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ALAS DE SANGRE

ALAS DE SANGRE

Status: En proceso
Genre:Elección equivocada / Traiciones y engaños / Poli amor / Atracción entre enemigos / Venganza de la protagonista / Enemistad nacional y odio familiar
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Yoselin Soto

Lo que comienza como una peligrosa atracción, pronto se transforma en un implacable tablero de ajedrez donde cada movimiento es una cuestión de vida o muerte, y la lealtad es solo una máscara. ¿Podrá Nabí, la mariposa silente, romper las cadenas de su mutismo, desenterrar la verdad sobre su oscuro origen y forjar su propia libertad en un mundo donde solo las alas teñidas de sangre pueden volar?

NovelToon tiene autorización de Yoselin Soto para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO 23: ACECHO

...Daemon...

Me dolían las piernas, llenas de cristales, pero el dolor solo me excitaba más. Un precio pequeño por la sangre de una rata.

Kaito estaba aquí. Sabía lo que era. Un fantasma, un especialista en cuchillos y en esconderse en las sombras. No era un hombre de armas, lo cual era una ventaja si lograba verlo y reventarle el cráneo de un balazo. Pero también estaba su sigilo, su rapidez.

—Solo estoy aquí para asegurarme de que no interrumpas su partida. Volkov ya ha zarpado —susurró la rata desde la oscuridad hace unos segundos.

Puras mentiras.

Había estado cazando a Iván por días, siguiendo su rastro por todo el país hasta que llegué a este agujero en Filipinas. Volkov no zarpaba lejos. Kaito nunca dejaría a Iván solo. Estaba aquí, cerca. Quizás si Kaito moría, Iván saldría corriendo como una rata al saber que su verdugo estaba muerto.

Quizás debería poner las cosas más interesantes.

Había encontrado algunos "regalos" en escondites anteriores. Municiones, explosivos. Entre ellos, tenía uno de esos flashbangs mejorados. Un lugar tan oscuro y cerrado como este salón era perfecto para usarlo a mi favor.

Me agaché junto a la pesada puerta de metal, sintiendo el roce de las pequeñas piedras y el polvo bajo mis rodillas. Saqué las balas que aún quedaban en el cargador de mi rifle y las dejé caer al suelo. Luego, solté el rifle entero. Pero no a mi lado. Con un esfuerzo, lancé el rifle y las balas hacia el lado contrario de donde percibía la presencia de Kaito.

El estruendo del rifle golpeando el suelo de hormigón fue fuerte, resonando en todo el lugar, provocando ecos que se distorsionaron en la oscuridad. Un señuelo perfecto.

El silencio regresó, pesado y absoluto. Luego, la voz de Kaito cortó la penumbra.

—¿Te quedaste sin municiones, Lombardi?

Mentí.

—Desgraciadamente, sí.

Una risa seca llegó desde la oscuridad, justo donde esperaba. Kaito estaba confiado.

—Mis fuentes me han dicho que tu especialidad son las armas de fuego, con una buena puntería. Pero también me dijeron que eres muy inútil para la pelea cuerpo a cuerpo.

Esbocé una sonrisa. Mi boca se curvó en una expresión de placer puro, invisible en la oscuridad. La diversión recorrió mi cuerpo.

Le habían informado mal.

La inteligencia de Volkov era una basura. Mi especialidad principal, lo que me hacía el mejor en esta mierda de negocio, no era solo el tiro de precisión a larga distancia. Si bien era bueno con un rifle de francotirador, era en el combate cuerpo a cuerpo donde realmente brillaba. Aprendí a pelear con cuchillos y a defenderme con los puños desde niño. Mis manos estaban entrenadas para matar. Mi especialidad es el combate en espacios cerrados, técnicas de desarme táctico y combate sin armas avanzado. Sin incluir el Taekwondo que se me da muy bien.

Kaito, confiado en su información errónea, mordió el anzuelo. Escuché sus pasos silenciosos moverse hacia el lugar donde había lanzado el rifle. Se acercaba lentamente, calculando el momento para atacar a un enemigo que creía desarmado y vulnerable a corta distancia.

Esperé hasta que estuvo a pocos metros del rifle. El sonido que hizo al acercarse fue mínimo, pero suficiente.

