**Sinopsis**
En un mundo donde la biología define roles y los instintos son incontrolables, dos hombres de mundos opuestos se ven atrapados en una ardiente atracción. Leon, un alfa dominante y poderoso empresario, ha rechazado el amor… hasta que Oliver, un omega dulce y sensible, entra en su vida como asistente. Lo que comienza como un deseo prohibido pronto se convierte en una intensa relación marcada por celos y secretos. Cuando verdades devastadoras amenazan con separarlos, deberán enfrentarse a su pasado y decidir si su amor es lo suficientemente fuerte para desafiar las estructuras que los mantienen apartados. ¿Están dispuestos a arriesgarlo todo por un futuro juntos?
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Capítulo 8: Confesiones de Medianoche
La fiesta era un torbellino de risas, luces brillantes y música vibrante. Paulatinamente, el panorama de la oficina se había transformado en un festín desbordante de alegría y camaradería. La decoración, una mezcla de globos dorados y cintas plateadas, llenaba el salón con un aire festivo que contrastaba vivamente con la tensión palpable que había surgido entre Leon y Oliver el lunes anterior.
Leon se movía entre las multitudes, bebiendo lentamente un cóctel de frutas que apenas lo distraía del torbellino de pensamientos que lo asediaban. Sin embargo, su atención se centraba en Oliver, que reía con un grupo de colegas, su sonrisa iluminando la habitación. Era imposible no ver cómo su atractivo natural hacía que todos a su alrededor se sintieran atraídos hacia él. La mirada de Leon se desvió hacia su propio vaso, sintiendo un leve escalofrío de celos resurgir.
Finalmente, se acercó. Oliver lo vio venir y, al instante, sus ojos se llenaron de un brillo que hace que Leon se sintiera cálido y protegido, atrapado en la burbuja de conexión que había dejado en claro que aún existía entre ellos. Sin embargo, asomaba la sombra de una decisión: tenían que hablar, no podían seguir enterrando sus inseguridades.
—¿Quieres escapar de este ruido? —sugirió Oliver, un rayo de cómplice en su mirada—. Hay un pequeño balcón en el segundo piso.
Leon sonrió en respuesta, sintiendo que el corazón le latía con más fuerza del habitual. Tomaron una copa cada uno y se dirigieron hacia el balcón, donde el aire fresco de la noche se mezclaba con el aroma embriagador de la primavera. Las luces de la ciudad se extendían ante ellos, un mar de estrellas luminosas en la oscuridad.
Una vez fuera, el ruido se desvaneció, dejando que el suave murmullo del viento se convirtiera en el único testigo de sus pensamientos. Se apoyaron contra la barandilla, mirando la lejanía. La tensión era palpable, pero también había una sensación de alivio al sentirse finalmente a solas.
—He estado pensando en nosotros —comenzó Leon, su voz temblando ligeramente. —En lo que dijimos el otro día...
Oliver asintió, su rostro reflejando la seriedad del momento. —Yo también. Me asustaron un poco tus palabras. No me gusta saber que sientes que esto es frágil.
Leon respiró profundamente, sintiendo que la vulnerabilidad que lo abrumaba en esos momentos era tanto dolorosa como liberadora. —Eres importante para mí, Oliver. A veces tengo miedo de perderte.
—No tengo intención de ir a ninguna parte —respondió el joven con firmeza, pero esa seguridad se desvaneció cuando sus ojos se encontraron. —Eres diferente, Leon. Esto lo es todo para mí.
Las palabras flotaron entre ellos, y aunque había un velo de confianza, el deseo ardía entre las miradas y la cercanía física. Leon sintió un cosquilleo en la piel, una mezcla de emoción y deseo.
—A veces siento que lo que tenemos es tanto… —comenzó a decir, pero se detuvo, incapaz de completar la frase.
—¿Intenso? —se ofreció Oliver, dando un paso más cerca, sus rostros casi tocándose.
