Dentro de lo más profundo de esta sociedad, existen males que le hacen bien al mundo, sin embargo, su simple existencia envenena a todo el que la toca.
Mas allá de la vida cotidiana, este mundo consagra distintas plagas, una de ellas ha logrado atrapar a Killian Inagawa en una red de dulces mentiras superpuestas por ¿su prometida?
NovelToon tiene autorización de Hanna Touchi para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
A las puertas del infierno
Logro alcanzar la entrada principal de la mansión de los Konan resistiendo el dolor del brazo. La adrenalina que había estado sintiendo durante las últimas horas sirvió como anestesia y ahora me estaba pasando la cuenta de cobro.
Soy bastante consciente de que salir de este lugar no era tarea sencilla, los seguidores de Piero aún estaban tras mi pellejo y para mi mala suerte, no todos ellos estaban siendo detenidos por Laila allá atrás.
–Brais, tienes que centrarte en las cámaras ahora mismo. Si no salgo de este lugar no podré salvarte el pellejo.
Suelto por el comunicador. Al fondo podía escuchar disparos, probablemente por parte de Iker, quien no se dejaría asesinar sin antes llevarse a un par de ellos consigo.
–…
El silencio de Brais me altera los nervios. No tengo muchas posibilidades de hacerle reaccionar si estaba petrificado por el miedo. El dolor en mi hombro se vuelve más agudo por la angustia. Poso mi mano por sobre la herida, procurando hacerle presión hasta que logre subir al auto, o bien, hasta que logre conseguir refugio.
–Ni se te ocurra mover un solo músculo – Advierte una voz tras de mí – O te disparo.
Justo cuando había logrado alcanzar el jardín frontal, soy acorralado por el mismo jovencito al cual amenacé días atrás. Maldigo al aire, cuestionando a mi maldita suerte por este encuentro.
El joven camina lentamente, apuntándome con su pistola hasta quedar frente a frente conmigo.
–No que me ibas a cortar la lengua, ¿lacayo?
Escupe con una sonrisa. Era evidente que esta situación era su oportunidad para devolverme el insulto.
–Aún puedo hacerlo – Respondo, intentando ocultar con un rostro serio el intenso dolor – Pero no tengo tiempo para esto, así que lárgate.
Finiquito, procurando no realizar ningún movimiento brusco que lo lleve a disparar su arma. Si bien podía moverme rápidamente e inmovilizarlo a esta distancia, no estaba en las mejores condiciones para arriesgarme a un golpe de suerte.
–Aún crees que tienes el poder, ¿no? – Amenaza, levantando el arma hasta la altura de mi cabeza.
Si no me movía rápidamente, esta persona me mataría sin pestañear y sería mi culpa por provocarlo desde un inicio, lamentablemente para él, no era parte de mi personalidad dejar algo a medias aun si eso significaba perder mi brazo en el intento.
Me acerco rápidamente en un paso largo y con una patada de talón giro 360° le doy directamente en su mano dominante, provocando que suelte el arma.
No me lo pienso dos veces y le agarro con fuerza por el brazo derecho, llevándolo hacia su espalda y con mi propio brazo lo tomo por el cuello, inmovilizándole rápidamente.
El tiempo estaba corriendo rápidamente y este enfrentamiento no me estaba ayudando en lo más mínimo. Lo más seguro es que Iker haya sacado a Brais de mis aposentos y eso no era una buena noticia.
El forcejeo del joven en mis brazos lo estaba dejando sin aire, hasta el punto en que se convierte en la única forma de controlarlo. Poco a poco la necesidad de respirar lo lleva a rasguñar mi antebrazo con desesperación, no obstante, sus fuerzas no eran suficientes a ese punto.
Finalmente, su cuerpo sede, desmayándose en el proceso. Lo suelto y lo dejo caer al verde pasto. Saco mi pistola de la canana y le disparo en la espalda, asegurándome de que si no moría, al menos no le quedarían ganas de volverme a buscar.
Vuelvo a colocar balas en la pistola y me dirijo hacia el portón de salida, dejando atrás el gabán del traje, el cual se había caído en medio de la lucha. Ya no me importaba un carajo que viesen mi sangre.
En cuanto abro la puerta me encuentro con un grupo de cuerpos desplomados frente mío, todos ellos parte del clan Miwra. Me agazapo para confirmar su muerte, pero lo que más llamó mi atención fue que acabaron con ellos de un solo disparo.
Subo la mirada hacia los edificios ubicados alrededor, hasta toparme con los francotiradores a los cuales Pier aseguraba habíamos sobornado para que se hicieran de la vista gorda.
