En un mundo donde las brujas fueron las guardianas de la magia, la codicia humana y la ambición demoníaca quebraron el equilibrio ancestral. Veydrath yace bajo ruinas disfrazadas de imperios, y el legado de la Suprema Aetherion se desvanece con el paso de los siglos. De ese silencio surge Synera, el Oráculo, una creación condenada a vagar entre la obediencia y el vacío, arrastrando en su interior un eco de la voluntad de su creadora. Sin alma y sin destino propio, despierta en un mundo que ya no la recuerda, atada a una promesa imposible: encontrar al Caos. Ese Caos tiene un nombre: Kenja, un joven envuelto en misterio, inocente e impredecible, llamado a ser salvación o condena. Juntos deberán enfrentar demonios, imperios corrompidos y verdades olvidadas, mientras descubren que el poder más temible no es la magia ni la guerra, sino lo que late en sus propios corazones.
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CAPÍTULO XIV: Reflejo y Renacer
—Kenja —
El filo del mandoble descendió sobre mí como un relámpago negro. Apenas alcancé a rodar hacia un lado. El suelo estalló en mil pedazos tras el impacto, proyectando fragmentos de hielo como metralla. Me puse de pie en un solo impulso, jadeando. Aquella criatura era veloz. Precisa. Y lo peor... era yo.
La sombra me estudió. No tenía rostro, pero sabía que sonreía.
—¿Qué se siente mirarte sin alma? —musité, levantando mis puños al frente.
La sombra respondió lanzándose otra vez a la carga, su silueta difuminándose como humo sólido. Era impredecible. Una estocada curvada desde la derecha, luego una patada giratoria que impactó de lleno en mi pecho y me lanzó contra una de las columnas de hielo. Sentí que las costillas crujían.
Me levanté escupiendo sangre, apenas sosteniéndome. El cuerpo me dolía, pero la rabia... la rabia ardía más que el dolor.
—¡No me vencerás! —rugí con firmeza, mi voz resonando como un trueno—. Ya no soy el mismo niño que temblaba ante su propio reflejo. Hoy me alzo frente a ti… listo para este enfrentamiento.
La sombra no contestó. Solo alzó el mandoble con una sola mano y apuntó hacia mí. Desde la hoja emergieron púas negras de energía oscura, como tentáculos de una bestia. Se lanzó una vez más. Esta vez lo esperé.
—¡Hazlo! —grité, avanzando también yo.
El impacto fue brutal. Cuerpo contra cuerpo. Filo contra puño.
¡¡CLAAAANG!!
El choque resonó como un trueno, haciendo vibrar el domo entero.
¡¡KRAAASH!!
El hielo se resquebrajó bajo nuestros pies, extendiendo grietas como venas brillantes.
¡WHOOSH! —¡SWIIISH!
Cada esquiva era una danza milimétrica entre la vida y la muerte, mis pasos dejando estelas heladas en el aire.
Mis puños, envueltos en cristales congelados, brillaban con un fulgor azulado mientras descendían con precisión quirúrgica.
¡¡BAM!! ¡¡CRACK!!
Cada golpe explotaba como martillos contra acero.
¡THUD!
Él bloqueaba, el eco de su defensa retumbaba en mi pecho.
¡FWOOSH!
Un contraataque surcó el aire, encendido en aura carmesí.
¡¡ZAS!!
Saltaba, moviéndose como un relámpago.
¡FLASH! —¡BOOOOM!
Desaparecía y reaparecía en destellos de luz, rompiendo el espacio con cada pisada.
Pero cada movimiento me enseñaba algo más.
Su estilo… era el reflejo de mi yo de antaño.
El guerrero quebrado que fui.
El niño que aún temía a su propio reflejo.
—¡Pero ese yo… ya está muerto!
En medio del combate, un recuerdo me sacudió:
—No veas al enemigo como una amenaza, Kenja —la voz de Synera resonaba en mi mente mientras me lanzaba una piedra con fuerza—. Míralo como un espejo que refleja lo que aún no dominas.
¡PAAAF!
La roca me golpeó en el hombro.
—¡¡¿En serio me estás tirando piedras, maldita bruja?!! —grité, tambaleándome mientras trataba de mantener la guardia.
Synera rió con esa insolencia que me sacaba de quicio.
—Y lo seguiré haciendo hasta que dejes de temblar frente a tu propio poder… ¡aunque tenga que enterrarte bajo un alud de piedras!
Volví al presente justo a tiempo para esquivar una estocada descendente que casi me partía en dos.
¡CLANG!
El filo rozó el hielo del suelo, partiéndolo en una línea perfecta.
Salté sobre su brazo, tomé impulso en su hombro y descargué un puñetazo de hielo puro contra su nuca.
El cuerpo de mi sombra se fragmentó un instante, como vidrio líquido rompiéndose en mil pedazos brillantes.
Pero se rehízo. Más rápido de lo que jamás hubiera esperado.
Se desvaneció. Y desde las alturas, volvió a aparecer.
El mandoble giró con una potencia brutal.
—¡¡Kenjaaaaa!! —rugió mi sombra con una voz distorsionada, la única vez que habló.
—¡Ven por mí, maldito! —grité, encendiendo mi propia furia.
Extendí mis brazos. El caos del hielo se liberó.
Una esfera de frío absoluto nació a mi alrededor, y de ella emergieron lanzas cristalinas que salieron disparadas en todas direcciones.
¡CRACK!
Algunas cortaron el aire. Otras impactaron de lleno.
La sombra cayó. Se levantó. Y volvió a lanzarse sobre mí.
Entonces lo entendí: no bastaba con resistir. Tenía que dominarlo.