Rápido como una víbora, saqué el flashbang mejorado. Sin hacer ruido al quitar el seguro, lo arrojé justo en el centro del salón, a la posición exacta donde Kaito se preparaba para su ataque.

El salón estalló en un destello brutal de luz blanca y cegadora.

Una detonación silenciosa, pero un infierno de luz. La oscuridad se rompió por un segundo y reveló a Kaito, a medio camino, con el cuchillo levantado. La luz lo bañó, atrapándolo en la sorpresa. Yo, oculto en las sombras del pilar, permanecí ileso, mis ojos ya adaptados. La luz del flash lo aturdió, cegándolo por completo.

El resplandor duró un parpadeo. Kaito estaba cegado, pero no era un idiota. Sus instintos de asesino reaccionaron antes que su vista. Justo cuando salí de mi escondite para abalanzarme sobre él, escuché un cambio en su respiración. Sabía que estaba viniendo.

Kaito se lanzó hacia el sonido de mi movimiento, su cuerpo girando con la agilidad de un gato. Su cuchillo se movió en un arco letal. Logré esquivar el primer golpe por poco, sintiendo el aire cortado por la hoja helada.

Era un experto en la oscuridad y, a pesar de estar cegado, peleaba con una ferocidad inesperada. Sus golpes eran rápidos, enfocados en mis puntos débiles.

Me vi obligado a retroceder, defendiéndome con los brazos mientras él atacaba. Una estocada rápida de su cuchillo me rozó el costado, una herida superficial, pero la sangre comenzó a empapar mi camisa.

Kaito lanzó una patada baja, intentando golpearme en la rodilla herida. Bloqueé con el antebrazo.

Usando mi peso, me abalancé sobre él. Kaito intentó defenderse, pero apliqué una técnica agarrando su muñeca y girándola para desarmarlo. El cuchillo cayó al suelo con un tintineo débil.

Sin su arma, el pánico cruzó su rostro cegado. Le di un golpe brutal con el puño en el estómago, un golpe diseñado para robarle el aire. Kaito se encorvó, vulnerable.

No le di tregua. Presioné mi rodilla en su espalda y le apliqué una llave de control de cuello, el brazo apretando con fuerza para asegurarme de que no se zafara. Kaito cayó al suelo, la cara en el polvo, inmovilizado.

Estaba hecho. La rata estaba atrapada. Sentí la tensión en su cuerpo mientras luchaba por respirar bajo mi peso.

Pero el pedazo de mierda era más resiliente de lo que esperaba. Sentí un estallido repentino de energía bajo mi brazo. Kaito no estaba luchando para zafarse de la llave, estaba usando el impulso para desestabilizarme.

Con un movimiento brutalmente rápido, Kaito contrajo sus músculos abdominales y, con un giro de cadera, empujó su cuerpo hacia un lado. Mi rodilla sobre su espalda resbaló ligeramente por el polvo. Fue apenas un centímetro, pero fue suficiente.

Aprovechando la fracción de segundo, Kaito se giró sobre sí mismo, haciendo palanca con su hombro. El movimiento fue inesperado y me obligó a soltar la llave por un instante para evitar que me arrastrara al suelo con él.

Kaito se puso de pie de un salto, cojeando, pero libre de mi control. Se tambaleó en la oscuridad, aún parcialmente ciego, pero ahora estábamos de nuevo en un punto muerto.

Me puse de pie, mi costado ardía por el corte, pero el dolor era una distracción bienvenida. Vi a Kaito tambalearse en la oscuridad. Él ya no tenía su cuchillo, solo sus puños.

Me moví rápido. No iba a darle oportunidad de recuperar su equilibrio.

Me lancé hacia él, aprovechando que todavía estaba ciego. Reaccionó por instinto, lanzando un puñetazo a ciegas. Lo bloqueé con facilidad.

—Vaya, parece que tus fuentes te informaron mal, cabrón. —le dije, mi voz llena de desdén— Dijiste que era inútil en el combate cuerpo a cuerpo. Pero, ¿quién está en el suelo ahora?

Kaito gruñó, la rabia en su rostro visible incluso en la penumbra. Se abalanzó sobre mí con furia. Era un ataque desesperado, sin técnica.

Y eso fue un error fatal.

Con un movimiento fluido, esquivé su ataque y usé su propio impulso en su contra. Lo agarré del brazo y tiré con fuerza, desequilibrándolo por completo.

