Recuperando La Felicidad

Abro los ojos y me encuentro en mi habitación, completamente a oscuras, sintiendo un horrible dolor en el pecho. No sé qué me pasa, pero las lágrimas caen de mis ojos, como un manantial. De repente, llegan a mi mente las palabras de mi madre y ese dolor en mi pecho se agudiza. No puedo tranquilizarme. Luego de unos minutos, decido levantarme de la cama, decidida a correr para borrar este dolor. Me dirijo hacia mi armario y me pongo una blusa de color azul y unos leggins negros. Luego de eso, voy hacia el espejo del baño y veo mis ojos rojos. Es cuando me doy cuenta de que están más rojos que una fresa. Me echo agua en la cara, para intentar tranquilizarme, me hago una trenza y luego me dirijo a las escaleras.

Voy bajando las escaleras, y cuando llego a la mitad, me doy cuenta de que no se escucha ningún ruido en la sala. Eso me tranquiliza, porque la verdad no quiero ver a mi madre ni a su esposo. Camino hacia la salida. Ya estando afuera, me pongo los audífonos y pongo música para animarme, para luego salir corriendo hacia el parque.

Llego al parque y sigo corriendo por dos horas. Corrí tanto que no sé en qué momento me caí, y ahí fue cuando decidí parar. Voy caminando hacia una banca, y cuando llego, me siento en ella y fijo mi mirada en una pareja con sus hijos, un niño y una niña. Ellos jugaban con los niños y su mascota. De repente, la niña se cae en la arena y empieza a llorar. El papá se acerca corriendo, la abraza y le da un beso para que se tranquilice. La niña lo abraza como si él fuera su refugio, es como si sus brazos fueran el lugar más seguro. Al ver esta escena, me lleno de nostalgia y tristeza, pensando que yo fui así con mi padre. Desearía volver el tiempo atrás.

Mientras estoy distraída en mis pensamientos, suena la alarma que me dice que falta poco para ir a estudiar. Apago la alarma y salgo corriendo a casa.

Tres horas y media después

Estoy en la cafetería esperando a Amelia y a su novio Mateo. Como estoy un poco distraída mirando mi teléfono, me espanto cuando siento que alguien pasa una mano por mi hombro. Aparto mi mirada asustada del teléfono para ver quién es. Cuando veo esos hermosos y odiosos ojos verdes…

—¿Qué te hace pensar que puedes poner tu mano en mis hombros? —le digo a Alex, un poco a la defensiva. No es que sea rencorosa, es solo que no me gusta que me traten mal y luego vengan como si nada.

—Ay, bebé, ¿te vas a romper como un cristal por un toquecito? Qué pecado. —Su vocecita de burla me retumba en los oídos, y lo peor de todo es que lo odio solo porque él me atrae.

—Jajajaja, tan gracioso. ¿Qué haces aquí? —le pregunto con una cara seria y una mirada fría.

—Estoy aquí porque Mateo me dijo que vamos a almorzar con ustedes. Bebe, nos veremos más seguido —me dice con una sonrisa odiosa. Intentaba refutar cuando llega mi amiga con su novio.