En cuanto se percatan de mi mirada, uno de ellos dispara, rozándome el oído en el cual llevo el auricular. No era ningún idiota como para no darme cuenta de que esos tipos no fallaban un tiro, ya lo habían demostrado con este grupo de hombres tendidos en el suelo.
Suelto un suspiro y me encamino tranquilamente hasta el auto, seguro de que no me dispararían a menos de que La Durga diese la orden. Ese disparo fue un mensaje que esa mujer astuta preparó para mí.
“Yo no acarreo traidores”
Me subo en el asiento del piloto procurando no dejar escapar esa sonrisa que estaba luchando por salir. Tomo el cuchillo que Pier siempre cargaba en un bolsillo bajo el asiento, lo desinfecto con un poco de licor y me retiro la camisa, procurando no estropearla más de lo que ya estaba.
Agarro el cuchillo con fuerza y bebo un gran sorbo de tequila pues lo que me esperaba no iba a ser sencillo. Clavo el cuchillo delicadamente por la herida para abrirla un poco más al tiempo que vierto el licor sobre esta hasta que me es posible ver el hueco. Poco a poco logro sacar la bala, no sin arrebatarme un par de muecas del rostro, pues el dolor era indescriptible.
En cuanto logro tenerla sobre la palma de mi mano, la arrojo sobre el compartimiento bajo la radio. Sentía que ese Viejo me había cobrado la Bala que le robé … La que ahora estaba sobre el dedo anular de mi prometida.
Arranco el auto y me dirijo tan rápido como me es posible hasta la mansión Miwra, donde por fuera todo parece estar en orden, provocándome escalofríos.
Por más que intente comunicarme con Brais o con Iker no recibía respuesta alguna de su parte. No tenía idea si seguían con vida o si tan siquiera estaban dentro de la mansión. Si algo les sucedía sería mi responsabilidad por no reforzar su seguridad.
Ingreso a la mansión, donde encuentro al señor Einer sentado frente al porche fumándose un puro con total calma. Su sola presencia era aterradora, ni una sola emoción cruzaba su rostro provocando que fuese más difícil saber lo que este hombre pensaba.
–Bienvenido joven Killian… Lo estábamos esperando – Suelta arrojando el puro y levantándose del suelo.
–No esperaba que me recibiera con tanta calidez, es como volver a casa.
Respondo, burlándome de la situación, ya que si mostraba una sola pizca de debilidad frente al clan, sería asesinado sin piedad y perdería todo respeto.
Einer suelta un suspiro entre incredulidad y burla. Por alguna razón tenía el presentimiento de que me trataba como el niño problema de la familia, quien llega a casa con una citación de la maestra.
–Tienes agallas para darme la cara en ese estado.
Comenta apuntándome son su arma, acción que imito inmediatamente, enfrentándonos el uno con el otro.
–Es un pequeño rasguño, no tiene por qué preocuparse, aunque si desea puedo comprobarle que no es gran cosa, tan solo me basta apretar el gatillo y voila, cicatriz nueva.
Le amenazo, llevando la mirilla de mi arma hacia su hombro derecho.
–Siempre has sido bueno para convencer a los que te rodean… Muy bien, pues convénceme ahora, ¿cómo esperas que te sigamos como líder?
Su respuesta logra desconcertarme. No esperaba que el mayor protector del viejo Pier estaría dándome la oportunidad de arrastrarlo conmigo.
–Así que es verdad… usted le es fiel al clan Miwra – Analizo, esperando alguna reacción de su parte – Este clan está podrido hasta los cimientos, y en cuanto la plaga comience a tragarse esa podredumbre todo se irá abajo. Solo hay una forma de salvarlo y es cambiando la madera podrida por una nueva… una con mucha fuerza.
Respondo, haciendo alusión al poder de La Durga. Laila era la única que podía salvar al clan y yo era el indicado para respaldar ese poder, pues tan solo yo poseía toda la verdad de la corrupción dentro del clan.
Einer analiza silencioso su siguiente movimiento, bien podía dispararme y dejarme como presa fácil para todos aquellos que deseaban mi cabeza, o bien, podía creer en mi palabra y cambiar de bando.
Sabía que no le dejaría toda la información a su disposición y que no tendrían el respaldo de La Durga si acababa conmigo allí mismo, además ya no contaban con un jefe y eso los hacía presa fácil entre la mafia.
El hombre chasquea la lengua y baja el arma. – Qué tan idiota se ha de ser como para seguir a un traidor – Suelta, dándome la espalda e ingresando a la mansión – Será mejor que me sigas.
