Un grupo de extraños, atraídos por razones misteriosas a un pueblo olvidado en las montañas, descubre que el lugar oculta más de lo que parece. El pueblo, en apariencia inofensivo, está marcado por una tragedia oscura de la que nadie habla. Poco a poco, cada miembro del grupo comienza a experimentar visiones y fenómenos que erosionan su sentido de la realidad. Mientras luchan por descubrir si todo es producto de sus mentes o si una entidad maligna acecha, enfrentan la posibilidad de que quizá nunca podrán escapar de lo que desataron.
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Capítulo 9: Ecos del Más Allá
El camino parecía interminable. Cada vez que Erika creía haber recorrido una distancia considerable, las paredes del laberinto cambiaban, como si se estuvieran reconfigurando a su alrededor. Ya no sabía si iba hacia adelante o en círculos. La desesperación estaba comenzando a reemplazar su ya frágil calma.
El frío, esa sensación aguda y persistente, había calado hasta sus huesos. El aire olía a humedad y a un toque metálico, como el olor de la sangre vieja. El silencio, roto solo por sus propios pasos, era opresivo. Era como si todo estuviera en espera, aguardando a que cometiera el error final.
De repente, un sonido suave cortó el silencio. No era el eco de sus pasos, ni los susurros espectrales que había escuchado antes. Era algo más. Como una melodía. Un canto lejano.
—¿Qué es eso? —murmuró, intentando concentrarse. El sonido era apenas perceptible, pero estaba allí, como una llamada distante que atravesaba las paredes del laberinto.
Movida por una mezcla de curiosidad y terror, Erika cambió de dirección. Cada paso hacia el sonido parecía profundizar su sensación de irrealidad, como si se estuviera alejando del mundo conocido y adentrándose en un reino ajeno. El canto se hacía más claro, pero al mismo tiempo, sentía una presión en su pecho, una advertencia. Sabía que lo más sensato sería alejarse, pero el sonido tenía algo hipnótico.
Finalmente, el pasillo desembocó en una sala que no esperaba. Era amplia, de techos altos, y en el centro había una figura vestida con una túnica oscura, su rostro oculto bajo una capucha. De la figura emanaba la extraña melodía, como si no la estuviera cantando con palabras, sino con la misma esencia del lugar.
Erika dio un paso hacia atrás, su instinto gritando peligro. Pero antes de que pudiera huir, la figura habló.
—Has llegado más lejos de lo que otros han logrado.
La voz era suave, casi amable, pero había algo profundamente inquietante en ella. Resonaba en las paredes, como si el mismo laberinto hablara a través de esa figura.
—¿Quién eres? —preguntó Erika, su voz apenas un susurro.
La figura inclinó ligeramente la cabeza, pero no respondió de inmediato. El silencio entre ellos se prolongó, tenso.
—Soy lo que queda —dijo finalmente—. Lo que este lugar ha retenido. Aquellos que entran nunca salen.
—Yo no... yo no planeo quedarme —respondió Erika, con la firmeza en su voz quebrándose.
La figura emitió un sonido que podría haber sido una risa, pero sonaba distorsionada, como si fuera un eco de algo lejano.
—Todos dicen lo mismo. Pero el laberinto siempre gana. Es un lugar de condena, de arrepentimiento. No puedes escapar de lo que llevas dentro.
Erika sintió una punzada en el estómago. ¿Era eso lo que este lugar estaba haciendo? ¿Reflejar sus propios miedos, sus propios pecados? El laberinto parecía no solo intentar atraparla físicamente, sino también desenterrar lo que más temía enfrentar.
—No voy a quedarme aquí. No voy a perderme como... como los demás. —Su voz fue más firme esta vez, decidida.
La figura se movió, sus pies deslizándose por el suelo sin hacer ruido, como si flotara en lugar de caminar. Se acercó lentamente a Erika, y cuando estuvo a pocos pasos de ella, alzó una mano pálida.
—Te ofrezco una elección, Erika. Puedes seguir vagando por este lugar, luchando contra lo inevitable. O... puedes aceptar lo que eres, lo que siempre has sido.
La mano de la figura se extendió, como si le ofreciera algo invisible.
—¿Qué...? ¿Qué eres tú realmente? —Erika retrocedió, con el corazón acelerado.
—Soy el eco de todos los que han venido antes que tú. Los que se rindieron. Los que aceptaron su lugar en este laberinto. Tú también puedes hacerlo. No tienes que sufrir más.
Las palabras parecían dulces en el aire, como una tentación suave, pero Erika sabía que detrás de ellas se escondía la muerte. Si aceptaba, si dejaba que el laberinto la consumiera, nunca volvería a ver el mundo exterior.
—No. —Erika sacudió la cabeza, dando un paso atrás, fuera del alcance de la figura—. No soy como ellos. No voy a quedarme aquí.
La figura se detuvo. El canto, que había estado resonando suavemente todo el tiempo, se detuvo también. El silencio que siguió fue más opresivo que cualquier otra cosa que Erika hubiera sentido hasta ahora.
—Muy bien —dijo la figura en voz baja—. Entonces sigue caminando. Pero recuerda... cada paso que des solo te acercará más a tu verdadero destino. No puedes huir de lo que llevas dentro.
Con un último susurro, la figura se desvaneció en el aire, como si nunca hubiera estado allí.
Erika se quedó sola en la sala, temblando. El frío había vuelto, más intenso que nunca, pero esta vez, algo más había cambiado. Las palabras de la figura seguían resonando en su mente. No puedes huir de lo que llevas dentro. ¿Qué significaba eso? ¿Qué era lo que el laberinto intentaba revelarle?
El aire en la sala comenzó a sentirse opresivo, como si las paredes estuvieran cerrándose sobre ella. Sin perder más tiempo, Erika dio media vuelta y comenzó a correr. Ya no le importaba si iba en la dirección correcta o no. Solo quería escapar de ese lugar, de esa voz que seguía reverberando en su cabeza.
Pero mientras corría, algo más comenzó a suceder. Las paredes del laberinto parecían cambiar a su alrededor, oscureciéndose aún más, como si estuvieran envolviéndola en una oscuridad aún más profunda. Y de esa oscuridad, surgieron manos.
Eran manos pálidas, huesudas, que salían de las sombras, tratando de atraparla, de arrastrarla de vuelta. Erika gritó y corrió más rápido, esquivando las manos que parecían crecer de la nada.
El laberinto estaba vivo, y ahora estaba cazándola.
Pero Erika no iba a rendirse. No ahora. No cuando todavía había una oportunidad, por mínima que fuera, de escapar.
Cruzó una esquina, y el pasillo se estrechó repentinamente. El laberinto estaba cambiando a su alrededor, adaptándose a sus movimientos.
—¡No! —gritó, apretando los dientes mientras empujaba su cuerpo agotado a seguir corriendo.
Y entonces, sin previo aviso, el suelo bajo sus pies desapareció.
Erika cayó.
La oscuridad la envolvió por completo mientras caía en un abismo sin fondo.
con tal no le pase nada
Desde el primer instante me tiene al filo de la butaca.
Solo una duda que pasa con el hermano de Erika desde el momento en en qué liberan al ser de luz deja de salir en la trama del libro.
Y que pasa con los compañeros que van con Erika a la expedición.