Lo levanté ligeramente del suelo y lo arrojé contra un pilar de concreto cercano. El impacto fue brutal, un sonido seco que resonó en el salón. Kaito cayó al suelo, inmóvil.

El silencio regresó. Esta vez, era absoluto. Me acerqué, cojeando, y lo revisé. Kaito estaba fuera de combate.

Estaba neutralizado. La basura estaba inconsciente, tirada en el polvo. El trabajo estaba hecho. O casi.

Me dolía el cuerpo, mis piernas estaban hechas polvo por el aterrizaje y el combate. Quería terminar con esto rápido. El tiempo era corto. No podía darme el lujo de interrogarlo de la manera tradicional.

En un descuido que me costaría caro, me agaché rápidamente para revisar mi pierna izquierda, donde tenía mi arma de respaldo guardada en un bolsillo de la pierna. Mi concentración se rompió por un segundo, mi mente enfocada en el arma para terminar el trabajo.

Ese segundo fue todo lo que Kaito necesitó.

La rata, que se suponía que estaba inconsciente, se levantó en un movimiento rápido y silencioso, como si fuera un resorte. No vi cómo lo hizo, solo sentí la hoja helada.

Kaito había sacado un cuchillo oculto. Así, de la nada. Un arma pequeña, de emergencia.

Se abalanzó sobre mí y me apuñaló con fuerza en las costillas.

Pero en lugar del dolor punzante de la carne siendo perforada, sentí un impacto sordo y seco. Clang.

La punta del cuchillo golpeó directamente contra el chaleco antibalas que llevaba bajo mi chaqueta. El material reforzado absorbió el golpe, sin dejar que la hoja me atravesara. Sentí el impacto de la fuerza del golpe, pero la protección hizo su trabajo.

Kaito gruñó de frustración, su ataque desesperado había fallado. El cuchillo rebotó contra mi chaleco. Me había subestimado de nuevo.

El impacto me hizo retroceder, pero no había dolor. Solo una ira fría. La rata había intentado matarme de nuevo, creyendo que un simple cuchillo podría penetrar mi defensa.

Reaccioné por instinto. Agarré la muñeca de Kaito con una mano para desarmarlo. Intentó resistirse. Con un giro brutal, rompí su agarre. El cuchillo cayó en mi mano.

Sin dudarlo, hundí el cuchillo en la garganta de Kaito. No hubo grito, solo un gorgoteo ahogado mientras la vida lo abandonaba. La sangre brotó, caliente y espesa.

Kaito se desplomó frente a mí, muerto.

Me quedé de pie sobre su cuerpo, con mi respiración agitada, pero la adrenalina aún bombeando.

Verdugo eliminado.

Me agaché sobre el cuerpo sin vida de Kaito. El chaleco me había salvado, pero el impacto de su puñalada seguía ardiendo. Su rostro estaba inmóvil, sus ojos abiertos, mirando fijamente el vacío.

Comencé a revisar el cuerpo de Kaito con más detalle, buscando cualquier cosa que pudiera haberme perdido en la oscuridad y el caos del combate. Encontré un móvil desechable escondido en un bolsillo interior.

Lo encendí. La pantalla parpadeó. Era un modelo viejo, simple, diseñado para uso limitado.

No había lista de contactos, solo un número sin registrar guardado en el historial de llamadas. La última llamada fue hace una hora. Sonreí. Sabía exactamente quién era.

Me preparé para marcar el número. Pero justo cuando mis dedos se movieron, el sonido de voces me llegó desde el exterior. Voces que no pertenecían a mi equipo.

El engaño de mi retirada falsa y el sonido de las explosiones constantes habían atraído la atención. La seguridad de la zona estaba comprometida.

Me moví hacia la pared más cercana, observando el exterior a través de las rendijas de las tablas de madera que cubrían las ventanas. El ruido era constante, voces que se acercaban. No había tiempo.

Miré hacia el techo. Estaba demasiado alto, completamente inaccesible sin equipo.

Me pregunté cómo Kaito había entrado en el salón. Un fantasma como él no habría usado la entrada principal y el techo estaba muy alto para lanzarse como sin nada. Seguramente había una salida secreta que yo no había visto.

Ignorando el dolor de mis piernas, cojeé alrededor de la sala, buscando cualquier indicio de una entrada oculta cerca del suelo.