Me da la espalda y se encamina por el pasillo principal; Le sigo con cautela. El silencio que reinaba en la mansión no era para nada lo que esperaba encontrar y eso lo hacía aún peor.
No podía encontrar rastro alguno de enfrentamiento, ni siquiera era capaz de encontrar la presencia de ninguno de ellos. Por alguna razón estaba seguro de que alguien estaba asechando tras mi presencia, dispuesto a dispararme en cuanto Einer diese la orden.
–No me diga que piensan resolver esto de manera civilizada.
Suelto, esperando encontrar alguna pista con este hombre, después de todo, estábamos hablando de la mafia. No tengo la menor duda de que esperaban vengar la muerte del viejo, pero no estaba dispuesto a morir sin antes cumplir con mi compromiso, no ahora que por fin había logrado dar un paso adelante.
Einer continúa su camino sin responderme una sola palabra, sin embargo, al cabo de un segundo comprendí la razón de su silencio, pues frente a la entrada de mi despacho los hombres del clan se hallaban arrodillados frente a mi presencia, incluyendo a Iker y Brais.
Camino un par de pasos, cuidadoso de no hacer ningún movimiento brusco al tiempo que observo el rostro de Iker, quien con una sonrisa me pica el ojo, logrando hacer que me relaje momentáneamente.
–Qué es esto? … ¿Es la lealtad del clan Miwra?
Me burlo, sintiendo rencor hacia los presentes. Muchos de ellos estuvieron a los pies de Pier, sin embargo, en cuento su cabeza rodó a mis pies, cambiaron su “fidelidad” sin ninguna duda.
–La lealtad del clan se inclinará de por vida hacia la cabeza de este – Interviene Einer – Y si esta tiene el poder para sostener el peso de la misma, entonces estaremos de su lado.
Suelta, dirigiendo su mirada tras de mí, al tiempo que saca su arma y dispara a la presencia que tanto había estado rondando a mi alrededor. La maldita bala rosa mi mejilla, dejándome una sensación caliente.
Einer se arrodilla frente a mí sin dejar de observarme. – Espero que sepa lo que está haciendo.
Concreta, dejando el arma en el suelo. Su advertencia se cala en mi mente con brusquedad, sabía que esta decisión era parte de las normas del clan, en otras palabras, estos hombres habían sido obligados a seguirme sin poder rechistar una sola palabra.
La sensación de odio regresa a mí, inundando mi pecho como si llamaradas de fuego me rodearan lentamente. Si había algo que detestaba del viejo era su falta de humanidad hacia aquellos a quienes llamaba familia.
–De ahora en adelante, quienes deseen largarse de este podrido negocio y del Clan Miwra pueden hacerlo.
Mis palabras sorprenden a los presentes, quienes levantan sus cabezas a la espera de que dijese que era una broma o una trampa.
–No iré tras sus cabezas, ni intervendré por ustedes bajo ninguna situación, pero aquellos que decidan seguirme voluntariamente tendrán que cumplir con requisitos que yo mismo impondré tras saber su respuesta.
El silencio reinó por un par de segundos, hasta que uno de ellos se levantó, dirigiéndose hacia mí. Por alguna razón sentía que debía mantenerme impoluto y dejar de lado cualquier emoción, por lo que no demostré mi desconfianza.
El hombre con una reverencia me entrega su arma, dándome a entender su decisión, la cual acepté tomando su carta de renuncia, esto mismo sucedió con otras veinte personas hasta que un grupo de 50 personas quedó en silencio aun arrodillados, incluyendo a Einer.
–Su pongo que no hay nadie más … Muy bien, el aceptar seguir bajo mi cargo significa que lo hacen voluntariamente, pero como mencioné anteriormente, deberán cumplir con mis requisitos.
Suelto, cruzándome de brazos frente a ellos. Observo detenidamente sus rostros y el toparme con Brais aun en medio de ellos me daba alegría.
–Primer requisito: No le tocarán un solo mechón de pelo a La Durga. Segundo requisito: La palabra de La Durga es mayor que la mía, cualquier orden suya será obedecía al pie de la letra, y su vida … su vida vale más que la mía. Tercer requisito: Todos aquellos que son menores de edad deberán continuar con sus estudios y aquellos que no han podido tener su titulo de bachiller deberán obtenerlo, no quiero escusas al respecto. Cuarto requisito: los conflictos internos serán resueltos sin armas de por medio, si llego a ver un solo ataque entre ustedes tendrán que enfrentarse a mi castigo, y quinto: Todo ataque que presencien hacia un menor de edad deberán detenerlo, no me interesa si hay algún clan de por medio, yo me haré cargo.
