Una tragedia marca la vida de Isabella Moretti. Años más tarde el amor vuelve a ponerla a prueba.
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CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 8.
Por Isabella.
Había bebido tanto que no podía mantenerme en pie. Tropecé torpemente arrastrando a Valentino conmigo. Tuvimos un momento muy tenso que él cortó con un suave beso. Por mi mente y mi cuerpo pasaron una mezcla de sensaciones que no podía comprender. Me atraía Valentino. Más de lo que yo quería, pero no podía darme el gusto de dejarme llevar. El fantasma de Ezequiel seguía aún ahí. Dentro de mi pecho. Tatuado muy dentro mío. No podía darle falsas esperanzas a nadie, quién podría estar con una mujer afectada por la depresión?
Le puse un freno al momento y decidí que lo mejor era ir a recostarme para bajar los efectos del alcohol. Una vez que cada uno entro a su habitación, solté un suspiro muy fuerte. El corazón me latía a mil. Valentino me atraía. Me gusta demasiado ese hombre, su cuerpo tallado, su rostro, sus ojos azules, su sonrisa, su cabello rubio, su voz. Todo en él es perfecto. Pero no puedo permitirme una relación. Aún no he podido superar a Ezequiel.
Luego de unas horas de pensar, logré conciliar el sueño.
“Luego de un fin de semana genial con mis amigos, el lunes llegó y era momento de volver a la universidad. No había parado de pensar en ese chico. Me fascinó apenas lo vi. Sus besos me hechizaron y no puedo olvidarme de él. Solo esperaba ansiosa para volver a verlo.
Pasamos todo el día en clases y no veía la hora de salir. No preste atención a ninguna clase y tampoco paré de pensarlo. Como alguien que acabo de conocer puede robarme mis pensamientos?
-¿Qué ocurre contigo? Has estado demasiado distraída durante la mañana. -Pregunto Julia a medida que salíamos del salón de clases.
-¿Qué? ¿De qué hablas? No me ocurre nada. -Dije, evitando hablar sobre el misterioso chico del antro.
Cuando íbamos de salida, Mariana se giró emocionada, no comprendía que ocurría hasta que lo vi. Ahí estaba él, junto a un precioso Chevrolet cámaro en color blanco. Vestía una camisa color blanca, jeans negros con roturas y una chaqueta color verde. Su pelo se veía alborotado y eso lo hacía sumamente sexy. Él me estaba observando fijamente y yo me acerqué a él tímidamente.
-Hola. -Saludé. -¿Qué haces?, no te había visto antes por aquí.
-¿Cómo me preguntas eso? He venido por ti.
-¿Por mí?
-Claro, es que estaba en mi casa y luego recordé que no pedí tu número de teléfono. Por lo que tuve que averiguar tus horarios y… aquí estoy…
-Eres increíble. -Dije riendo. -Aunque eso se llama acoso.
-¿Acoso? -Dijo él. -Creí que te gustaría la sorpresa.
Sonreí.
-Me gusto. Estaba pensando en ti. -Dije, tímida.
-¿Eso significa que sí?…
-¿Que sí qué?
-Ya eres mi novia.- Exclamó.
-¿Qué dices? Apenas nos conocemos. Yo no se nada de ti.
-¿Qué dices si me acompañas a la cafetería cruzando la calle y te cuento más acerca de mí?…
-Me encantaría. -Exclamé.
Me despedí de mis amigas y acompañé a Ezequiel a la cafetería. Una vez allí, pedimos dos copas de helado y luego dije:
-¿Y bien?, ¿quién eres?.- pregunté…
-Ezequiel Ferrero. Mucho gusto. -Dijo él extendiendo su mano. -El resto lo descubrirás con el tiempo.
-Isabella Moretti. -Dije riendo. Y si acepto.
-¿Qué aceptas? - pregunto confundido.
-Ser tu novia.”
