Dios le ha encomendado una misión especial a Nikolas Claus, más conocido por todos como Santa Claus: formar una familia.
En otra parte del mundo, Aila, una arquitecta con un talento impresionante, siente que algo le falta en su vida. Durante años, se ha dedicado por completo a su trabajo.
Dos mundos completamente distintos están a punto de colisionar. La misión de Nikolas lo lleva a cruzarse con Aila.Para ambos, el camino no será fácil. Nikolas deberá aprender a conectarse con su lado más humano y a mostrar vulnerabilidad, mientras que Aila enfrentará sus propios miedos y encontrará en Nikolas una oportunidad para redescubrir la magia, no solo de la Navidad, sino de la vida misma.
Este encuentro entre la magia y la realidad promete transformar no solo sus vidas, sino también la esencia misma de lo que significa el amor y la familia.
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Parte 18
Aila
Al principio, cuando Nik mencionó la boda, mi corazón dio un vuelco. ¡Dios! ¡Matrimonio! ¿Estaba lista para algo así? La idea me aterraba y emocionaba al mismo tiempo. Pero luego respiré hondo y recordé que siempre había soñado con esto, con tener una familia y un hogar, con encontrar a alguien que me amara tanto como Nik lo hacía. Quizás no habíamos tenido la relación más convencional, pero eso no significaba que no fuera especial. De últimas o no, había llegado aquí, a su lado, y pensaba dar lo mejor de mí.
La paciencia de Nik para lidiar con mis dudas y temores era algo que apreciaba profundamente. Y ahora, aquí estaba, organizando una boda. ¡Me casaría! La simple idea me llenaba de una mezcla de nervios y entusiasmo.
—Señora Claus, ¿dónde se hará la ceremonia? —preguntó Finn mientras revisábamos la interminable lista de pendientes.
Me reí suavemente al escuchar su tono formal. "Señora Claus". Aún me parecía surrealista.
—No lo sé —respondí, dejándome caer sobre la mesa frente a mí.
Finn me observaba con una mezcla de paciencia y diversión mientras yo intentaba procesar todo. Las invitaciones estaban esparcidas por la mesa, junto con una lista interminable de invitados y decisiones que tomar. Villa N era un lugar muy organizado, al parecer, porque había listas para todo: invitados, opciones para la cena, incluso una lista de decoraciones posibles.
Había tantos nombres que no reconocía, y para facilitar las cosas, me habían dado una tablet que mostraba imágenes de los invitados. Aunque, siendo honesta, la idea de un casamiento con tantos desconocidos me ponía un poco nerviosa.
—¿Quién es Krampus? —pregunté de repente, mirando un nombre que destacaba en la lista.
Finn, que estaba de pie organizando algunos papeles, se detuvo. Giró lentamente hacia mí con una expresión curiosa antes de suspirar.
—Para que exista el bien, debe existir el mal —dijo con un tono tranquilo—. Krampus es el opuesto al señor Claus. Es quien se lleva a los malos.
—Pero los malos siguen en la Tierra... —respondí, confundida.
Finn soltó una carcajada, como si mi lógica humana fuera tan simple que le resultara divertida.
—Los humanos se toman todo tan literal. ¿Alguna vez has tenido una pesadilla?
Negué con la cabeza, y él asintió, como si eso confirmara algo que ya sabía.
—Eso es porque siempre has tratado de hacer lo mejor por los demás. En cambio, las personas egoístas y malas son más propensas a tener pesadillas. Es ahí donde entra Krampus; él se encarga de eso. Incluso los niños malos reprimen sus sentimientos para evitar soñar, o al menos para que las pesadillas no les afecten.
—¿Siempre se aplica esa regla? —pregunté, intrigada.
—No necesariamente. Hace siglos, los humanos solían soñar como una forma de advertirles sobre el mal. Ahora, los sueños son más escasos porque no hay grandes males en el mundo, solo pequeños males que ustedes mismos crean.
Asentí lentamente, reflexionando sobre sus palabras. La verdad detrás de lo que decía me resultaba perturbadora y fascinante al mismo tiempo. Pero mientras lo escuchaba, mi mente divagó. Si no invitaba a Krampus, ¿vendría a vengarse como en esas historias antiguas? No podía evitar imaginarme algo al estilo de "La Bella Durmiente", con él maldiciendo a mi futura hija o causando algún desastre. Por más absurdo que sonara, decidí que no iba a correr ese riesgo.
Al final, elegí invitar a todos los nombres en la lista, incluyendo a mi familia, aunque eso me llenaba de cierto nerviosismo. Diseñar la invitación fue un proceso mágico, literalmente. Opté por un diseño encantador, con un sello rojo de un árbol de Navidad que parecía brillar con vida propia.
—¿Ya decidiste a quién invitar? —La voz de Nik me hizo alzar la vista. Allí estaba él, de pie en la entrada, cubierto de nieve.