Mis ordenes parecen sorprender a los presentes quienes se observan entre ellos como si no entendieran cuál era realmente mi propósito.
Estaba preparado para escuchar quejas y reclamos de todos y cada uno de ellos, sin embargo, un olor dulce me rodea cual cadenas, provocando que mi cuerpo se relaje.
–Ya veo que mi prometido no pierde el tiempo – Suelta Laila a mi lado – Es por eso por lo que me fijé en ti, cariño.
Sentencia, regalándome una sonrisa y enfrentándose a los hombres del clan, quienes le regalan una reverencia. Por alguna razón parecía que le temían más a ella que a mí y no se equivocaban, no solo todo el clan Konan respaldaba a esta mujer, sino que ella era letal de todas las formas conocidas.
–Me mudaré desde hoy con todos ustedes – Suelta sin ningún pudor – Soy la mujer de Killian Inagawa, el jefe del clan Miwra, ¿lo entienden?
Sus palabras sonaban alegres, no obstante, su mirada hablaba por sí sola. Ella imponía respeto con solo su presencia, aun cuando parecía estar bromeando.
Laila voltea a verme nuevamente y con un ademan me muestra el anillo de compromiso.
–¿Qué dices? ¿Laila de Inagawa?
Sus palabras me dejan helado. No sabía cómo responderle a esta mujer, simplemente no podía seguirle el ritmo. Sentía como si estuviese en una montaña rusa de emociones y en mi mente tan solo se cruzaba la idea de que finalmente podría extasiarme de su perfume a diario.
–Olvidaba una regla – Suelto sin dejar de observar su rostro – Nadie va a fumar dentro, ni alrededor de la mansión, y mucho menos, cerca a mi prometida, ¿queda entendido?
Los hombres del clan se levanta rápidamente y con un “Sí señor” unánime, se dirigen hacia sus puestos de trabajo a excepción de Iker, Einer y Brais, quienes se acercan a nosotros.
–Me acaba de ordenar algo muy difícil, ¿lo sabe, jefe de mi corazón?
Suelta Iker, quien me arranca una sonrisa, pues había demostrado su lealtad hacia nuestra amistad guardando el secreto de los planos de la mansión Konan y resguardando la vida de Brais.
–Será mejor que te largues al salón de entrenamiento, Entrenador Iker.
Declaro, dándole a entender que este sería su nuevo cargo como compensación de su lealtad para con nosotros. Con su típica sonrisa hace una reverencia a Laila y se dirige hacia su nuevo puesto de trabajo.
–Brais. ¿Por qué decidiste quedarte?
Le interrogo enfadado. Si bien me alegraba tenerlo en mi equipo, era un menor de edad que no debía quedar involucrado con la mafia.
–Lo siento mucho, pero aun si me voy terminaría siendo victima de la mafia de cualquier forma… – Se detiene, dudoso de hablar frente a Einer y Laila.
–Está bien, si una sola palabra de esta conversación sale a la luz mataré a Einer.
Suelto, a lo que Brais ríe como si el rostro sorprendido de mí víctima le hiciese gracia, además la mirada suave de Laila parecía hacerle sentir cómodo.
–Mis padres son personas inconscientes. Vendería a sus hijos si les diese rentabilidad alguna y mi hermano se mete en cada olla con tal de tener dinero en el bolsillo. Si puedo trabajar en este lugar tendría la oportunidad de llevar dinero a casa y estudiar al mismo tiempo.
Su declaración me satisface, pues se trataba de un joven con fuerza de voluntad, sin embargo, antes de que tuviese la oportunidad de ordenarle algo, Laila se interpone.
–Trae a tu hermano con nosotros. Prometo que ambos tendrán siempre un lugar con ambos clanes.
Sus palabras me sorprenden, pues no esperaba que hiciese tal petición. Por el momento no tuve más idea que pedirle a Brais que regresara a mis aposentos mientras terminaba mis asuntos con Einer a lo que obedece con seriedad.
Este, por su parte parecía calmado, como si todo esto se lo hubiese esperado ya desde hace mucho tiempo, incluyendo la presencia de Laila.
–Durga, estaré bajo sus órdenes de ahora en adelante. Einer a sus órdenes – Se presenta con una reverencia e inmediatamente se dirige a mí con la misma intención – A Killian Inagawa le daré lo que resta de mi vida así que no dude en usarla.