Me desperté muy agitada. El recuerdo de esa sonrisa tan perfecta, que me hipnotizaba y me hacía volar, se hizo presente una vez más. Nuestra relación comenzó demasiado rápido y de la misma forma termino. Empecé a sentir pánico. Las lágrimas caían por mi rostro de manera incontrolable. Las imágenes de aquel accidente volvían a mi mente:
“Chicago. La noche. La lluvia. Acabamos de salir de un restaurante. Una propuesta. Una buena noticia. Recordaba todo, su enojo, luego su risa, su felicidad, sus lágrimas. La carretera. El auto de Ezequiel. La velocidad. Las vueltas. La explosión.”
Comencé a gritar agarrando mi mente a medida que recordaba todo. Los dolores se hacían presente en carne viva. Me senté al lado de mi cama, agarre el frasco con mis pastillas, tome dos y envolví mis piernas mientras lloraba desconsoladamente.
En ese instante sentí unos fuertes brazos rodear mi cuerpo. Todo había sido una horrible pesadilla. Él estaba aquí. Todo estaba de maravilla.
-Tuve una pesadilla horrible. -Exclamé. -Soñé que teníamos un horrible accidente y tú… morías.
-Tranquila, tranquila. Aquí estoy. -Exclamó Valentino. -Nada va a pasar.
Al darme cuenta de que no era la voz de Ezequiel me estremecí y levanté la vista. Luego observé mi cuerpo. Mis manos, mis piernas. Todo estaba allí. Levanté mi blusa y la cicatriz también estaba allí. La realidad me golpeaba. Todo había sido real y la persona que estaba a mi lado no era Ezequiel, sino Valentino.
-¿Estás bien? -preguntó él.
-No. Lo siento. Esa pesadilla me afecto demasiado.
Valentino me levantó cuidadosamente y me ayudó a llegar a la cama.
-Descansa. Mañana regresaremos a Chicago. Ha surgido algo que requiere mi presencia.
-Lo siento. He arruinado el viaje.
-Claro que no. Debo volver porque tengo un asunto que resolver. Pronto regresaremos y te mostraré todo. Hay mucho que quiero mostrarte. -Dijo sonriendo. -Además, ya hicimos todo lo que debíamos hacer aquí.
Valentino se quedó conmigo velando por mi sueño. Me sentí mucho más tranquila. Al día siguiente, nos preparamos para regresar a Chicago.
****************
Por Valentino.
Al escuchar sus gritos desgarradores sentí la necesidad de ir a ver que ocurría. La encontré sentada al pie de su cama, abrazando sus rodillas y sollozando. La rodeé con los brazos, ya que sentía la necesidad de calmarla. Me oprimía el pecho verla de esa manera. Me dijo que tuvo una pesadilla en la cual teníamos un accidente. Sin embargo, cuando le hablé, levantó la mirada confundida y comenzó a observar sus manos, luego sus piernas y finalmente levantó su blusa para observar su barriga. Sus palabras fueron claras, comprendí que me hablaba de la muerte de su novio. El accidente del que hablaba, probablemente él falleció así. Supongo que aún no la supera. Sin embargo, no era momento para preguntarle. Intente calmarla, luego la lleve a su cama y me quede con ella cuidándola hasta que finalmente se durmió. Después de ello me quedé a su lado, se veía muy frágil y quería asegurarme de que no vuelva a sufrir otro episodio de esos. Pose mi vista en la mesa de noche y note que sobre ella había ansiolíticos. Comencé a entenderla mejor. Me hizo recordar al tiempo en que yo los ingería. Fueron seis meses en los cuales necesitaba de aquellas drogas para estar bien. La muerte de mi hermano mayor fue algo que jamás pude aceptar, y el suicidio de mi hermanita tampoco.
Esta tarde recibí un llamado de mi amigo Francisco Guevara, el abogado que lleva el caso de mi hermano. Había piezas que no encajaban en la historia y debía descubrir de que se trataban. Al parecer Francisco obtuvo respuestas. Debía volver urgente a Chicago para resolver ese asunto. Partiríamos mañana por la tarde.