Me detuve detrás de una pila de escombros de concreto y tuberías oxidadas. Lo encontré. Era una rejilla de ventilación grande y oxidada, visible solo si sabías dónde mirar. Estaba suelta, manipulada.

Me agaché y quité la rejilla. Chilló con una protesta metálica que me hizo fruncir el ceño. Detrás, una abertura estrecha revelaba un túnel de servicio. El aire que salía olía a humedad, a moho y a tierra mojada.

Era pequeño. Un espacio claustrofóbico, sucio, apenas lo suficientemente ancho para que un hombre pudiera arrastrarse.

No me gustaba, pero era la única salida. Los pasos afuera se hacían más fuertes. No podía quedarme aquí. Finalmente, vi una tenue luz al final. Con un último esfuerzo, empujé la tapa de otra rejilla, saliendo a la oscuridad de la noche.

El aire exterior me golpeó, fresco y cargado con el olor a sal y vegetación húmeda. Estaba en la parte trasera de la estructura, oculto por la densa maleza. Pero la calma duró poco.

Apenas me puse de pie, escuché una ráfaga de disparos. No eran de mi equipo. Luego, un fuerte estruendo hizo vibrar el suelo. Habían dañado la cadena que mantenía la puerta principal cerrada por fuera. La distracción que había creado se desvanecía.

Solté un suspiro, no de alivio, sino de irritación. Este era el costo de la lentitud. Me mantuve pegado a las sombras, mis ojos escaneando el perímetro.

Empuñé mi Glock 19. Aún quedaban enemigos por ahí, pero no la horda que imaginaba. Eran solo unos cuantos, atraídos por el ruido, ahora dispersos y quizás confundidos por el reciente estruendo.

Podría aprovechar su momento de distracción y la oscuridad de la noche para deslizarme.

Mi comunicador estaba muerto. Silencio. Cortado del equipo, de Jasper. Estaba solo.

El cargador no estaba lleno, y no era suficiente para una escaramuza abierta. Las voces afuera lo confirmaban: la explosión había alertado a la seguridad de Volkov, y ya estaban inspeccionando la zona. Mi retirada falsa no había durado nada.

No tenía otra opción: debía seguir solo.

Mi plan en estos momentos era simple:

Primero, usaría la vegetación densa alrededor del edificio para moverme con sigilo, evitando cualquier contacto directo. No podía permitirme un enfrentamiento que agotara mis limitadas municiones.

Segundo, necesitaba encontrar un lugar seguro, lejos de esta zona caliente, para usar el teléfono.

Tercero, la Glock y el pequeño cuchillo que le quité a Kaito no serían suficientes para enfrentar el séquito de Volkov. Necesitaba un arma más potente, más municiones o, idealmente, un arma de sigilo con silenciador. Buscaría en cualquier rastro de sus hombres caídos, o incluso en algún punto de reabastecimiento que Kaito pudiera haber tenido. Tendría que ser creativo.

Cada músculo me dolía, pero el dolor era solo ruido de fondo ahora. Mi prioridad era el armamento, y este complejo, aunque no fuera una fortaleza masiva, debía tener algo más que las putas pistolas. Volkov no era un idiota; no tendría un ejército aquí, pero sí hombres bien armados.

Me deslicé por un callejón estrecho. El aire húmedo de la noche me golpeaba la cara mientras buscaba una forma de conseguir una mejor vista. Mis ojos se posaron en unas escaleras de emergencia herrumbrosas que serpenteaban por la pared del edificio, un camino perfecto hacia las alturas.

El techo. Siempre el techo. Desde allí podría observar la disposición de las fuerzas de Volkov, encontrar una ruta de escape más limpia y, con suerte, una armería.

Ascendí con cautela. Al llegar a la azotea, el viento me azotó. Había dos hombres patrullando, sus figuras recortadas contra el inmenso cielo estrellado. En el centro del techo, un enorme faro giraba con una constancia hipnótica, barriendo la oscuridad con su potente haz de luz.

Me pegué a una chimenea, esperando. Mi oportunidad llegó cuando uno de los guardias me dio la espalda y comenzó a alejarse, su silueta diluyéndose en la penumbra. Como una sombra, me abalancé. Agarré al hombre por detrás, su grito sofocado en un instante mientras mi cuchillo le cortaba el cuello de lado a lado. El cuerpo cayó con un golpe sordo, llamando la atención del otro guardia.