Le observo, aun dubitativo respecto a que tan sincera eran sus palabras, sin embargo, no me queda de otra que mantenerme en constante alerta a cada uno de sus movimientos. Asiento levemente, ante su mirada constante a espera de una respuesta, deseaba que se largara de mi vista, no lo quería más allí; la adrenalina que me mantuvo en movimiento horas atrás había dejado de hacer su efecto y la herida mal suturada me estaba cobrando la factura, y aun así, no me permitiría demostrar una sola pizca de debilidad frente a ninguno de los presentes.
Finalmente parece entender mis deseos y se retira con una reverencia ante ambos.
–Será mejor no te arrepientas de nada – Le advierto a Laila encarándola. – No pienso dejarte ir fácilmente.
Sus labios carmesí se curvan en una sonrisa que me hace olvidar momentáneamente el dolor, era como consumir drogas con un efecto inmediato, aquellas que te vuelven un adicto y se vuelven en lo único que te mantiene con vida.
-Esa advertencia … – Susurra, tomando mi brazo cubierto por el gabán – ¿Es para mí?
–Es para mi autocontrol – Suelto, devolviéndole la sonrisa.
Laila parece disfrutar de como ignoro intencionalmente el dolor que me está causando al sujetar mi brazo de esa forma. No es ninguna tonta, y aunque no tengo idea cómo, ya se dio cuenta de que el viejo logró defenderse en nuestra pelea.
–Te advierto una cosa, cariño – Señala haciendo aún más presión sobre la herida. Parece querer sacarme una mueca, pero ver cómo lucha por torturarme provoca que me deleite más – La debilidad del otro es nuestra debilidad, así que hacer este tipo de omisiones me desagrada.
Suelta, retirando su mano y posando su dedo pulgar manchado con mi sangre sobre sus labios. Me burlo de su rostro serio, que más que brindar una advertencia me aterra en lo más profundo de mi alma.
–Esto son nimiedades, mi debilidad tiene un rostro problemático, así que mantente donde pueda observarte.
Laila niega con su cabeza, mostrando por primera vez una pequeña abertura hacia su aspecto más inocente, lo que me recuerda nuevamente a Lilith, por alguna razón me sentía conectado con ella a través de esta mujer, pero por mucho que lo pensara, algo me rechazaba tajantemente la posibilidad de que se tratase de ella.
La corazonada es tan intensa que no puedo entender bien lo que recorre mi mente en aquel instante y para cuando recupero la plena atención de mi alrededor me encuentro dentro de una habitación, acorralado por Laila.
–Te dije que no te distrajeras, cariño – Expresa arrinconándome contra la pared.
La escena me hace recordar la vez que la amenacé de la misma forma en mi habitación, pero ahora no desconfiaba de ella, por el contrario, entendía perfectamente como su aliento, el ritmo de sus palabras y ese aroma que no puedo sacar de mi cabeza me encadenan, rindiéndome a sus pies.
Laila retira el gabán y jala de mi corbata para obligarme a inclinarme a su altura.
–Deberías tener más cuidado – Le advierto, fingiendo oposición por lo que estaba sucediendo.
Claramente la advertencia solo provocaba ese lado manipulador y manchado de sangre. Podía ver en sus ojos el grado de frialdad que tenía con sus víctimas.
–No sé de qué hablas – Susurra, corriendo el nudo de la corbata sin dejar de observarme – si te refieres a que debo arreglar con cuidado la descuidada sutura que te hiciste, estoy completamente de acuerdo.
Era evidente que su personalidad me iba a traer demasiados problemas que, de alguna forma, estaba esperando con ansias. Su cercanía provoca que mi instinto se active, enloqueciéndome, pues no permitiría que me tomase desprevenido como suele hacer con sus presas, aun cuando algo en ella ya estaba envenenando mi ser, célula por célula.
–¿Eres consciente de que lo que haces puede traerte demasiados problemas, futura esposa? – Mi pregunta la arranca una de sus típicas risillas.
–Creo que puedo acostumbrarme a ser llamada de esa forma – Devuelve el comentario, evadiendo el propósito principal de la pregunta.
Niego con un ligero movimiento de cabeza, a medida que mi mirada se entra en sus ojos negros que me envuelven con una sensación familiar, revuelta con un peligro atrayente.
La tenue luz de la habitación hace que todo se sienta más privado, y el deseo de que el momento dure eternamente comienza a abarcarme con una fuerza abrumadora.
Repentinamente, la puerta se abre, irrumpiendo el momento y frustrándome de una forma que jamás creí sentir. Uno de los hombres del clan se queda completamente estático al vernos.
–Como lo siento Durga… jefe, no tenía idea que estaban aquí, regresaré en otro momento – Suelta evidentemente paniqueado por lo que le podía suceder.