—Sí, intenso, pero también aterrador —respondió Leon, sintiendo que las barreras que había levantado empezaban a desmoronarse. La confusión que había experimentado durante días se había transformado en algo más, un claro anhelo de conexión auténtica.
—Es la posibilidad de amar y dejarse amar, Leon. —La voz de Oliver era suave, casi un susurro. No había prisa ni presión, solo un entendimiento profundo de lo que cada uno sentía. —Yo también tengo miedo, pero estoy aquí contigo. Quiero que hagamos esto juntos.
Sin poder evitarlo, Leon se perdió en la intensidad de la mira de Oliver. Las palabras que compartían se tornaron en impulsos físicos, y de repente, el deseo que había estado acumulándose entre ellos se manifestaba en la forma en que sus cuerpos se acercaban más y más, como si la gravedad de sus sentimientos tocara cada célula de sus seres.
—Dime lo que necesitas, Leon —dijo Oliver, su voz cargada de una urgencia palpable.
—Quiero saber que esto es real. Que hay un futuro para nosotros. —Leon sentía que cada palabra que pronunciaba lo acercaba más a un abismo del que ya no podía escapar.
—¿Y si no lo sabemos aún? —Oliver preguntó, su voz se volvía suave como terciopelo, pero había una determinación en su mirada que despojaba a la conversación de cualquier duda. —Lo que sé es que quiero estar aquí, contigo, ahora.
Sin poder contenerse más, Leon capturó el impulso, se inclinó y unió sus labios con los de Oliver, en un beso que desató una tormenta de emociones reprimidas. En ese instante, el mundo se desvaneció, dejándolos en un espacio donde solo existían ellos dos.
Las caricias iniciales eran suaves, llenas de una dulzura que resonaba con todo lo que habían compartido hasta entonces. Pero a medida que la intensidad aumentaba, el deseo se desbordaba, y el beso se profundizó en una expresión apasionada de todo lo que anhelaban y temían.
Al separarse, ambos se quedaron un momento en silencio, con las respiraciones entrecortadas y las miradas llenas de un anhelo que no generaría más preguntas.
—Esto no significa que no haya desafíos por venir —dijo Leon, aún casi temeroso de romper la burbuja de magia que los rodeaba.
—Lo sé —respondió Oliver, y su voz era firme, llena de confianza. —Pero creo que estamos preparados para enfrentarlos juntos.
Ambos quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la calma después de la tormenta que habían desatado. Las luces de la ciudad lucían como un tapiz de estrellas, y el aire frío les recordaba que aún estaban en el mundo exterior, aunque su propio universo se había expandido en aquel pequeño rincón del balcón.
—¿Pueden nuestras vidas conectar realmente? —preguntó Leon, sus ojos buscando los de Oliver.
—Intentémoslo juntos —dijo Oliver en voz baja, con una expresión de determinación. —Prometamos mantenernos honestos, comunicarnos, incluso cuando las cosas se pongan difíciles.
Leon recuperó su aliento y asintió, sintiendo una anticipación florecer en su pecho. El deseo no se desvanecía; de hecho, crecía más. Con cada palabra, sentían que estaban convirtiendo su conexión en un lazo más fuerte, un compromiso que iba más allá de la atracción inicial.
—No tengo idea de qué nos deparará el futuro, pero sé que contigo estoy dispuesto a explorar ese camino —dijo Leon, sintiendo que la sinceridad en su voz resonaba mientras sus ojos destellaban una mezcla de esperanza y emoción.
—Yo también lo creo, Leon. Solo tenemos que abrazarlo todo, las dudas y los deseos —respondió Oliver, su mirada se iluminaba mientras una brisa suave acariciaba sus rostros.
Mientras estaban ahí, en ese balcón iluminado por las luces de la ciudad, una nueva certeza empezó a florecer. Las confesiones de medianoche no solo destapaban sus miedos, sino que también alimentaban la pasión que todo lo consumía. Sin embargo, había algo más profundo entre ellos, un deseo que florecía no solo de atracción, sino de conexión y promesa, que podría llevarlos a lugares que todavía no habían imaginado.