En un mundo muy distinto al nuestro, en el que los seres humanos se han expandido por toda la galaxia y criaturas extrañas conviven con nosotros, vive Olivia Temple.
Su vida es perfecta, tiene un novio maravilloso y el trabajo que siempre quiso.
Pero una noche todo cambia para ella.
Alberto la deja y Olivia, despechada, se emborracha y pasa la noche con un desconocido.
Unos días después empieza a sentirse mal y, siguiendo un presentimiento, se hace una prueba de embarazo que resulta positiva.
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07
Seguí el monovolumen de Alberto hasta una urbanización de lujo en las afueras de la ciudad.
De acuerdo, descartada la idea de que Rebe esté con él por el dinero.
Aparqué justo detrás de él, e iba a salir del coche cuando sentí mi estómago agitarse.
Ahora no, por favor. Supliqué cubriéndome la boca con una mano. No ahora.
Escuché como tocaban el cristal de la ventanilla y miré a Alberto, quien me contemplaba con preocupación.
—¿Todo bien, Liv?
Asentí apartando la mano de mi boca y abrí la puerta.
—Sí, solo un ligero mareo — dije intentando aparentar lo más despreocupada posible. — Bien, condúceme hacia nuestra femme fatale.
—No la llames así — Alberto hizo una mueca—. Me recuerdas a mi madre. En realidad Rebe es buena persona.
Lo último lo dijo en voz tan baja que me costó oírlo. ¿Intentaba convencerse a sí mismo o estaba cansado de defenderla?
Llegamos a un bloque de pisos tan altos que me daba vértigo mirar hacia arriba.
Alberto sacó una llave de uno de los bolsillos de su pantalón y abrió el portón, sujetando la puerta para que yo pasara.
Nos subimos al ascensor y pulsó el botón del piso 23.
Fue un corto e incómodo viaje. Ninguno de los dos nos atrevimos a decir nada para romper el silencio.
En realidad no teníamos nada más que decirnos.
Cuando empecé a notar como el número del ascensor se iba acercando más al 23,empecé a hiperventilar.
Mareada, me apoyé en la pared y noté cómo Alberto pulsó el botón de parada de emergencia.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
No idiota, no lo estoy. Pero era incapaz de hablar. Con vergüenza me di cuenta de que estaba llorando.
Para Olivia.
—¿Estás llorando? Maldición, estás llorando. Sabía que esto era una mala idea. Tranquila, nos vamos de aquí.
No, ni hablar. Tengo que enfrentar a esa loca.
Toqué el brazo de Alberto para llamar su atención.
—Estoy bien — mentí —. Vamos, llévame con la gran amante de una vez.
Alberto suspiró, pero puso de nuevo en marcha el ascensor.
Cuando llegamos a la planta 23 estaba más tranquila, aunque sentía que el corazón se me iba a salir del pecho.
¿Cómo actuaría ella? ¿Lo negaría todo y me acusaría de mentirosa? Era lo más probable, pues no creo que admita que acosa a la ex—novia de su novio.
Alberto parecía resignado cuando tocó la puerta del piso 23C.
—Un minuto — sonó una voz suave desde el otro lado.
Por la diosa, solo con oírla me entraban ganas de golpearla.
La puerta se abrió, dando paso a una mujer, lo admito, impresionante.
Alta, delgada, con el cabello castaño largo liso y ojos grandes y grises. Se veía como una modelo, la maldita.
No parecía sorprendida de la visita.
—¡Hola Al! No te esperaba tan pronto. ¿Quién es tu amiga?
—Déjanos solas, Alberto — dije con ira apenas contenida ante la desfachatez de Rebecca.
Alberto dudó, pero un asentimiento por parte de Rebecca le hizo obedecer.
Patético.
Entré al apartamento empujando con el hombro a Rebecca. Ésta no parecía molesta, y cuando cerró la puerta se apoyó en ella.
—¿Debo suponer que te conozco de algo?
Me giré hacia ella.
—¡Deja de fingir! ¡Sabes bien quién soy!
Rebecca se quedó pensativa unos segundos.
—No creo haberte visto antes, pero supongo que eres Olivia, ¿no? Debo reconocer que eres preciosa. Ahora entiendo a Alberto.
—¡Cállate! ¡Por la diosa, deja de hablar!
Me toqué el cabello, aunque lo que de verdad quería era golpearla en esa cara de falsedad.
Para mí sorpresa, se mantuvo en silencio.
Pasé un par de minutos mirándola hasta que me decidí a hablar.
—¿Porqué? — pregunté. Era lo que quería saber al fin y al cabo.
—¿Porqué qué? — preguntó ella.
—¿Porqué haces todo esto? Es tuyo, ya lo tienes y yo no lo quiero de vuelta. Déjame vivir en paz.
—Olivia, solo fue una llamada de advertencia, no es para tanto...
—¡La llamada es lo de menos! ¡Me refiero a lo de las fotos y al hecho de que intentases matarme el otro día!
—¿De qué hablas? — debo de admitir que es una gran actriz. En verdad parecía sorprendida.
—¡Cuando me perseguiste y me sacudiste con el coche el jueves! ¿Quién haría algo así? ¡Estás loca!
Rebecca sacudió la cabeza.
—Olivia, te juro que yo no fui. Ni siquiera tengo permiso de conducir.
¿Lo has denunciado a la policía?
Puse mi mano en la puerta, acorralándola allí. Tal vez así dejaría de fingir.
—Deja el papel de santurrona. Ambas sabemos que no tienes nada de santa en tus huesos. ¿Por qué lo haces?
—Olivia, cálmate, estás histérica. ¿Qué motivo tendría yo para matarte?
De acuerdo, admito que estoy celosa porque la que supuestamente debe de ser mi suegra habla todo el rato de lo maravillosa que eres. ¡Pero no tengo motivos para hacerte daño!
—¡Entonces déjame en paz! — la agarré por los brazos. Ahora parecía asustada —. Ya sé dónde vives. Te juro que si recibo otra carta, llamada o si noto algo sospechoso te arrepentirás. ¿Queda claro?
Se limitó a asentir.
Respirando aliviada, la aparté y abrí la puerta.
Ignoré la voz de Alberto llamándome y cogí el ascensor para bajar al nivel inferior.
Cuando llegué a mi coche no pude aguantarme más, y me reí.
Era una risa histérica, la primera vez que puedo recordar que me reía de este modo.
En verdad lo hice. La enfrenté.
Sabía que no iba a admitir lo que había hecho, pero ella y yo conocíamos la verdad.
Y juro que cumpliré mi amenaza.
No sé cómo, pero si Rebecca Montoya vuelve a acosarme de cualquier manera haré de su vida un infierno.
Lo juro por Andy.