En Valmont, el poder y el deseo se entrelazan en un juego tan seductor como peligroso. Mi nombre es un susurro en los círculos más exclusivos; mi presencia, un anhelo inalcanzable. Pero en un mundo donde la libertad tiene un precio, cada decisión puede llevarme a la cumbre… o arrastrarme a la perdición.
Soy Isabella Rivas, mejor conocida como Sienna, y esta es mi historia.
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Dos semanas
Livia cruzó las piernas y me observó con esa mirada afilada, como si intentara descifrarme pieza por pieza.
—Bien, Sienna —dijo con voz pausada—. Dime, ¿tienes alguna cualidad? ¿Algo que llame la atención o que pueda captar clientes?
Apreté la mandíbula.
—No.
Livia ladeó la cabeza, como si no me creyera ni por un segundo.
—No seas tímida, querida, algo debes tener. —Se inclinó un poco hacia adelante.
—¿Sabes cantar? ¿Bailar, aunque sea sin una barra de por medio? ¿Eres flexible?
Suspiré, sintiendo que esto se estaba volviendo ridículo.
—No sé cantar y nunca he bailado en mi vida.
—Interesante —musitó, sin apartar la mirada—. ¿Sabes coquetear?
—No.
—¿Sabes seducir con la mirada?
—No.
—¿Sabes al menos caminar con elegancia?
—No.
Livia exhaló un suspiro largo y dramático antes de arquear una ceja.
—Entonces dime, ¿Qué sabes hacer?
Apreté los labios. Me sentía como en una entrevista de trabajo… pero para el peor empleo del mundo.
—No sé… leer, escribir, cocinar.
Livia dejó escapar una risa suave y burlona.
—Eso es encantador, pero no me sirve.
Mi cuerpo se tensó. Obvio que no le servía. Nada de lo que yo sabía hacer tenía valor en este lugar.
Livia me estudió un momento antes de apoyar los codos en el escritorio y entrelazar los dedos.
—He oído que le estás poniendo las cosas difíciles a Vincent —comentó con diversión en la voz.
—Y lo que más me desconcierta es por qué él lo permite.
No dije nada.
—No solo eso, también me enteré de que te dio una habitación solo para ti. —Se inclinó un poco más, como si estuviera compartiendo un secreto.
—Eso es un privilegio que las chicas deben ganarse.
Bajé la mirada, incómoda.
—¿Sabes lo que eso significa, verdad? —continuó Livia—. Vincent ha tomado un interés especial en ti.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Pero no te confundas, eso no te ayudará en nada —agregó, su tono más firme.
—Aquí todas son tratadas por igual. Harás el trabajo de todas sin quejarte y cualquier problema que causes lo pagarás con creces.
Mantuve la boca cerrada, aunque las ganas de soltarle una grosería me quemaban la lengua.
—Estoy segura de que aún crees que puedes escapar —dijo con frialdad.
—Sé que ya te lo han dicho, pero te lo reafirmo: no lo intentes.
Algo dentro de mí explotó.
—Después de haber vivido con libertad, ¿cómo esperas que renuncie a ella de la noche a la mañana?
Livia sonrió levemente, pero sus ojos seguían siendo fríos como el hielo.
—Es algo que simplemente debes hacer.
—No lo haré
El silencio se hizo pesado. Livia tamborileó los dedos sobre el escritorio antes de soltar algo que no vi venir.
—Yo también fui una chica como tú.
Fruncí el ceño.
—Pero, a diferencia de ti, no pasé por el drama de todas. Yo elegí este trabajo.
La miré con incredulidad.
—¿Por qué alguien elegiría esto por gusto?
Ella me sonrió con suficiencia, como si la pregunta le divirtiera.
—Te sorprendería saber cuántas mujeres lo hacen.
Negué con la cabeza.
—No lo entiendo.
Se inclinó un poco más, su mirada intensa.
—El poder lo rige todo en este mundo, Sienna. Incluso en el sexo, en la seducción, puedes tener poder sobre los demás. Puedes tener poder sobre tu propio cuerpo.
Tragué saliva.
—Así fue como llegué hasta donde estoy.
Se puso de pie y caminó lentamente alrededor de su escritorio hasta quedar a mi lado.
