Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.
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Libertad con peso extra
...╞═════𖠁ೋღ La ciudad me arrastra a su ritmo, pero yo solo quiero encontrar un rincón donde mi corazón no se sienta fuera de lugar. ღೋ𖠁═════╡...
El timbre electrónico resonó como un grito de liberación, y el aula de literatura se vacío en segundos. La profesora seguía hablando sobre Shelley, pero nadie la escuchaba; todos solo recogían sus cosas, ansiosos por escapar. Mientras que yo solo metía mi cuaderno de apuntes en la mochila, junto con el portátil que parecía pesar más cada día. Por otro lado, Sofía, a mi lado, ya se encontraba de pie, y se estiraba como si hubiese corrido un maratón.
—Libertad, por fin —decía, con aquella sonrisa que iluminaba el aula—. ¿Lista para volver al mundo real?
—El mundo real es un mito —respondí, limitandome a cerrar la cremallera de la mochila con un tirón—. Pero sí, vámonos.
Recogimos nuestras cosas y optamos por salir al pasillo, donde el caos del campus estaba en su punto máximo. Estudiantes corrían hacia la salida, charlaban en grupos o revisaban sus móviles con cara de agotamiento. La ciudad se colaba por las ventanas abiertas, con su sinfonía de cláxones y el susurro lejano de las motos. El sol ya estaba bajo, y pintaba los edificios de un naranja cálido qué hacía que todo pareciera un poco menos pesado.
—¿Metro o caminamos? —preguntó Sofia, a la vez se ajustaba la chaqueta de cuero mientras bajábamos las escaleras.
—Metro, si es que no te gustaría que me desmaye —dije, sintiendo el peso de la mochila en los hombros—. Ha sido un día eterno.
—Drama queen. —Dice Sofía y me da un codazo suave—. Pero esta bien, metro será. Aunque, te advierto, si nos toca un vagón con olor a sudor, te culpare.
Me reí, y por unos segundos, el cansancio se desvaneció. Sofía tenía esa habilidad: hacer que los días largos parezcan menos imposibles. Salimos del edificio principal, mientras cruzabamos el patio donde el césped estaba lleno de estudiantes tirados, algunos fumando, y otros riendo como si no tuvieran preocupaciones. La cancha de baloncesto se encontraba vacía ahora, pero la imagen de Nicolás y Kassandra seguía dando vueltas en mi cabeza. No sabía el por qué me importaba. No es como si fuesen parte de mi mundo.
Estábamos a punto de darnos la vuelta hacia la salida cuando sentí un brazo posarse alrededor de mi cuello, cálido y repentino. Me tense, pero antes de que pudiera reaccionar, otro brazo rodeó a Sofía, y una voz familiar nos interrumpió.
—¡Mis chicas favoritas! —Marcos apareció entre nosotras, con su pelo rizado revuelto y una sonrisa que parecía ocupar todo el campus—. ¿A dónde se dirigen tan rápido? ¿Huyendo de mí?
—¡Marcos, joder! —Sofía se rió, dándole un manotazo juguetón en el brazo—. ¿Qué es esto de asfixiarnos? ¡Suéltanos!
—Jamás —agrega Marcos, mientras nos apretaba un poco más antes de soltarnos. Se quedó caminando a nuestro lado, con las manos en los bolsillos de su sudadera—. Solo quería asegurarme de que no se olviden de mi fiesta este finde. ¿Verdad que vendrán?
—Obvio que voy a ir —respondió Sofía, sin vacilar—. Pero esta de aquí... —me apunta con un dedo— todavía se encuentra en su fase de ermitaña.
—No soy una ermitaña —protesté, y me ajusto la mochila—. Solo... no sé si tengo ganas.
—Venga, Lucía, no me hagas suplicar. —Dice Marcos mientras se ponía delante de mí, caminando de espaldas como si fuera lo más natural del mundo—. Va a ser épico. Música, comida, karaoke. ¡Karaoke, Lucía! Imaginate cantando ‘Waka Waka’ con Sofia. Sería legendario.
—No canto —dije, pero no podía evitar sonreír ante su entusiasmo.
—Nadie sabe cantar bien en un karaoke —intervino Sofia, dándole un empujón a Marcos—. Ese es el punto. Y tú, señor organizador, más te vale que haya suficiente pizza. La última vez se acabó en media hora.
—Palabra de scout, habrá pizza para un ejército —prometió Marcos, y levanta una mano como si estuviese jurando—. Y refrescos, para las almas puras como Lucia que no toman.
—No es que sea un alma pura —susurro, y siento las mejillas calientes—. Solo no es de mi gusto el alcohol.
—Y eso está bien, reina —agrega Marcos y me guiña un ojo—. Con que estés ahí, ya haces la fiesta mejor. ¿Verdad, Sofía?
—Totalmente —dice Sofía asintiendo, con una sonrisa traviesa—. Pero, Marcos, si llegas a invitar a algún idiota del equipo de básquet, te juro que me lagaré.
—¿Qué te traés contra los chicos de básquet? —preguntó Marcos, entre risas—. Son inofensivos. Bueno, más o menos.
—Inofensivos como una manada de lobos —replicó Sofía—. Hoy vimos a Nicolás y su club de egocéntricos en la cancha, con Kassandra haciendo su show de diva. No gracias.