato, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Sus manos instintivamente fueron a su vientre, donde el bebé se movía con intensidad.
-Diego…- murmuró con la voz quebrada- creo que ha llegado el momento.
El nudo en su garganta impidió que dijera más, pero no hacía falta. Diego se puso de pie de un salto, su corazón latiendo a mil por hora. No era el padre del bebé, pero sentía toda la responsabilidad y el nerviosismo como si lo fuera. Rápidamente la ayudó a levantarse de la cama, sus manos temblando ligeramente mientras la guiaba hacia la puerta.
-¡Chicos! ¡Ha llegado la hora!- gritó Diego por toda la casa, despertando a todos.
En cuestión de minutos, la casa era un caos. Las chicas corrían de un lado a otro, buscando las maletas, las llaves del coche, cualquier cosa que pudieran necesitar para el hospital. Diego y Cintia se apresuraron a acompañar a Mónica, quien ya comenzaba a respirar con dificultad debido a las contracciones.
-Tranquila, Mónica, estamos contigo- dijo Cintia, intentando mantener la calma mientras tomaba la mano de su amiga.
Diego, por su parte, apenas podía disimular su ansiedad. Aunque había estado presente en cada paso del embarazo, la realidad de lo que estaba por suceder lo sobrepasaba. Sin embargo, mantenía una fachada firme para no aumentar la ansiedad de Mónica.
-Vamos, bebé- murmuraba Diego en el coche, mientras conducía a toda velocidad hacia la clínica- Solo un poco más. Tú también puedes, Mónica.
Llegaron al hospital en menos de media hora, pero para Mónica, cada segundo había parecido una eternidad. Las contracciones eran cada vez más fuertes, y su respiración era irregular. Diego la ayudó a salir del coche, mientras el personal médico los recibía.
-¿Es el padre?- preguntó un médico de guardia, mirando a Diego mientras ayudaba a Mónica a sentarse en una silla de ruedas.
Diego abrió la boca para responder, pero antes de poder decir algo, el médico lo miró fijamente.
-Ven conmigo- le dijo, casi arrastrándolo hacia el pasillo.
Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, Diego se encontró en una pequeña sala, poniéndose una bata, guantes y cubrebocas. Su cabeza daba vueltas. "¿Qué estoy haciendo?", pensó mientras se miraba en el espejo, completamente vestido como si fuera a entrar al quirófano.
-Yo… creo que cometí un error…- murmuró, intentando retroceder cuando se vio a la cabecera de la muchacha- No sé si tengo el estómago para esto. Mónica necesitaras a alguien más…
Pero antes de que pudiera dar un paso atrás, una voz firme lo detuvo.
-¿Qué clase de médico vas a ser entonces?- preguntó Mónica, su voz entrecortada por una contracción.
Diego la miró, sorprendido de que aún tuviera energía para bromear. Pero su sorpresa se transformó en determinación cuando ella le tomó la mano, apretándola con fuerza al sentir una nueva oleada de dolor.
-¡No me dejes sola, no ahora!- suplicó ella, mirándolo a los ojos.
Diego, sin poder escapar, respiró profundo y apretó su mano en señal de apoyo.
-Estoy aquí, cariño. No te preocupes, no me voy a ninguna parte.
A partir de ese momento, todo fue una serie de órdenes del médico, respiraciones controladas y el sonido de Mónica jadeando mientras pujaba. Diego, sosteniéndole la mano, no dejaba de susurrarle palabras de aliento.
-Tú puedes, Mónica. Ya casi… Solo un poco más.
Los minutos parecían horas para ambos, pero finalmente, el esfuerzo de Mónica fue recompensado cuando se escuchó el llanto fuerte y claro del recién nacido. El médico levantó a la pequeña criatura, sonriendo bajo su mascarilla.
-Es una niña- anunció, limpiando al bebé antes de colocárselo a Mónica sobre el pecho.
Mónica, exhausta pero llena de emoción, rompió en llanto al ver a su hija por primera vez. Diego, quien había mantenido la compostura hasta ese momento, también sintió cómo las lágrimas brotaban de sus ojos.
-Mira, Diego… es perfecta- dijo Mónica, con la voz quebrada por la emoción.
Diego sonrió, inclinándose hacia ella para ver más de cerca a la pequeña que descansaba en los brazos de su madre. El médico, mientras tanto, los observaba con una sonrisa antes de preguntar:
-¿Cómo se va a llamar la niña?
Mónica miró a Diego, y en ese instante, sin necesidad de palabras, él supo lo que ella quería. Le había dado el honor de nombrar a la bebé, y Diego, sin dudarlo, respondió con firmeza:
-Se llamará Sofía.
El médico asintió y lo anotó en el expediente, mientras Diego y Mónica compartían una sonrisa de complicidad. Sofía, pequeña y frágil, había llegado al mundo rodeada de amor. Y aunque no tenía a su padre biológico presente, tenía una familia que la amaba profundamente, una familia construida no por lazos de sangre, sino por un cariño que trascendía todo lo demás.
De vuelta en la sala de espera, los demás estaban ansiosos por recibir noticias. Cintia caminaba de un lado a otro, y Samuel intentaba distraer a los más nerviosos. Cuando Diego finalmente salió, con el rostro lleno de lágrimas y una sonrisa de oreja a oreja, todos supieron que las noticias eran buenas.
-¡Es una niña!- anunció Diego, y la sala estalló en vítores y aplausos.
Esa noche, en medio del calor del verano, una nueva vida había comenzado. Sofía había llegado, y con ella, un nuevo capítulo para Mónica, Diego, y toda aquella familia ensamblada que había estado esperando su llegada con ansias y amor.