–Tranquilízate – Suelto, acomodándome la corbata nuevamente – ¿Es tu habitación, no es así?
Pregunto tras observar detenidamente el lugar; resulta que Laila me había traído a la primera habitación que se le había cruzado con la intensión de engatusarme como es su costumbre, pues allí no encontraría el botiquín para realizarme una sutura ni por mucho que se las ingeniara.
El solo hecho de pensar en cuáles eran realmente sus intenciones me hace reaccionar nuevamente. Aun cuando me había advertido que no podía dejarme llevar por sus artimañas, había caído sin resistir un poco.
Salimos del lugar, y tras asegurarme que nadie nos estaba observando, la tomo de la muñeca y la arrastro hasta la habitación del jefe.
En cuanto entramos no puedo ocultar el asco que me da la decoración del lugar. Sobre la cama tenía cual trofeo la cabeza de un venado. No dudo un segundo y obligo a Laila a sentarse en una silla de cuero de rodachines cerca al escritorio de caoba.
Me inclino a su altura y la encierro posando mis manos sobre los apoya brazos. – Creí que no traicionabas a tus aliados – Suelto, a espera de una respuesta, sin embargo, lo que recibo no es más que unos ojos inquisitorios junto con una sonrisa ladeada.
No importa cuanto la acorrale o la presione, esta mujer no era fácil de intimidar.
–Lo de hace rato fue una de tus tantas tácticas de manipulación; no creas que no las conozco, te investigué lo suficiente, ¿recuerdas?
–Claro que lo recuerdo – Responde, relajándose en el asiento y tomando mi corbata, obligándome a acercarme cada vez más.
Nuevamente baja el nudo de la corbata, obligándome a levantar una de mis manos para detenerla, esta vez no me dejaría ganar; no obstante, debía recordar que se trataba de la Durga, una mujer llena de herramientas para salir de cualquier apuro.
Rápidamente hace mayor presión sobre la corbata, obligándome a ceder. Caigo sobre la silla cual piedra siendo lanzada hacia el fondo de un lago, no obstante, esta mujer logra cambiar nuestras posiciones, dejándome sentado sobre la silla y ella sobre mí, aun apoderada de mi corbata.
–Cariño, mi prometido no puede tener miedo de mí – Continúa, desabotonando mi camisa – Tampoco puede temer por ser seducido por su esposa…, ya que de ese hechizo no puede escapar.
Maldigo para mis adentros al darme cuenta de cuanto poder tenía por sobre mis instintos, pues no pude evitar que terminara su enmienda. Lentamente se acerca a mi oído y con un susurro me vuelve a la realidad.
–Eres terrible suturando tus heridas.
Caigo en cuenta rápidamente que lo único que busca ahora mismo es hacer la curación, sin embargo, algo en mí desea que continuemos en esta posición y eso me fastidia.
–El botiquín debe estar en el primer cajón de esta mesa – Reparo, controlándome tanto como puedo, pues la vista que gozaba desde esa posición tan solo me hacía creer que me encontraba frente a un ángel caído.
Laila se inclina con la intención de abrir el cajón desde esa posición. Su cabello resbala sobre su hombro, tapando su rostro y despidiendo ese maravilloso olor que tanto aprisiona su presencia en mi mente.
Tenerlo nuevamente frente a mí provoca que la ansiedad que sentía minutos atrás se disipe. Mi droga era esta mujer, y como buen adicto, deseaba consumir más de ella.
Instintivamente, tomo uno de sus mechones y lo acerco, lo que impresiona a Laila, quien voltea a verme con una mirada llena de curiosidad infantil. Una mirada que me enternece y me devuelve a aquellos días en los cuales Lilith visitaba mi hogar junto con su madre.
Un ligero recuerdo vuela a mi mente. El rostro de esa mujer, acompañada del amor de mi infancia, sin embargo, algo no estaba bien con esa imagen. Se sentía distorsionada. Sabía que algo estaba mal en ella.
–¿No piensas soltar mi cabello?
Me interroga Laila con su típica sonrisa envolvente. Devolviéndome a la realidad. Por alguna razón su presencia había provocado que mi mente se revolviera entre el pasado y el presente.
Desde que la vi por primera vez en ese incendio las memorias no me han dejado en paz y eso no para de joderme. Puedo sentir como la sangre me hierve del enfado. Sabía que tenerla cerca solo iba a causarme problemas, y si no aprendía a controlarla, me consumiría al igual que como lo hace con cada hombre que se cruza en su camino.
–Bájate, no necesito de tu ayuda.
