"Me cruce por su camino una vez... Solo una vez. ¿Suerte, casualidad o destino?. No lo sé. Pero desde que eso ocurrió conocí al hombre que cambio mí vida..."
Renzo Leone (27 años) es un poderoso mafioso de Grecia: Inteligente, despiadado, sin corazón y frío asesino, todo eso se oculta detrás su fachada de ángel hermoso. No dudo el matar a sus enemigos con sus manos. Inmensamente temido en el mundo de la mafia y aún peor que no portaba debilidades por dónde atacar, logro poner su apellido por encima de todo el mundo tanto así que cualquiera temblaba la oírlo.
Melina Brown (20 años) una dulce joven introvertida de EE.UU que vive bajo la maldad de su mamá, quien la odia por ser hija de una infidelidad de su parte hacia su marido. Con la culpabilidad de haber arruinado la vida y el matrimonio de su madre, jamás presto atención al hecho que estaba siendo vigilada sino hasta muy tarde. Su verdadero padre hará su aparición cuando intenta rehacer su vida.
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8. CALIENTE
RENZO
Una vez que me dio la específica dirección de dónde podía llegar a estar Melina, mis hombres y yo vamos hacia allá. Nos adentramos en el campo.
–. Estamos cerca, hermano –me dice Silas–. A un par de metros.
–. Hay que acelerar –dice Mitchel–. ¿Quien sabe lo que estará pasando?.
–. Si se atrevieron a tocarle un pelo los mato –digo–. Y antes los torturó.
Al acercamos a la ubicación tenemos que meternos en un camino de tierra. Vemos una horrible casa de chapa abandonada.
No muy lejos dos autos. Hay personas ahí.
–. Preparen las armas –digo–. Vamos a entrar.
–. Quizás sea mejor planear algo –Silas se acerca–. ¿No es...?.
–. ¡NO ME TOQUEN! –grita.
–. Es ella... –digo y saco mí arma–. Hay que entrar.
No espero más y me acerco a la casa rápidamente, detrás mío, los demás. Pateo la puerta de chapa y se abre.
Veo a cuatro hombres, dos de ellos sostienen a Melina de los brazos mientras otros dos rasgan su ropa. Todos se giran hacia mí.
–. Renzo... –murmura Melina.
–. ¿¡QUIEN MIERDA ERES TU!? –me grita uno de ellos.
–. Cometiste un grave error idiota –le digo.
Suelto un disparo directo al hombro de uno de ellos y cae al suelo. Mientras Silas y los hombres van por los demás corro con Melina.
La abrazo y ella rompe en llanto.
–. Renzo –llora en mis brazos–. Viniste.
–. Por Dios, claro que sí –beso su cabeza–. ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo?.
–. No –niega–. Llegaste... a tiempo.
La veo encandenada a un poste, le digo que espere y me levanto hacia el hombre con el balazo en el hombro.
–. Quiero la llave... –le ordenó–. ¿Donde está?.
Este me mira y no habla, entonces poso mí pie sobre su herida y la aprieto, este grita de dolor.
–. ¡EN MI BOLSILLO! –grita–. ¡ESTA EN MI BOLSILLO!.
Le quitó la llave y le doy una patada. Le quitó la pesada cadena a Milena y se levanta con dificultad, me abraza apenas se levanta y yo la aprieto contra mí.
–. Estaba tan asustado –le susurro–. Gracias a Dios estás bien.
–. Gracias, gracias –me dice.
Su camiseta está rota de arriba abajo, dejando ver tu sostén y su abdomen. Me quito mí abrigo y la cubro.
–. Estás helada –le digo–. Vámonos, este lugar es un congelador.
–. Está bien –dice murmurando.
Me giro hacia Silas quien, junto a los hombres, amarran a los cuatro maldito hijos de puta.
–. Silas... párte ta ekeí pou ídi gnorízete (Silas... llévalos dónde ya sabes) –le digo.
–. Sígoura aderfé (Claro, hermano) –me responde.
...****************...
Subí a uno de los autos el cual Mitchel conducía. Yo voy atrás junto a Melina quien no deja de temblar en mis brazos.
–. Tu hermana está en mí casa –le digo–. Esperándote.
–. ¿Está en tu casa? –pregunta–. ¿Cómo es que...?.
–. No importa eso ahora –le sonrío–. Pronto hablaremos.
Miro por el retrovisor y Mitchel me sonríe alzando las cejas. Le hago un gesto con la cara de que se calle, se ríe.
–. ¿Ti skopévete na kánete mazí tous? (¿Que piensas hacer con ellos?) –pregunta Mitchel.
–. Aft pou tous axízei (Lo que se merecen) –digo seguro–. Afíste tous chorís andrikótita (Dejarlos sin masculinidad) –lo miro.
–. ¿Que es ese idioma suyo? –pregunta Melina–. ¿Un lenguaje secreto?.
–. No, no es eso –digo riendo–. Es griego, soy griego.
–. Ah... Eso lo explica –dice–. Eres guapo como un dios griego.
Mitchel suelta una carcajada que calla enseguida.
–. Estás muy confundida y alterada –le digo sonriendo.
–. Si, también –afirma–. Pero es la verdad, muy guapo.
...****************...
Llegamos a la mansión, su pequeña hermana la abraza y llora. Llevamos a Melina a una de las habitaciones, donde la dejamos en la cama.
Llamamos al doctor quien llega enseguida, empieza a revisarla. Me molesta cuando la toca y se queda mirando su piel o su pecho.
–. ¿Cómo está mí hermana? –pregunta–. ¿Se pondrá bien?
–. Estuvo bajo temperaturas frías –dice–. Quizás se resfrié, pero fuera de eso no veo problema.
–. ¿No hay que darle ningún medicamento? –pregunto–. ¿Nada?.
–. Les daré una receta ya que quizás levanté temperatura –me mira–. Su novia se pondrá bien.
–. No es mí novia –niego–. Y de quien sea no es asunto suyo.
La habitación se queda en silencio, todos se miran entre ellos. Me acerco a Melina y tocó su frente.
–. Creo que si hay que comprarle medicamentos –digo–. Mitchel dile a un sirviente que compre los medicamentos que ella necesite.
–. Bien, amigo –dice–. Por aquí, doctor.
–. Vamos a dejarla sola así descansa –dice Kate–. Vendremos a ver...
Antes de que continúe hablando, Melina toma mí mano en seco.
–. Quédate, por favor –dice–. No me dejes aquí sola.
Miro a los demás y le hago una señal para que se vayan. Nadie objeta nada y se van.
Me siento al lado de ella, quien me abraza. Estoy helado, no estoy acostumbrado a que alguien me abrace así, de hecho jamás dormí con una mujer. Era sola sexo y adiós, se sienta raro y... Excitante.
¡MALDICIÓN!. Mí amigo acaba de despertar. ¿Que me hace esta mujer?. Trato de calmarme pero todo empeora cuando mete sus manos por debajo de mí camisa, tocando mí abdomen.
–. Tienes cuadritos –dice.
Sigue subiendo sus manos hasta mis pectorales. Respiro pesadamente.
–. Tu piel es tan caliente –su mano sube y baja–. Que reconfortante, Dios.
–. Ágio Theó (Santo Dios) –murmuro–. Voithise me na antistatho (Ayudame a resistir).
–. Amo ese idiota tuyo –murmura mirándome–. Es sexy.
Tenerla así, en ropa interior tocandome de la manera en que lo está haciendo me hace mal, tengo que poner toda mí voluntad para no comerla de un solo bocado en esta cama.