Después de mí es una historia de amor, pero también de pérdida. De silencios impuestos, de sueños postergados y de una mujer que, después de tocar fondo, aprende a levantarse no por nadie, sino por ella.
Porque hay un momento en que no queda nada más…
Solo tu misma.
Y eso, a veces, es más que suficiente.
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Capítulo 6
Valeria no sabía cómo tenía fuerzas para abrir otra carta esa noche, pero algo en su interior le decía que debía hacerlo. Sus dedos temblaron cuando reconoció la letra de Iker, su hermano mellizo.
Con el corazón oprimiéndole el pecho, desplegó el papel y comenzó a leer:
*"Querida hermana:
Si estás leyendo esta carta es porque ya no estoy a tu lado. Perdóname por no cuidarte, por no poder cumplir esa promesa de estar siempre contigo. Hace dos semanas me enteré de que tengo leucemia. Papá y mamá ya lo saben, pero les pedí que no te lo contaran. No quiero verte triste, quiero quedarme con tu risa y tus bromas, con la manera en que siempre me fastidias solo para hacerme enojar. Así es como quiero recordarte.
Lo que más tristeza me da es que no voy a poder verte convertida en la gran médico que siempre soñaste ser. Pero sé que lo lograrás, porque eres mi hermanita linda, la más fuerte, la más terca, la más valiente. Estoy seguro de que serás la mejor doctora de todas.
Hay algo más que no te contamos… Renata y yo somos novios desde hace tres meses. Ella no quiso decirte nada por miedo a que te enojaras, porque ya sabes cómo eres: bien celosa, no dejas que ninguna chica se acerque a mí, jajaja. Pero quiero que sepas que ella me hizo muy feliz en este tiempo, y estoy seguro de que ahora debe ser una gran mujer. Prométeme que siempre la vas a cuidar y que vas a asegurarte de que conozca a un buen hombre que no la haga llorar.
Y tú, hermanita, espero que algún día te enamores de alguien que de verdad te respete y te valore. Yo no voy a poder llevarte del brazo hasta el altar, pero estoy seguro de que papá lo hará. Para él, siempre serás su princesita.
No importa dónde esté, siempre voy a cuidarte. Te quiero con todo mi corazón.
Tu hermano mellizo, Iker."*
Las lágrimas de Valeria cayeron sobre el papel, emborronando algunas letras. Sintió que el mundo se le derrumbaba en ese instante. No era solo la pérdida de su hermano; era el recuerdo de todo lo que había dejado de vivir desde su partida.
Abrazó la carta contra su pecho y alzó la vista al cielo estrellado.
—Te extraño tanto, Iker… —susurró entre sollozos—. Perdóname tú a mí, por haberme olvidado de mí misma.
El mar siguió rugiendo, testigo mudo de su dolor, mientras la noche envolvía su llanto.
Valeria no dejaba de llorar. Llevaba días sin comer bien, y aquella tarde tampoco había probado bocado. El peso de la carta de Iker, los recuerdos de su hermano y el vacío que llevaba arrastrando por años hicieron que su cuerpo finalmente se rindiera. Sintió un mareo intenso, un zumbido en los oídos, y antes de darse cuenta, sus rodillas cedieron.
Un grupo de personas que paseaba cerca corrió a auxiliarla.
—¡Se desmayó! —gritó una mujer—. ¡Llamen a una ambulancia!
Los minutos pasaron como un torbellino hasta que la sirena de emergencia se escuchó. Valeria fue trasladada al hospital más cercano.
Por coincidencias de la vida, aquel hospital era donde trabajaba Julián. Estaba de guardia cuando la vio entrar en una camilla. En cuanto sus ojos reconocieron ese rostro pálido y desvanecido, el aire se le escapó de los pulmones.
—¡Valeria! —murmuró, corriendo hacia ella.
Se convirtió de inmediato en el médico a cargo. Mientras evaluaba sus signos vitales y daba indicaciones a las enfermeras, intentaba contener la furia que se encendía en su interior. Ordenó a una de las asistentes:
—Por favor, contacten a sus familiares.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
A kilómetros de ahí, Elías estaba en su escritorio, ajustando los últimos detalles de una maqueta para un nuevo proyecto.
Sonaba concentrado hasta que su celular vibró con un número desconocido. Contestó con desgano.
—¿Aló?
—¿El familiar de Valeria Esquivel? —preguntó una voz femenina.
—Sí, soy su esposo —respondió de inmediato, incorporándose en la silla.
—Le llamo del hospital —dijo la enfermera con seriedad—. Su esposa ingresó a emergencias por una descompensación. Ahora mismo está siendo atendida.
El corazón de Elías se detuvo un segundo. De pronto, la maqueta, los planos, los premios… nada tenía sentido. Se levantó de golpe y salió apresurado, conduciendo con la desesperación clavada en cada movimiento.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
Al llegar al hospital, corrió hasta recepción.