Otro recuerdo surgió, atravesando el caos:
—Cierra los ojos, Kenja. —Synera tomaba mi rostro con firmeza—. Si no crees en tu fuerza, te consumirás cada vez que la uses. Tu hielo es un eco del caos… pero tú decides si congela… o si guía.
Abrí los ojos.
Y lo sentí.
La energía se arremolinó en mi interior, rugiendo como un océano desatado. Todo se volvió blanco por un instante. La temperatura descendió en picada; los cristales del techo comenzaron a quebrarse con un ¡CRACK… CRACK…! que resonó en todo el domo.
—Bendición del Vacío Glacial… —murmuré, con un eco que no era solo mío.
Mis brazos se cubrieron de runas brillantes, mi aliento se volvió escarcha, y mis pies dejaron de tocar el suelo. La sombra vaciló. Y por primera vez… retrocedió.
Me lancé contra ella con una velocidad que desgarró el aire. ¡BOOOM! El golpe en su estómago lo dobló. Otro directo al rostro lo lanzó hacia atrás. Una columna de hielo surgió de mis pies con un ¡SHHHRAAANG!, elevándolo hacia el techo.
Quedó suspendido, atrapado en el aire.
—Este es el fin. —mi voz retumbó firme, cargada de decisión—. Yo soy más que tú… ¡soy quien elige!
Toda mi energía se concentró en un único ataque.
Entre mis manos, se materializó una lanza de hielo negro, giratoria, palpitante con mi esencia, como si mi alma hubiera tomado forma.
—¡MAGIA DE HIELO: ¡JUEZ DEL ESPEJO ETERNO!
La lancé.
¡¡FWOOSH!!
Atravesó el aire con un chillido gélido.
¡¡KAAA-THOOOOOM!!
El impacto hizo retumbar el domo entero.
La sombra gritó con un rugido distorsionado.
Su cuerpo comenzó a resquebrajarse, hasta desintegrarse en miles de partículas de luz que se dispersaron como un cielo estrellado quebrado.
El silencio cayó como un manto.
Mis rodillas cedieron y me dejé caer. ¡THUD!
Respiraba con dificultad, mi cuerpo cubierto de heridas, pero el pecho… ligero.
Miré mis manos.
Temblaban.
Y por primera vez… no era de miedo.
Un último recuerdo apareció ante mí:
—Eres realmente especial, mocoso. —Synera estaba sentada en la cima de una roca, con su cigarrillo colgando de sus labios, observándome mientras yacía rendido tras el entrenamiento—. Todavía te falta mucho… pero sé que dentro de ti hay un poder enorme. Solo faltaba que tú también lo creas.
—¿Y si algún día no lo creo? —pregunté, con voz débil pero cargada de duda.
—Entonces lo recordarás. —Su mirada me atravesó, intensa, como si pudiera ver cada duda en mi interior—. Cada golpe que soportes, cada batalla que enfrentes… hoy eres mi aprendiz, pero mañana… serás un héroe.
Sonreí.
Me levanté.
Y caminé hacia la espada.
Esta vez, cuando la toqué, el**mandoble me aceptó.**
El mandoble aún flotaba frente a mí, temblando con una vibración sorda que me atravesaba los huesos. La sombra había caído, evaporándose en una explosión oscura, como humo arrastrado por el viento. Y en ese silencio cargado de destino, extendí mi mano.
La hoja ya no era un monstruo indomable. Era una extensión de mi voluntad.
En cuanto mis dedos tocaron la empuñadura, una oleada de poder me invadió. La espada se tornó ligera como una pluma, y el calor del hielo —paradójicamente— recorrió mis venas. Un lazo invisible se forjó entre nosotros. No necesitaba palabras para entenderlo: me había aceptado.
Una runa se encendió en mi brazo, y el filo del arma brilló con un fulgor glacial. Hielos antiguos estallaron en mil cristales por el suelo de la caverna. Las paredes empezaron a temblar. El lugar se derrumbaba.
—¡No tengo tiempo para preguntas! —dije, montando sobre el lomo plano de la hoja, como si lo hubiera hecho toda la vida.
Con un rugido, mi energía se canalizó en la espada. Esta se cubrió de escarcha y lanzó un impulso explosivo. Me elevé a través del coliseo helado como un cometa de plata, volando entre fragmentos de roca y columnas que caían a pedazos.
La espada surcaba el aire como una tabla de surf en una tormenta mágica. Las paredes se estrechaban y los túneles se retorcían, pero yo me deslizaba con precisión sobre una estela congelada que se abría bajo mí, como si el mismo hielo me mostrara el camino. Mis gritos eran mezcla de adrenalina y risa salvaje.
—¡Esto es una locura! ¡Pero me encanta! —gritaba, con una sonrisa que iluminaba todo su rostro.
A cada giro, cada salto, dejaba tras de mí un sendero brillante de escarcha que florecía con figuras geométricas imposibles. La espada rugía, como si compartiera mi emoción. Por un instante, no había guerra, no había misión. Solo libertad.
Atravesé la última abertura como un rayo de luna, saliendo del interior de la montaña justo cuando todo colapsaba detrás de mí. Una explosión blanca iluminó el cielo mientras el santuario se hundía en su propio secreto.
Me elevé unos metros más y, con una última voltereta aérea, descendí con elegancia sobre la cima de una colina nevada. La espada se clavó en la tierra, y el hielo se esparció con suavidad a mi alrededor.
—Hermosa... —susurré, acariciando su filo. Sentí que la entendía, aunque aún me guardara secretos.
Y entonces, sin previo aviso, una ráfaga de viento me trajo un escalofrío distinto. No era magia.
...Era... tristeza.
Miré hacia el horizonte. Entre las sombras y la nieve, sentí que algo grande se acercaba, un cambio que no podría evitar.
El mundo seguía girando, implacable, y yo… debía estar listo.