—Si no deseas que nadie te pisotee, crea tu propio poder —susurró.
—Aprende, perfecciona, seduce. Llega tan alto que los hombres rueguen por un minuto de tu tiempo, que se vuelvan locos por una de tus caricias.
Me miró directamente a los ojos.
—Cuando llegues a ese punto, entonces podrás conseguir todo cuanto deseas.
Su voz tenía algo hipnótico, casi convincente. Pero yo no quería ese tipo de poder. No quería ser como ella.
Estuve a punto de soltarle que no quería nada de eso, que me daba igual su versión retorcida de “poder” y que prefería lamer el suelo antes que aprender a “seducir con la mirada”. Pero justo en ese momento, alguien llamó a la puerta.
—Adelante —dijo Livia con voz firme.
La puerta se abrió y entró una mujer que parecía salida directamente de una fantasía lujuriosa… o de una clínica de cirugías estéticas.
Su cabello rojo fuego caía en ondas perfectas por su espalda, y sus ojos verdes brillaban con una intensidad casi irreal. Pero lo más impactante era lo artificial que se veía. Cara perfectamente esculpida (demasiado perfecta, si me preguntaban), labios exageradamente gruesos, pecho enorme, cintura tan diminuta que desafiaba toda lógica humana. Debía tener entre 26 y 28 años, aunque con tanto retoque era difícil saberlo.
—Madame —saludó con una sonrisa perfectamente ensayada.
Su tono era educado, casi sumiso, y la manera en que miraba a Livia me dejó claro que la admiraba. Livia, por su parte, asintió con aprobación.
—Dahlia, qué puntual.
Dahlia. El nombre me sonaba. Ah, claro, la Dahlia. La “chica especial” de Vincent.
Ella me escaneó de arriba abajo sin disimulo antes de soltar una media sonrisa.
—Así que esta es la chica nueva.
—Sí —confirmó Livia—. Necesito que la enseñes.
Dahlia arqueó una ceja, divertida.
—¿Enseñarla?
—Sí. Quiero que le enseñes todo lo que sabes. Cómo moverse en la barra, cómo seducir con la mirada, cómo hablar para que los clientes gasten más dinero. Todos los trucos.
Fruncí el ceño de inmediato.
—¿Qué?
Livia me ignoró por completo y siguió como si yo no estuviera ahí.
—Quiero que aprenda a usar su cuerpo a favor de La Rosa Negra. Y quiero que lo haga en dos semanas.
Solté una risa incrédula.
—¿Dos semanas? ¿Me estás jodiendo?
Livia me miró con esa expresión de “no me hagas perder la paciencia”.
—No estoy bromeando, Sienna.
Me crucé de brazos, sintiendo cómo la irritación me hervía por dentro.
—Eso es imposible.
—Nada es imposible cuando tienes el incentivo adecuado —respondió con frialdad—. Y créeme, aprenderás.
Abrí la boca para responder, pero Dahlia intervino con una sonrisita divertida.
—Bueno, bueno, no te pongas tan dramática, muñeca. No es tan difícil como suena.
La miré como si acabara de decir que el cielo era verde.
—¿Ah, no? ¿Quieres que aprenda a manipular clientes, a bailar como si lo hubiera hecho toda mi vida, y todo en solo dos semanas?
Dahlia se encogió de hombros con total tranquilidad.
—Créeme, hay chicas que lo han hecho en menos tiempo.
Rodé los ojos con frustración.
—Genial.
—No es negociable —cortó Livia—. Dahlia, ¿puedes encargarte?
La pelirroja sonrió con confianza.
—Por supuesto, Madame. No se preocupe, la convertiré en toda una profesional.
Livia asintió, satisfecha, y luego me miró como si pudiera ver a través de mi alma.
—Haz lo que Dahlia diga. No quiero problemas.
Mi estómago se revolvió, pero no dije nada. Para qué, si al final siempre hacían lo que querían conmigo.
Livia nos hizo un gesto con la mano, indicándonos que nos largáramos.
—Ahora váyanse. Tienen mucho trabajo por delante.
Dahlia me tomó del brazo con entusiasmo exagerado.
—Vamos, muñeca. Tenemos que empezar cuanto antes.
Suspiré y la seguí a regañadientes. Genial. Esto solo podía ir de mal en peor.