Suelto, acomodándome en la silla, lo cual provoca que la Durga se aparte de mí. Aquella separación provoca un ligero vacío en mi estómago. Sé perfectamente la razón, pero no me permitiré jamás dejarme llevar más que esto.
Laila finalmente suelta una carcajada, saltando mis nervios, pues no era su característica risilla burlona, se trataba de una burla diferente, una que provoca que levante mi vista a espera de un movimiento de su parte.
–Eres un malagradecido, Cariño.
Sentencia con una mirada inquisitoria, una más difícil de descifrar, pero que provoca que aquel vacío se intensifique. Aquella sensación se vuelve más fuerte en cuento estira su brazo derecho, soltando el botiquín sobre mis piernas.
–Tengo que traer mis cosas y organizar a mi gente – Expresa sin dejar su sonrisa ni por un instante – No me esperes.
Cierra la puerta con delicadeza tras de sí, dejándome nuevamente solo en esta maldita habitación. Suelto un resoplido de fastidio. Ciertamente, este lugar me desagradaba de pies a cabeza, pero el aroma que esa mujer había dejado me mantenía estático en la habitación.
No me lo pienso dos veces y retiro los puntos mal suturados. La sangre brota nuevamente hasta caer sobre el suelo. No puedo creer como es que un puedo mover el brazo con tan mal sutura. Laila tenía razón, no sabía nada de curaciones, pues la zona parecía haberse irritado e infectado a pesar de la gran cantidad de alcohol que vertí sobre ella.
–Vaya que te hicieron daño.
Se burla Iker, observando detenidamente la decoración de mal gusto de la habitación.
–¿A qué vienes?
Le interrogo, sentándome derecho y girando la silla con la intención de darle la espalda. Por mucho que confiara en él, ahora mismo no estaba en la posición de demostrar debilidad ante nadie.
–Cierta Diosa acaba de darme órdenes explícitas de curar al estúpido de mi jefe.
Aclara, provocando un resabio de culpabilidad, pues como esa mujer declara, ella no traiciona a sus aliados y eso implica no abandonar a aquellos que la necesitan.
–No necesito tu ayuda, será mejor que te largues a tus labores, o te despediré en el primer día.
Iker suelta una carcajada. Es bastante claro para mí que este hombre es un subordinado competente, pero demasiado difícil de mantener bajo control.
–Le recuerdo jefe, que las órdenes de la Durga están por sobre su voluntad, y por ende, debo acatarlas al pie de la letra.
Maldita sea mi suerte en el momento en el que se me ocurrió dictaminar esas reglas. Si me contradigo ahora mismo, este hombre no tomará en serio nada de lo que diga de aquí en adelante. Ahora entiendo la razón por la que el viejo le mantenía a raya con tanta determinación.
–Será mejor que te dediques a hacer tu trabajo.
Expreso, ignorando su comentario. Ser el jefe de la mafia significaba mantener mis relaciones interpersonales al límite, incluyendo a esta persona. Pero ¿Por qué es tan difícil cuando se trata de esa mujer?
Procuro sacar esa sonrisa desquiciante de mi mente observando como el idiota que tengo por empleado disfrutaba verme ocultar el dolor que cada puntada provocaba en mí.
–¿Qué hiciste para enojarla tanto?
Pregunta, dejándome ver su clásica sonrisa burlona. Sus actitudes eran similares en eso, haciendo que me moleste pues claramente parecían estarse llevando muy bien.
–Eso no te incumbe – Suelto, inclinándome ligeramente y enfrentándole cara a cara – y si continúas preguntando por ella te arrancaré los ojos.
Mi advertencia viene acompañada con un subidón de adrenalina, provocando en mí el impuso de golpear su sonriente rostro. Por el momento no le soportaba más… La impaciencia se acrecentaba en dentro de mi pecho, empujándome hacia ella.
–Escúchame bien. Ya que estás tan interesado en saber sobre esa mujer, entonces encuéntrala y tráela a la mansión inmediatamente.
Le ordeno. Esa desesperación salta de la emoción en cuanto Iker se inclina ante mí y sale del despacho con la intención de acatar mis órdenes. Finalmente podía estar solo, rodeado de la peor decoración que había visto en mi vida.
Me levanto y comienzo a escudriñar la habitación. Desde el escritorio, el armario y los cajones de la cama, nada. Pier no dejaba cabo suelto, algo digno de admirar, sin embargo, ninguna persona por más cautelosa que sea es capaz de dejar todo tan limpio en su vida y menos ese desgraciado.
Si alguien sabía sobre lo ocurrido con el secuestro y tráfico de menores era ese hombre. A pesar de que no eran traficadores activos, el clan Miwra ofrecía y recibía menores de edad con frecuencia.
