Oliver es un joven aventurero que quiere recuperar el alma de su hermana mayor, pero el mundo le recarcará lo difícil que será su deseo para alguien como él. ¿Podrá cumplir con su cometido? Acompáñalo junto a su grupo de compañeros: Evelyn, Richard, Ginna y Victoria, quienes a pesar de tener distintos motivos, comparten un mismo destino, el continente oscuro. Para ello, deberán unirse a la Unión de Asalto antes de su excursión hacia el continente oscuro.
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Gato negro
—Ahh, parece que fue mucho más complicado de lo que pensamos, comentó Victoria mientras soltaba un profundo suspiro de cansancio y se pasaba la mano por la frente sudorosa, mostrando un gesto de agotamiento.
—Sí, no se nos ocurrió que pudiera controlar la nieve a su antojo, y el hecho de que todo estuviera cubierto de blanco nos lo complicó más, respondió Richard con una mezcla de frustración y admiración, mientras limpiaba suavemente la herida de Victoria con un paño húmedo, sus ojos reflejando preocupación.
—Bien, es hora de volver, dijo Evelyn, esta vez con un tono decidido, aliviando un poco la tensión acumulada.
Todos asintieron.
Al llegar a la ciudad, el grupo se dirigió directamente a la sede del gremio. La calidez del interior los envolvió como un cálido abrigo, y un suspiro de alivio colectivo escapó de sus labios. La chica del mostrador los miró con simpatía y sonrió al verlos acercarse.
—Aquí está nuestro ticket, dijo Oliver con un tono de cansancio triunfante, entregando el papel tan esperado. La muchacha, con una sonrisa diligente, lo recibió y lo guardó cuidadosamente, antes de devolverles un nuevo ticket.
—Ahora diríjanse a la caja de canje para recibir su recompensa, les indicó amablemente, señalando con el dedo la dirección adecuada.
El grupo se dirigió a la caja de canje, donde se podían ver otros compañeros del gremio intercambiando tickets por recompensas. El lugar era bullicioso, lleno de risas y el sonido de monedas tintineando. A medida que se acercaban, el grupo empezó a debatir sobre lo que harían con su recompensa.
—Creo que esta vez deberías recibir tú la recompensa, Oliver, sugirió Richard con una sonrisa, y todos asintieron rápidamente con entusiasmo. Evelyn añadió con cariño: —Es fin de semana y sabemos que vas a ir al orfanato.
Oliver, visiblemente sorprendido, intentó protestar. —No, no es necesario... empezó a decir, pero sus amigos lo interrumpieron, firmes en su decisión.
—Vamos, Oliver, no seas tan modesto. Acéptalo, lo animó uno de ellos con un guiño.
Finalmente, Oliver sonrió, aún un poco incómodo pero agradecido. —Bien, lo haré, aceptó, sintiendo el cálido apoyo de sus amigos.
Mientras tanto, el diálogo derivó hacia el próximo examen del gremio. Richard habló con seriedad mientras miraba a sus compañeros.
—El examen para subir a rango de aventureros "S" es en cuatro días, anunció.
Ginna, mirando un pequeño papel que había tomado del mostrador, comentó emocionada: —Si tomamos ese examen y subimos, podremos cumplir los requisitos para unirnos a la unión de asalto.
—Bien, esta semana no tomaremos más misiones. Nos concentraremos en el examen, proclamó Evelyn con un brillo de determinación en sus ojos.
—Bien, nos vemos entonces, comentó Richard mientras se alejaba hacia el restaurante, con Victoria sacudiendo su mano en señal de despedida.
Ginna y Evelyn también se despidieron de Oliver con un gesto cálido de la mano.
Oliver, alzando su mano derecha en respuesta, mientras se dirigía al orfanato.
Al llegar al orfanato, Oliver notó la soledad del lugar; el patio estaba desierto bajo el cielo, los niños ya estaban adentro debido a la hora tardía. Solo Elizabeth estaba afuera, barriendo el suelo con movimientos metódicos.
—Ah, hola Oliver, dijo Elizabeth, levantando la vista para encontrarse con su mirada.
—¿Qué tal, Elizabeth? ¿Cómo está todo?, respondió Oliver, sonriendo genuinamente mientras la observaba, sintiendo una calma inesperada.
—Ven, siéntate. Elizabeth indicó una banqueta cercana con un gesto amable, Oliver aceptó, agradecido por el momento de compañía.
Charlaron animadamente, sus risas resonando en la quietud de la tarde. Oliver le relató sus aventuras de la semana, describiendo con emoción cómo había encontrado una semilla de dolor al inicio del bosque, un evento inusualmente extraño. También le habló sobre la chica a la que cuidaba, aunque decidió omitir el detalle de sus colmillos.
