En un reino deslumbrante, la princesa Ailén se encuentra atrapada entre el deber y el deseo. Casada con Elian, el príncipe de un corazón frío, descubre la traición en su matrimonio mientras su corazón se inclina hacia Kael, un hombre sin títulos pero de fervor inigualable. En un palacio lleno de intrigas y secretos, Ailén debe elegir entre mantener la estabilidad del reino y seguir el anhelo que desafía todas las normas.
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Capitulo 9
La mañana siguiente se presentó con un cielo gris, como si el mismo cielo presagiara lo que estaba por venir. Apenas había terminado mi desayuno en la habitación con Eden cuando una sirvienta vino apresuradamente a informarme que la emperatriz me había convocado. Un nudo se formó en mi estómago al escuchar esas palabras. Las visitas a la emperatriz nunca eran sencillas, y en este momento, menos que nunca.
Me dirigí hacia las cámaras de la emperatriz, con cada paso resonando en los pasillos silenciosos. Sabía que cualquier encuentro con ella requería de mi máximo autocontrol. Al llegar a su salón privado, las puertas se abrieron ante mí, revelando el interior que irradiaba un lujo frío y calculado. La emperatriz se encontraba sentada en un sillón adornado con bordados dorados, su figura erguida y autoritaria. Su presencia llenaba la habitación con un aire de poder que era casi tangible.
La emperatriz era una mujer imponente, con cabello negro recogido en un elaborado moño y ojos de un frío gris que parecían ver a través de las almas. Sus vestiduras eran de un elegante tono púrpura, que realzaba su estatus indiscutible como la figura más poderosa del reino.
—Ailén —dijo, con su voz firme y sin emociones—. Acércate.
Me incliné en una reverencia profunda antes de acercarme, manteniendo mis ojos bajos como era apropiado. La emperatriz me observó por un momento, como si estuviera sopesando cada uno de mis defectos invisibles.
—He oído rumores, Ailén —comenzó, su tono casi desapasionado—. Se dice que el príncipe Elian ha estado ocupado, descuidando ciertos deberes en el palacio. Es preocupante, considerando la importancia de esos deberes.
Sabía a qué se refería sin que tuviera que decirlo. Mis manos se tensaron a los costados, pero no dije nada. No podía permitirme mostrar debilidad frente a ella.
—En estos tiempos difíciles —continuó la emperatriz—, un niño puede hacer toda la diferencia en un reino. Un heredero asegura la continuidad de la línea, la estabilidad de la corona, y da al pueblo algo en qué creer. No tener un niño, un heredero, es como dejar un vacío, un vacío que puede ser peligrosamente llenado por otros.
Cada palabra era como una daga, apuntada directamente a mis inseguridades. La emperatriz sabía exactamente cómo herirme, sin levantar la voz ni perder la compostura. Permanecí en silencio, sintiendo cómo mi interior se desmoronaba poco a poco. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía defenderme de algo que ni siquiera estaba en mis manos cambiar?
—Espero que entiendas la gravedad de la situación, Ailén —agregó, con una frialdad que parecía cortar el aire—. El futuro de este imperio depende de todos nosotros, especialmente de aquellos que están en posiciones clave. No puedes permitirte fallar.
—Entiendo, Su Majestad —respondí, con la voz temblando ligeramente.
La emperatriz me observó por un momento más, antes de desviar la mirada, como si ya no fuera digna de su atención.
—Puedes retirarte —dijo finalmente, su voz tan indiferente como siempre.
Hice una reverencia antes de darme la vuelta para salir, sintiendo que cada paso me pesaba más que el anterior. Mientras me dirigía hacia la salida, mis pensamientos se oscurecían, llenos de un dolor que no podía expresar.
Al salir del salón de la emperatriz, me encontré con el príncipe heredero, caminando por el pasillo. Era imposible no notar su presencia: su piel pálida, cabello blanco como la nieve, y ojos rojos que parecían brillar en la penumbra del palacio. Aunque su semblante era solemne, siempre había una calidez en él que lo diferenciaba de la frialdad de su madre.
—Ailén —me saludó, con una ligera inclinación de cabeza.
—Su Alteza —respondí, devolviendo la cortesía.
Nos detuvimos en el pasillo, el silencio entre nosotros era cómodo, pero cargado de lo que no se decía.
—Acabo de ver a la emperatriz —dijo, observándome con detenimiento—. Puedo imaginar cómo ha sido.
Asentí, sin saber qué más agregar. El príncipe heredero era conocido por ser más comprensivo que su madre, pero aun así, su posición le exigía mantener ciertas distancias.
—Sabes, Ailén —continuó, bajando la voz—. A veces pienso en lo importante que es la familia, en lo que significa tener un heredero, un sobrino... Es triste que aún no tengamos ninguno. Es un vacío que se siente más con cada día que pasa.
Sus palabras, aunque amables, hicieron eco de las de la emperatriz, recordándome nuevamente de mi "fracaso". Intenté sonreír, pero fue una sonrisa débil, sin convicción.
—Lo sé, Su Alteza. Es algo que también pesa en mi corazón.
El príncipe me observó en silencio, como si intentara leer lo que había detrás de mis palabras. Finalmente, asintió y me dio una palmada ligera en el hombro.
—No te preocupes demasiado, Ailén. A veces, las cosas no salen como uno planea, pero siempre hay una solución. Debemos mantener la esperanza.
Le agradecí por sus palabras, aunque en mi interior no sentía esa esperanza. Mientras se alejaba por el pasillo, me quedé quieta, luchando contra las lágrimas que amenazaban con caer.
Había sido un día largo, lleno de recordatorios de mi insuficiencia en los ojos de la corte. La emperatriz había sido clara en su desdén, y aunque el príncipe había sido más amable, sus palabras solo reforzaban la cruda realidad: yo era una princesa sin propósito, una figura decorativa en un palacio que demandaba más de lo que podía ofrecer.
El palacio de la familia imperial era una fortaleza de opulencia y distanciamiento, y los días transcurrían en un torbellino de obligaciones y ceremonias. Cada miembro de la familia real tenía su propio papel y sus propias peculiaridades, y el palacio era un escenario donde el protocolo y las apariencias dictaban la forma en que se desenvolvían sus vidas.
y que Elián se arrepienta de averla tratado mal.
y como en toda novela todo puede pasar,espero que ella tenga unos hijos hermosos.
y Elián sea que no puede dar hijos.