Al descubrir a su pareja en plena infidelidad, Ein Morlyng se sumerge en un torbellino de desesperación y alcohol, esperando que el dolor se disuelva con cada copa. Pero mientras la embriaguez la aleja de la realidad, una serie de eventos imprevistos la arrastra hacia una nueva vida. Entre una boda inesperada, un embarazo sorpresivo y una convivencia forzosa, Ein se encuentra atrapada en un destino que no había imaginado. Ahora, mientras enfrenta un cambio radical en su vida, una pregunta persiste en su mente: ¿Cómo llega el amor?
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Capítulo 8
Estaba decidida a prepararme algo que no fuera cereal con leche, había comido demasiado cereal las últimas semanas. Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos. Me mantuve en silencio para ver si había sido mi imaginación, pero cuando no obtuvo respuestas, el golpe se repitió, esta vez tres veces seguidas.
— Voy — murmuré, claramente disgustada.
Miré la sala unos segundos antes de dirigirme hacia la puerta. Al abrirla, me encontré con tres camionetas y cinco hombres. Dos de ellos estaban frente a mi puerta y los otros tres estaban descargando cajas y bolsas de las camionetas.
Dos eran morenos. Uno era calvo, otro estaba tatuado y parecía gastar toda su fortuna en el gimnasio, y el tercero era un adolescente que posiblemente rondaba los diecisiete años. Este último se parecía al moreno que conservaba su cabello. No solo por estar en el grupo que estaba frente a mi puerta, sino también por el parecido facial.
Los demás entraban y salían de mi apartamento, llevando las cajas y bolsas a la sala, hasta que todo quedó en el interior de mi hogar.
— Señora Edwards... — el chico más joven de todos sonrió con amabilidad.
Quizás este mes solo me traería nuevos apodos y títulos personalizados, junto con más desgracias y situaciones similares a esta.
Escuchar "Señora Edwards" retumbó "Fanny" en mi cabeza.
— ¿Qué hacen? ¿Qué es todo esto? — Moví la cabeza, saliendo del pequeño trance en el que estaba. No me prestaron atención. — ¿Qué está pasando aquí?
No conocía a ninguno de ellos y me parecía una falta de respeto que entraran en mi casa sin pedirme permiso.
El moreno, que parecía ser el padre del adolescente, dio un paso al frente y decidió contestar al ver que sus compañeros no planeaban hacerlo.
— Se lo ha enviado su esposo. El señor Dewin Edwards envió todo esto.
No fui capaz de articular nada. Mi corazón empezó a latir con brusquedad, desatando un dolor terrible, tan fuerte y aterrador que me cortó la respiración. Mis pies flaquearon y me caí. — Señora Edwards... — fue lo último que escuché antes de perder el conocimiento.
Cuando abrí los ojos, estaba en el sofá y me observaba un hombre moreno con escasez de cabello. Me levanté rápidamente con la intención de gritar, pero enseguida recordé lo que había pasado.
— ¿Qué pasó?
— Creo que se desmayó, mi señora — contestó el tatuado, el seguramente aficionado al gimnasio. Estaba apoyado en una de las cajas que habían puesto en la sala. — ¿Se encuentra bien? — preguntó. Asentí en respuesta, aunque estaba lejos de estar bien. No podía dejar de pensar en aquel nombre y el sabor amargo que me producía toda la situación. Era como si una pared gigante hubiera caído sobre mi pecho, robándome todas las energías y las ganas de vivir.
— ¿Debería demandarlo? — murmuré pensativa, completamente perdida en mis pensamientos.
— ¿Qué dice?
— Ya está bueno, fuera de aquí. — Señalé la salida. — ¡Váyanse! — No tardaron en abrir la puerta y salir.
Me encontré deambulando por mi sala, tratando de analizar la situación con calma. Sin embargo, el sabor amargo de los recuerdos borrosos no me ayudaba en nada. Tuve el impulso de llamar a mi madre, pero me contuve; ya no era una niña pequeña, además tampoco sabría explicarme. Llamar a Esteisi tampoco era una opción. Era mi mejor amiga, sí, pero no quería estresarla con mis problemas. Y estaba demás decir que no sabía cómo explicarle la situación sin entrar en pánico. Decidí que lo mejor sería resolver las cosas por mi cuenta... al menos por ahora.
Empecé por prepararme una taza de té y me senté en la mesa de la cocina, tratando de concentrarme en la calidez reconfortante de la manzanilla. Mientras bebía, recordé la tarjeta que había encontrado en mi cartera. Quizás aún podría intentar hacer esa llamada. Caminé hacia mi habitación en busca de mi cartera y comencé a buscar. No encontré nada. Quizás estaba buscando en la cartera equivocada. Busqué en todas las demás hasta dar con la que había llevado al viaje con Erick, saqué todo lo que tenía y encontré mi objetivo: una tarjeta blanca pequeña. Me la dieron al reservar el viaje del crucero, contenía información del viaje junto con un número. Sí, ese mismo número para más información.
Busqué mi teléfono y tecleé el número con rapidez, luego presioné llamar, llevando el teléfono al oído. Esperaba que mi boda fuera la única boda de aquel día. Por lo menos, que quien fuera que me contestara no olvidara detalles de ese día.
— Lo sentimos. No tiene suficiente balance para realizar esta llamada. Por fa...
Lo que me faltaba.
Lancé el celular a la cama junto con la tarjeta. Peiné mi cabello hacia atrás y me dejé caer sobre el colchón. Sin saldo y sin internet.
Miré el celular, luego el techo. Repetí la misma acción unas tres veces más, luego tomé el teléfono para entrar en mis chats, busqué mi conversación con el médico y decidí abrir los resultados de la prueba. Estaba harta de tantas sorpresas.
Nos quejamos de las cosas que nos pasan a lo largo de nuestras vidas, pero la estupidez humana no tiene límites, y eso nos convierte en víctimas de nuestras propias idioteces. Nunca admitimos nuestra culpa a tiempo. ¿Por qué hacerlo? Siempre es bueno pensar en una solución que borre lo que hicimos mal.
"Pensé que me amaba, pero me traicionó". Sí, claro, el amor nos hace tan idiotas que, a pesar de tener la evidencia de nuestra futura decepción, decidimos quedarnos y ser decepcionados, para luego lamentarnos y culpar a alguien más, cuando en realidad, todos jugamos nuestros papeles.
Los problemas tienen habilidades sorprendentes. Son capaces de llevar a la persona más sabia y calmada a cometer errores irreparables. A veces, cuando nos enfrentamos a situaciones inesperadas y dolorosas, actuamos sin pensar en el futuro y, dependiendo de cómo actuemos, ese futuro puede ser aún más doloroso. Eso me estaba pasando. Erick me dañó, me traicionó, me lastimó, pero tal vez en lugar de irme, debí haberme quedado un poco más. O quizás no debí haberme lanzado al alcohol como si eso fuera a resolverlo todo. Lo que estaba claro era que, aunque seguiría dolida por la traición de Erick, actuar de manera más comprensiva podría evitar esta situación. Quizás eso evitaría mi boda legalmente con un desconocido. Y, en definitiva, evitaría esa prueba positiva de embarazo.