El hombre giró, apuntando su arma en mi dirección, la linterna de su rifle cegándome por un segundo. Antes de que pudiera apretar el gatillo, mi puño encontró su nuca con una fuerza devastadora. Cayó al suelo, inconsciente.

Al verlos de cerca, me di cuenta de un detalle clave: todos llevaban pasamontañas, cubriendo completamente sus rostros. Una excelente oportunidad. Rápidamente, me despojé de mi chaqueta ensangrentada y me puse la ropa de uno de los guardias. El camuflaje sería crucial.

Rebusqué en sus cuerpos, recogiendo todas las municiones que pude encontrar para mi Glock, y tomé los binoculares del guardia inconsciente. Con una visión ampliada, volví a la sombra, deslizándome bajo la luz pulsante del faro.

Frente a mí, al otro lado de lo que parecía ser un patio principal, se alzaba otra torre, también coronada por un faro idéntico. Dos hombres más patrullaban su techo. Afortunadamente, recordé el silenciador que había recogido de uno de mis bolsillos utilitarios antes de que todo esto empezara. Lo enrosqué en el cañón del rifle que robé. El sonido del disparo sería casi imperceptible sobre el viento y el ruido distante.

Desde la oscuridad, enfoqué a los dos hombres. Uno. Disparo. Cayó sin un gemido. Dos. Disparo. El segundo se desplomó un segundo después. Silencioso y eficiente.

Más enemigos eliminados. Por ahora, me había librado de las amenazas directas en las dos torres. Escondido bajo el baile constante de los faros, seguí observando el lugar.

El viento azotaba mi rostro mientras me agachaba en la sombra de la torre del faro. El enorme foco giraba sobre mi cabeza, un centinela ciego. Los murmullos de los guardias de abajo eran distantes. Mi plan de camuflaje era arriesgado, pero necesario.

Saqué el teléfono desechable de mi bolsillo. Sonó una sola vez antes de que respondieran.

—¿Kaito? ¿Ya te deshiciste de Lombardi? —la voz al otro lado era profunda y autoritaria, inconfundible. Iván Volkov. Su tono era impaciente, arrogante. La puta rata ni siquiera esperaba que su peón fallara.

Una sonrisa lenta y cruel se extendió por mi rostro. Podría haber soltado una carcajada, pero me contuve.

—Me temo que vas a tener que cambiar de asesino, Iván —respondí, mi voz un gruñido bajo y divertido— Este último no te sirvió para una mierda. Se rompió antes de tiempo.

Un silencio helado se instaló al otro lado de la línea, pesado y repentino. Luego, un alarido de furia cortó el aire.

—¡Lombardi! ¡Maldito bastardo! ¿Cómo...? —Iván comenzó a despotricar, maldiciéndome con cada palabra que salía de su boca. La rata había mordido el anzuelo.

—Calma, calma, Iván —lo interrumpí, mi tono cargado de burla— ¿No es un poco tarde para preocuparte por Kaito? Él ya es comida para gusanos. La verdadera pregunta es, ¿en qué barco zarpaste, hijo de puta? Porque voy por ti.

—Estás delirando, Lombardi —espetó Iván, su voz teñida de una falsa seguridad que apenas ocultaba su rabia— Ya estoy muy lejos de Filipinas. Más allá de tu alcance. Nunca me encontrarás, desgraciado.

Mientras él soltaba su bravuconería, levanté los binoculares del guardia muerto. Barrí el complejo de abajo, cada rincón, cada sombra. Iván se escuchaba jodidamente seguro de sí mismo, demasiado seguro. Pero no sabía que sus movimientos estaban siendo vigilados desde lo alto. Buscaba alguna señal, cualquier indicio de la basura. Los cobardes como Volkov no se exponen sin una buena razón.

Entonces lo vi. Una puerta de acero en la base del edificio principal, una que no había notado antes. Se abrió lentamente. Varios hombres armados salieron, cubiertos con pasamontañas idénticos a los míos ahora. Pero uno de ellos era diferente. Caminaba con una seguridad innata, y aunque su rostro estaba cubierto, su mano enguantada sostenía un teléfono, el teléfono al que yo estaba llamando. Y ahí estaba. Un tatuaje tribal oscuro se asomaba por el puño de su guante. Inconfundible.