—Sí —respondí con una sonrisa—. Decidí invitar a todos los que estaban en la lista. ¿Pero por qué estás lleno de nieve?
Nik dejó escapar una risa mientras se sacudía el abrigo, dejando pequeñas montañas blancas a sus pies.
—Hubo una pequeña ventisca... ya entiendo por qué.
—¿Qué sucedió?
—La Reina de las Nieves se emocionó cuando supo que estaba invitada. Creo que olvidó controlar la nieve en su entusiasmo.
—¿Invité a la Reina de las Nieves?
Nik me miró con una sonrisa divertida.
—¿Viste a alguien rubia?
Asentí, recordando a una mujer con cabello dorado como la luz del sol, ojos blancos como el hielo, y un vestido que parecía hecho de nieve misma. Todo encajó en mi mente.
—Ah, ya entiendo.
No sabía cómo sería casarme en este mundo mágico, con tradiciones tan diferentes a las que siempre había conocido, pero una cosa era segura: daría lo mejor de mí. No importaban los retos ni las diferencias, estaba decidida a ser feliz junto a Nikolas y a construir una vida con él, por extraña o surrealista que pudiera parecer.
Esa noche, mientras la calma del invierno envolvía Villa N y las estrellas brillaban con una intensidad casi mágica, me encontraba con Nikolas en nuestra habitación. Él estaba sentado en la cama, revisando algo en su tablet con esos lentes circulares que le daban un aire intelectual y adorable al mismo tiempo. Su cabello ligeramente despeinado y el destello de la luz sobre sus lentes lo hacían lucir como salido de una película navideña perfecta.
Aproveché la tranquilidad del momento para hacerle una pregunta que me rondaba la mente desde hacía días.
—Nikolas... ¿Mañana puedo volver a mi casa? —pregunté, algo nerviosa, jugueteando con mis dedos.
Él levantó la mirada, claramente intrigado.
—¿Qué sucede mañana?
—Bueno... en mi país es tradición prender unas velitas para la Virgen María. Es algo especial.
Nikolas sonrió, dejando la tablet a un lado. Su expresión reflejaba ternura y comprensión, como si entendiera perfectamente la importancia de ese pequeño gesto.
—Ah, sí, ella se pone muy feliz por eso —dijo con una risa suave, como si recordara algún encuentro pasado con la Virgen.
Me quedé mirándolo, algo sorprendida. Era fácil olvidar que Nikolas no solo era una figura mágica, sino que también parecía tener conexiones con seres que yo solo había conocido a través de la fe y las historias.
—Entonces... ¿Puedo hacerlo? —insistí, aunque ya sabía que Nik raramente me negaba algo.
—Puedes hacer lo que quieras —respondió, inclinándose hacia su mesita de noche con un gesto enigmático—. Pero antes...
Lo vi sacar una pequeña caja de terciopelo rojo. Mi corazón dio un vuelco al instante. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué significaba eso?
Cuando abrió la caja, mis ojos se posaron en un anillo impresionante. Era un rubí circular rodeado por pequeños diamantes que destellaban como si contuvieran pequeñas estrellas en su interior. Su belleza era indescriptible, pero algo en el anillo me hacía sentir que no era un simple adorno; había algo más, algo profundo, casi mágico.
—Esto te dará el poder de llamar a cualquier elfo —explicó Nikolas con una sonrisa mientras me mostraba el anillo más de cerca—. Además, con él podrás manejar un poco de mis poderes.
Lo miré con incredulidad, mis ojos viajando del anillo a su rostro una y otra vez.
—¿Voy a tener tus poderes? —pregunté, apenas procesando lo que me estaba diciendo.
—Sí —respondió con calma mientras tomaba mi mano con delicadeza. Sus dedos cálidos sostenían los míos mientras deslizaba el anillo en mi dedo. Sentí un leve cosquilleo, como si una corriente eléctrica suave recorriera mi piel.
Nikolas levantó la vista para observarme directamente, sus ojos brillando con una mezcla de seriedad y ternura.
—Puedes tomarlo como un anillo de compromiso —continuó—. Pero cuando tengamos nuestros anillos de matrimonio y Dios nos dé el lazo, se confirmará algo mucho más grande.
—¿Más grande? —susurré, aun tratando de entender todo lo que implicaba ese pequeño objeto.
—La eternidad juntos, Aila —dijo con una suavidad que me estremeció.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, no de tristeza, sino de una emoción tan profunda que no podía describirla con palabras. Nikolas, como si entendiera mis pensamientos, se acercó más y acarició mi cabello con una ternura que me hizo sentir más amada que nunca.
—¿La eternidad? —repetí, mi voz apenas audible.
Él asintió, inclinándose para apoyarse en mi frente, su aliento cálido, mezclándose con el frío de la noche que se filtraba desde la ventana.
—Serás inmortal, Aila —susurró.
El peso de sus palabras cayó sobre mí como una ola que me arrastro a la orilla fuertemente.