En una pequeña ciudad dominada por las tradiciones, Helena se enfrenta a un futuro incierto cuando su padre es acusado injustamente de un crimen que no cometió. Desesperada por limpiar su nombre, acude a Iván del Castillo, un juez implacable y frío, conocido por su estricta adherencia a la ley. Sin embargo, lo que comienza como una simple búsqueda de justicia, rápidamente se convierte en un intenso enfrentamiento emocional cuando Iván, marcado por un oscuro pasado, se siente atraído por la apasionada Helena.
A medida que ambos luchan con sus propios demonios y los misterios que rodean el caso, Helena e Iván descubren que la verdad no solo pondrá a prueba sus convicciones, sino también sus corazones. En un mundo donde la justicia y el amor parecen estar en conflicto, ¿podrán encontrar el equilibrio antes de que sea demasiado tarde?
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Capitulo 8
Iván del Castillo estaba sentado en su despacho, observando los documentos del caso Vargas. Los papeles frente a él parecían pesar el doble. No era la primera vez que se encontraba ante una situación complicada, pero algo en este caso lo tenía inquieto. Y ese "algo" no era solo la evidencia, era **Helena**.
Desde que la conoció, había mantenido una estricta distancia profesional. Era lo correcto, lo que se esperaba de él como juez. Pero ahora, sentado allí, con la verdad golpeándole en la cara, se daba cuenta de que estaba al borde de una decisión crítica. ¿Sería capaz de ignorar lo que sentía por ella? ¿Podría ser completamente objetivo? **La ley era clara**, y él siempre había seguido el camino correcto, sin desviarse. Pero ahora, por primera vez, se cuestionaba si su propia objetividad estaba en riesgo.
Iván se levantó de su silla, caminando hacia la ventana. Desde allí, podía ver la ciudad en movimiento, indiferente a los dilemas personales de un juez. Pero su mente no se encontraba en ese mundo exterior, sino atrapada en una batalla interna. Si dejaba que sus emociones tomaran el control, sería incapaz de impartir justicia de manera imparcial. Pero si las ignoraba, también corría el riesgo de no ser completamente honesto consigo mismo.
—¿Qué harías tú? —murmuró en voz baja, pensando en su padre, un hombre que había dedicado su vida al derecho y que siempre le había enseñado que los jueces no podían permitirse el lujo de ser débiles. Pero lo que su padre nunca le había contado era lo difícil que sería cuando el corazón se involucraba.
De repente, los recuerdos del primer encuentro con Helena se agolparon en su mente: sus ojos llenos de determinación, la pasión con la que defendía a su padre, su inteligencia, su valentía. Y luego, más recientemente, el momento fuera del tribunal, donde la distancia entre ellos se había acortado tanto que Iván sintió que había cruzado una línea invisible.
—No puedes permitir que esto te afecte —se dijo a sí mismo. Pero sabía que era más fácil decirlo que hacerlo.
Tomó el expediente del caso nuevamente en sus manos. El futuro de Helena, y más importante aún, el de su padre, dependían de su capacidad para separar los sentimientos de los hechos. Sin embargo, la atracción que sentía por ella era innegable, y cada vez más difícil de ignorar. Tenía que tomar una decisión. Y esa decisión marcaría el rumbo no solo del caso, sino también de su propia vida.
Iván caminaba de un lado a otro en su despacho, sintiendo el peso de su toga judicial como nunca antes. No era solo el caso Vargas lo que lo preocupaba, sino lo que representaba: **Helena**. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de ella aparecía con más fuerza, y con ella, la lucha interna que lo estaba consumiendo. Sabía que, como juez, no podía dejar que sus sentimientos interfirieran. Pero era humano, y había algo en Helena que lo desarmaba por completo.
Se detuvo frente a su escritorio, observando los documentos esparcidos. ¿Cómo había llegado a este punto? Siempre había sido frío, imparcial, **incorruptible**. Su reputación lo precedía, y por eso le habían asignado casos tan importantes. Pero ahora, frente a esta joven que peleaba por la libertad de su padre con tanta convicción, sentía que algo se rompía en su interior. Esa frialdad que tanto lo había definido se desmoronaba ante la intensidad de sus propios sentimientos.
—No puedo... —murmuró, apretando los puños. No podía dejarse llevar por lo que sentía, tenía que recordar lo que estaba en juego: la justicia, la verdad, su carrera.
Pero cuanto más intentaba convencer a su mente de que debía mantener la distancia, más su corazón le gritaba lo contrario. Cada encuentro con Helena había sido como una chispa en la oscuridad, y ahora, esas chispas estaban a punto de incendiar todo a su alrededor. **Debía decidirse**.
Justo en ese momento, un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Era su asistente, trayéndole más documentos sobre el caso. Iván los tomó con manos temblorosas y, mientras firmaba, trató de ignorar la sensación de que algo estaba a punto de cambiar para siempre.
Cuando la puerta se cerró de nuevo, Iván se hundió en su silla, mirando hacia el techo. Sabía que tenía que tomar una decisión. Pero esta vez, la decisión no solo determinaría el destino del caso, sino el suyo propio.