Sonreí para mis adentros. La rata no había ido a ninguna parte. Había estado en el centro del nido todo el tiempo, protegido.

Fingí un gruñido exasperado por el teléfono—: ¡Ya verás, Iván! Te encontraré. No importa dónde estés. Te arrastraré de vuelta a la luz. —mi voz sonaba llena de una furia impotente, el papel perfecto para el hombre desesperado que creía que yo era.

Iván rió al otro lado de la línea, una risa seca y victoriosa—: Inténtalo, Daemon. Inténtalo. Pero para cuando llegues aquí, seré un fantasma.

Cortó la llamada. El teléfono desechable se calentó en mi mano. Era el momento.

Cargué mi Glock 19 y me colgué el rifle del guardia a la espalda, el metal frío contra mi columna. El chaleco antibalas me daba una seguridad falsa; era una ventaja, sí, pero no una armadura. Debía acercarme a Volkov sin ser visto. A través del callejón por el que había bajado, observé el patio. Había un hueco en el patrón de patrulla, una pequeña ventana de oportunidad.

Con confianza, y una dosis de arrogancia necesaria para mantener la fachada, salí del callejón. Caminé con un paso uniforme, como si fuera uno más de los suyos, mi rifle sobre el hombro.

De repente, una voz carrasposa me habló a mis espaldas.

—Hoy! taga saan ka?

«¡Hey! ¿De dónde vienes tú?»

Me detuve. Lentamente, giré sobre mis talones, mi rostro oculto en la sombra del pasamontañas. Mis dedos ya estaban en el rifle, mis manos lo empuñaban firmemente, listo para levantar y disparar en una fracción de segundo. El guardia era grande, su postura agresiva, sus ojos intentando penetrar el pasamontañas.

—Galing ako sa southern guard post —«Vengo del puesto de guardia sur», respondí en el mismo dialecto, mi voz un gruñido bajo, tratando de sonar tan aburrido y rudo como ellos— Estábamos reforzando el perímetro después del incidente en el pabellón principal. Algunos de los nuestros cayeron.

El hombre me escudriñó. Mis músculos estaban tensos, esperando. El aire crepitaba con la tensión. Su mirada se detuvo un momento en el rifle en mis manos, luego en mi postura, que no era la de un hombre que acababa de reforzar un perímetro. Dudó.

Finalmente, gruñó, un sonido áspero en su garganta—: Bien. Pero no he visto tu cara antes. —su tono era de advertencia, no de aceptación total— El Jefe está furioso. Mantente alerta y no te apartes del grupo. Hay cosas moviéndose que no deberían.

No esperó respuesta. El guardia se dio la vuelta y reanudó su patrulla, aunque con un paso ligeramente más lento, como si aún analizara la interacción.

Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo. Había pasado la primera prueba. El pasamontañas y mi habilidad con los idiomas me habían comprado algo de tiempo. Pero la desconfianza del guardia era una bomba de relojería.

Me mezclé con las sombras, adoptando el mismo paso desinteresado de los demás guardias. El complejo era más grande de lo que parecía desde el techo, un laberinto de almacenes y barracones temporales. Necesitaba encontrar el lugar de Volkov antes de que el disfraz se cayera a pedazos.

El guardia me había dejado pasar, pero la duda en sus ojos era un veneno lento. Era evidente que mi acento filipino, aunque funcional, no era perfecto; tenía el matiz de alguien que lo aprendió por necesidad, no de nacimiento. Me moví entre las sombras, mezclándome con los otros guardias que patrullaban el laberinto de almacenes y barracones.

No había caminado más de unos veinte metros cuando otra voz, esta vez más cercana y con un tono inquisitivo, me detuvo.

—¡Tú!

Era el mismo guardia con el que había hablado antes, el grande y desconfiado. Estaba a mi lado en un instante, con su rifle alzado y apuntando hacia el suelo, pero su mirada clavada en mí. Mi mano ya estaba en el rifle que llevaba, mis músculos tensos.

—¿De dónde fuiste contratado? —su voz era un gruñido sospechoso— No recuerdo haberte visto en los últimos despliegues. Y tu acento... es un poco diferente.

El aire se congeló. Mi mente corrió, buscando una historia que fuera lo suficientemente plausible para un mercenario de bajo nivel en las Filipinas.