El recuerdo de la primera vez que le vi me asquea, aun a pesar de haberle asesinado, la sensación de odio no desaparecía, aún menos con ese olor a tabaco rondando cada rincón de la habitación.
Mi cuerpo anhela nuevamente el olor de su perfume. Ciertamente era peor que una droga, hasta el punto de hacerme odiar el cigarrillo con tal rapidez que me impresiona. Desde que ingresé al reformatorio las memorias no paraban de apuñalarme y perseguirme a cada hora del día.
La ausencia de mi madre y la muerte de mi padre frente a mis ojos me aprisionó en un vacío del cual no había podido escapar, no fue hasta que conocí a Iker en aquel lugar que encontré la forma más efectiva de centrar toda mi atención en la obsesión por la nicotina.
Esto me hace reír. Me había costado mucho esfuerzo regular el consumo desde entonces y ahora lo odiaba simplemente porque un olor tan dulce y embriagador no puede ser manchado por algo tan deplorable.
Salgo de la habitación y me dirijo calmadamente hacia mi habitación, donde encuentro a Brais observando las cámaras de seguridad de los Konan.
–¿Aun sigues aquí?
Suelto, observándole con los brazos cruzados. El joven se sobresalta al escucharme a unos pasos del monitor.
–Lo lamento jefe … – escupe con la voz temblorosa – es que yo… bueno, no entiendo qué es lo que sucede.
Señala, dejándome observar la cámara que daba directo a la habitación de la Durga. Allí se podía apreciar cómo un joven de mi edad vestido con un traje elegante retenía a Laia para que no ingresase a sus aposentos. Rápidamente retiro la silla de Brais y activo el audio del teléfono de esa mujer.
“No puedo permitir que se vaya con ese hombre”
Suelta una voz masculina. Era evidente para mí que le tenía aprecio a Laila, mientras que para ella su comportamiento les estaba causando problemas.
–Dirígete una vez más de esa forma hacia mi prometido y te juro que terminarás muerto junto con Pier Miwra.
Por primera vez escucho su voz en vuelta en enojo. Su advertencia procura que un escalofrío escalone por todo mi cuerpo, acrecentando el anhelo que tenía de su presencia.
Su voz. Su sonrisa… Esa mente manipuladora que tanto la caracteriza y me enloquece provocaban en mí una extraña paz. Me extasiaba de ese sentimiento que solo ella logra producir en mí.
Tomo por impulso el teléfono, comunicándome rápidamente con Iker.
–¿Qué ordena mi jefe preferido?
Responde de inmediato, provocando que lo mande al diablo tan pronto lo escucho pronunciar la primera palabra.
–Escúchame bien o te juro que te saco a patadas del clan – le advierto – Supongo que estás en la mansión de los Konan ahora mismo. Así que apúrate y pásame al idiota que está reteniendo a la Durga.
Espero, impaciente porque Iker cumpla con mi orden. Afortunadamente para mí, es un hombre irritante, pero eficiente, por lo que no tarda en entregarle el teléfono como si se conociesen de toda la vida.
Inmediatamente escucho un ¿sí? Tras el teléfono no me lo pienso dos veces.
–Será mejor que dejes en paz a mi mujer, o de lo contrario te dejaré en la banca rota en cuestión de segundos.
Declaro, deleitándome con la sonrisa que Laila me dedica al observar la cámara de seguridad. El joven suelta una carcajada al escucharme.
–No tienes poder sobre mí. No soy el idiota de tu subordinado como para creer que tienes tanto poder.
Su comentario provoca que aquella risilla dulce resuene en mi mente. Así que cree que soy un idiota con suerte que consiguió derribar al jefe de los Miwra por pura casualidad.
El timbre de su teléfono le llama la atención, así que no se lo piensa dos veces y le observa, estupefacto por lo que allí se mostraba.
–No soy cualquiera, tengo el poder de dejarte sin un solo centavo de por vida. Puedo perseguirte a ti y a toda tu familia y hacer que echen a cada una de las personas que sustentan tu hogar de sus empleos, tan solo me basta un click para hacerlo… ya comencé contigo, ahora sigue tu hermana Sara, tú decides.
–… Maldito bastardo.
Suelta, dándole paso a Laila finalmente, quien toma el teléfono delicadamente.
–Cálmate cariño, iré pronto a casa y te haré pagar por aterrorizar a mis subordinados.
Una sonrisa se enmarca en mi rostro al escuchar su voz. Finalmente estaba recibiendo mi droga preferida junto con la amenaza que espera