El tiempo parecía haberse escapado rápidamente, y el cielo empezaba a teñirse de tonos oscuros. Oliver se levantó de la silla estirando sus músculos adormecidos. —Qué vista tan hermosa, ¿no te parece?, comentó con una voz que reflejaba admiración, mientras sus ojos seguían al sol ocultándose en el horizonte.
—Sí, lo es, respondió Elizabeth, compartiendo el mismo panorama deslumbrante que Oliver contemplaba.
—Bueno, creo que ya es hora, dijo Oliver, entregándole una bolsa con parte de la recompensa a Elizabeth.
Con una ligera vergüenza adornando sus mejillas, Elizabeth aceptó la bolsa, respondiendo: —Te lo agradezco, Oliver. Ofreces tanto a estos niños... realmente eres una muy buena persona, expresó con una sonrisa que reflejaba gratitud genuina.
Oliver soltó una pequeña risa, acompañada de un suspiro, —Parece que me tienes en demasiada estima. No soy tan buena persona, comentó, ya en marcha.
Elizabeth lo observó mientras se alejaba, murmurando para sí misma: —Eres un tonto, Oliver. ¿Hasta cuándo seguirás culpándote por ello?.
Ya en casa, Oliver entró y, tras un momento de contemplación, se sentó al lado de la mesa. Luego de unos instantes de quietud, se levantó con decisión y empezó a preparar un estofado caliente de hongos, buscando calentar su hogar y combatir el frío persistente.
Con una generosa porción del estofado en las manos, se dirigió a la puerta de la chica y dejó el plato sobre la familiar mesita de madera. Estaba a punto de alejarse cuando una voz suave y casi inaudible surgió del otro lado de la puerta, preguntándole:
—¿Por qué lo haces?
—¿Hmm?, respondió Oliver, visiblemente confundido—. ¿Hacer qué?
La voz, que ahora sonaba con un matiz de enojo, expresó:
—Ofrecerme techo y comida sin siquiera conocerme. Ayudarme no te beneficiará y no tengo cómo pagártelo.
Oliver sonrió, una risa tranquila y serena escapó de sus labios antes de responder:
—Normalmente se diría que es por amabilidad, pero si tuviera que dar una razón más personal, diría que lo hago porque siento que así estoy pagando algo que le debo a una alguien.
La voz del otro lado replicó con cierto escepticismo:
—¿Así que es por autosatisfacción?
—Sí, podría decirse que es eso, dijo Oliver, bajando la mirada hacia el suelo ante la pared que los separaba.
Cuando escuchó que la puerta se entreabría, dirigió su mirada hacia ella, expectante.
La chica, asomando solo parte de su cabeza al tomar el plato, lo introdujo en la habitación. Estaba casi cerrando la puerta cuando pronunció con suavidad:
—Ven, aceptaré hablar como agradecimiento por el plato.
Oliver respondió con una sonrisa cálida mientras se dirigía al cuarto.
Una vez adentro, la chica, sin aún mirarlo directamente a los ojos, le preguntó su nombre mientras continuaba comiendo.
—Oliver, encantado, respondió, escrutando con curiosidad a la chica—. Si me permites, ¿me podrías decir el tuyo?
La habitación cayó en un silencio tenso y la chica dejó escapar un sonido incómodo, casi un suspiro contenida.
Al percatarse de su incomodidad, Oliver se apresuró a decir:
—No importa si no estás cómoda diciéndome tu nombre. Lo entiendo perfectamente.
—No es que no quiera, es que no recuerdo cuál es, dijo, deteniéndose un momento con la cuchara a medio camino.
—Entiendo... murmuró Oliver con gesto reflexivo—. Tal vez suene atrevido, pero ¿podrías contarme más sobre ti o lo que recuerdes?
—Sí, es comprensible que te interese saber más —comentó la joven, acomodándose en su asiento y preparándose para hablar.
No recuerdo muy bien por qué o cómo, pero desperté en medio de un bosque frondoso. La suave brisa rozaba mi rostro mientras sentía el dolor punzante de una herida en la pierna. Con esfuerzo, me levanté, tambaleándome, en busca desesperada de ayuda. Así, llegué a un pequeño pueblo llamado Grensfill. La atmósfera allí era tranquila y acogedora. Las casas de madera y piedra exudaban una calidez que contrastaba con mi incertidumbre.