—Vengo de Mindanao —respondí, mi voz deliberadamente áspera y con el mismo acento, como si la pregunta me irritara— Los del Norte siempre tienen problemas con los del Sur. Mi grupo fue el último en llegar. Nos contrataron directamente después de que el último equipo... bueno, ya sabes cómo son las cosas aquí.

Hice una pausa, mi mirada oculta por el pasamontañas, pero mi postura transmitiendo una impaciencia gruñona—: Si el jefe necesitaba más hombres para asegurar este nido de ratas, debería haber revisado su papeleo antes de hacer preguntas estúpidas. Tengo órdenes de patrullar el perímetro este.

El guardia me observó con intensidad. No estaba convencido del todo, pero mi tono, mi vestimenta idéntica. Su rifle no se levantó, lo cual era una buena señal.

El hombre exhaló un resoplido—: Está bien, está bien. Entendido, 'del sur'. —su tono seguía siendo rudo, pero la agresión inicial había disminuido— Solo asegúrate de no meterte en líos. El Jefe está de muy mal humor, con todo lo del pabellón principal. Cualquier error y te hará pedazos.

Asentí con la cabeza, una señal de reconocimiento. Me di la vuelta lentamente, sin movimientos bruscos, y reanudé mi caminata, adentrándome más en el complejo. El guardia no me siguió. Había logrado pasar. Por ahora.

El disfraz aguantaba, pero sabía que era frágil.

Me moví con la fluidez de una sombra, la tensión un nudo apretado en mis entrañas. Si no me equivocaba, la dirección que buscaba estaba justo detrás de la pared más grande que bordeaba el patio.

Miré disimuladamente a mi alrededor, asegurándome de que los otros guardias estuvieran distraídos, sus patrullas alejándose de mi posición. En un descuido de su patrón, me moví con rapidez. Un salto ágil, apenas un susurro de tela, y estaba sobre la pared. Aterricé en el otro lado, rodando suavemente para amortiguar el impacto.

Este nuevo sector lucía diferente. Más abierto, menos iluminado. Y, afortunadamente, no había guardias a la vista. Al menos, por ahora. Me moví rápidamente a través de la oscuridad, pegado a la sombra de los edificios bajos y la densa vegetación.

Entonces, lo escuché. El inconfundible sonido de motores encendiéndose.

—Maldita sea. —mascullé para mis adentros. El cabrón se escaparía.

Me agaché detrás de unos arbustos, observando. Eran dos vehículos blindados. Las luces se encendieron, cegadoras en la oscuridad. En el primer auto, vi a Volkov subir con algunos de sus hombres. Otros guardias se amontonaron en el segundo vehículo.

El primer auto, el de Volkov, aceleró con un chirrido de neumáticos, mientras el segundo estaba a punto de arrancar. Era ahora o nunca.

No lo pensé dos veces. Me levanté, el rifle con silenciador en mi mano, y disparé ráfagas cortas y precisas a los asientos traseros del segundo auto. Los disparos fueron casi inaudibles, ahogados por el rugido del motor. Los hombres que acababan de subir cayeron sin un sonido, sus cuerpos inertes apilados en el asiento trasero.

Solo quedaba el conductor y el copiloto. El coche todavía estaba estacionado, a punto de salir. Corrí hacia el vehículo. La puerta del copiloto estaba ligeramente abierta. Un disparo más. El copiloto se desplomó sobre el tablero.

Abrí la puerta del conductor de un tirón. Apunté el rifle directamente a la nuca del hombre.

—Conduce —gruñí en filipino, mi voz baja y gélida— Sigue al auto de Volkov. Como si no hubiera pasado nada. Un movimiento en falso y serás el próximo.

El conductor tembló, sus ojos muy abiertos en el espejo retrovisor, viendo la oscuridad de mi pasamontañas y el brillo del cañón. Asintió frenéticamente. El auto dio un tirón y comenzó a moverse, siguiéndole el rastro al vehículo de Volkov, que ya se alejaba a toda velocidad.

Estaba dentro. La persecución había comenzado.

Se alejaba a toda velocidad por un camino de tierra apenas visible en la oscuridad de la noche filipina. El polvo se levantaba en remolinos detrás de nosotros, cegando la escasa visibilidad.