—¡Valeria Esquivel! ¿Dónde está?
—El médico la está atendiendo, debe esperar —respondió la enfermera con calma.
Pero Elías no podía. Caminaba de un lado a otro, ansioso, cuando vio salir a Julián con gesto grave.
—¿Familiares de Valeria Esquivel? —preguntó el médico.
Elías se abalanzó hacia él.
—Yo… yo soy su esposo.
Los ojos de Julián se endurecieron. Por dentro, la rabia le quemaba: Entonces, este es el bastardo que la destrozó.
Con voz controlada, explicó:
—La señorita Valeria presenta un cuadro de anemia severa, está desnutrida y claramente mal cuidada. Además, está siendo atendida por un psicólogo. Tenemos que esperar por su diagnóstico.
Elías frunció el ceño, incrédulo.
—¿Cómo que con anemia? ¿Y por qué un psicólogo? Mi esposa no tiene problemas de nada.
La mirada de Julián se volvió filosa.
—¿De verdad es su esposo? ¿No me está mintiendo? Porque cuesta creer que un hombre pueda compartir su vida con una mujer y no darse cuenta de que apenas come.
Elías lo miró en silencio, incapaz de responder.
Julián prosiguió, sin suavizar las palabras:
—Desde que despertó, lo primero que dijo es que quería morirse. ¿Le parece normal? ¿Le parece lógico que alguien que supuestamente tiene un matrimonio feliz despierte sin preguntar por su esposo? ¿Sabe a quién pidió? A Renata. ¿Ella es su madre o una amiga?
—Es… es su amiga —murmuró Elías, con la garganta seca.
—Bien, entonces tráigala —dijo Julián con firmeza—. Valeria quiere verla a ella, no a usted. Me dejó claro que si un tal Elías estaba afuera, no quería recibirlo.
Elías endureció la voz.
—No me puede prohibir entrar a verla, es mi esposa.
Julián lo miró fijo, con una calma peligrosa.
—Lo siento. Pero como médico, no puedo obligar a un paciente a ver a alguien que no quiere. Y ella… no quiere verlo a usted.
Un silencio helado quedó suspendido entre ambos hombres, cargado de resentimientos, culpas y verdades que dolían más que cualquier herida física.
Elías, sentado en aquella sala de espera blanca y silenciosa, por primera vez en mucho tiempo sintió un miedo real. No era el temor de perder un contrato, ni de que una de sus tantas mentiras saliera a la luz; era el miedo crudo, desgarrador, de perder a Valeria.
Por más que en los últimos años la hubiese convertido en una sombra, en ese instante comprendió que sin ella algo dentro de sí se desplomaría. Caminaba de un lado a otro con las manos sudorosas, intentando convencerse de que todo estaría bien, aunque la voz de Julián resonaba en su cabeza: “desde que despertó lo primero que dijo es que se quiere morir”.
Mientras Elías se hundía en ese torbellino de ansiedad, la puerta de vidrio automática se abrió y Renata apareció, con el cabello revuelto por la prisa y los ojos encendidos de rabia. Lo primero que vio fue a Elías, y lo recordó todo: aquella advertencia que le hizo el día de la boda de Valeria.
Se acercó con pasos firmes, sin decir media palabra, y de un solo golpe lo derribó. Elías cayó al suelo con el labio partido, completamente desconcertado.
—¡Te lo advertí! —exclamó Renata, con la respiración agitada—. ¡Te dije que si lastimabas a mi amiga lo primero que haría sería mandarte al suelo!
Elías, en shock, se limpió la sangre con el dorso de la mano, incapaz de responder.
En ese preciso momento apareció Julián, que se apresuró al ver la escena.
—¡Por favor, respeten! Esto es un hospital —dijo con firmeza, cruzando la mirada entre ambos.
Renata, aún furiosa, levantó la barbilla.
—Me disculpo por mi actitud, doctor, pero este idiota se lo merecía.
Julián la observó por unos segundos, sorprendido por la manera en que defendía a Valeria con tanta pasión. Había algo en aquella mujer que imponía respeto inmediato.
—¿Eres familiar de la señorita Esquivel? —preguntó él.
—Soy su amiga, Renata —respondió, con la voz más suave al mencionar a Valeria.
La dureza en el rostro de Julián se transformó en una leve expresión de reconocimiento. Extendió la mano, presentándose con formalidad.
—Mucho gusto, soy Julián, el médico que la está atendiendo. Puedes entrar, ella te está esperando.
Renata respiró hondo, le lanzó una última mirada fulminante a Elías —que seguía en el suelo con la humillación marcada en el rostro—, y luego siguió a Julián por el pasillo hacia la habitación.
Julián Rivas
por dar y no recibir uno se olvida de uno uno se tiene que recontra a si mismo