Esta es la historia de Sofía Bennet, una joven con un sueño muy grande, pero tuvo que dejarlo ir por una tragedia.
Leandro Lombardi un hombre acostumbrado a tener siempre lo que quiere con un pasado que le hizo mucho daño.
Dos personas totalmente opuestas pero con una química impresionante.
¿Podrán dejar fluir sus sentimientos o solo lucharán por evitarlos?
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6 — Errores Que Cuestan.
Leandro Lombardi.
Una vez que cruzo la puerta de mi habitación, me quito la ropa con la intención de disfrutar de un baño relajante.
El estrés acumulado me tiene al borde del colapso, y necesito este momento para liberar la tensión que me agobia.
Por otro lado, sigo sin comprender cómo mi madre puede dejarse manipular con tanta facilidad por Andrea.
Esa mujer parece ser el demonio encarnado, una maestra en el arte de la manipulación que no deja de sorprenderme.
Sin embargo, no es la única que podría merecer tal apodo.
Hubo otra persona en mi vida que dejó una huella imborrable; alguien que marcó un antes y un después en mi existencia y, de alguna manera, gracias a su influencia, he llegado a ser la persona que soy en la actualidad.
Hace un año, me encontraba profundamente enamorado de Penélope, una chica que irradiaba dulzura y amor, poseedora de un corazón noble y llenos de buenos sentimientos, al menos eso era lo que creía en ese momento.
La conocí en un banquete al que fui invitado debido a mi carrera como actor.
Al llegar al evento, todo me parecía bastante monótono y aburrido, hasta que, de pronto, la vi a ella.
Se veía deslumbrante con su vestido gris, que resaltaba su piel trigueña de manera fascinante.
Sus ojos verdes brillaban con intensidad y su cabello negro caía con gracia sobre sus hombros, creando una imagen que me cautivó por completo.
Cuando me acerqué y pude mirar en sus ojos, experimenté esa sensación de amor a primera vista de la que tantas personas hablan.
En ese instante, se transformó en alguien por quien sentía un cariño inmenso, alguien a quien estaba dispuesto a entregarle cada parte de mi ser sin reservas.
Sin embargo, como suele suceder, nada es eterno.
Todo cambió abruptamente el día en que recibí unas fotos en las que ella aparecía junto al que supuestamente era su hermanastro.
En esas imágenes, se les veía besándose de manera apasionada en la entrada de su departamento, una escena que me dejó completamente desolado.
Mi primera reacción fue sumergirme en un estado de negación; me costaba muchísimo aceptar que lo que había ocurrido pudiera ser cierto.
En el fondo, aún albergaba la esperanza de que todo fuera una especie de farsa o una broma cruel, pero en aquel momento era demasiado ingenuo para percibir la cruda realidad que me rodeaba.
En mi mente, las imágenes de lo sucedido se presentan una y otra vez, como una película incesante que no puedo pausar ni detener.
Recuerdo...
Salí corriendo de la empresa, sin preocuparme por los gritos de mis hermanos preguntando a dónde me dirigía, ya nada me importaba, porque en ese instante me estaba desmoronando en mil pedazos.
Entré en mi coche y arranqué a toda velocidad hacia su casa, necesitaba que me diera una explicación, que me dijera que todo era un malentendido, que nunca me había engañado, pero cada vez esa idea me parece más distante.
Llegué al edificio y entré en el ascensor, marcando el número de su piso.
Al abrirse las puertas, me detengo ante la puerta de su departamento.
No me atrevo a tocar, ya que algo dentro de mí me lo impide; tal vez sea el hecho de saber que la mujer que creía que era el amor de mi vida está en la cama con otro.
Regreso y le digo a Jorge, el portero del edificio, que me entregue una de las copias de las llaves del departamento porque quiero darle una sorpresa a Penélope.
Él, sonriendo, accede a hacerlo. Y con las llaves en la mano, empiezo a caminar rápidamente, con solo dos pensamientos en mi mente:
El primero, no encontrar a nadie aquí dentro, y el segundo, imaginarla revolcándose con su supuesto hermanastro. Si eso es cierto, no sé de lo que soy capaz de hacer.
Sin esperar más, entré en el departamento y, tal como lo pensé, ellos estaban allí en el sofá, semidesnudos, besándose como si no hubiera un mañana, mientras todo en mi pecho se iba rompiendo poco a poco.
— Vaya cariño que le tienes a tu hermano, Penélope. — logré decir esas palabras con firmeza, aunque no me duraría mucho esta fachada.
Ella se sorprende al verme y se apresura a cubrirse, pero eso no puede borrar la imagen que tengo en mi mente.
— Leandro, mi amor no es... — una risa amarga sale de mí, interrumpiendo sus palabras, tan falsas y baratas.
— Perdona por interrumpirte, Penélope. Déjame adivinar lo que ibas a decir: No es lo que parece. — La miro de manera amenazante y ella comienza a temblar. — Al menos inventa algo diferente, esa frase ya está bastante usada, ¿no crees?
— Tienes razón, cariño, eso es lo peor que puedes decir. — se burla el maldito infeliz.
— ¡Cállate! Aquí solo Leandro y yo tenemos derecho a hablar. — le responde ella mientras se acerca a mí, pero yo retrocedo.
— No, Penélope, tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Solo esto quiero que recuerdes, y grábalo muy bien en tu mente. — murmuré con rabia acumulada. — No quiero volver a verte nunca en mi vida, y mucho menos quiero que te acerques a mí. Desde este instante, para mí, estás muerta.
— Eso no es cierto, mi amor. Tú me amas, nosotros nos amamos y muy pronto nos vamos a casar. Esto es solo un malentendido, un error. — dijo entre lágrimas, pero ya no puedo creerle, no más.
— Un error que cuesta, Penélope, porque no tengo pensado casarme con una maldita mentirosa como tú, ni ahora ni nunca. Lo único que siento por ti es desprecio, y bien merecido lo tienes. — le respondí con frialdad. — Me voy, sigan disfrutando de su encuentro y perdonen la interrupción.
Cierro la puerta de un portazo y me dirijo hacia la salida.
Escucho su voz siguiéndome, pero no me detengo; no quiero derrumbarme, mucho menos frente a ella.
Subí a mi coche y pisé el acelerador. Mi teléfono sonó, indicando una llamada de Federico, pero no tengo ganas de hablar con nadie.
Fui a un bar para ahogar mis penas en alcohol y así olvidar su maldita traición, que me está matando y destruyendo por dentro.
Fin del recuerdo...
Tiempo después me enteré de que Andrea había sido quien me envió aquellas fotos, y me hirieron.
Una lágrima traicionera recorre mi mejilla, y la limpio de inmediato; no quiero ni debo llorar por cosas que ya no importan.
A quién engaño, duele tanto cuando te lastiman así, que te quita el aliento y sientes que nunca podrás recuperarte.
Por esa razón, desde ese día decidí no volver a enamorarme, y lo lograré aunque me cueste.