Mantuve el rifle apuntando a la nuca del conductor. Mis ojos, sin embargo, estaban fijos en el auto de Volkov, ahora solo unas luces traseras rojas bailando en la distancia.

La carretera era traicionera, llena de baches y curvas cerradas. El conductor sudaba profusamente bajo su pasamontañas. Lo sentía tenso, su respiración superficial. Él no sabía quién era yo, solo que su vida pendía de un hilo.

De repente, la radio del tablero del auto cobró vida con un estruendo de estática. Una voz, presumiblemente de uno de los hombres en el auto de Volkov, se escuchó con claridad.

—Aquí Alpha a Bravo. Confirmamos ingreso al nuevo escondite. Asegúrense de que nadie nos siga. Repito, nadie debe seguirnos.

El conductor dudó, sus nudillos blancos apretando el volante. Sus ojos se movieron hacia el espejo retrovisor, hacia mí.

Pegué la boca del rifle aún más cerca de su cabeza—: Responde, —siseé en filipino— Ahora.

El conductor tragó saliva con dificultad—: Bravo a Alpha. Órdenes confirmadas. Nadie nos sigue. —su voz tembló ligeramente, pero se mantuvo lo suficientemente convincente.

En cuanto terminó de hablar, extendí mi mano y desconecté la radio del tablero, cortando cualquier comunicación futura. Ya tenía lo que necesitaba. La rata iba a un nuevo escondite.

—Bien, —le dije al conductor, mi voz ahora un susurro peligroso— Ahora, dime todo lo que sepas sobre este nuevo escondite. Cada detalle. Qué es, dónde está, quién más está allí. Y si mientes, tu cerebro será la decoración de este asiento.

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Eudy Brito
La perra de Serafina está detrás de todo
Eudy Brito
Nabi lo que viene es fuerte. Pero eres una mujer valiente y aguerrida. Saldrás adelante
Eudy Brito
Daemon le va a encantar esa noticia. Espero que regrese con bien
Eudy Brito
Super intenso. Pensé que algo le pasaría a Park o a Nabi
Eudy Brito
Wow capítulo super intenso
Eudy Brito
Yo tengo la sensación de que ese Volkov tiene un infiltrado en el equipo de Daemon, porque como se explica que siempre tenga un paso adelante. Aunque Daemon es un excelente estratega
Eudy Brito
Capítulo muy intenso.. Dante apareció nuevamente en la vida de Nabi... Cada capítulo más emocionante
Yara Noguera
me atrapó tanto suspenso.....baje las escaleras con nabi...qué nervios!!!!
Eudy Brito
Ojalá que no sea una trampa 😞😞... Y bueno Dafne es esa amiga loca e incondicional que en algún momento todos tenemos, debió parecer un tomate 🍅🍅.. Aunque es cierto,por qué Nabi no recuerda a Daemon y a la monja??
Eudy Brito
Daemon Sor. Ana se refiere al mundo que te rodea
Eudy Brito
Daemon dejó muy en claro que no se comprometería con ninguna otra mujer. La única mujer para él se llama Nabi
Eudy Brito
Una zorra que se le quería colar en la cama a Daemon y más enemigos que enfrentar.. Aunque yo creo que Nabi es hija de Volkov que sucederá si eso es así??? Cada capítulo más emocionante
Alex-72
Nunca había imaginado que alguien describiera tanto como yo ✨🤩
Yoss: Muchas gracias, disfruta la lectura, la escribo con el corazón.❤️
total 1 replies
Eudy Brito
Nabi, Daimon no te dejará ir por nada del mundo
Eudy Brito
Adoro como la cuida y protege. Aunque sea tosco
Eudy Brito
Nabi ha pasado por mucho y merece ser realmente feliz
Eudy Brito
Nabi a ese loco que tienes a tu lado lo conociste en el orfanato y por alguna razón lo olvidaste. Dentro de todo te salvó
Eudy Brito
Hay Nabi, me parece que diste en el blanco cuando le escogiste el nombre a Daemon, es el demonio en persona, y por tí hará que arda el fuego del infierno por defenderte y hacerte justicia. Empezando por ese par de viejos desgraciados que han hecho de tu vida un martirio
Eudy Brito
Pobre Nabi, está atrapada entre el odio de su propia familia y la obsesión de Daemon
Eudy Brito
Le salió competencia a Daemon uyy
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