Los habitantes de Grensfill fueron extraordinariamente amables. Me recibieron con sonrisas cálidas y ojos llenos de preocupación genuina. Con ternura, atendieron mis heridas y me ofrecieron alimento caliente y un lugar donde descansar. Esos días bordeados por su amabilidad llenaron mi corazón de una felicidad que no había conocido en mucho tiempo. Me encariñé profundamente con aquel lugar y su gente, aunque mi estancia con ellos fue breve.
No recordaba mi nombre ni nada sobre mi pasado, y la gente del pueblo me ofreció tiempo para intentar recuperar mis recuerdos. Sin embargo, todo cambió semanas después. Un grupo aterrador de monstruos atacó la aldea, dejando una estela de destrucción y miedo. Los pocos sobrevivientes, atrapados en el dolor y la desesperación, me miraron con reproche. Sus palabras eran afiladas como cuchillas: "¡Es tu culpa! ¡Si tan solo no hubieras...!"
Oliver sintió una punzada al escuchar esas palabras, pero decidió escuchar, en silencio.
Me expulsaron del pueblo, y la tristeza y frustración se apoderaron de mí. Comencé a comprender que, tal vez, tenían razón. Por más que caminara, horribles criaturas y monstruos siempre seguían mis pasos. Tras largos días de huida, el cansancio me venció y, con una memoria vacía, decidí regresar a aquel rincón de calidez donde alguna vez fui feliz. Allí, bajo el cielo, me rendiría y dejaría de preocuparme por todo.
Y entonces, me encontraste. Me trajiste hasta aquí. Eso es todo, no tengo nada más que añadir.
—Ya veo... dijo Oliver, con un dejo de tristeza reflejado en sus ojos al escuchar la historia, mientras recordaba su conversación con Victoria sobre el pueblo. Una melancolía sutil se apoderó de él momentáneamente, pero pronto cambió su expresión, buscando animar a la joven frente a él—. Como no recuerdas tu nombre, ¿hay alguno que te interese? —comentó Oliver, esbozando una sonrisa con la esperanza de aliviar la atmósfera.
—La verdad no, contestó la chica con un tono apagado—. Solo tenía pensado quedarme tirada en aquel lugar.
Oliver la miró con preocupación, notando su actitud decaída. Tratando de comprender su situación, continuó con suavidad:
—Otra cosa más, es respecto a tus colmillos, ¿sabes algo al respecto?
La chica bajó la mirada, apretando su mano con inquietud. Sus palabras salieron con un tono de desesperación contenida:
—No debería saberlo porque no recuerdo nada, pero por alguna razón sé que pertenecen a un vampiro, lo cual me convierte en una.
—En realidad no, respondió Oliver pausadamente, tratando de transmitir serenidad—. Cuando estabas inconsciente, alguien te revisó y dijo que, en teoría, eres humana, pero con una transformación incompleta. Eso te hace prácticamente humana, pero aún así, los colmillos podrían causar malentendidos.
La joven guardó silencio, manteniendo su mirada fija en el suelo, mientras trataba de procesar la información.
—Bien, dejando eso de lado, ¿qué tal te parece el nombre de "Luna"?, preguntó Oliver, su voz animada al levantarse con evidente entusiasmo.
Una pequeña sonrisa se formó en los labios de la joven, casi sin darse cuenta. Una risa suave escapó de ella.
—Qué nombre tan extraño —comentó entre risas.
—¿Y bien, qué te parece?, insistió Oliver, sus ojos brillaban con anticipación—. Ya sabes mi nombre, no estaría mal que tuvieras uno para que pudiéramos comunicarnos mejor. Además, siento que ese nombre te quedaría muy bien.
Aún con la risa en su voz, la joven respondió:
—Está bien, ya que insistes, lo tomaré.
Oliver asintió con satisfacción, sintiendo que su propuesta había sido un pequeño paso hacia adelante.
—Bueno, ya que arreglamos lo del nombre, ¿quieres comer algo en específico mañana?
Luna, recordando con nostalgia el momento en que uno de los habitantes del pueblo le ofreció su primera comida, sonrió levemente, aunque dudó un poco antes de responder: "Tarta de calabaza".
Oliver, al escucharla, quedó unos instantes quieto y ligeramente sorprendido. Luego, sonrió cálidamente y dijo: —¿Tarta de calabaza, eh? Lo tendré en cuenta.
—A-ah, Oliver, dijo Luna con un tono de voz suave y tímido, bajando la mirada.
Oliver se giró hacia ella, observando el plato vacío que Luna sostenía entre sus manos, dijo: "Muchas gracias".
Oliver la observo lentamente y le devolvió una pequeña sonrisa. —No hay de qué, respondió él con amabilidad, tomando el plato. Mientras salía del cuarto, se despidió con un gesto amistoso: "Buenas noches".